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domingo, 28 de marzo de 2021

LLAMARÁN


 El teléfono supuso un avance notable en el desarrollo de las actividades humanas al permitir la comunicación instantánea hablada entre personas ubicadas en distintos lugares del mundo. La evolución relativamente reciente hasta hacer los aparatos portátiles y llevarlos permanentemente con nosotros hubiera parecido ciencia ficción hace pocos años.

En la España de mi niñez y en mi casa, el teléfono era una cosa extraña que simplemente no existía. Para todo el barrio del pueblo había un único teléfono, ubicado en la carbonería de Félix en una calle anexa, ni siquiera la mía. Las llamadas telefónicas a mi casa eran nada frecuentes y se producían por lo general cuando había que comunicar una desgracia. Mis familiares de Madrid o Toledo llamaban al teléfono de la carbonería, y el pobre de Félix o alguno de sus empleados salía corriendo, se colocaba debajo de la ventana de mi casa y… ¡Avelinaaaaaaaa... al teléfono! Mi madre dejaba todo lo que estuviera haciendo al cuidado de mi abuela y salía como alma que lleva el diablo en bata y zapatillas corriendo a la carbonería a ver que ocurría. Son escenas impensables hoy en día pero que eran frecuentes en aquella España de los años 60 del siglo pasado.

AL final, el teléfono llegó a casa justo cuando yo cumplía los 18 años y no por voluntad propia sino porque mi traslado a una oficina de Madrid exigía tener un teléfono al que me pudieran llamar a cualquier hora del día o de la noche, laborables o festivos, y claro, no era cuestión facilitar el teléfono de la carbonería. Todavía no se había inventado el concepto muy traído y llevado ahora de las «guardias» pero de alguna manera y aunque las incidencias eran pocas, alguna había y algún timbrazo a altas horas de la madrugada se produjo.

En algún momento de los años 80 prácticamente casi todas las casas contaban ya con su teléfono fijo, aunque su uso era costoso y todos teníamos la sensación de consumir los menos «pasos» posibles si nos queríamos evitar una costosa factura a fin de mes, sobre la que no teníamos ningún control. Todo aquello pasó, la cuestión ha ido evolucionando a pasos agigantados hasta hacer prácticamente inservibles los teléfonos fijos que algunas personas mayores mantenemos casi sin uso ni utilidad por una tradición a la que nos aferramos. Las tarifas planas de llamadas desde los teléfonos móviles facilitan las llamadas directas a la persona con la que queremos comunicar se encuentre donde se encuentre.

Algún movimiento moderno hay en el que se preconiza el acallar de alguna manera el móvil durante algunos momentos del día para no tener una dependencia casi infinita de él. Pero muchas de las relaciones modernas, personales o profesionales, impiden esto. Y a cuenta de ello viene el título de esta entrada en el blog. Las gestiones presenciales de nuestros asuntos han quedado reducidas a mínimos imprescindibles y todas ellas se realizan a través del teléfono o internet. Como resultado final de estas gestiones obtenemos un… «Ya le llamarán» que te deja en vilo durante unos días —nunca te dicen cuántos— hasta que recibes la llamada, una llamada que no siempre se puede atender ya que por ahora hay ciertas actividades que no son compatibles con el móvil, por ejemplo, el estar en la ducha o jugando un partido de tenis, aunque hay quién mantiene el terminal cerca por si acaso.

Y se me ha ocurrido esta entrada porque esta semana he tenido tres ocasiones en las que el resultado de mi gestión ha finalizado en un «ya le llamaremos». Cuando me dicen esto y el teléfono mío ha sido facilitado de forma verbal me entran los siete males, se me sube la bilirrubina y procuro que revisen número a número el teléfono facilitado pues no sería la primera vez que la llamada nunca se produce y tienes tú que indagar que ha ocurrido, lo que nunca es fácil porque no siempre hay un teléfono al que llamar para interesarte por tu gestión. Tras demoras y líos, descubres que no te llamaban porque habían tomado mal tu número cuando se lo dijiste.

En algún momento, los organismos oficiales y privados deberían disponer de una base de datos centralizada y verificada oficialmente donde figurara el correo electrónico y el teléfono móvil de los ciudadanos, vitales hoy en las relaciones. Pero nuestro teléfono y nuestro correo está, bien o mal, por mil sitios. Solo pensar en cambiar es como para que te entren los siete males: yo llevo intentando cambiar mi correo electrónico seis meses y es inviable, prácticamente imposible.

Por otro lado, el tema de los plazos es un tema tabú para muchas de las gestiones. Yo siempre procuro obtener un plazo y en caso contrario me lo fijo yo, cuando es posible, que no siempre lo es. Por ejemplo, podemos estar esperando la llamada de un Hospital para darnos la fecha de realización de una prueba médica y esto, hoy en día más, es como el limbo: «No sabemos, le llamaremos cuanto antes, con esto de la COVID…»

La dependencia del teléfono, para asuntos personales o profesionales, puede llegar a ser enfermiza. Siempre atento a él, siempre con batería suficiente, a nuestro lado estemos donde estemos, con el «manos libres» conectado si vamos en el coche… Muchas veces llega uno a pensar que estos avances tecnológicos traen unas dependencias exageradas que solo son consecuencia de un mal uso. Antes se quedaba a una hora en un sitio; ahora… ¡se queda en el móvil!


 

domingo, 21 de marzo de 2021

ANACRONISMO

De todas formas creo que estas propuestas han quedado en nada... ¡como es natural!

Pues yo creo que, de natural, lo que se dice natural, no tiene nada. Esta frase —no cito al autor de forma intencionada— se podía leer en un foro de intercambio de opiniones entre personas con creencias religiosas, cristianas aclaro, profundas. La Semana Santa es un invento humano que lleva dos mil años entre nosotros y que desde sus inicios ha traído no pocas controversias y problemas, especialmente por tratarse una fecha variable en el calendario, esto es, cada año cae en una fecha distinta que depende de cuando tenga lugar la primera Luna Llena tras el solsticio de primavera. ¡Ahí es nada!

Normalmente hago alusión al significado en el diccionario de los títulos que utilizo al final de las entradas, pero por esta vez lo haré al principio. Anacronismo» significa «Error consistente en confundir épocas o situar algo fuera de su época». Otro de los charcos en los que los humanos no debemos entrar, en temas de religión, por la posibilidad cierta de herir susceptibilidades.

La Semana Santa es una fecha religiosa, pero para poder comprender titulares como el que ilustra esta entrada sería conveniente diferenciar entre las varias semanasantas que en la actualidad tenemos. Aparte de la fiesta religiosa con sus actos propios, hay otras semanasantas que suponen vacaciones escolares, escapadas a la sierra o la playa y otras cuestiones similares que acaban teniendo un trasfondo económico detrás, muy importante para la economía como se está viendo en estos últimos tiempos por mor de la pandemia de la COVID-19. La propuesta de retraso va, puede ir, en la línea de que, de cara al turismo, es mejor que la semanasanta caiga en abril, cuando los días son más largos y la temperatura, al menos teóricamente, es más benigna. Pero esto de que caiga en abril tiene el inconveniente del alargamiento del segundo trimestre escolar…

Desde que en el Concilio de Nicea el emperador Constantino el Grande fijara la forma de calcular la Pascua de Resurrección hasta nuestros días, la Semana Santa ha traído de cabeza a no pocos Papas, astrónomos y científicos. La última fijación de este asunto tuvo lugar hace 500 años por el papa Gregorio XIII con el establecimiento de su calendario Gregoriano en 1584, aunque hay que decir que este calendario no fue aceptado por algunos países hasta bien entrado el pasado siglo XX.

Hoy en día, en mi opinión, el que la Semana Santa sea una fecha móvil en el calendario acarrea múltiples consecuencias, muchas de ellas negativas, pero nadie le pone el cascabel al gato y mira hacia adelante en lugar de hacia atrás, retirando del calendario oficial no eclesiástico la Semana Santa. Importantes aspectos de la vida hoy en día tales como la economía, el turismo, la educación…. lo agradecerían. Eso sí, que no se quite la parte lúdica, esos días libres, que son la base de esos sectores aludidos.

En España, algunas Comunidades Autónomas hace años que decidieron no adaptar sus calendarios escolares a la Semana Santa y establecer fechas anuales independientes y más lógicas. Otros países hace años que lo adoptaron así. Además, en España, no hay una semanasanta única, pues cada Autonomía fija las fechas a su entender y el Jueves Santo o el Lunes de Pascua son festivos en unas comunidades y en otras no. Un galimatías cuando menos; no me imagino a una empresa extranjera que tenga relaciones comerciales con España teniendo en cuenta en su planificación estos extremos de fechas movibles, festivas o no.

En los años treinta del pasado siglo XX se plantearon muchas alternativas a la modificación de un calendario actual que no es nada práctico, por la Semana Santa y otras fechas religiosas que se siguen manteniendo cuando la mayoría de los Estados tienen claro que la religión es un asunto que debe ser respetado pero que no debe condicionar la vida de (todos) sus ciudadanos. Por la misma lógica que tenemos una Semana Santa deberíamos tener un Ramadán, un Purim, un Weshak y también otras festividades de todas y cada una de las siete mil religiones que se calculan existen en el mundo.

Para aquellos curiosos que quieran profundizar en cuestiones hemerológicas, les recomiendo busquen información sobre un autor especialista en el asunto llamado Wenceslao Segura González, que cuenta con varias publicaciones sobre el particular.

La semana que viene nos cambian la hora al horario de verano. Están hablando de revertir ese cambio —de dudosa practicidad hoy en día— y dejar los relojes tranquilos. ¿Cuándo acometeremos el cambio del calendario? Casi 500 años de culto a un calendario gregoriano caótico ya son demasiados.



domingo, 14 de marzo de 2021

RE...

 

Hay ciertos charcos en los que no es recomendable meterse. Los niveles de tolerancia en las conversaciones entre personas son cada vez más reducidos y el hablar de ciertos temas puede llevar a un encontronazo que trascienda a niveles insospechados y que marque un antes y un después en las relaciones de las personas. Concretando, no es conveniente hablar según con quién de los consabidos temas de política o religión…

 «𝑬𝒍 𝒄𝒂𝒎𝒊𝒏𝒐 𝒂𝒍 𝒇𝒖𝒕𝒖𝒓𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒂́ 𝒊𝒍𝒖𝒎𝒊𝒏𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒊𝒎𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝒑𝒂𝒔𝒂𝒅𝒐», frase del japonés fundador de Toyota Sakichi Toyoda. Y con humildad añadiría yo «𝒚 𝒏𝒐 𝒅𝒆𝒃𝒆𝒓𝒊́𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒓 𝒄𝒐𝒏𝒅𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒆́𝒍».

Lo de esta semana en la política española, en la política autonómica, ha sido de traca, de «mear y no echar gota» que decía tantas veces mi abuela. Tras contrastar ideas con un amigo de esos con los que se puede hablar de todo, Manolo, cruzábamos algunos correos y en uno de ellos Manolo me trazaba unas líneas que reproduzco aquí con su anuencia. La máxima debería ser que … «Todo se puede arreglar con la negociación y buscando el bien común».

— El problema reside en las personas.

— En Murcia tres personas cambian de criterio en dos días.

— Únicamente para garantizarse el futuro personal.

— No han tenido en cuenta la imagen pública que daría su cambio de criterio.

— No han tenido en cuenta a su partido al que han traicionado en dos días.

— No han tenido en cuenta a los otros partidos con los que habían llegado a acuerdos.

— No han tenido en cuenta a los ciudadanos de su autonomía.

— Solo han tenido en cuenta su pequeño mundo.

En mi pequeño mundo en esta última etapa de mi vida he optado por acercarme a la Historia, con mayúsculas. En mi época de bachillerato en los años 60 del siglo pasado, solo tuvimos asignatura de historia en cuarto de bachillerato y recuerdo perfectamente unas clases horrorosas impartidas por el profesor —cuyo nombre recuerdo perfectamente pero no mencionaré— en las que llegamos a duras penas a la Revolución Francesa de 1789. De los siglos XIX y XX nada se habló, ni a nivel mundial ni local, se quedaron en el tintero.

Las tardes de los lunes de estas últimas semanas y los venideros hasta junio de 2021 estoy asistiendo a un magnífico e ilustrativo curso monográfico titulado «La deconstrucción del Estado Español», impartido de forma telemática y magistral por el profesor Eduardo Juárez Valero de la Universidad Carlos III de Madrid. Centrado en esos dos siglos que he mencionado, en historia española con sus correspondientes guiños internacionales cuando son necesarios y complementarios, el profesor está desgranando las claves que nos van a permitir entender —estamos empezando en los albores del siglo XIX— cómo y porqué hemos llegado a dónde estamos y los episodios que han tenido lugar en España esta semana son una consecuencia, lógica apostillaría yo, de la mediocridad en la que nos hemos venido instalando desde hace 200 años.

En el siglo XVIII varios países completaron su Revolución correspondiente, su borrón y cuenta nueva con el pasado y un empezar a andar «de otra manera» de cara al futuro. Los principales y conocidos son Francia, Inglaterra y Estados Unidos. España, siempre con sus retrasillos, tuvo su oportunidad en los albores del siglo XIX, allá por 1808, cuando Napoleón y los franceses empezaron a tocarnos las narices y el pueblo se levantó contra ellos y le mandó a su casa con una patada en el trasero. Era el momento clave de haber acometido nuestra Revolución correspondiente, pero no se hizo, nos conformamos con una Constitución, la de 1812, que en realidad era una Re…

Sí, seguimos teniendo pendiente nuestra revolución. Como se dice y se deduce en el curso, llevamos en España 200 años de Reformas, «reformitas», que no son sino lavados de cara que tratan de mantener a todos contentos y que siguen trasladando al futuro —han llegado hasta nuestros días— los problemas que arrastramos desde hace exactamente quinientos años cuando la primera reina de (toda) España, Juana I de Castilla, prestó oídos sordos en 1521 a la que podía haber sido nuestra primera gran revolución: La Revolución de los Comuneros.

En 1931, con el advenimiento de la II República, parecía que había otra oportunidad de empezar a hacer las cosas de otra manera. No fue posible y en 1936 añadimos un nuevo Golpe de Estado a nuestra cuenta ya de por si amplia que nos hace ser los campeones mundiales en Golpes de Estado, empatados con un país suramericano. Otro montón de años para atrás hasta… 1978.

La frase «Café para todos» se gestó en la llamada Transición de 1978, nuestra última «Reformita». Para contentar a unos —vascos y catalanes entre otros— y seguir arrastrando los mismos problemas que una y otra vez sobrevienen de forma cíclica, aparecieron las Autonomías, algunas de ellas uniprovinciales e incluso uniciudades, que no tienen, a mi entender y más con lo que estamos viendo en este último año y en estos últimos días, ningún sentido, por lo menos práctico. Y es que se supone que las Autonomías se crearon para estar cerca y mejorar la vida de sus ciudadanos… ¡y un jamón! Bueno, de algunos ciudadanos sí que la mejoran y por ello se ven las luchas por el poder.

No acierto a comprender como en estos últimos tiempos nadie ha cuestionado la existencia de las Autonomías Españolas, al menos tal y como están concebidas. Es una opinión personal y seguro desafortunada que no se puede generalizar, pero representan un foco de corrupción y generación de encontronazos entre los ciudadanos con consecuencias perniciosas muy destructivas. Mis planteamientos ante las Autonomías Españolas han quedado claros en las pocas entradas en este blog en las que me he metido en el charco. Citaré un par de ellas por si algún lector se quiere asomar a su contenido: « AUTONOMÍ…suyas» y «AUTONOMÍ…desemejanza», que datan de 2014.

Me atrevo a aventurar que los ciudadanos no tenemos claras ciertas cosas. Quizá sea repetitivo, pero lo digo de nuevo. Cuando yo tenga resueltas las cosas fundamentales de mi vida diaria y la de mi familia, trabajo, vivienda, educación, sanidad, convivencia… entonces y solo entonces miraré de hacerme del Madrid o del Betis, cristiano, musulmán o budista y del partido tal o del partido cual. No tenemos nuestras necesidades básicas cubiertas y nos dejamos llevar por las emociones, que tan bien saben manejar los políticos y los medios de comunicación. No tenemos para comer, pero los símbolos y las banderitas nos «ponen» y nos dejamos arrastrar por ellos perdiendo el verdadero norte que debiera guiar nuestras actuaciones. Así nos va.

No veo llegado el momento de que tomemos conciencia de que así no vamos a ningún lado. Gastamos nuestros esfuerzos en asuntos colaterales y no ponemos toda la carne el asador en lo que realmente condiciona nuestra vida diaria. Ha quedado demostrado esta semana que es más importante un sillón que la pandemia, simplificando mucho la cuestión.

Para no hacer larga esta entrada, esbozaría algunas cosillas a dejar en el aire para mirar por el futuro: reforma de la ley electoral, la política no es una profesión (un máximo de 8 años en cargos políticos de cualquier índole), los diputados del congreso como consecuencia de un ciudadano un voto, a las elecciones generales solo concurrirían dos grupos «A» y «B» —que se pongan de acuerdo antes y al día siguiente a las elecciones a trabajar—, las autonomías como meros órganos consultivos de acciones a desarrollar en sus territorios que se llevarían a cabo por el Estado y sus Organismos Técnicos…

Temas utópicos cuando no distópicos. Seguiré soñando, que es gratis.