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domingo, 25 de septiembre de 2022

DECESOS


«"Pleitos tengas y los ganes", reza un dicho popular, que es más bien una maldición, atribuido a la etnia gitana. Dios nos libre todo lo posible de tenernos que pasar por algún litigio en los tribunales, pues aunque obtengamos sentencia a nuestro favor, habremos perdido». Así comenzaba una entrada en este blog de enero de 2010 titulada «SEGUROS» en la que refería un (nefasto) sucedido ocurrido con la compañía de seguros Santa Lucía que salió a la luz en el momento más inoportuno: al fallecimiento de mi padre.

Pues bien, ha vuelto a suceder. Convencidos estábamos todos de que aquello había quedado arreglado para cuando le llegara el día a mi madre, pero quia, doce años después, muchos euros abonados en estos casi doce años transcurridos en un seguro maldito de esos llamados «de los muertos» que cuando llega el momento te deja la cara del revés.

No estaba bien arreglado, pero eso solo lo sabían ellos, tú a pagar y callar. De hecho habían cometido un error garrafal que ha dado la cara y veremos como se solventa: una póliza de decesos que incluía traslado nacional del féretro e incineración, algo que es incomprensible si lo damos una pensada. Veremos en queda todo ello, pero lo que yo quiero hoy es mostrar unas consideraciones con este tipo de seguros que no tienen ningún sentido pero en el que están atrapados muchos —yo me di de baja de él en 1980—.

Hagamos unos pequeños cálculos. Mi madre lleva pagando este seguro desde su boda allá por 1954. Cuando en 2010 quedó sola en la póliza, tras las componendas y arreglos que tuvimos que pelear lo indecible, quedó un recibo mensual de 18,04 euros. Con el paso del tiempo ha subido, pero no voy a entrar en ello. Desde entonces hasta la fecha han transcurrido 153 meses, lo que significa que hemos abonado 2760,12 euros. Habrán sido muchos más porque ya digo que no me he molestado en hacer un cálculo exacto con la subida anual de los recibos.

Entre lo abonado en este último tramo de 2010 a 2022 y lo abonado de 1954 a 2010, mi madre hubiera debido disponer de un entierro casi a la altura del reciente de Isabel II, a la que me imagino no hizo falta tener un seguro de este tipo.

Hay que tener en cuenta que si en un momento determinado te das de baja, lo pierdes todo. Todo lo que mis padres habían abonado por mí desde 1954 a 1980 en que me dí de baja se fue al garete, beneficios para la compañía. Y en esto se basan, que llevamos tantos años pagando que cómo nos vamos a dar de baja, hay que seguir… ¡Una m.!

Si lo pensamos bien, tener una hucha en casa en la que vayamos metiendo todos los meses el pastizal que se nos va en este tipo de Seguros nos dará en condiciones normales para pagarnos un entierro por todo lo alto y sin tener que «pelear» con la compañía de seguros que para cobrar siempre están listos pero a la hora de pagar se llaman andanas. Es verdad que me han dicho en estos días que alguna de ellas liquida lo contratado con lo realmente gastado y abona o cobra la diferencia. Me temo que no es el caso de nuestra compañía que omito nombrar.

Si no nos fiamos de nosotros mismos y nuestra constancia en lo de ser regulares en ir echando a esa hucha específica el importe mensual, cualquier otro seguro de ahorro o capitalización nos será mucho más rentable para tener un control personal de los dineros aportados, su evolución y su rescate en un determinado momento. Es díficil echar cálculos cuando no se sabe la fecha del deceso, pero creo que en la mayoría de los casos nos será más rentable ocuparnos nosotros mismos del asunto que confiar en una compañía de seguros de decesos.

De otros seguros no vamos hablar, que los hay de muchos tipos. Eso sí, por ejemplo, puedes estar toda la vida pagando un seguro médico privado casi sin utilizarlo, pero cuando cumples 65 años te meten una subida estratosférica para disuadirte de seguir.

Lo que decía en aquella entrada de hace doce años: «Seguros tengas, pagues y no utilices», pero en este caso específico del seguro de decesos, estoy plenamente convencido que es mejor no tenerlo y organizarse por cuenta propia.



 

domingo, 18 de septiembre de 2022

«RETRÓNIMOS»

Brujuleando en la edición digital de «El País», me encontré un día de esta semana de septiembre de 2022 con un artículo cuyo titular atrajo poderosamente mi atención: «El alegre avance de los retrónimos», firmado por un experto en temas de lenguaje como es Álex Grijelmo, con varios libros publicados sobre lenguaje y comunicación de los que he leído «El genio del idioma», comentado en el blog amigo de «A leer que son 2 días» en este enlace. Leeré alguno más.

Reconociendo mi honda debilidad por cuestiones idiomáticas, el término «retrónimo» era novedoso para mí, como también lo es para el diccionario oficial donde no se encuentra. ¿Se le espera? El tiempo lo dirá, pero mientras tanto hay que acudir a internet, si bien la lectura del mencionado artículo deja muy claro de qué se trata. La cuestión no es nueva porque aunque no nos acordemos, nos topamos con ella desde hace muchos años aunque no tenga nombre.

En los primeros años del pasado siglo XX, una guitarra era una guitarra, no era necesaria mayor aclaración. Pero una nueva creación —que data de 1920 aunque nos parezca mentira— cambió el concepto: la guitarra por todos conocida hasta entonces pasó a ser una guitarra acústica porque Lloyd Loar, ingeniero de la empresa Gibson, construyó la primera guitarra eléctrica. Los niños ya no podían pedir a sus padres que les compraran una guitarra sin especificar de que tipo la querían.

Términos que enunciados de forma solitaria durante muchos años tenían un significado claro y preciso, por mor de descubrimientos o avances tecnológicos necesitan una aclaración. Dentro de nuestras vidas tenemos varios ejemplos perfectos. En los años ochenta del siglo pasado era suficiente con decir a cualquiera que te enviara un documento por correo o que te prestara un libro. A partir de la existencia del correo electrónico y los libros digitales, esto ya es insuficiente, y nos vemos obligados a aclarar si queremos utilizar el correo postal o el correo electrónico o si queremos el libro en papel o en su versión electrónica. Otro ejemplo es el teléfono, porque desde que aparecieron los móviles tenemos que especificar si queremos que nos llamen al fijo o al móvil. Quizá con el tiempo desaparezcan los teléfonos fijos y el vocablo teléfono vuelva a tener entidad propia y deje de ser un retrónimo.

Según puede leerse en la Wikipedia… «El término "retrónimo", un neologismo compuesto por la combinación de formas retro- (del latín retro , "antes") + -nym (del griego ónoma, "nombre" ), fue acuñado en su forma inglesa —retronym— por Frank Mankiewicz en 1980 y popularizado por William Safire en su columna del New York Times» .

Hay muchos ejemplos, y cada día irán apareciendo más y más dados los avances tecnológicos y la búsqueda de lo novedoso cuando no estrambótico por los humanos. Del artículo citado y de otras consultas en internet, he rescatado unos cuantos, aunque seguro que rascándonos el cerebro y fomentando nuestro magín podremos encontrar alguno más:

  • Arroz (entero, venere, basmati…)
    Café (natural, mezcla, torrefacto…)
    Cámara fotográfica (analógica, digital…)
    CD (audio, datos…)
    Cerveza (con alcohol, sin alcohol, tostada, negra…)
    Cine (mudo, 2D, 3D…)
    Clase (presencial, ausencial(telemática)…)
    Coche (combustión, eléctrico, manual, automático…)
    Conexión (alámbrica(cable), inalámbrica(wifi)…)
    Correo (postal, electrónico…)
    Español (España, Suramérica…)
    Gasolina (con plomo, sin plomo…)
    Gimnasia (artística, rítmica…)
    Guitarra (acústica, eléctrica...)
    Horno (convención, microondas…)
    Leche (entera, semidesnatada, desnatada…).
    Letra (mayúscula, minúscula, gótica, cursiva…)
    Libro (papel, digital, audiolibro…)
    Máquina de escribir (manual, eléctrica…)
    Noticia (real, contrastada, fake…)
    Ordenador (escritorio o fijo, portátil…)
    Periódico (impreso, digital)
    Persona (al natural, en holograma…)
    Radio (AM, FM, digital…)
    Ratón (animal, ordenador, mecánico, óptico…)
    Reloj (analógico, digital)
    Sonido (monofónico, estereofónico)
    Teléfono (fijo, móvil)
    Televisión (analógica, digital, plasma, LED…)
    Texto (plano, enriquecido…)
    ZOOM (físico, óptico…)

Todo ello sin entrar en marcas donde con toda lógica debemos especificar el tipo, modelo o color al que nos referimos, con lo que entiendo no se puede considerar un retrónimo al propio nombre de la marca. Pero algunas, en su día, eran únicas y bastaba con pedirlas por su nombre y en algún momento empezaron a tener «variedades» que había que especificar, como, a modo de ejemplo, Coca-Cola o Cola-Cao. También deberemos tener cuidado con productos: quesos hay muchos y de muchos tipos y no por ello podemos considerar el vocablo queso como un retrónimo, al contrario que la cerveza que si debemos considerar como tal desde que apareció en el mercado la cerveza sin alcohol, que antes no existía.

Recogido del artículo mencionado de Álex Grijelmo en «El País», por considerar que es muy interesante… «Lozano y Palmerini describen estos tres pasos en la formación de un "retrónimo": existencia de un "protónimo" ('teléfono'); llegada de un "neónimo" inductor ('teléfono móvil') y aparición del "retrónimo" (¡teléfono fijo!). Pero quizás podamos considerar un cuarto paso: el uso posterior y resistente del "protónimo" ('teléfono') como abarcador no marcado de ambos ('se despidió por teléfono', cuando no importa si se trata de un móvil o un fijo)».

Cuando pido una cerveza en un bar, siempre aclaro que la quiero sin alcohol —uno que es un poco flojeras— y además añado lo de tostada. Si se pide una cerveza a secas, el camarero normalmente solicita la aclaración de «con» o «sin». A buen seguro que habrá muchos más retrónimos que iré descubriendo una vez asentado el concepto. Ser sensible y tener las antenas abiertas a estas cuestiones idiomáticas alimentan mi curiosidad que, no me canso de repetir, es uno de los mejores antídotos para la vejez.