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domingo, 26 de septiembre de 2021

GLUCÓMETRO


 Casi todos los entrados en la penúltima etapa de la vida recordaremos aquellos «palitos» de cristal con una bolita de mercurio que por lo general había en casa: termómetro empleado para medir la temperatura corporal y saber si teníamos fiebre. Tras unas enérgicas sacudidas para bajar el mercurio y colocado en mil y un sitios del cuerpo que no vamos a detallar, había que esperar al menos cinco minutos para que «subiera» y marcase la temperatura. Nada de inmediatez, pitidos u otras zarandajas por el estilo que ahora es lo normal. Cuando en alguna ocasión se rompía, había verdaderas peleas entre los hermanos por hacerse con el mercurio para jugar con él.

Muchos años después, visité las minas de mercurio de Almadén, ahora convertidas en un fenomenal museo e intenté comprar algo de mercurio, por aquello de recordar viejos tiempos. Amablemente me dijeron que era tóxico, muy tóxico y que estaba prohibida su distribución. Pensé que yo y mis hermanos deberíamos estar muertos por tanto como tocamos y jugamos en nuestra infancia, pero por aquí seguimos todos.

Hace algo más de veinte años tuve la oportunidad de visitar Cuba. Lo que voy a referir puede parecer un cuento, pero así ocurrió en la realidad. Buscando la antigua casa de la abuela de mi mujer, hicimos una cierta amistad con una familia cubana de aquel barrio perdido al otro lado del canal, que nos indicó que esa casa ya no existía y su solar se había convertido en una gasolinera. Nos invitaron a cenar otro día y se nos ocurrió, todavía no sé por qué, obsequiarles con un termómetro de los que ya eran digitales, tardaban poco, pitaban cuando estaba listo y mostraba los guarismos en una ventanita.

 

 Se quedaron atónitos y asombrados por el regalo, aunque dijeron que cuando se acabara la pila quizá no pudieran hacerse con una nueva, aunque la que tenía duraría años. Lo que sucedió a continuación, en un instante, es casi de ciencia ficción. Nos dijeron que casi nadie en el barrio tenía termómetro en casa, que cuando necesitaban tomarse la temperatura tenían que desplazarse y no precisamente al lado a un centro médico. Y sin que casi nos diera tiempo a reaccionar, nos montaron en el barrio una fiesta popular para agradecernos el regalo, porque desde ese momento, todos los habitantes del barrio tendrían termómetro, un termómetro comunitario que les ahorraría viajes al centro médico. Inaudito pero cierto.

Una de las tareas que se imponen las empresas en este mundo «avanzado» es ir llevando a nuestras casas aquellos aparatos que podemos necesitar. Por poner un ejemplo, a principios de los 80 del siglo pasado empezaron a llegar a las casas los reproductores y grabadores de vídeo, que hasta entonces estaban vedados a grandes empresas. A los pocos años aparecieron las cámaras de vídeo o incluso podemos decir lo mismo de los ordenadores personales y así, día tras día, un sinfín de aparatos que guardamos en nuestros cajones y que, en teoría, nos hacen la vida más sencilla.

En cuestiones médicas, el termómetro ha avanzado hasta llegar a diseños que permiten tomar la temperatura al instante, solo con acercarlo a la frente e incluso a distancia en la entrada de lugares públicos. ¿Qué termómetro utiliza Vd. en casa? Estos frontales están en el mercado por alrededor de 20 euros o menos. Algunos incluso hasta por 12 euros.

Otra de las enfermedades frecuentes es la tensión arterial alta. Miles y miles de ciudadanos toman pastillas para regular su tensión, pero una cuestión fundamental es tomarse la tensión regularmente. ¿Por qué no hacerlo a diario? Podemos disponer en casa de tensiómetros bastante sofisticados, prácticamente los mismos que utilizan algunos médicos en sus consultas, por alrededor de 30 euros. ¡Ponga un tensiómetro en su casa y tómese de forma regular la tensión!

Cuando empezamos a ser conscientes de la pandemia de COVID-19, allá por marzo de 2020, se pusieron de moda unos aparatitos conocidos como oxímetros o pulsioxímetros, que permiten conocer el porcentaje de oxígeno en sangre en unos segundos con solo insertar un dedo. Llegamos a convencernos de que era bueno para detectar una posible infección con COVID-19, además de tomarnos la temperatura, el conocer que nuestro porcentaje de oxígeno en sangre estaba por encima del 90%. Otro aparatito para añadir a la colección de medidores médicos a tener en casa. Podemos adquirirlo por 20 euros e incluso menos, aunque evidentemente hay otros más caros. Yo me mido el oxígeno en sangre y la temperatura, ya como una costumbre, todas las mañanas tras levantarme. Una cosa más a hacer regularmente como la ducha, el afeitado, el lavado de dientes o el desayuno. No está de más.

Otra «enfermedad» que tienen bastantes personas es la diabetes, es decir, un alto índice de glucosa en sangre que puede devenir en problemas graves. En muchas farmacias disponen de medidores del nivel de glucosa, pero hay también aparatitos llamados glucómetros que nos permiten hacerlo en casita: un pinchacito en el dedo, una gota de sangre y conoceremos en cualquier momento nuestro nivel. En la imagen inicial de esta entrada puede verse uno, funcionando, con un coste de alrededor de 20 euros, aunque para cada toma se necesita una tira reactiva desechable que habrá que ir reponiendo a medida que las utilicemos. Si yo no tengo, que sepa, problemas con la glucosa. ¿Por qué me he comprado, también, un glucómetro?

Gran parte de la población tiene, tenemos, unos niveles altos del colesterol. Ya éramos muchos hace años cuando el límite estaba en 250 y ahora que lo han bajado a 200 e incluso 190… somos legión. La solución médica a esto son casi exclusivamente las famosas «Estatinas» con las que yo he tenido mis episodios de horror hace años. En una prueba preoperatoria, el médico me pilló infraganti con mis niveles de colesterol por las nubes y me conminó a tomar una marca nueva: Rosuvastatina, que no es tan nueva porque a principios de los años 2000 tuvo sus más y sus menos en Estados Unidos.

No quiero alargar más esta entrada. Empecé a tomar la Rosuvastatina y al mes empezaron los síntomas: no poder dormir, cansancio generalizado, dolores musculares, pérdida de concentración… más de lo mismo que ya me había ocurrido antes. Pero estos síntomas son subjetivos y yo podía estar predispuesto y sensible. Lo que no es un síntoma sino un hecho es que mi nivel de glucosa había subido a 136, comprobado mediante prueba en una farmacia, con lo que iba camino de una diabetes tipo II de seguir tomando las malditas Estatinas: Rosuvastatina, Atorvastatina, Simvastatina y una legión similar, seguidos del Ezetrol que a mí me hizo más daño que las Estatinas. Insisto, a mí, a lo mejor a otros le sienta bien y se le arreglan los niveles de colesterol sin estropearle unos cuantos de los otros tales como triglicéridos, bilirrubina, glucosa, ácido úrico, creatinina, CK y algunos otros más. Vamos, arreglando el colesterol y estropeando todo lo demás.

Aunque dejé de tomar la Rosuvastatina inmediatamente, el control de los niveles de glucosa y comprobar su descenso era primordial. A siete euros la tirada cada análisis en la farmacia, con tres de ellos tengo el aparato con 25 tiras reactivas. Cada semana me he ido haciendo uno y el último, como puede verse en la imagen, ya está por debajo de 100, con lo que he recuperado la tranquilidad.

¿El siguiente aparato? ¿Un colesterómetro? Aunque en alguna farmacia lo tienen, no me han parecido fiables sus resultados. He visto algunos aparatos, caros todavía que miden glucosa, colesterol y ácido úrico… Tiempo al tiempo, estarán disponibles, somos muchos los «colesterosos» …  


 

domingo, 19 de septiembre de 2021

REVIVIR


 

A alguno de los lectores asiduos a este blog les sonará el contenido de está entrada, algo así como un «déjà vu». Pero es que las situaciones se repiten machaconamente y este blog me sirve un poco como una especie de diario personal donde reflejar cosillas que puedo consultar fácilmente, no solo yo, sino algunos amigos cuando surgen ciertos temas en las conversaciones.

Lo de la obsolescencia es un asunto que me persigue machaconamente y del que se pueden encontrar referencias en este blog a poco que se utilice el buscador: «OBSOLESCENCIA», «REPARAR» o «DESFASADO» son algunos ejemplos. He tenido la precaución de no releerlas porque si lo hiciera quizá me diera cuenta que lo que voy a escribir aquí es más de lo mismo. Esperemos que no sea así.

Aunque no comparto de ningún modo la seducción por los archiperres electrónicos del mundo de Apple, sobre todo por su «propietariedad» y exclusividad, reconozco que son muy buenos y hasta puedo a llegar a entender la fascinación que sufren por ellos muchas personas, entre ellos mi hija, de modo que anteponen su posesión a otros similares a pesar del muy alto precio que normalmente tienen. En estos días, cantos de sirena se perciben en mis oídos sobre unos cascos inalámbricos cuyo precio se acerca a los doscientos euros… ¡Ni que tuvieran música! Aunque sirven para reproducirla con muy alta calidad por lo que se ve.

Todos los años por esas fechas desde hace unos cuantos, Apple presenta al mundo sus novedades en materia de cacharrería electrónica. En el caso particular de los teléfonos de Apple, su Iphone alcanza el número 13 en estas fechas de septiembre de 2021, o doce más uno como solía decir un afamado piloto de motos ya fallecido cuando se refería al número de títulos mundiales que había conseguido. Si este año se anuncia el trece, y vamos a uno por año, podemos deducir que el que se muestra en la imagen, el Iphone-8 de mi hija, cuenta ya con cinco años de antigüedad.

Llevaba ella tiempo quejándose de lo poco que le duraban las cargas de batería, que no llegaban a medio día pero que por no dejar su apreciado aparatito suplía con baterías externas o enchufes donde se pudiera. Pero la batería pasó hace una semana a un estado más catatónico como se puede ver en la imagen: se estaba hinchando y cualquier día explotaba en sus manos. Cinco años de antigüedad son una enormidad para un teléfono; antes las baterías eran extraíbles, podrían remplazarse con facilidad, pero eso se acabó, las baterías son internas y cuando dicen que han llegado a su fin no queda otra que el servicio técnico —si es que te lo admiten— o…

Aficionado a los refranes, hay uno que me encanta y que cada vez practico más: «En comunidad no demuestres habilidad», porque tendrás una nube de moscardones dándote la barrila insistentemente y preguntándote acerca de esto y de aquello cuando no te pedirán directamente que lo hagas. El mundo de internet es maravilloso y a poco que te sumerjas en él puedes encontrar algunas soluciones a tus problemas que no pasen por la adquisición de un aparato nuevo. ¿Cuánto cuesta una batería para el Iphone 8? Un mundo, pero sin hablar de las originales se pueden encontrar varios modelos por alrededor de 12 euros. Un poco de investigación, un poco de suerte y te haces con una por algo menos de quince euros, más potente que la original y que además viene acompañada de su set de herramientas para que te hagas tú mismo el cambio. Por cierto y como curiosidad, en la frase anterior he eliminado las comillas del vocablo set porque es una palabra contemplada en el diccionario ¡Lo que hay que ver!

Partiendo de la base de que admites que el teléfono está «muerto» y que lo más que puede pasar es que pierdas esos quince euros que cuesta la batería, no está de más intentarlo… por si suena la flauta. Vídeos en Youtube, recomendaciones de que lo haga un experto, información, fotografías … adelante con los faroles y a poner manos a la obra. Destripar un Iphone 8 es algo delicado, pero todo es cuestión de paciencia y sobre todo de mucha suerte.

Al final, el teléfono ha vuelto a la vida: ¡funciona! Y la carga de la nueva batería dura más de un día, aunque no sea original. No sabemos cuánto durará, pero por quince euros no se puede pedir más. Y además hemos pasado de neófitos a cuasi expertos en esto de cambiar la batería a un móvil. Pero no se lo digas a nadie no sea que tengas familiares, amigos y conocidos haciendo cola en tu estrenado y casero servicio de reparaciones.

 



domingo, 12 de septiembre de 2021

FILANDÓN


Me decía mi buen amigo Manuel en un wasap que con motivo de su próximo viaje a León había redescubierto «El Filandón» de Luis Mateo Díez. Conocía a ese autor e incluso había leído alguno de sus libros —«Fantasmas del invierno» por ejemplo— y le dije que me apuntaba el que me mencionaba para un futuro. Cuando le estaba incluyendo en mi lista de libros pendientes de lectura, que sobrepasa los dos mil cuatrocientos pues muchos amigos me hacen recomendaciones amén de los vistos u oídos en los medios, me aclara en un nuevo wasap que no se trata de un libro, sino de un concepto. Luis Mateo Díez, premio nacional de las letras españolas en 2020, no tiene ningún libro con ese título, sino que es un concepto que representa una forma de literatura caracterizada por relatos de tradición oral.

Cuando era pequeño pasaba épocas en verano en un pueblo de la provincia de Toledo, Torrijos, de donde es oriunda mi madre. Mi abuela nos acarreaba a mi hermano Javier y a mí, malos y traviesos como demonios, a pasar unos días repartidos en las casas de sus hijas Amelia y Palmira, nuestras tías. El tiempo transcurría monótono, todos los días eran iguales: por la mañana a la huerta a «ayudar» a mi tío Rafa, cocido madrileño de comida todos los días incluso domingos, siesta obligatoria y un poco de libertad al caer de las tardes para hacer alguna travesura. Pero lo que llamaba mi atención eran esas tertulias montadas a la puerta de las casas, esas charlas con la fresca, las mujeres con las sillas hacia la fachada y los pies en la acera, donde se hablaba de lo divino y de lo humano y unos y otras se ponían al día de lo sucedido en el pueblo, donde, por cierto, nunca sucedía nada. Y tenían mucho de qué hablar, pues no paraban en ningún momento en las varias horas que duraban aquellas tertulias. La televisión estaba todavía por hacer acto de presencia masivo en aquellas casas y las novelas radiofónicas ya se habían consumido durante la siesta. En algunas ocasiones yo gustaba de asomarme a la tertulia con mi abuela, mis tías y los vecinos, donde aprendí una frase que aparecía de vez en cuando y que no entendí hasta más adelante: «cuidado, que hay ropa tendida», en alusión a que ciertas cosas no debían ser escuchadas por niños o por alguno de los asistentes a los que afectaba el cotilleo.

Algún tiempo después, un compañero de trabajo, Luis, me invitó a pasar unos días en casa de sus suegros en un pueblo manchego a treinta kilómetros de Ciudad Real: Aldea el Rey. Realmente se trató de una vuelta al pasado, una recuperación de las sensaciones vividas en la infancia en el pueblo de mi madre; parecía que el tiempo se hubiera detenido y eso que habían transcurrido veinte años. Y entre otras muchas cosas seguía el asunto de las tertulias a la fresca a la caída del sol, como puede verse en la fotografía que he recuperado de mis archivos —negativos en blanco y negro— para ilustrar esta entrada. Mayores, pero también niños, a la puerta de la casa comentando los sucedidos en el pueblo.

Al parecer estas reuniones se siguen realizando en pueblos de Andalucía. Tanto es así que he podido leer la noticia de que el pueblo gaditano de Algar ha promovido la recuperación de los «Frescos a la calle» tratando de reavivar sus costumbres y conseguir la declaración de Patrimonio de la Humanidad para esta actividad. En otro pueblo leonés, Oteruelo, se han sumado a esta curiosa iniciativa. Estas actividades con los vecinos reunidos y los chiquillos jugando alrededor daban vida: sigamos sacando nuestras sillas a la calle y pasemos las tardes noches charlando de lo divino y de lo humano. Aunque yo lo quisiera hacer, sería imposible, simplemente por los coches aparcados y las aceras estrechas que lo impedirían.

En estos tiempos en los que se trata de aislarnos, de tenernos a cada uno en nuestra habitación enganchados al mundo de forma individual a través de una pantalla —ordenador, TV., teléfono, tableta…— estas actividades se antojan como muy lejanas. Las ciudades, mucho menos los pueblos, no cultivan estas casas bajas en los que los vecinos formaban una verdadera comunidad y estaban siempre para lo que hiciera falta, de verdad, no a través de mensajes de wasap. La realidad es que yo mismo no conozco a varios de mis vecinos que llevan varios años viviendo en el mismo bloque de pisos que yo.

Todos estos recuerdos han aflorado por el vocablo «filandón» que el diccionario define como «reunión vecinal, invernal y nocturna, en la que las mujeres hilaban y los hombres hacían trabajos manuales, mientras se contaban historias». No es exactamente lo mismo que las «tertulias al fresco», por lo general veraniegas y sin más actividad que darle a la húmeda, pero… se le parece.



domingo, 5 de septiembre de 2021

PESCADILLA


Para algunas cuestiones, el tamaño sí que importa. Yo no lo sabía hasta hoy, pero buscando giros lingüísticos para titular esta entrada, resulta que me entero que la pescadilla y la merluza son lo mismo, es el mismo pescado que, cuando pesa más de dos kilos se considera merluza y cuando menos de dos, pescadilla. Evidentemente las pescadillas no se muerden la cola, pero es una forma de presentar este pescado en los platos y cuando se utiliza «es como la pescadilla que se muerde la cola» se hace para aludir a un círculo sin fin.

Eso es lo que me he encontrado estos últimos días, en una de esas de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Poco a poco algunos vamos entrando en llevar a efecto las consideraciones que se nos van haciendo en materia de seguridad informática. Una de ellas es lo que se conoce como «factor de doble autenticación», una manera de ponérselo más difícil a los cacos y que mejora nuestra seguridad en cuentas de correo electrónico, acceso a cuentas bancarias, compras, etc. etc. Hoy en día se impone activar esta doble comprobación en todas aquellas aplicaciones en las que sea posible. Yo lo he hecho y hace unos meses convencí a mi mujer de que también lo hiciera.

El problema de ello es que todos o casi todos los planteamientos y acciones a llevar a cabo para esta doble seguridad pasan por nuestro teléfono móvil, que se ha convertido —le han o le hemos convertido— en un archiperre imprescindible para nuestras vidas y no precisamente por las llamadas telefónicas que es casi lo menos que hacemos con él, al menos yo: tengo una cuenta de 100 minutos al mes y raro es el mes que no me sobra mucho más de la mitad.

Entonces… ¿Qué pasa si se nos estropea, perdemos, nos quitan o dejamos el móvil en algún lugar? Nuestros accesos a esas operaciones bancarias, de correo y de compras serán imposibles de realizar hasta que no lo recuperemos o sustituyamos por uno nuevo, cuestión que hoy por hoy no es inmediata especialmente por la obtención de una nueva tarjeta SIM facilitada por nuestra operadora.

Sin llegar a tanto, nos podemos ver en situaciones kafkianas como la que nos ocurrió y que voy a relatar aquí, aportando una solución. Para todo hay soluciones, claro está, a base de líos y más líos, un círculo sin fin.

El teléfono de mi mujer estaba en casa. No había ninguna duda porque durante la siesta y mientras «dormíamos» algo en la televisión, lo había estado utilizando para ver wasaps, trinos o lo que fuera. Ambos éramos conscientes de que el teléfono estaba en casa, pero no lo encontrábamos a la hora de salir de casa. Mirando y remirando por todos sitios, nada, que no aparecía ni por asomo. El truco de llamar desde otro no servía porque estaba en silencio y no percibíamos la posible vibración, estuviera donde estuviera. Esto mismo nos ocurrió hace años con el teléfono de mi hija, que también estaba en silencio, pero no hubo problemas para recuperarlo fácilmente.

Los teléfonos Android tienen una cuenta de Google detrás. No hay más cáscaras. Y accediendo a esa cuenta desde un ordenador podemos utilizar la función «REPRODUCIR SONIDO» —ver imagen superior de esta entrada, que hará que el teléfono suene, aunque esté en silencio, al mayor volumen, durante cinco minutos. El teléfono de mi hija estaba en su cama entre el colchón y la pared; empezó a sonar y no hubo ningún problema en hacerse de nuevo con él.

Pero claro, si tenemos activa la doble autenticación —también autentificación— necesitaremos el teléfono para poder acceder a la cuenta y a esta función de hacerlo sonar desde un ordenador: círculo vicioso, pescadilla que se muerde la cola… este sistema no nos servía para encontrar el teléfono. Busca que te busca, tuvimos suerte, mucha suerte, porque el teléfono apareció en el fondo de un cajón.

Cuando ocurre un sucedido, lo mejor es aprender de él y tomar medidas para poderlo solventar en la ocurrencia siguiente. Comentado el hecho con mi buen amigo José María, me informó, en el caso de Google, de la existencia de unos códigos especiales de un solo uso, que pueden usarse para acceder a la cuenta como alternativa cuando no tenemos el teléfono disponible. Dicho y hecho, he obtenido, y guardado a buen recaudo, los códigos para mis cuentas y las de mi familia, por si los dípteros, dicho alternativo a por si las moscas que ya popularizara Javier, un concursante del «rosco» hace unos meses. La forma de estos códigos es la siguiente

 



Me he molestado en tacharlos para llamar la atención: no hubiera hecho falta, primero porque no figura la cuenta de Google a la que están asociados y sirva esto como aviso si tenemos códigos de varias cuentas como es mi caso y segundo porque los códigos se pueden pedir repetidamente y la última extracción invalida las anteriores. Por ello, aunque alguien probara con todas o alguna de mis cuentas o las de mi familia, esta imagen está ya invalidada. La recomendación de Google es que imprimamos los códigos, los guardemos en lugar seguro y vayamos tachando los ya utilizados pues son de un solo uso.

Más engorros, más cosas a tener en cuenta, más procedimientos, esto es una pescadilla que se muerde la cola, pero en espiral, esto es sin fin. Y, además… ¿qué pasa con los bancos o comercios? ¿Tienen formas alternativas de acceso si no disponemos del teléfono por la causa que sea? Cuestiones a indagar en los próximos días.

No lo hemos comentado… todavía. Pero el uso del teléfono para identificarnos con el doble factor puede presentar varias opciones: SMS, verificación por mensajes a aplicaciones, authenticator… No quiero alargar más esta entrada, pero mi recomendación es yo lo hago así utilizar el sistema conocido como de authenticator. Yo estoy utilizando la aplicación de Android GoogleAuthenticator, que genera unos códigos temporales de seis cifras que sirven para validar el doble factor de mis cuentas, Pero me he dado cuenta de que este sistema tiene sus inconvenientes y posiblemente vaya a migrar a otra aplicación con más posibilidades: Authy.

Cuando uno se mete en líos, si se quiere tener el jardín un poquito en condiciones, surgen actividades una detrás de otra. Lo dijo el sabio —¿Sócrates? — hace miles de años: «solo sé que no se nada» o lo que es lo mismo, nos queda todo por aprender, si queremos meternos en los charcos y complicarnos la vida.