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domingo, 27 de octubre de 2019

eSOBRESALTO



Vivimos en la era de la inmediatez, todo tiene que ser en el momento o cuanto antes mejor. La tecnología ha puesto en nuestras manos esos archiperres llamados smartphones que nos mantienen conectados permanentemente al mundo. Para lo bueno y para lo malo, añadiría yo. Siempre la cuestión central es el uso que les demos y los que les dejemos incidir en nuestro devenir diario. La opción de desconexión y apagado siempre estará en nuestras manos. Pero el hecho real es que los llevamos permanentemente encendidos y encima, hasta cuándo vamos a visitar al amigo Roca.

El pasado martes estaba escuchando placenteramente una formidable charla sobre tecnología con el teléfono en el bolsillo, puesto en vibración y con el bluetooth activado, para que las notificaciones me llegasen al reloj de pulsera donde las puedo leer con discreción. Un mal uso de la tecnología por mi parte porque no estaba esperando ninguna llamada o mensaje importante. En plena charla me vibra el teléfono y el reloj y puedo leer que se trata de un correo electrónico de una empresa desconocida para mí, TELEFÓNICA CONSUMER FINANCE, en adelante TCF, en el que, entre otras cosas, me informaban con gran familiaridad que… «tu solicitud de préstamo ha sido pre-autorizada y adjunto encontrarás el contrato que has firmado digitalmente» Adjunto venía un documento en formato «.pdf» que lógicamente no abrí siguiendo las reglas elementales de no hacerlo con enlaces desde un correo y menos de desconocidos.

Yo no había pedido ningún préstamo a esa empresa y mucho menos había firmado, ni digital ni personalmente, ningún contrato. ¿Qué leñes me estaban contando? ¿Se trataba de una suplantación de personalidad? ¿Un timo por internet de esos que tanto abundan? A pesar del tremendo interés de la conferencia, la bilirrubina iba subiendo poco a poco, tanto que me daban ganas de marcharme al ordenador de casa para, con más tranquilidad y herramientas, ver lo que estaba ocurriendo. Aguanté la charla con cierta impaciencia y al terminar la misma salí echando chispas.

La empresa que me mandaba el correo existía. Descargué con seguridad el documento adjunto, le escaneé con mi antivirus para detectar posibles enjuagues y finalmente viendo que estaba limpio, le abrí. Asunto aclarado. No había por qué preocuparse… esta vez.

«Más conectados, más vulnerables». «Si desea estar seguro al 99%, solo cierre la puerta, desenchufe su Ethernet y apague su WiFi». 

Creo que esto solo sería cierto para aquellas personas, si es que existe alguna, que nunca hubieran tenido conexión en casa, nunca hubieran tenido teléfono inteligente y nunca hubieran usado internet. Alguna persona de estas características habrá, pero me temo que serán muy pocas. Por otro lado, tiene que haber bastantes tocayos míos en el mundo y también con mi mismo primer apellido, que es bastante común sin ser García, Rodríguez y González, que pasan por ser los más comunes seguidos, de Fernández, López, Martínez, Sánchez, Pérez, Gómez y Martín en el ranking de los diez primeros según el I.N.E.. A igualdad en el nombre y primer apellido y hablando del mundialmente conocido y usado servidor de correo Gmail, lo normal es que se produzcan errores en la toma del correo y en su incorporación a las bases de datos si no se tiene cuidado.

Pero una cosa elemental que muchas empresas hacen, y deberían hacer todas, es verificar el correo antes de usarle como bueno, cosa que estos de TCF no han hecho, dando por bueno un correo electrónico que no corresponde a su cliente real. En el documento en PDF del citado contrato que me han remitido desde TCF figuran todos los datos, todos, de una persona que se llama como yo aunque su segundo apellido es diferente, con su domicilio, su DNI, sus teléfonos fijo y móvil, su estado, su situación laboral, sus ingresos mensuales, su cuenta corriente… ¿Qué más datos hacen falta de un persona? Faltan la altura, color, talla de calzoncillos y el equipo de fútbol de sus entretelas. ¡Madre mía!

Y esto no es un caso aislado. Esta misma situación me está ocurriendo en estos días con varias empresas, media docena, entre las que se encuentran, vaya nivel Maribel, MAPFRE y UBER, que se suponen empresas serias como la (¿ínclita?) TCF. ¡Menuda fiabilidad! Mapfre insiste una y otra vez en mandarme contratos y partes de un tocayo que vive en Huelva y UBER tiene a bien ofertarme sus servicios y comunicarme los viajes que hago por la República Dominicana utilizando sus servicios. El lector puede pensar que esto es un relato de ciencia ficción que me estoy inventando…

 


No comento otros casos porque son de empresas de publicidad, de venta por internet y similares que están a la caza de direcciones de correo para mandarte todo tipo de información que tú no has solicitado, ni autorizado y que mando directamente a la carpeta de «correo no deseado» cuando no son directamente tirados por los servidores a la de «spam».


En fin, los sobresaltos están a la orden del día. Por el momento son solo eso, e-sobresaltos, pero viendo los niveles de profesionalidad que tienen ciertas empresas en el control de sus procesos y sus datos, mucho me temo que más de uno, yo puedo ser uno de ellos, acabará cayendo en cualquier trampa informática de las muchas que circulan por internet. Al tocayo de MAPFRE me molesté en llamarle por teléfono y me dijo que lo iba a arreglar, pero se ve que o bien no lo ha hecho o bien MAPFRE es incapaz de arreglarlo. Lo de UBER ahí está, me divierte ver por «dónde estoy de vacaciones» en la República Dominicana. Y a los de TELEFÓNICA CONSUMER FINANCE les he mandado un par de correos a su servicio de atención al cliente que me ha respondido que se limitan a registrar el correo que les facilita el cliente.

Se constata que esas cosas de la Protección de Datos les traen muy mucho sin cuidado a algunas empresas. Apañaos estamos. Vamos más de culo que san Patrás en estos asuntos de la tecnología mal utilizada.





domingo, 20 de octubre de 2019

PILATES




Aunque pudiera parecer lo contrario, el vocablo «pilates» está incorporado en el diccionario de la Real academia. Su significado es «método gimnástico que aúna el ejercicio corporal con el control mental, basado en la respiración y la relajación». El nombre viene de su desarrollador, Joseph Hubertus Pilates, hace ya cien años. Creo que hoy en día se aplica más a ejercicio físico corporal que a controles mentales. Y precisamente en esa parte, la mental, la cerebral, es donde quiero fijar mi atención en estas líneas.

En una conferencia he escuchado esta semana que el 10% de las personas españolas mayores de 70 años padece Alzheimer. Así, a bote pronto, me parece una cifra desmesurada y aunque supongo que habrá estadísticas, no voy a perder tiempo en buscarlas; me parece una enormidad, y punto. En los medios oímos y vemos muchas cifras y muchas estadísticas que no contrastamos y de las que nos fiamos, pero no siempre son correctas. En todo caso, afectados de Alzheimer entre las personas mayores, como se dice de las brujas gallegas, haberlos… hailos.

La ciencia médica está haciendo todo lo que puede para averiguar las causas de esta terrible enfermedad que no solo afecta de forma profunda a quien la padece sino a todo su entorno. Pocas soluciones médicas hay por el momento, pero por mis observaciones personales, de un absoluto profano en la materia, creo que las personas podemos poner algo de nuestra parte para evitarla o al menos retrasarla, caso de que nuestros genes se revelen como predispuestos a sufrirla.

Semanalmente me reúno con un grupo de alrededor de cuarenta personas, mayores o más que mayores, para darnos charlas entre nosotros y compartir experiencias de la vida que siempre son interesantes. Todos, de alguna manera, tenemos algo que decir o compartir y cuando menos este tipo de eventos son buenos, como ahora veremos, para desarrollar la mente. En esta semana, uno de los asistentes, Ángel, nos habló de la memoria y diferentes ejercicios y técnicas para potenciarla. Al final, en un punto que tituló «Pilates mental» nos ofreció una serie de ejercicios para tener la «azotea» lo mejor amueblada posible ejercitándola, lo que, en mi opinión, es un buen remedio para estar preparados en caso de que el alemán ese como se llame intente visitarnos y quedarse con nosotros. 

Como este blog me sirve de documentación personal, a continuación relaciono los ejercicios que allí se nos recomendaron con algunos pequeños comentarios.

Leer en voz alta. Bien estando solos o en compañía, la lectura en voz alta estimula áreas cerebrales diferentes a las que se utilizan en una simple lectura. Lo ideal es tratar de, al mismo tiempo, retener lo que estamos leyendo.

Escribir a mano. En la actualidad, el uso de ordenadores y dispositivos móviles ha relegado la escritura a mano casi a la nada. Es frecuente ver en las clases a los alumnos tomando apuntes directamente en tabletas u ordenadores personales. Escribir a mano, intentando mejorar nuestra caligrafía, recreándose en las palabras escritas, es una buena forma de ejercicio cerebral y de relajación. Podemos copiar textos de un libro que estamos leyendo o escribir por escribir ideas que nos vengan a la mente. Y si nos gusta escribir a estilográfica y disponemos de una de nuestro agrado, mejor que mejor, aunque luego el papel lleno de frases inconexas vaya a la papelera.

Aprender cosas nuevas. Con la edad se tiende a caer en las rutinas en las que nos encontramos cómodos y rechazar en un primer momento cualquier novedad. Recetas de cocina, clases de yoga, idiomas, cursos MOOC… cualquier actividad que represente una novedad mejorará nuestras conexiones neuronales y mantendrá nuestro cerebro en forma y activo.

Cambiar nuestras rutas habituales. Una de las cosas de las que vamos disponiendo a medida que nos vamos haciendo mayores es de tiempo. Bueno, esto es relativo, pero tenemos más capacidad para decidir cómo lo empleamos. Ir a los sitios por diferentes caminos, bien sea en coche o andando, estimulará nuestros mapas mentales y nos forzará a estar atentos al cambio en lugar de acomodarnos en lo ya conocido.

Cambiar rutinas. Aunque desde el punto de vista médico nos aconsejan ser metódicos en nuestros horarios de comidas, siesta o irse a dormir, un cierto grado de entropía en otras actividades nos vendrá bien. Por ejemplo, podemos leer el periódico un día por la mañana y otro por la tarde, o ir a comprar el pan a sitios diferentes cada día. Cualquier alteración es buena para nuestro propósito de ejercicio mental.

Hacer nuevos contactos sociales. Por lo general solemos ser reticentes a establecer nuevas amistades, pero está demostrado que esas nuevas interrelaciones pueden propiciar nuevos aspectos a desarrollar en nuestras vidas. La asistencia a conferencias, cursos para mayores o clases de dulzaina nos podrán en contacto con otras personas con las que podemos llegar a desarrollar nuevas actividades que siempre serán positivas desde el punto de vista de nuestra inteligencia y nuestro desarrollo personal.

Hacer cosas con la mano contraria. Si somos diestros, tratar de escribir con la mano izquierda. O abrir la cerradura de la puerta de nuestro portal con la mano contraria, o los días pares con la derecha y los impares con la izquierda. Hay multitud de actividades que realizamos con nuestra mano preferente y que podemos realizar con la otra sin mucho esfuerzo. Y lo que suponga un esfuerzo, como el caso de la escritura, mejor para nuestros propósitos. Y si somos constantes, llegaremos a realizarlo con una cierta destreza.

Adivinar cosas. Proponer a nuestra pareja o amigos que coloquen objetos en una bolsa y nosotros, con el tacto y con los ojos cerrados, tratar de adivinar de que se trata. El ponente no lo dijo, pero hacernos «ciegos» por algunos momentos y caminar por la casa o entornos no peligrosos con los ojos cerrados es un buen ejercicio también, así como tratar de hacer ciertas actividades sencillas a oscuras.

Salir al campo con la intención de hacer cosas que no hayamos hecho con anterioridad, tales como oler la vegetación, escuchar los sonidos, respirar profundamente, fijar la vista en zonas concretas cercanas o lejanas, tratar de establecer formas conocidas para las nubes…

Cambiar de sitio las cosas es otra forma de luchar contra las rutinas, pero, ojo, apuntemos donde las ponemos, que pudiera ser que cuando las necesitemos no las encontremos. 

Estos son los aspectos que el bueno de Ángel nos comentó en su charla y que todos deberíamos (intentar) seguir en la medida de nuestras posibilidades, para llevar una vida más placentera y alejar de nuestra compañía, entre otras cosas, al odioso alemán ese. Hay muchas más actividades a poco que busquemos en internet, como, por ejemplo, contar hacia atrás —de siete en siete mejor que de uno en uno—, hacer cosas como antes evitando la comodidad de la tecnología, dibujar y colorear —mándalas por ejemplo—, contar palabras de un texto de forma visual sin seguirlas con el dedo, hacer pasatiempos tales como sudokus, crucigramas o sopas de letras, y otras muchas más posibilidades. Vamos a ello, pongamos nuestro cerebro a ejercitarse. 


domingo, 13 de octubre de 2019

LLAVE (2de2)





A continuación, la conclusión del relato iniciado en la entrada de la semana anterior. Como dice José María del Val en los inicios de su novela «Llegará tarde a Hendaya», premio Planeta 1981… «resulta innecesario señalar que cuanto aquí se narra es fruto de la imaginación, y que difícilmente habría podido suceder… Se han incluido, además, varias imprecisiones y errores poco significativos que no desvirtúan, sin embargo, la veracidad de algunos hechos de primer orden reflejados en este relato…»



Pasaron los tres primeros días de la semana sin que hubiera ninguna noticia de Mencía y sin ninguna alusión por parte del camarero del bar. Víctor estaba pesimista, pero el jueves, pasadas las nueve, sonó el teléfono de su mesa.

—Buenos días, quisiera hablar con Víctor, por favor— dijo una voz al otro lado del auricular.

—Buenos días, yo soy Víctor, ¿con quién hablo?

—Hola. Soy Mencía León. Un primo mío segoviano me ha dado su nombre y su teléfono y me ha dicho que tiene Vd. algo que perdí la semana pasada. Se trata de un monedero con algunas cosas y algo de dinero. Lo he buscado como loca, pero no recuerdo donde lo perdí.

—Efectivamente, se trata de eso, lo tengo aquí y me gustaría devolvérselo tal y como lo encontré. Tendríamos que ponernos de acuerdo para vernos, respondió Víctor. 

—Pues dígame, voy donde me indique y a la hora que mejor le convenga.

—Yo hasta las seis de la tarde estoy en mi trabajo, en la zona de Arganzuela.

—¡Qué casualidad! Yo también trabajo en Arganzuela, contestó Mencía. Víctor pensó que quizá Mencía conociera el bar donde habría encontrado el monedero si por casualidad lo frecuentaba como hacía él.

—¿Conoce el bar Acaldo? Está cerca de mi trabajo y podría escaparme un momento a cualquier hora del día para devolvérselo.

—Claro que lo conozco, voy de vez en cuando con mis compañeros y también está cerca de mi trabajo. Concretamos una hora y nos vemos allí. 

—Hoy me va a ser imposible, pues salgo ahora mismo para una reunión fuera de la empresa y ya no volveré por aquí en todo el día, pero mañana, viernes, escoja una hora, nos encontramos en el bar a tomar un café y se lo devuelvo. 

—A la hora del desayuno, a las diez y media, ¿está bien?

—Perfecto, mañana nos vemos. Mido 1,72, complexión normal, pelo canoso con entradas y barba y bigote también canosos. Y llevaré un plumas azul oscuro con las hombreras amarillas para que pueda reconocerme.

Pasó Víctor el resto del día exultante por haber visto cumplidos sus deseos y poder devolver el monedero tras haber triunfado en sus pesquisas como aprendiz de detective. Cuando se lo contó a su mujer por la noche no cabía en sí de gozo.

A la mañana siguiente dijo a su jefe que iba a salir un momento a desayunar fuera y a las diez y veinticinco ya estaba en la barra del Acaldo tomando un café. Al rato entraron en el bar dos policías nacionales que se dirigieron a él y le rogaron que les acompañara. Muy nervioso, Víctor preguntó que de que se trataba y les pidió cinco minutos pues estaba esperando una cita. Los policías le dijeron que no se preocupara y que podían esperar esos cinco o diez minutos tomando un café. Mil posibilidades bullían en la cabeza de Víctor y encima Mencía no aparecía. Al final, los dos policías y él anduvieron las dos manzanas que les separaban de la comisaría del barrio.

Le acompañaron hasta la antesala de un despacho que tenía la puerta cerrada y los estores de la cristalera bajados. A los pocos minutos, una persona que se marchaba le indicó que entrara. Con los nervios a flor de piel, Víctor entró al despacho donde estaba una mujer que se levantó como un resorte para saludarle. Era delgada, fibrosa, muy bien vestida, con el pelo negro recogido en una coleta y una mirada penetrante desde sus ojos negros como la obsidiana.

—Soy Mencía. Vd. debe ser Víctor ¿Que tal? ¿Podemos tutearnos? Muchas gracias por venir.

La tensión acumulada por la situación dejó a Víctor con una flojera que a duras penas le permitió sentarse en la silla que Mencía le ofrecía. Una vez recuperado, sacó de su bolsillo el monedero y se lo tendió a Mencía a través de la mesa.

—Está tal y cual lo encontré la semana pasada en la repisa bajo el mostrador del bar. Un carnet, el dinero y una llave que por cierto me tiene muy intrigado.

—El carnet y el dinero son casi lo de menos, aunque es un pellizco. Lo importante para mí es precisamente esa llave que te tiene intrigado. La gente normal las llama esposas, pero esas son las que tienen maridos. Nosotros los llamamos grilletes y comprenderás lo importante que era para mí que esa llave no caiga en manos indeseadas. Me podría haber causado grandes disgustos.

—Vaya, que curioso, nunca lo hubiera pensado. En fin, me alegro de habértelo devuelto y más por esta cuestión.

—La alegría es mía. Sabes que por ley te corresponde un diez por ciento del dinero…

—De ninguna manera, no lo puedo aceptar. Tú eres su legítima propietaria y no se hable más. Si acaso algún día un café en el Acaldo donde te estaba esperando cuando llegaron tus dos… ¿compañeros? ¡Menudo susto me han metido en el cuerpo!

—Sí, eso, compañeros, bueno, más bien subordinados. Pero me gustaría que me aclararas una cuestión, si no te importa, dijo Mencía. Por más que lo pienso, no se me ocurre cómo me has localizado. ¿Hablaste con la empresa NEKRO? ¿Te facilitaron ellos mi dirección? No deberían de haberlo hecho…

—De ninguna manera. Ya que estamos en una comisaría y tú debes tener un cargo importante por lo que parece, te diré, sin citar nombres, que ha sido a través de un contacto que tengo en las oficinas de Hacienda…

FIN