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domingo, 25 de agosto de 2019

XÏCTOMATL




Refranes y dichos que llevan mucho tiempo entre nosotros pueden verse afectados y sufrir matizaciones en la actualidad: ya no se podrá decir de forma rotunda aquello de «te has puesto rojo como un tomate», porque los tomates, al menos no todos, ya no son de color rojo.


Los tomates rojos que todos conocemos «de siempre» llevan unos quinientos años entre nosotros, desde que los españoles conquistamos México en tiempos de Hernán Cortés, donde los aztecas cultivaban los xïctomatl como alimento, si bien eran originarios de Perú. Por su facilidad de cultivo y sus propiedades alimenticias fueron traídos a Europa hacia 1540 donde se extendieron rápidamente 


¡Aquí hay tomate!


Mis más ancestrales recuerdos del tomate se remontan a mis ocho o nueve años. Pasaba temporadas en verano en el toledano pueblo de mi madre, Torrijos, donde íbamos con mi abuela a visitar a mis tíos y primos. Uno de mis tíos, Rafa, tenía una huerta de la que vivía y en la que cultivaba todo tipo de verduras y hortalizas, bien para la venta directa a sus convecinos bien para usos industriales, como era el caso del tomate. Era un tomate de los llamados de pera, que puntualmente recogían camiones para llevarlos a una fábrica donde se embotaban. 


En aquella época la comida del día no daba problemas pues todos los días del año consistía en lo mismo: por la mañana sopas de pan en leche, algunas veces con algo de canela cuando había, a mediodía cocido madrileño y por la noche los restos del cocido de mediodía, la llamada «ropa vieja». Lo de la cena me resultaba un poco cansado y repetitivo.


Eran otros tiempos y no era extraño que un niño de apenas ocho años se diera completamente solo un paseo hasta la huerta, distante algo más de tres kilómetros del pueblo. Solía acudir por las tardes a «ayudar» al tío Rafa en lo que podía, para luego a última hora de la tarde venirme con él en el carro tirado por una mula que, no se lo pierdan, entraba por el pasillo de la casa hasta el patio trasero donde tenía su cuadra. Antes de venirnos y con el permiso correspondiente, cogía directamente de la mata tres o cuatro tomates que me servirían de cena, una cena un poco diferente a la de los demás como ya he comentado. Si las gallinas habían puesto huevos suficientes ─mi tía también los vendía junto con los productos de la huerta─ convencía a mi abuela para que me hiciera un huevo frito, todo un lujo el día que se podía.


Ya en tiempos más recientes, una de mis cenas preferidas es la de tomate con una lata de atún. A finales del siglo pasado tenía la suerte de tener un compañero de oficina, Pepe, que todos los fines de semana iba a un pueblo de la provincia de Ávila, Sotillo de la Adrada, donde conocía a gente que tenía tomateras. Todos los lunes de temporada, aparecía en la oficina con dos o tres kilos de sabrosos ejemplares que me servían para las cenas de toda la semana en la época en que se cultiva normalmente el tomate, que son los meses de julio y agosto (mencionaré que nunca tomaba las vacaciones en verano pues era cuando mejor se estaba en la oficina). El tomate, una fruta de temporada, ahora está disponible todo el año en los supermercados pues se trae de cualquier rincón del globo, aunque a un alto precio: los tomates, arrancados de la mata cuando no están maduros y conservados en cámaras, cuando llegan al consumidor no saben prácticamente a nada.


Al final yo procuro comer los tomates en su temporada y comprarlos en mercadillos donde los venden los propios hortelanos que los han recolectado el día anterior. Desde hace unos años tengo la suerte de que hay una huerta en el lugar donde paso las vacaciones a cien metros de mi casa. Era casi una rutina diaria a última hora de la tarde acercarme a la huerta y coger directamente de la mata un par de tomates que me servían de cena. El hortelano, Gabriel, me cobraba algunos euros al final de la semana, pero lo de coger tú mismo directamente de la tierra lo que te vas a comer tiene un saborcillo ancestral que ya hemos perdido en la sociedad actual.


Pero hace desde hace tres o cuatro años esta pequeña satisfacción se interrumpió. Una plaga había afectado al cultivo de tomates en la zona de tal manera que la hacía inviable desde un punto de vista comercial: había que gastar más en productos fitosanitarios que lo que luego se obtenía por la venta.


Sin embargo, este año, un día cuando paseaba por los aledaños de la huerta, Gabriel me llamó y me contó una historia. Un amigo suyo, ejecutivo de una gran empresa, es muy aficionado a todo lo relacionado con el tomate. En sus frecuentes viajes a China y a Japón por razones comerciales, este amigo le ha traído a Gabriel unas semillas «nuevas». Gabriel las plantó a principios de verano como curiosidad y para su consumo familiar y la cosa ha funcionado, eso sí, esa zona del invernadero con las tomateras parece un colorín. 


Hoy en día se conocen casi un centenar de variedad de tomates: natural, cherry, kumato, raf, pera… todos ellos disponibles en los supermercados o mercadillos. Pero quién diría que todas las piezas que pueden verse en la fotografía que encabeza esta entrada son tomates. Algunos parecen, por sus colores, formas y tamaños verdaderas ciruelas. Pues todo son tomates, resultado de las semillas de oriente plantadas por Gabriel y que ha tenido a bien regalarme para que los pruebe. Y haciendo abstracción de sus colores, hay que decir que su sabor es magnífico. 


Cómo no se utiliza como tal, pocos sabemos que el tomate es en realidad y botánicamente hablando una fruta, pues en su interior están contenidas las semillas. Aunque el lector ya lo habrá deducido, «XÏCTOMATL» es el nombre azteca asignado al tomate por sus primeros cultivadores allá en México y que derivó en «tomate» en su adaptación entonces castellana y ahora española.




domingo, 18 de agosto de 2019

FOTOGRAFÍA




Los que ya contamos nuestros lustros de vida con números de dos cifras hemos asistido a unos cambios tan profundos que muchas veces nos cuesta asimilarlos. Somos testigos privilegiados, aunque no siempre partícipes, de formas nuevas de hacer y de pensar que si volvemos la vista atrás nos parecen imposibles en tan corto espacio de tiempo. Hay muchos ejemplos y uno de ellos podrían ser las simples viviendas de hace cincuenta años en las que el agua corriente y no digamos el teléfono o la televisión eran conceptos ausentes a los que muchos no tenían acceso en esta España de nuestras entretelas.

Cuando las «cosas» se han digitalizado y han podido ser manejadas por los ordenadores y transmitidas a través de la red, han perdido su corporeidad y, como bien transmite en sus enseñanzas mi admirado profesor y maestro Antonio Rodríguez de las Heras, se han desubicado, pudiendo estar presentes en multitud de lugares en un mismo instante. Un ejemplo de estos cambios vertiginosos es la fotografía.

Hogaño

En un viaje reciente de mi hija con amigas por Europa utilizando InterRail, su primer destino era Bruselas. El primer monumento que visitaron fue el emblemático Atomium. En un instante, multitud de fotografías inundaron los teléfonos de sus familiares y amigos a través de WhatsApp, Instagram u otras. Prácticamente en directo todos estábamos viendo lo mismo que ella y lo teníamos disponible, ya para siempre si sabemos conservarlo, en nuestros dispositivos. Desubicación y momentaneidad multitudinaria en una operación que es común para gran parte de la humanidad en estos días de 2019 pero que era ciencia ficción hace una decena de años tan solo.

Antaño

Mientras recibía las fotografías del Atomium de mi hija, recordaba un viaje en coche que hice en 1981 en el que uno de mis destinos fue también Bruselas. También se hacían fotografías en aquella época, pero de manera dramáticamente diferente. Los entrados en edad recordarán las máquinas fotográficas y sus carretes. ¿Instantaneidad en ver los resultados? ¿Multitud de fotografías? Quía. Conservo más o menos ordenado el archivo de diapositivas de mis viajes y me dio por buscar las fotos que yo tenía del Atomium: dos fotografías, una exterior y otra interior. Únicamente DOS. Los jóvenes se preguntarán el porqué de esa exigua cantidad.

Gran aficionado a la fotografía por aquella época, cargaba en mis viajes una enorme bolsa fotográfica en la que llevaba dos cuerpos de cámara con varios objetivos intercambiables. Lo de los dos cuerpos era para tener la posibilidad de tomar fotos en blanco y negro en uno de ellos y en diapositivas en otro. Las cámaras se alimentaban con carretes de película que por lo común eran de 36 fotografías y que necesitaban un posterior revelado en el caso de las diapositivas y positivado a papel en el caso del blanco y negro o color. En la parte del color, utilizaba como ya he comentado diapositivas y solía hacer bastantes a lo largo del viaje, aunque (muy) pocas de cada lugar, ¿Por qué? Las fotografías hoy en día son (casi) gratuitas y podemos darle al obturador de nuestras cámaras o teléfonos sin preocuparnos del coste.

En aquel viaje que duró casi un mes por diversos países de Europa utilicé 24 carretes de diapositivas, unas 960 fotografías, ya que mis carretes no eran convencionales y los apuraba un poco hasta llegar a las 40 instantáneas. Había que tener en cuenta no solo el precio del carrete sino también el coste de su posterior revelado, aunque los había de algunas marcas como Perutz o Agfa que se adquirían con el revelado ya incluido en el coste. La memoria me puede traicionar y quizá alguien se acuerde con más precisión, pero entre el precio del carrete y su revelado podrían ser unas quinientas pesetas de la época, lo que en este viaje suponía un total de 12.000 pesetas, unos 72 euros al cambio hoy en día. 72 euros en fotos de un viaje hoy en día es incluso mucho, pero 12.000 pesetas en 1980 eran una barbaridad.

Para ahorrar, yo compraba la película en bruto: latas profesionales de 30 metros que había que manejar en el cuarto oscuro para cargar los carretes. Para ello yo me fabriqué con la ayuda de un amigo herrero el artilugio que puede verse en la imagen que acompaña a esta entrada. Una «máquina cargadora» de carretes. Situaba la bobina con los 30 metros utilizando como eje el clásico bolígrafo BIC de la época, exactamente igual en la actualidad, enganchaba con esparadrapo la película en el carrete y con 29 vueltas a la manivela ─según puede verse en la leyenda escrita en la propia máquina, tenía preparado mi carrete de 36. En el caso de las diapositivas para viaje le daba un par de vueltas más, con lo que llegaba a 40, lo que me valía la reprimenda del laboratorio que me amenazaba con cobrarme una cantidad extra por esas tres o cuatro diapositivas de más que tenía cada carrete. Por otras actividades, yo era un buen cliente del laboratorio, PIX se llamaba, y de un año para otro se olvidaban de este pequeño tejemaneje en el número de fotos por carrete.

Hogaño

Una tarea pendiente, eternamente pendiente, es digitalizar mi archivo fotográfico. Miles y miles de diapositivas y negativos en blanco y negro y color esperan pacientemente en sus archivadores en el fondo de un armario a que algún día les llegue la hora de «modernizarse» y ser trasladados a los discos duros y entrar a forma parte de esa globalidad que impera hoy en día. Pero es una tarea ingente que requiere una gran cantidad de tiempo y que voy posponiendo día tras día, pues la selección y escaneo hay que hacerlos con gran disponibilidad de tiempo y recursos.

Por de pronto, envidioso sano, las únicas dos instantáneas del Atomium que yo tomé en 1981 están puestas en modernidad y han conocido las mieles de su puesta de largo en las redes como una respuesta modesta a la inundación actual de mi hija.



sábado, 10 de agosto de 2019

CIRCUNNAVEGACIÓN





Cuando aún no se han apagado los rescoldos del cincuentenario de la llegada del hombre a la Luna, hoy 10 de agosto de 2019, la Humanidad tiene otro motivo de celebración al cumplirse el quingentésimo aniversario de otra de las grandes gestas: la circunnavegación, la vuelta al orbe en barco en la expedición de Magallanes a las Indias por el oeste que pudo finalizar Juan Sebastián Elcano volviendo al punto de partida siguiendo siempre hacia el oeste.


Todas las comparaciones son odiosas, pero hay una diferencia básica que a mí me parece importante entre estas dos expediciones. La misión podía tener éxito o no, pero los astronautas tenían muy claro, milimétrico, el cometido, horarios, duración, comunicaciones con Houston, transmisión por televisión, la temperatura de su hábitat, lo que iban a comer o beber y hasta dónde y cómo iban a hacer sus necesidades. Por el contrario, los 255 marineros, o el número que fuera, que acompañaban a Magallanes no sabían en donde se iban a meter, ni siquiera si el viaje proyectado era posible, ni cuánto tiempo iba a durar ni otras muchas cuestiones que no hace falta mencionar. Los GPS, los motores, la radio, conservantes para la comida… ni otras muchas cosas existían antaño. Justo es aquí hacer mención a la invención de un barco como era la carabela, que con su gran bodega permitía el almacenamiento de víveres e incluso animales vivos y por lo tanto la liberación de tener que navegar a cabotaje, esto es, sin alejarse de la costa.


En treinta años, la humanidad dio un salto importante en la conquista de los mares y en asentar una idea que todavía estaba pendiente de comprobar: la esfericidad de la Tierra y la intercomunicación de todos los océanos existentes en ella. Carlos Martínez Shaw subraya cuatro eventos importantes, claves, que tuvieron lugar en aquella época surcando los océanos:

  • 1492, Cristóbal Colón descubre América.
  • 1498, Vasco da Gama llega a la India.
  • 1513, Núñez de Balboa descubre la existencia del océano Pacífico.
  • 1522, Juan Sebastián Elcano culmina la circunnavegación iniciada en 1519 por Fernando de Magallanes.

Es una muy buena ocasión para los enamorados de la historia el documentarse un poco sobre aquella gesta. Al rebufo de esta efeméride, han retomado prestancia algunos libros y han aparecido otros nuevos. Algunos de ellos son:

  • Pigafetta, Antonio - Primer viaje en torno del globo
  • Zweig, Stefan - Magallanes. El hombre y su gesta
  • Olaizola, José Luis - Juan Sebastián Elcano. La mayor travesía de la historia
  • Higueras Rodríguez, María Dolores & otros - La vuelta al mundo de Magallanes y Elcano
  • Alonso Cabellos, Ricardo - Magallanes y Elcano. Primus circumdediste me. Tal como tuvo que suceder
  • Insua, Pedro - El orbe a sus pies. Magallanes y Elcano, cuando la cosmografía española midió el mundo
  • Comellas, José Luis - La primera vuelta al mundo
  • Sánchez Sorondo, Gabriel - Magallanes y Elcano, travesía al fin del mundo
  • Rodríguez González, Agustín Ramón - La primera vuelta al mundo
  • Villa, Miguel - El gran viaje. La primera circunnavegación de Magallanes y Elcano

Antes de hoy, he leído los tres primeros y leeré algún otro ya con más tranquilidad. Hay que decir que Antonio Lombardo, conocido como «Pigafetta», participó y culminó personalmente la expedición con el objetivo de llevar un diario detallado de los aconteceres que sirvió de base para el libro, por lo que estamos ante un relato de primera mano lo que no quita para que contenga algunas fantasías o licencias interpretativas del autor. El de Stefan Zweig está basado en el anterior y otros estudios de la época y es una EXQUISITEZ, una biografía preciosa en clave de aventura que hará el deleite de cualquier lector, esté o no interesado en el tema.


Abstrayéndonos de si tuya, mía o de ambos, el instigador de la expedición fue Fernáo de Magelhaes, un ciudadano portugués que anteriormente había realizado viajes en barco a las Indias como marinero o soldado. Según se supo, podría tener información privilegiada: «Y lo eran, al proceder del mejor cartógrafo de Portugal, Ruy Faleiro, que había estudiado las cartas de navegación de Martin Behaim y Juan Schoner, ambos con silla en la famosa Tesorería, el lugar donde los reyes portugueses guardaban los libros de bitácora y cartas de marear de sus excelentes navegantes». Aunque trató de obtener apoyo y financiación del rey portugués, este se la negó repetidamente, por lo que se dirigió a España y el emperador Carlos I tuvo a bien, junto con algunos acaudalados comerciantes, auspiciar y financiar la expedición que pese a todos los inconvenientes fue preparada por Magallanes en tan solo cinco meses, zarpando un 10 de agosto de 1519 del puerto de Sevilla en cinco naos ─Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago─, con 256 hombres, o algunos menos quizá, de varias nacionalidades: españoles, italianos, franceses, alemanes, flamencos, portugueses, africanos y árabes.


Se enfrentaban a lo desconocido, no sabían a ciencia cierta en la odisea en la que se estaban metiendo. Un periplo de poco más de tres años lleno de misterios, tempestades, tormentas, traiciones, hambrunas epidemias, motines, deserciones… y una miríada más de vicisitudes, entre las que se incluyen el llamado «Fuego de San Telmo» o la muerte del propio Magallanes en una batalla mal preparada contra indígenas desharrapados que peleaban con lanzas de puntas de hueso contra corazas, arcabuces y ballestas. Finalmente, en un solo barco, el Victoria, 19 supervivientes en un estado lamentable consiguieron arribar al puerto sevillano del que habían partido un 8 de septiembre de 1522. Otros 17 supervivientes más que por diversas circunstancias habían quedado en el camino llegaron meses o años más tarde:


El hombre había conquistado los mares. El orbe era uno, era global. Y la esfericidad de la Tierra y su tamaño quedaba verificada sin posibilidad de pábulo a más explicaciones. Una (no tan) pequeña navegación para unos hombres, pero una navegación importante para la Humanidad» que hubiera dicho un Neil Armstrong de la época. Por esta vez, no solo el superviviente, Juan Sebastián Elcano se llevó la gloria, sino que siempre se habla en conjunto de Magallanes y Elcano como los primeros en dar la vuelta al mundo, aunque en realidad y académicamente, fue un esclavo de Magallanes, Enrique, el que lo logró por primera vez, pero esa es otra historia que habría que descubrir en las lecturas…


El viaje duró tres años. ¿Celebraciones? Por el momento paree que los medios se están haciendo eco de este evento y hay una página web que parece oficial relativa al asunto.