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domingo, 25 de febrero de 2024

SanAntonioDeLosAlemanes

Hace algunos años, concretamente en 2013, en la clase de arte de los cursos de mayores de la Universidad Carlos III de Madrid, el profesor Francisco Daniel Hernández Mateo nos hizo una pregunta a los más de 100 alumnos que atendíamos su siempre interesante clase: ¿Quién de aquí conoce y ha visitado la iglesia de San Antonio de los Alemanes, en Madrid? Muy pocas manos se levantaron, lo que supuso una indicación por parte del profesor de que los suspensos iban a ser cuantiosos a final de curso por este motivo. Se trataba de una broma, pues no había exámenes ni notas a final de curso en aquellas clases a las que asistíamos con la intención de mejorar nuestros conocimientos y no por titulitis. Como se suele decir, me quedé con la copla y en cuanto pude hice una visita a la iglesia, que tiene una historia curiosa.

Situada en pleno centro de Madrid, a corta distancia de la Plaza del Callao, podemos pasar por su lado sin darnos cuenta que se trata de una iglesia. El edificio, con sus dependencias anexas, ocupa una manzana triangular delimitada por las calles de Ballesta, Puebla y Corredera baja de San Pablo. Desde el establecimiento de la Corte y la Capitalidad en Madrid por el rey Felipe II en 1561, el entonces villorrio había ido creciendo más y más. En 1624, siendo Portugal un conjunto con España, la colonia portuguesa que se había establecido en Madrid acometió la construcción de esta iglesia como complemento al Hospital de San Antonio de los Portugueses ya existente desde 1606.

Cuando Portugal dejó de formar parte del Imperio Español, con la consiguiente marcha de la colonia portuguesa, la reina Mariana de Austria, segunda mujer de Felipe IV, cedió el edificio en 1668 a la comunidad de católicos alemanes, forzando el cambio de nombre al que nos ha llegado a nosotros de San Antonio de los Alemanes.

Animado por la curiosidad y las expectativas del profesor, en aquel año de 2013 me dirigí una mañana a hacer la visita. El resultado fue demoledor: cerrada a cal y canto no se veía posibilidad alguna. Menos mal que en un comercio enfrente, creo recordar que era una frutería, una amable dependienta me indicó que había una misa a las 12 y que era la manera de visitar la iglesia. Tuve que hacer tiempo para esperar a esa hora y poderla ver, admirar, como uno más de los feligreses que atendían el acto religioso. Prohibidas las fotografías, me apañé para tomar algunas, malas de solemnidad, con las que poder tener un recuerdo a la vez un testimonio que presentar a mi profesor en la siguiente clase para «escapar» del suspenso anunciado. La foto que ilustra esta entrada está tomada a escondidas con mi teléfono en aquella fecha ya lejana.

Ahora, diez años después, todo es distinto, muy distinto. La he vuelto a visitar esta semana, pero ahora la iglesia está metida de lleno en los circuitos turísticos con sus horarios, sus guías y como no puede ser de otra forma, su venta anticipada de entradas a través de internet. Está gestionada por la histórica Hermandad del Refugio, un ejército de voluntarios que se ocupan de numerosas actividades, entre las que podemos resaltar la de ofrecer una cena gratuita a menesterosos que en algunos días alcanzan el número de cuatrocientos.

Hay dos formas de visita: una por libre con una audio-guía en la que se visita básicamente la iglesia y otra guiada, con horarios establecidos, que dura una hora y media y en la que se recorren, además de la iglesia, las dependencias interiores como la Sacristía y un pequeño museo plagado de cuadros, andas, muebles y elementos eclesiásticos valiosos. Esta visita guiada resulta un poco onerosa pero no tanto si tenemos en cuenta que su importe (10 euros) se destina a las cenas que diariamente ofrece la hermandad y otras muchas obras de caridad.

La persona que nos tocó en suerte como guía, Alicia, una guía profesional jubilada y miembro de la hermandad, nos llevó en volandas durante esa hora y media por las maravillas de la iglesia y sus anexos con un entusiasmo encomiable que nos trasladó a la época y nos hizo aprender múltiples cuestiones de historia y de arte, así como los procedimientos que en hoy en día sigue manteniendo la Hermandad del Refugio con sus obras sociales y el mantenimiento de los tesoros que encierran sus muros.

Como curiosidad, el edificio se salvó de la quema en la Guerra Civil Española porque fue defendida por las mujeres de la calle de la Ballesta, mujeres que eran atendidas por la Hermandad en cuestiones médicas y de alimentación y que opusieron sus vidas frente a los alocados incendiarios en al parecer varios intentos de llevar esa maravilla a ser pasto de las llamas. No solo la Iglesia sino todas sus riquezas, que son muchas, se salvaron de la quema.

No es cuestión de escribir aquí un tratado de arte, que por otra parte está disponible en mil sitios de internet, pero conviene mencionar que la iglesia, de planta elíptica, no tiene un centímetro de pared sin estar pintado al fresco, nada menos que por el célebre pintor de la corte de Felipe IV, Luca Giordano —Luca fà presto—, que dejó impronta de su maestría en el Monasterio de El Escorial.

Si no la conoce, visítela. No se arrepentirá.




 

domingo, 18 de febrero de 2024

TRAPACEROS

Andar desprevenidos y no poniendo los cinco sentidos en lo que hacemos nos puede costar caro según el contexto en el que nos desenvolvamos. Por poner dos ejemplos extremos, sería muy riesgoso si vamos conduciendo —con peligro para nuestra vida y la de los demás— o simplemente costoso —en dinero— si estamos haciendo la compra en un supermercado físico o por internet.

Hace ya algunos años que mi podóloga, para evitar durezas (en las plantas de los pies y talones), me recomendó una friega diaria con alguna crema que tuviera un índice alto de urea. Ella me dijo, lo recuerdo bien, que un 30% sería lo ideal, pero estuve buscando mucho tiempo y lo más que encontré por entonces es del 20%. Si bien he venido utilizado varias marcas comerciales, al final te acabas acostumbrando a una por facilidad de adquisición y precio. Es la que puede verse en la imagen: Urea, crema reparadora de Instituto Español.

En su día, —hoy me ha vuelto a ocurrir— cuando la podóloga me dijo lo de la urea mi mente se colocó directamente en la figura de Azarías, papel de una persona límite interpretado de forma magistral por Francisco «Paco» Rabal en la película «Los Santos Inocentes», dirigida por Mario Camús en 1984. Basada en el libro publicado en 1981 con el mismo título, de nuestro eterno Miguel Delibes que me apunto para leer de nuevo antes de volver a ver la película. En una de las escenas, Azarías, «un niño encerrado en el cuerpo de un hombre, que se mueve por instintos primarios y rutinas automatizadas» se orina directamente en sus manos para que no se le agrietasen, una cochinada sí, pero es un poco lo mismo que se trata de conseguir en la planta de los pies al aplicar la crema.

Soy devoto de algunas cuestiones, pero nada es para siempre. Una de ellas es —parcialmente era— Rafael Nadal en todos sus aspectos, el deportista y el personal. Lo seguiré siendo en el mundo del deporte, pero en lo personal siento haber sufrido un revés con su reciente nombramiento como embajador de Arabia Saudí. Sus razones tendrá, y al parecer la has explicitado en una entrevista muy personal que ha tenido lugar esta semana en televisión con Ana Pastor y que no he visto. Ni tengo interés alguno, bien que lo siento. Me quedo con el Rafa deportista.

Otra devoción era por la marca de la crema que tenemos en candelero. Pero tras lo ocurrido esta semana… veremos. Normalmente adquiero los paquetes a través de esa empresa que lo vende todo por internet a un precio de 2,44€ euros la última vez. Deambulando por los pasillos de uno de los grandes hipermercados actuales, vi la crema en una estantería al precio 2,09€, sensiblemente inferior al que yo recordaba. Al coger una de ellas me pareció que era más pequeña, pero lo interpreté como una sensación incierta y cargué con cuatro. Al llegar a casa y comparar ambos tubos, la diferencia de precio quedó explicada por la diferencia de tamaño y de contenido: 2,44€ para 150 ml. Y 2,09€ para 75 ml.

Lo que decía al principio, no anduve prevenido y a pesar de la diferencia significativa de tamaño, peso y contenido, lo pagué con unos euros, cosa no tan grave y que me sirve para ir aprendiendo: no hay mal que por bien no venga.

El primer título que se me había ocurrido para esta entrada era «Marketing», una palabra muy inglesa ella a priori, pero que está incorporada en nuestro diccionario desde hace muchos años. Su significado, al igual que el del sinónimo «mercadotecnia» al que nos dirige, es el «conjunto de principios y prácticas que buscan el aumento del comercio…». No puedo discernir si en el caso que nos ocupa, precios aparte, se trataba de engaño o simplemente de una facilidad al usuario para poder disponer de tubos más pequeños para llevar en un neceser de viaje, por ejemplo. Me quedo con la duda para otras situaciones similares por las que sin duda me harán transitar.

Por si no teníamos bastante con las argucias diseñadas por las empresas, ahora nos llega de golpe la incursión de la IA —Inteligencia Artificial— en nuestras vidas con lo que las empresas tendrán más herramientas ya que el área de marketing empresarial dispondrá de una potencia extra para automatizar procesos, analizar datos, predecir tendencias y generar contenidos destinados al sufrido consumidor que tendrá que extremar sus precauciones un bastante más.

Por cierto, el título de esta entrada es un poco fuerte, casi de insulto, pero nada más lejos de mi intención. Es una palabra que me ha gustado y que se aplica a personas que emplean trapazas, es decir, que son estafadoras, timadoras, tramposas, embaucadoras, marrulleras, que con astucias, falsedades y mentiras procuran engañar a alguien en un asunto. No digo que esta sea la intención del Instituto Español al poner en el mercado dos envases pero en mi caso algo de ello he sufrido en propias carnes.



domingo, 11 de febrero de 2024

ATOSIGANTES

Hay ciertas cosas a las que te ves obligado que te tocan un poco los perenguendengues y por las que tienes que pasar sí o sí cuando quieres acceder a sitios para los que en otro tiempo utilizabas otros mecanismos, pero ahora te han cambiado el paso. La mente se revuelve ante estos cambios y, a veces, uno piensa en no seguir, cuando no es estrictamente necesario, los procedimientos y que se vayan al guano con sus exigencias.

He tratado estos asuntos con anterioridad en el blog. Hoy toca a las reservas en hoteles y restaurantes. Entiendo que pueden tener algunos problemas con gente poco o nada considerada que hace una reserva y luego no acude y no se molesta ni siquiera en avisar, lo que deja al restaurante u hotel colgado y muchas veces con una pérdida con la que no contaba. Para protegerse de estos desaprensivos y con ayuda de la  tecnología moderna, los establecimientos desarrollan políticas que no siempre sientan bien a los sufridos clientes. Parece que el uso del teléfono y la conversación directa con el destino está cayendo en desuso, implantándose cada vez más aplicaciones a través de internet o del teléfono móvil.

Hace un par de años me ocurrió un sucedido que puede ser un precedente explicativo de estos asuntos. Estaba de vacaciones en Cantabria e íbamos a recibir la visita de un matrimonio amigo. Queríamos invitarles en un restaurante concreto en una localidad distante unos veinte kilómetros. Con mucha anticipación comenzamos a llamar por teléfono para hacer la reserva y no había manera de contactar. Al final nos acercamos personalmente a ver qué ocurría y hacer la reserva. Los propietarios nos comentaron que tenían todo el mes reservado —era agosto— y que no paraban de coger el teléfono para decir que estaba todo lleno. Optaron por descolgarlo.

Antaño, una llamada, reserva confirmada y a olvidarse del asunto hasta el momento de acceder al establecimiento si todo transcurría con normalidad. Esto se va acabando y me imagino que cada vez más. En el caso que quiero comentar hoy, un mensaje en el contestador automático informaba que no se podían hacer las reservas por teléfono y que te dirigieras a la página web. Por un lado, casi se prefiere esto, porque aparecen las fechas y horarios disponibles y puedes elegir. También esto descarga al propio restaurante de estar atendiendo llamandas cuando el cupo está cumplido para decir que no es posible.

Pero… para confirmar la reserva te solicitan —lógico— un teléfono de contacto. No tan lógico, un correo electrónico y ya menos lógico una tarjeta de pago. Y es que, cuando todo se ha confirmado te dicen mediante un correo electrónico que para este caso se trataba de una reserva de seis personas…

Ten en cuenta que esta reserva está asociada a una Política de Cancelación.

Si no vas a poder acudir o necesitas modificar tu reserva, recuerda hacerlo con al menos 24 horas de antelación. De no hacerlo, se cargará a tu tarjeta 20€ por persona. El importe total de la cancelación por incumplimiento de política es de 120€.

No voy a entrar en el tratamiento de tú que algunas veces me rechina. Bueno, a lo hecho pecho. Normalmente todo saldrá bien y te presentarás en el restaurante el día y hora convenidos ¿Qué ocurre si en la misma mañana tienes un altercado que altera tu vida y no puedes acudir? Ya no se cumple lo de las 24 horas de antelación, de forma que aparte de no poder disfrutar te va a costar la broma unos dineros. En el caso de un hotel lo normal es que te carguen en la tarjeta la primera noche.

Nuestros datos son oro puro. Por el teléfono y por el correo electrónico nos tienen geolocalizados y nos van lanzando —al menos a mí— continuos intentos de timarnos y hacerse con nuestros dineros. Además en este caso hemos facilitado nuestra tarjeta de crédito. Yo cada vez me fío menos porque si a las grandes empresas los hackers les violentan sus sistemas para hacerse con nuestros datos, no quiero pensar que pasará en pequeñas empresas como hoteles y restaurantes que nos tienen fichados y de los que no tenemos ninguna garantía de que no filtren queriendo o sinqueriendo información personal nuestra muy sensible.

Lo malo es que ahí no acaba la cosa. En la misma mañana del día señalado recibes un correo electrónico instándote a confirmar la reserva. ¡Otra vez! ¡Qué atosigamiento! ¿Qué ocurre si no lo confirmas por una u otra razón? ¿Anulan la reserva? ¿Te cargan la penalización? Esto es un sinvivir.

La frecuencia con la que nos obligan a afrontar situaciones nuevas va in crescendo. A través de los dispositivos y las tecnologías modifican nuestro comportamiento y nos obligan a aprender y atender nuevas formas o por el contrario tirar la toalla y abandonarse. Nos entrenan y a su vez con nuestra retroalimentación se entrenan en un círculo vicioso que parece no tener fin. Con nuestros propios medios, nuestro tiempo y nuestro esfuerzo hacemos ahora lo que antes era su trabajo de forma voluntaria y gratuita sin que por ello obtengamos ningún beneficio extra.

Empiezan a surgir algunas formas de protegerse contra esto. Correos electrónicos temporales que funcionan por un tiempo estipulado y tarjetas virtuales recargables que pueden ser utilizadas y en las que no podrán cobrar por mucho que lo intenten esa penalización anunciada. Pero es cuestión de tiempo descubrir e implementar nuevos procedimientos que conviertan estas artimañas en inviables. Las puertas al campo ya están puestas y ahora se empeñan con ahínco en poner ventanas al cielo. En ello están.

Lo de que ¡paren este mundo que me bajo! es pura entelequia. Si te quieres bajar te tendrás que tirar en marcha porque el mundo seguirá dando vueltas y cada vez más deprisa.