Buscar este blog

domingo, 27 de junio de 2021

DORMIR

 
 

El sueño es un asunto vital en la vida de los seres vivos. En la especie humana, deberíamos pasar casi un tercio de nuestras vidas durmiendo, más horas cuando somos niños y jóvenes y menos cuando ya vamos alcanzando las últimas etapas. Un sueño reparador es básico para la regeneración del cuerpo y para estar disponible y con todas las garantías al día siguiente para realizar los cometidos a los que nos dediquemos.

Cada persona y en cada etapa de su vida es un mundo a la hora de cerrar el ojo. Es verdad que hoy en día ya no es como antaño, porque los ritmos existenciales han cambiado mucho con la vida moderna desde que la luz eléctrica permitió a la humanidad dominar a la noche y seguir la vida como si tal cosa. De hecho, gran parte de las actividades humanas tienen lugar cuando el astro sol se ha ocultado y lo de «vivir con la luz natural» ha pasado a mejor vida. Los turnos de trabajo rotatorios hace años que se impusieron y son un ataque directo a los tiempos de sueño.

Durante (casi) toda mi vida he dormido bien, como un lirón que se dice o como un bebé que también se suele decir. He dormido poco, unas seis horas diarias más o menos, que no son muchas horas, pero las dormía intensa y profundamente y al día siguiente me encontraba como nuevo. Pero hace una decena de años ese sueño reparador e intenso se vio truncado y ahora es muy esporádico el que me levante un solo día con la sensación de haber dormido bien. La culpa la achaco a la intención de mi doctora de cabecera de reducir mis niveles de colesterol a base de pastillas, las malditas (para mí) Estatinas, que me redujeron el colesterol y me hicieron un gran estropicio en muchas otras cosas, entre ellas el sueño.

En el folleto de este tipo de medicamento se puede encontrar la siguiente información en cuanto a sus posibles efectos adversos: «Trastornos del sueño, incluyendo insomnio y pesadillas». Es evidente que todo depende de cada persona, pues hay miles y miles de personas que lo toman, conozco a más de una, y no manifiestan tener problemas de sueño. Pero, qué casualidad, mis primeros problemas con el dormir empezaron claramente cuando empecé a tomar este «veneno».

A medida que pasan los años me cuesta más y más conciliar el sueño. Consigo dormir algo menos de cuatro horas de un tirón y ya, pero eso solo en condiciones normales, pues cuando se produce alguna alteración vital, lo de que vaya llegando la noche es un verdadero suplicio. En este último mes y medio desde que sufrí una operación de prótesis de rodilla, la llegada de la noche es la anticipación de un verdadero calvario.

Quedan dos posibles soluciones básicas: la primera, la pasiva, la médica, es empezar a tomar pastillas para dormir, opción que descarto de raíz. La segunda, la activa, es tomar medidas y hacer todo lo posible por conseguir un sueño reparador por procedimientos naturales.

Las acciones conocidas como higiene del sueño las observo desde hace muchos años: irme a la cama a la misma hora todos los días, oscuridad, temperatura de la habitación, no comer o beber o hacer ejercicio desde tres horas antes, nada de aparatos electrónicos —móvil, TV., radio…— en la habitación, colchón, almohada… en fin, lo ya consabido desde siempre. Pero esto ahora no es suficiente.

Un remedio natural de toda la vida es la toma de triptófano antes de irse a dormir: un vaso de leche caliente, pero he notado que no me sienta bien y me revuelve el estómago al día siguiente; se ve que cada vez tomo menos o nada de leche y mi organismo no la tolera. Otro remedio natural es la melatonina. Se puede encontrar en farmacias o herbolarios en píldoras de 1,9 mg. Lo usual es tomar una, media hora antes de irse a dormir como inductora y mantenedora del sueño. Yo estaba tomando dos y desde ayer, siguiendo recomendaciones de mi amigo y médico Jorge estoy tomando tres. Pero esto no es cosa de magia, por lo que veremos en los próximos días como marcha este incremento de la cantidad.

En alguna ocasión, esporádica, y también bajo recomendación médica he tomado a media noche un comprimido de Dormidina, ya bajo el concepto de medicamento, pero admitida su toma esporádica sin problemas ni condicionamientos. No tengo la sensación de que haya sido la solución y al poco rato me haya hecho efecto y haya caído dormido como una marmota.

Lo de estar despierto en la cama no va conmigo, no lo ha ido nunca; el magín empieza a dar vueltas, a pensar en cosas a llevar a cabo al día siguiente y eso es contrario al sueño que necesita relajación y dejarse llevar. Aquí ha entrado de nuevo mi amigo Jorge recomendándome la escucha en esos momentos de música relajante con meditación guiada. Será mi siguiente opción a partir de ahora. En Youtube hay un canal llamado «Meditación3» con una variada oferta de meditaciones guiadas para diferentes aspectos, tales como ansiedad, autoestima, mindfulness y… dormir. Me he descargado unas cuantas, de diferentes duraciones, con la aplicación «AtubeCatcher» en formato MP3 y las he puesto en el móvil. Dejaré el móvil, por supuesto apagado, en la mesilla con los cascos y en caso de despertar a media noche me enchufaré estas meditaciones con música relajante a ver si consigo volver a conciliar el sueño.

Y si esto tampoco funciona, habrá que seguir investigando lo que sea: todo menos abandonarse a las pastillas para conseguir un sueño reparador.




 

domingo, 20 de junio de 2021

FIRMA


Esta semana ha finalizado un magnífico curso monográfico realizado de forma telemática en la Universidad Carlos III de Madrid bajo el título «La deconstrucción del Estado Español». 45 horas de deleite disfrutando del magnífico profesor Eduardo Juárez Valero en el que se ha desgranado la historia de España en los últimos siglos, focalizando en el XIX, y que sirve para entender las turbulencias en temas de gobierno, quizá hubiera que utilizar desgobierno, que hemos arrastrado a lo largo del siglo XX y todavía siguen lastrando nuestra actualidad.

Como parte del curso, el profesor nos obsequiaba semanalmente con lo que él denominaba «joyas», documentos especiales complementarios al tema tratado. Revisando y archivando informáticamente los documentos del curso, he reparado en algunos de ellos pertenecientes a distinguidos personajes de la época, y especialmente en sus firmas. En la imagen la firma de Ramón María Narváez.

La firma es un asunto que en los últimos tiempos ha caído en gran desuso. La ausencialidad en la gran mayoría de actos que otrora eran presenciales, ha relegado al olvido la firma y la ha sustituido por certificados electrónicos u otros medios. He intentado recordar en que momento firmé algún documento con mi firma y, si la memoria no me falla, me tengo que retrotraer varios años a un asunto notarial.

Pero antaño la firma era un asunto importante y vital. El diccionario la define en sus dos primeras acepciones como «Nombre y apellidos escritos por una persona de su propia mano en un documento, con o sin rúbrica, para darle autenticidad o mostrar la aprobación de su contenido» y «Rasgo o conjunto de rasgos, realizados siempre de la misma manera, que identifican a una persona y sustituyen a su nombre y apellidos para aprobar o dar autenticidad a un documento».

Todas las personas se enfrentan, cada vez más tarde, a la necesidad de disponer de una firma con la que signar ciertos documentos como por ejemplo el DNI o el pasaporte, pero llegan a ellos sin una firma clara y asentada, a la que a mi modo de ver no le dan demasiada importancia. Mi hija, por ejemplo, ha tenido tres documentos nacionales de identidad y la firma en cada uno de ellos es distinta.

En mi caso, la historia fue más perentoria. A los 13 años empecé a laborar como administrativo en una oficina de una empresa de construcción. Desde el primer día la firma era necesaria para autentificar documentos —a pesar de mi edad era considerado un administrativo más de la oficina—. Se necesitaba una firma consistente y que fuera suficientemente compleja. Pasé varios días entrenando la que hoy en día, más de cincuenta años después, sigo teniendo. La cosa se complicaba, porque además era necesaria una segunda firma, con denominación de visé, palabra que no he encontrado en el diccionario y consistía en un garabato más sencillo que me identificara y que tenía que poner en ciertos documentos internos, por ejemplo albaranes o notas, para dejar claro quién los había revisado. Me hice con una firma y un visé en unos días a requerimiento del jefe de la oficina.

Hubo una anécdota curiosa más. Los sábados, día laborable antaño, era el día de pago semanal a los operarios de la empresa. Se preparaban las nóminas y los sobres el viernes por la tarde de forma que yo me acercaba al banco a primera hora del sábado a retirar el dinero, que repartía en los sobres y llevaba en mi bicicleta a los tajos para entregárselo a los obreros previa firma de la nómina correspondiente. Insisto en lo de semanalmente. La anécdota es que, de acuerdo con mi jefe, yo llegué a imitar perfectamente su firma, de forma que, al llegar al banco, el director perfectamente conchabado con mi jefe, me daba un talón de ventanilla que firmaba en su despacho como si fuera mi jefe. ¡Qué cosas! Esto tenía una razón para hacerse así: mi jefe no siempre estaba en la oficina a última hora del viernes por la tarde para firmar personalmente el talón bancario.

Hogaño no se firman talones, instancias, solicitudes, peticiones… Muchas de las actuaciones se hacen de forma electrónica mediante certificados digitales o algunas aplicaciones especiales o, simplemente, no se firman. La evolución de los medios telemáticos ha llevado a dejar la firma personal en un asunto secundario al que los jóvenes, lo veo por mis hijos, no dan la mínima importancia, por no decir ninguna. Lógico, pues lo que no se utiliza cae en desuso. Por más que les insisto en que dediquen un tiempo a disponer de una firma personalizada, no hay manera.



domingo, 13 de junio de 2021

-ANDO


 

Llevo varios meses procrastinando el escribir esta entrada, pero llega un momento en que, tras verla semana tras semana, hay que borrarla y olvidarla para siempre o…. acometerla. Vamos con ella.

He buscado en varios sitios sin encontrar que la grafía «-ando» aparezca como si fuera un posible sufijo. La primera impresión es que se trata de la construcción del gerundio de los verbos regulares que acaban en «ar» como amando para el verbo amar. Es uno de los tiempos fáciles que todos recordamos, aunque hayamos puesto en un rincón de nuestro olvido la conjugación de los verbos regulares. Otra cosa es si nos preguntasen por alguno de los tiempos verbales, especialmente del subjuntivo. Suelo ver a diario el programa «Pasapalabra», solo la parte final, el «Rosco», donde con cierta frecuencia aparecen preguntas de este tipo a los concursantes. Me conjuro una y otra vez para repasar la construcción de los tiempos verbales, pero no acabo de hacerlo.

Hay un vocablo que huele un poco a esto del gerundio, pero convertido en sustantivo. Si hablamos del verbo «doctorar», su gerundio sería «doctorando», pero este vocablo aparece aislado en el diccionario oficial como sustantivo, válido para masculino y femenino, con el significado de «persona que está próxima a recibir la borla y grado de doctor».

Todas estas divagaciones han derivado de la lectura de un libro titulado «La vida negociable», del autor Luis Landero. Los autores pueden inventarse palabras no registradas oficialmente como una argucia para llevar a sus lectores por vericuetos insondables. Me viene a la mente ahora el término «mochufas» que ya inventara y utilizara el autor Santiago Lorenzo en su magnífico libro «Los asquerosos» y que utilizaba para designar a los «finesemaneros» —esta me la he inventado yo— que se desplazan de la ciudad a los pueblos para romper su tranquilidad con ruidos y barbacoas.

La palabra concreta que aporta Luis Landero es «pelucando». Como el lector podrá suponer, no está registrada en el diccionario, pero por analogía a la de doctorando se trata de una persona a la que se la está cortando el pelo. Al igual que al doctorando se le está enseñando para convertirse en doctor, al «pelucando» se le está cortando el pelo para convertirse en «pelucado». Todo esto sería posible y probable si existiera el verbo «pelucar» en nuestro diccionario, cosa que no ocurre… por el momento.

Claro que, entre doctorando y «pelucando» hay una diferencia: el primero está realizando acciones de forma activa para conseguir algo mientras que el segundo está pasivo. También está registrado en el diccionario el sustantivo educando con el significado lógico de «que está recibiendo educación».

A raíz de todo esto, he intentado exprimir un poco el diccionario para realizar búsquedas avanzadas, tales como… todos las sustantivos que acaben en «ando» o en «endo», pero no he sido capaz de encontrar la forma de hacerlo. Una tarea que me queda pendiente porque hay algunos sitios conocidos como «Corpus» donde las búsquedas pueden ser más exhaustivas y no tan rígidas cómo las propuestas por la Real Academia Española en su página oficial.

Y a raíz de todo esto, la palabra «maquillando» podría tener el mismo sentido que el «pelucando» empleado por Luis Landero: persona que está siendo maquillada. Y así podríamos seguir buscando otras. Una manera de entretenerse.