Buscar este blog

domingo, 24 de septiembre de 2023

BIOMETRÍA

El doce de noviembre de este 2023 se cumplirán cincuenta años que llevo lidiando con contraseñas. En aquella época de 1973 se llamaban passwords porque la informática que existía entonces era toda en inglés. Empezaba yo mi trabajo en el Equipo Electrónico de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid y fue lo primero sobre lo que me hablaron al entrar en el departamento: la importancia de tener una contraseña para poder acceder a los sistemas y, fundamental,  no compartirla con nadie.

Hago aquí un inciso para hacerme eco de las recomendaciones de la FUNDEU que nos dice que la palabra inglesa password tiene como equivalentes en español contraseña, clave o código de acceso, términos que resultan más apropiados que la voz extranjera.

Hoy en día, el asunto de las contraseñas (nos) trae de cabeza a todo el mundo. Tenemos o deberíamos tener muchas, diferentes según los servicios electrónicos a los que accedamos. El tener una única en todos lados es un gran peligro que nunca estará suficientemente avisado. En los ya dieciséis años de existencia de este blog, me he referido a este asunto en varias ocasiones que detallo a continuación por si algún lector está interesado.

CONTRASEÑAS ( enlace )

CLAVES ( enlace

PASSWORDS ( enlace )

IDENTIDAD ( enlace )

(s)EXTORSIÓN ( enlace )

En esta semana, a un amigo le han vaciado la cuenta en el banco con un procedimiento que raya la perfección. Aclaro que mi amigo es una persona que está avezada en cuestiones informáticas, no tiene un pelo de tonto aunque sea casi calvo y él mismo ha quedado ojiplático de como se la han dado con queso. Recibe una llamada que aparece en su móvil como procedente de su banco, le dicen que su cuenta está siendo hackeada, que lo mejor es que la bloquee inmediatamente, lo que se ofrece a hacer inmediatamente el interlocutor (que mi amigo cree que es empleado del banco). Está de acuerdo en proceder al bloqueo, con lo que el llamante le dice que va a recibir una clave en su teléfono que le tiene que decir para proceder al bloqueo de todas sus cuentas y tarjetas. Lo hace y a lo que procede el llamante es a vaciarle la cuenta con una transferencia inmediata. Cuenta a cero y cara de haba a mi amigo. Y ya conozco otros dos casos con el mismo proceder y de diferentes bancos entre mis conocidos cercanos. No es ni bulo ni broma.

En este asunto hay varias cuestiones a tener en cuenta. Las contraseñas han ido evolucionando a lo largo de los años, pero estamos muy lejos de tener un sistema fiable y seguro al 100%. Como decía, antaño, la seguridad se basaba en LO QUE YO SÉ. Una o varias claves que solo yo conozco, que las tengo en la memoria y no debo llevarlas anotadas en ninguna parte, salvo que utilice un gestor de contraseñas seguro, cifrado y fiable. Con el tiempo esto se ha considerado insuficiente y se ha pasado, adicionalmente, a un segundo nivel: LO QUE YO TENGO.

En un principio, lo que yo tengo consistía en algunos aparatos electrónicos que generaban claves aleatorias. Posteriormente, en el caso de operaciones bancarias, se pasó a las tarjetas de coordenadas para en la actualidad tener el teléfono móvil como eje central de comprobaciones y permisos: lo que se ha dado en llamar «segunda autenticación» mediante SMS enviados o claves generadas con aplicaciones (Authy por ejemplo) del tipo authenticator. Pero, claro, los teléfonos se pierden, se roban, te duplican la tarjeta SIM… Hay mucha casuística que está revelando ciertas inseguridades.

Con ello y con la sofisticación de los móviles actuales, apareció un tercer nivel: LO QUE YO SOY, o lo que es lo mismo, biometría personal consistente en facetas como huellas dactilares, reconocimiento facial e incluso, menos extendido pero muy fiable, reconocimiento del iris ocular. Muchas personas utilizan la huella dactilar en sus teléfonos móviles para autentificarse en las aplicaciones más sensibles, lo cual es un buen aditamento de seguridad añadida siempre y cuando además de robarnos el móvil no nos corten un dedo para llevárselo.

Pero surgen nuevos requiebros en el horizonte que solo menciono. Nuestra imagen circula por la red en cantidades ingentes, queriendo o sin querer, siendo conscientes nosotros mismos o no. En la mayoría de ocasiones somos nosotros o nuestros amigos los que subimos nuestra imagen a las redes sociales. La Inteligencia Artificial está haciendo diabluras a pasos agigantados… ¿Es seguro el reconocimiento facial en nuestros móviles? Ahí lo dejo, por el momento.

 



 

domingo, 17 de septiembre de 2023

SUPEDITADOS

En un lejano enero de 2008 escribía en este blog la entrada «PILAS» para reflexionar un poco sobre los cambios que han traído estás simpáticas compañeras de viaje de las que dependemos hoy sobremanera en una miríada de aparatos que nos rodean.

La calidad de nuestra existencia depende en gran medida de que los múltiples cachivaches que nos circundan tengan sus pilas en buen estado para poder funcionar y cumplir sus cometidos. Cuando en una cadena de televisión o radio nos están friendo a anuncios y queremos hacer zapeo, el que no funcione el mando a distancia de la televisión o radio puede sacarnos de quicio. Lo más normal es que las pilas estén gastadas —en algún momento ocurre— y hay que cambiarlas.

Una buena idea es tener a mano pilas de repuesto en algún cajón para no tener que desplazarse a una tienda o supermercado a comprarlas. Además, según las leyes del famoso Murphy, el mando de la televisión dejará de funcionar casi siempre a una hora intempestiva en la que las tiendas estarán cerradas o estaremos ya en pijama y no nos apetecerá desplazarnos. ¿Ha probado Vd. a manejar su televisión sin el mando a distancia? Casi en el cien por cien de los casos la respuesta será NO. Yo lo he intentado en la mía y es mejor no ponerse a ello.

Pero como ocurre con todas las cosas en la actualidad, el número de modelos y formatos de pilas tiende al infinito y más allá. De petaca, de botón, alcalinas, normales, AA, AAA… es cómo para volverse loco si queremos tener repuestos de todas las alojadas en nuestros aparatos y mandos caseros. En la imagen un ejemplo de las que tengo yo por casa pero siempre aparecerá algún aparato nuevo que requiera nuevas adquisiciones.

Las empresas van a lo suyo en sus procesos de fabricación. Lo de tender a dos o tres modelos generalistas para facilitar la vida a los mortales como que, ya, si eso, otro día. Algo parecido está ocurriendo con los transformadores de carga de los teléfonos móviles: quieren que sea un modelo universal para todos los teléfonos para evitar el gran derroche de archiperres en la basura pero se ve que todavía está lejos de conseguirse.

Además de los cachivaches que van a pilas, tenemos otra montonera de ellos con baterías recargables que también se acaban gastando y, para más inri, la mayoría de ellos sin avisar. Aunque las modernas baterías de litio se pueden recargar más veces incluso sin estar gastadas obviando el conocido «efecto chocolate», no es bueno estarlas cargando continuamente por si acaso: siempre tengo la sensación de que se reduce su vida útil considerablemente.

Un ejemplo. Utilizo unos cascos inalámbricos para escuchar la televisión, especialmente por la noche cuando estoy viendo partidos de tenis a horas intempestivas para no molestar a la familia. En algún momento, la batería de los cascos se agota, se pierde la conexión, y los altavoces de la televisión dicen a todo volumen «está es la mía» teniendo que dar un respingo en el sofá para coger el mando a distancia y silenciar lo más rápidamente posible. El resto de la retransmisión, mientras se carga de nuevo la batería, habrá que verla casi sin voz.

Hace cincuenta años, en el año 70 del siglo XX, pocas pilas existían en los hogares. Que yo recuerde las de un transistor —radio portátil— y la de una linterna. Los relojes eran mecánicos, de cuerda, el mando a distancia de la televisión no había aparecido todavía y los termómetros para medir la temperatura corporal eran de cristal y mercurio. Si revisamos la existencia de pilas, y baterías recargables, en nuestros hogares ahora, la lista puede ser interminable.

Pues eso, que estamos supeditados a disponer de un buen almacén de pilas variadas para poder poner en marcha cualquier aparato de la casa que lo requiera. El último ha sido está mañana el mando a distancia del coche, que, por cierto, debe tener algún problema y gasta las pilas en poco tiempo.



domingo, 10 de septiembre de 2023

PREOCUPARSE

No puedo por menos que inquietarme y desasosegarme sobremanera cuando oigo como respuesta a una petición mía de tener cuidado con algo la frase mágica de «No se preocupe». El hecho real es que me preocupo. Y mucho.

Mi querido suegro, Luis, que nos dejó hace ya quince años (en 2008), lo decía con cariño: «No sufras a cuenta» por situaciones que escapan a tu control y que pueden no llegar a ocurrir y, si ocurren, aunque hayas sufrido antes no te sirve de nada. No he podido resistir la tentación de releer emocionado la entrada que le dediqué en este blog el día de su fallecimiento con el título «Las tropas de Napoleón».

Pero uno no puede evitar anticipar ciertas consecuencias, por lo general negativas, ante ciertas situaciones. El viernes de la semana anterior ingresaron a mi hijo en el hospital a última hora de la tarde. Había pasado un día completo en Urgencias al tratarse de la cuarta vez ─en una semana─ que acudía con fuertes dolores estomacales sin que le detectaran nada en las numerosas pruebas que le habían hecho. Yo estaba en casa y mi mujer me llamó por teléfono a requerimiento de la doctora para que aportara toda la información que tuviéramos de unos sucesos médicos que habían comenzado en febrero de este año 2023.

Arramblé con la carpeta que puede verse en la imagen donde guardaba todos los documentos. Todos los tenía escaneados en el ordenador por lo que siempre podían volverse a imprimir. Lo que no era recuperable y estaba en la carpeta era un CD ─sí, todavía se utilizan CD's─ que contenía unas pruebas radiológicas realizadas con anterioridad en otro hospital y que era necesario aportar a la consulta del traumatólogo el martes de esta semana. Al igual que había escaneado todos los documentos… ¿debería haber sacado copia también del CD?

Entrego la carpeta en la enfermería de la cuarta planta del hospital haciendo ver la importancia de que no se extravíe, especialmente el CD que contiene, porque lo necesitamos en unos días como base para la consulta de traumatología. La enfermera que me atiende me dice que «no me preocupe» ─la frase mágica, saltan mis alarmas─ porque esa carpeta se deja en enfermería en la sección relativa a la habitación que ocupa mi hijo y ahí estará cuando sea necesaria. En teoría, nadie se la debe llevar de ahí y si se consulta debe ser allí mismo. No queda otra que… ¡no preocuparme!

Pasa el fin de semana y mi hijo sufre un cambio de habitación, pasando de la planta cuarta a la planta segunda del hospital. El lunes, día anterior a la consulta, me dirijo a la sección de enfermería a reclamar la carpeta o por lo menos el CD que  será necesario para la consulta del dia siguiente. La enfermera mira en la sección de la nueva habitación ocupada por mi hijo y… ¡empty! que diría un inglés. Vacía y con telarañas. Allí no hay carpeta que valga.

Ahora sí que me preocupo porque ante mi insistencia en que la enfermera la reclame a la planta cuarta por si aún sigue allí, me dice que la planta cuarta está cerrada por obras. ¿Dónde está o puede estar la carpeta? Ni idea, me responde con amabilidad la enfermera que no puede darme alternativas a mi búsqueda. ¡Maremía!, ¿y ahora qué?

 ¿Cúal era la probabilidad de ocurrencia de la desaparición de la carpeta? Algunos invocarían ipso facto las famosas Leyes de Murphy de todos conocidas para resolver este y otros muchos casos.

Solo se me ocurre acudir a los «chaquetas verdes», ese departamento de Atención al Paciente y contar mi caso, ya sin muchas esperanzas. Me atienden amablemente y me vuelven a repetir la frase mágica: «no se preocupe», que en algún sitio estará… y aparecerá. Me tuve que marchar con las orejas gachas y sin muchas expectativas. La consulta del día siguiente peligraba porque ya no daba tiempo a ir de nuevo al otro hospital y pedir un nuevo CD, ya que está a 50 kms. y tardan dos días en facilitarlo.

Pero hay veces que los hados están de tu parte. Y que hay ángeles en los hospitales que, a pesar de la que les está cayendo encima en estos días de 2023, se ocupan y preocupan por atender a los pacientes. En este caso el ángel apareció por la habitación al cabo de unas horas y traía en su mano la carpeta con toda la documentación y el dichoso CD de marras. El ángel tiene nombre: Alicia. No supe cómo dar las gracias de manera enorme, todas las palabras me parecían insuficientes cuando ya daba por perdida la documentación.

Sentir desasosiego, inquietud o temor por algo que puede ser perjudicial o negativo, que se piensa con insistencia y que está fuera de tu control es humano. Y en estos casos burocráticos, el ser un «optimista con experiencia» juega en contra tuya. Te anticipas lo peor, lo que no deja de generarte un estado emocional negativo que puede derivar en estrés y ansiedad, que no son nada buenos.

Mejor prevenir que curar. Hoy en día, antes de soltar algo de tu mano, ocúpate y ten la precaución, siempre que sea posible, de haber sacado una copia. ¡Por si las moscas!