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domingo, 30 de junio de 2019

LOGÍSTICA




Tenemos que reconocer que hay ciertas cosas que empiezan a írsenos de las manos. Todo dependerá de nuestra edad y nuestras experiencias, pero empiezo a pensar que ciertas actuaciones con las que convivimos últimamente tienen poca razón de ser. Tratas de minimizarlas y al final no salen las cosas como tú has pensado y consigues el efecto contrario. Viene bien, y me gusta hacerlo con frecuencia, acercarse al diccionario para matizar el significado de algunas palabras. Logística aparece definido en su cuarta acepción como «Conjunto de medios y métodos necesarios para llevar a cabo la organización de una empresa o de un servicio, especialmente de distribución». Este asunto de la distribución es el objeto de mi comentario de hoy.

Todas las personas tenemos algunos fetiches, algunas cosas u objetos que no tienen ningún sentido para otros pero que al tocarlos o recordarlos evocan momentos de tu vida que te hacen sentir una pizca de felicidad que siempre viene bien en este mundo donde la alegría es muy efímera y la tristeza anida en nuestro corazón y se resiste a abandonarlo. 

Hace ya muchos años, treinta y nueve para ser exactos, durante un viaje por Turquía compré como recuerdo en el Gran Bazar de Estambul un pequeño ajedrez; el tablero estaba realizado en dos tipos de madera —una de ellas era ébano— y no mediría más allá de 25 centímetros, un tamaño que me permitió traerlo en la maleta. Las piezas estaban talladas de forma manual y tosca: las blancas en mármol y las negras en… obsidiana. Un nuevo acercamiento al diccionario nos revela que la obsidiana es una «roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro. Es un feldespato fundido naturalmente, con el que los indios americanos hacían armas cortantes, flechas y espejos».

Por razones que no vienen al caso y aunque lo recuerdo en muchas ocasiones, este ajedrez ya no se encuentra en mi poder, pero me ha quedado un cierto gusto por los objetos de obsidiana. No es que los busque con ahínco, pero cuando me los encuentro me producen un pequeño placer. Hace un par de años, en un paseo por Salamanca entramos en una tienda de minerales en la que tenían un pedrusco de obsidiana, bruto, sin tallar, a un precio algo alto, pero lo adquirí para usarlo como pisapapeles en mi escritorio. Le vemos a continuación.


 A pesar de su espectacular subida de precio en la última cuota, sigo manteniéndome por ahora como cliente prime de Amazon. Pagas tu recibo y durante todo el año siguiente tienes una falsa sensación de que el coste de los envíos de los objetos que pidas son gratis. Al final, entre lo que pides tú, los miembros de tu familia y los de algún vecino o amigo que saben que lo tienes y les haces el favor, la cosa cuadra y compensa, además de la comodidad. Ya he comentado en entradas anteriores lo bien que funciona Amazon y, lo que es más importante, funciona mejor cuando hay incidencias, cosa que no se puede decir de otros servicios. Ahora mismo estoy inmerso en un envío con un objeto de otra empresa —no lo tenían en Amazon— y llevo tres semanas de problemas, llamadas, correos y envíos de acá para allá por mensajería con el correspondiente secuestro en casa. En alguna entrada dentro de unas semanas comentaré el caso que es para echarse las manos a la cabeza y aguantarse muy mucho las ganas de hacer pedidos por internet a otras empresas cuyo funcionamiento no tengas contrastado, especialmente en el caso de que se produzcan incidencias.


Había visto hace tiempo en la web de Amazon la pieza de obsidiana que puede observarse en la imagen superior enmarcada con una elipse roja. Es un prisma hexagonal coronado en pirámide, de un tamaño muy exiguo que alcanza apenas los 5 cms. de alto y no llega a 1 cm. el lado del hexágono. Una pieza muy pequeña, con un coste ajustado y que tenía por ahí apuntada a la espera de incluirla cuando hubiera que hacer otro pedido para que viniera todo junto. Así lo hice con un par de cosas que me pidió mi hija, pero la sorpresa, los designios del Señor son inescrutables, es que Amazon me anunció que esa pieza vendría por separado en paquete aparte y tardaría un poco más. En fin, tampoco era mucho problema, solo tener que ir dos veces a un estanco donde recojo mis envíos para no tener que estar secuestrado en casa a la espera del mensajero.

Cuando llegó el paquete, en la imagen superior, me quedé asombrado. ¡Estamos locos de remate! El envío venía de Italia y para una pieza de cinco centímetros como he dicho, las dimensiones de la caja eran de 30x20x7 centímetros; un paquete enorme lleno de plástico de burbujas y aire. 

Supongo que todo estará estudiado y se compensarán unas cosas con otras, pero enviar desde Italia por mensajería un paquete enorme para una pieza tan pequeña cuyo coste es de unos siete euros me parece que no tiene mucho sentido. La de cosas que nos quedarán por ver en este mundo alocado.




domingo, 23 de junio de 2019

TRAMPITAS




Admitido. Somos animales de costumbres y nos apoyamos muchas veces en las rutinas para transitar por la vida de forma rápida. Pero esta vida alocada donde las cosas cambian de un día para otro, que digo, de un minuto para otro, este ir rápido nos puede acarrear algún disgusto. En esta ocasión ha sido leve: el aprendizaje me ha costado dos euros. No me puedo quejar porque se me ha avisado, otra cosa es que la reiteración de los avisos lleve a uno a pensar que es el mismo de la ocasión anterior.

Además de uno clásico, soy cliente de un banco de esos que funcionan por internet y utilizo sus tarjetas para el trasiego diario de las compras y la disposición de dineros en los cajeros automáticos. Al ser un banco que no tiene (casi) oficinas físicas, se apoya en las redes de cajeros de otras entidades. Ello implica que hay que tener cuidado con elegir bien el cajero en el que sacar dinero para evitar las tan temidas comisiones.

Por ley, el propio cajero te avisa de las comisiones que se van a cobrar tanto a ti como cliente como a la entidad emisora de la tarjeta que estés utilizando. Tras leer atentamente, puedes optar por seguir adelante o cancelar la operación. Pero… ¿Qué ocurre si llevas años leyendo (por encima) el mensaje y das a continuar de forma automática? ¿Qué pasa si te han cambiado el mensaje y no te enteras? Pues eso, que la has pifiado y te enterarás más tarde cuando vayas a consultar los movimientos de tu cuenta corriente.

Las redes de cajeros del Banco Popular me permitían sacar dinero sin comisiones, por lo que desde hace años me dirigía a una oficina de este banco cada vez que necesitaba dinero en efectivo. Me avisaba que a mí no me iba a cobrar comisión y que a mi banco le cobraría no sé qué cantidad, tampoco me fijaba mucho.

También sé que, desde hace un tiempo, el Banco Popular cayó en desgracia y fue a parar a las redes de otro banco español más grande, el Santander. Pero las oficinas del Banco Popular seguían funcionando como tales y sus cajeros seguían siendo gratuitos para mí. Pero las cosas cambian, como digo, de un segundo para otro.

Como puede verse en la imagen, la oficina en cuyo cajero llevo años operando sigue rezando como que es del Banco Popular, pero encima del cajero han puesto un cartel del banco propietario, el Santander. No se puede decir que no se vea, pero para ver las cosas hay que mirar y tengo que reconocer que la última vez que acudí a sacar dinero no me fijé, como tampoco presté atención al mensaje de las comisiones que seguramente habría cambiado y me informaba de que me iban a clavar dos euritos por la operación.

Yo me pregunto cuántos habremos caído en esta «trampita» y cuantos «dos euros» habrán ido a parar a las arcas del nuevo banco. No nos podemos quejar, seguro que los mensajes han cambiado, pero la rutina y la velocidad con que hacemos las cosas sin pararnos a leer nos llevan a esto. En el fondo no ha sido muy caro el coste del aprendizaje. Para la vez siguiente estaremos más listos.

Esto mismo nos ocurre con frecuencia en nuestros teléfonos y en nuestros ordenadores cuando damos «aceptar» sin pararnos a leer lo que se ha dado en llamar letra pequeña. Y aunque lo hayamos leído en ocasiones anteriores, nadie nos garantiza que el mensaje siga siendo el mismo; puede haber cambiado y estaremos aceptando algo que no conocemos y que nos puede servir de perjuicio en el futuro. Pero tampoco se puede ir por la vida leyendo detenidamente todo lo que se pone delante de nuestros ojos. ¿Qué hacer entonces?

Y es que ya lo dice el refrán, un poco irreverente a la luz de los últimos tiempos, pero el refrán es el que es: «al papel y a la mujer hasta el culo le has de ver».



domingo, 16 de junio de 2019

DESCARO





Escribía en este blog las entradas «CONFIANZA» y «CONFIANZA-2» en marzo de 2017 y octubre de 2018 respectivamente en las que aludía a la caída en picado que sufre día tras día la confianza en las personas e instituciones que rigen nuestros destinos e incluso en nosotros mismos, que muchas veces nos vemos forzados a realizar acciones en contra de nuestros principios y a sabiendas de que obramos mal. Mantener una integridad y una coherencia es una actitud que cuesta mucho y que cada vez está más en desuso al grito de… «todo el mundo lo hace», una justificación baladí que no se cree ni la propia persona que la invoca.


ELDIARIO.ES es una publicación reciente que se sustenta en el mundo digital. Bueno, reciente, reciente no es el término apropiado ya que su fundación data de 2012 y siete años en un mundo actual vertiginoso son sino una eternidad si una enormidad. En su portada aparece como seña de identidad la frase «Periodismo a pesar de todo». La palabra final, «todo», puede ser vista de forma aséptica y conecta con lo que hablábamos de la confianza en las personas, las instituciones y los medios. La fórmula que sustenta económicamente el diario es a través de sus socios, que sobrepasan ampliamente los 30.000 y que colaboran de forma desinteresada con el periódico mediante suscripción con cuotas voluntarias, cada uno lo que estima conveniente, pero que de media son unos cinco euros al mes lo que equivale a sesenta anuales.


Desde el punto de vista de la información, las ventajas de ser socio se circunscriben a poder leer las noticias unas horas antes. Los socios tienen acceso especial a lo que va a ser publicado en un día determinado, pero a las siete de la mañana el contenido es abierto de forma pública. Hay otras ventajas en el modo de sorteos de entradas para eventos especiales, revistas o algunas cosas más, pero lo importante, creo yo, es tener la sensación de colaborar con un proyecto muy necesario hoy en día en cuestiones de periodismo, pues ya sabemos cómo se las gastan los «grandes» en esto. Una referencia aquí al libro de David Jiménez, ex director de El Mundo, titulado «El director» del que podemos ver una reseña en el blog amigo de ALQS2D pulsando en este enlace.


Ha pasado un año y poco más desde que estalló el llamado caso «Máster Cifuentes» que combinado con un feo vídeo en la que se veía a la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid sustrayendo unos cosméticos en un centro comercial, llevó a la dimisión de su cargo. El asunto ya ha quedado en el olvido, pero en estos días se ha publicado en formato podcast un detallado reportaje de todas las particularidades que rodearon a aquel asunto. Son un total de cinco entregas que totalizan una hora y veinte minutos de información y que desgranan pormenorizadamente los entresijos de aquel feo asunto que si bien acabó conociéndose a fondo no estuvo tan claro en sus primeros momentos. El poder de las instituciones, en este caso la Comunidad de Madrid o la universidad pública Rey Juan Carlos iniciaron las ya clásicas operaciones de «matar al mensajero» y se cebaron con ferocidad en los periodistas Ignacio Escolar y Raquel Ejerique que acabaron siendo denunciados en los tribunales por la publicación de los hechos. La clave estuvo en una profesora que se derrumbó y optó por dar la cara ante la justicia y responder de sus actos. De no haber sido así, mucho me temo que este caso hubiera quedado enterrado por el paso del tiempo como otros muchos. Por aludir a un ejemplo que está de actualidad en estos días de junio de 2019, el caso ocurrido hace seis años del borrado y destrucción de los discos duros de los ordenadores de Bárcenas… 

No hacen falta más detalles para constatar cómo el paso del tiempo y una justicia lenta de solemnidad acaban hundiendo en el olvido y dejando sin esclarecer hechos ocurridos de suma importancia. Recomiendo escuchar esos ochenta minutos de información que están disponibles en la web del propio diario pulsando en este enlace o en plataformas podcast como Ivoox u otras. Ideal para ponerlo en el teléfono móvil y escuchar los pormenores de este caso en un viaje en coche, como he hecho yo, en lugar de música o noticias. Un magnífico reportaje para viajar al fondo de una investigación periodística que al final concluyó con éxito.


Tras escuchar todos los hechos y su desarrollo, uno se debería sorprender del descaro, la desvergüenza y la desfachatez —no sigo con más adjetivos— con que las diferentes personas implicadas —la presidenta de la Comunidad de  Madrid, el rector de la universidad Rey Juan Carlos, el director del máster, las profesoras del máster, algunas funcionarias…— mintieron una y otra vez en una huida hacia adelante en la que se llegaron a falsificar documentos públicos con sus firmas y alterar indebidamente los registros informáticos para asignar un máster que nunca debiera haber sido. Las irregularidades y falacias fueron de tal calibre que ya no sorprende que no se les cayera la cara de la vergüenza a unos y otros en sus actuaciones.


La cosa se ha parado al fallecer el director del master, bajo el paraguas de un instituto con independencia económica dependiente de la propia universidad. En algún momento alguien debería dedicarse a investigar todas esas empresas opacas que andan a la vera de universidades, ayuntamientos y comunidades autónomas y que principalmente sirven para saltarse los controles que todo dinero público debería tener.


Lo malo de todo este asunto del que se llegó a saber la verdad casi de chiripa es que nos servirá de poco o nada. Salvo la presidenta que dimitió y el director del instituto que falleció, los intervinientes siguen a lo suyo y alguno de ellos como el rector de la universidad sigue en su puesto un año después y además apareciendo en estos días en la prensa por un uso cuando menos cuestionable de lo que todos conocemos por las tarjetas «black», de infausto recuerdo en otra institución y que sirven en muchos casos para financiar las juergas y caprichitos de los directivos sin ningún o poco control.


El denunciante de casos de corrupción no está realmente protegido por la justicia. Y cuando un valiente se decide a enviar un par de pantallazos a un periódico no sabe cómo acabará el asunto, ni si el periódico responderá a este llamamiento. Hay grandes y sonados casos exitosos en el periodismo mundial, pero son una gota de agua en el océano en comparación con los que quedan sepultados por la arrogancia y el peso de gobiernos e instituciones y además con infaustas consecuencias para el denunciante o los periodistas que han tratado de indagar. Por todo ello, mi enhorabuena y admiración para estos periodistas: ¡chapó!