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domingo, 25 de febrero de 2018

MANDAS




Si hablamos con alguien en estos días y mencionamos la palabra «portavozas», nuestros interlocutores (e interlocutoras e interlocutoros) sabrán de lo que estamos hablando. Pero como esta entrada del blog puede ser leída pasado un tiempo, cuando todo haya sido olvidado, aclararé que esa palabra fue pronunciada en febrero de 2018 por una diputada en el Congreso de los Diputados (y Diputadas). La polémica estuvo servida y enseguida se hizo viral en las redes y medios con argumentos a favor y en contra de todo tipo. Hace ya unos diez años hubo un poco de lo mismo cuando otra diputada se refirió a los miembros y las miembras. Seguro que mucha gente lo recuerda.

Llevan un tiempo con este asunto. La justificación de estas lamentables agresiones al diccionario y al buen uso de la lengua es dar más visibilidad y consideración a la mujer en la sociedad actual. Como yo soy muy refranero, recuerdo aquel de «obras son amores y no buenas razones» para aludir a que lo que hace falta son hechos tendentes a conseguir esa igualdad y no palabrería malsonante que lo único que hace es desviar la atención, fomentar la polémica  y no llegar a nada concreto.

Esto viene de antaño. Primero se empezó a utilizar en los escritos la arroba («@») intercalada para conseguir que la palabra escrita alumn@s se refiriera a ellos y ellas. Claro, esto no se podía pronunciar y menos mal que semejante aberración ha caído en desuso, aunque todavía puede verse de forma esporádica. A muchos políticos se les lleva tiempo oyendo decir en los medios aquello de «compañeros y compañeras», «diputados y diputadas», «trabajadores y trabajadoras»… cuando están hablando en plural y que a mí ahora me produce una mueca aunque reconozco que hasta hace un tiempo me cabreaba, un poquito, solo lo justo.

El diccionario es muy claro en estos asuntos pero también el lenguaje popular. Claro que como es sabido que muchas palabras acaban entrando en el diccionario a fuerza de utilizarlas y muchas reglas se cambian — aludo a guion que toda la vida se ha acentuado y ahora no— pues pongamos manos a la obra a ver si a base machacar y machacar conseguimos que portavozas sea una palabra admitida y de uso corriente, como se ha logrado con almóndiga por ejemplo. Y la diputada que la pronunció en lugar de arrepentirse y reconocer su metedura de pata, ha sacado pecho —dicho sea con todos los respetos— ayudada por muchos colegas (y colegos). Ya en esta línea podemos plantearnos porqué el participio de decir es dicho en lugar de decido; establezcamos decido como válido y así los padres (y madres) nos ahorraremos muchas correcciones a nuestros hijos (e hijas) cuando están aprendiendo a hablar. Y luego nos ponemos con la «B» y la «V», la «H», los acentos…

No soy un entendido en temas lingüísticos, sino un mero aficionadillo. Pero hay cosas que rechinan. ¿Oiremos a esa diputada decir taxisto, electricisto, pianisto, futbolisto, atleto, psiquiatro, pediatro, abejo u hormigo? Tiempo al tiempo, espero que los diputados masculinos se afanen en el contraataque para defender a los hombres de estas profesiones y a los machos de estas especies animales. La retahíla de ejemplos podría ser interminable, por ejemplo, en el ejército podríamos decir los capitanes y las capitanas, quizá también los sargentos y las sargentas, pero… ¿los cabos y las cabas? Menos mal que «caba» no existe en el diccionario. Como se puso de moda hace unos años, señores (y señoras), «un poquito de por favor».

Supongo, aunque no lo he escuchado, que los políticos y hombres públicos de Huelva o Cuenca, cuando hablen contagiados por esta plaga, se referirán a los onubenses y las onubensas y los conquenses y las conquensas respectivamente. Espero equivocarme, porque desde luego si yo fuera mujer y me dijeran onubensa o conquensa me sentaría muy mal.

Los alumnos de un colegio son todos, ellos y ellas. Evidentemente, si es relevante referirnos exclusivamente a las chicas para hacerlas saber el largo mínimo de la falda de su uniforme, podemos utilizar alumnas mientras que tendremos que utilizar «alumnos masculinos» cuando queramos dejar claro que nos referimos exclusivamente a los chicos. Pero fuera de estas puntualizaciones, ahorremos saliva y no malgastemos tiempo en buscar los tres pies al gato (y a la gata, que también tiene derecho).

En una visita reciente a la Biblioteca Nacional de España comprobé, con satisfacción, que la etiqueta que te ponen a la entrada era diferente para ellos y ellas. Pueden verse las etiquetas en la fotografía que acompaña esta entrada. No cuesta nada, está bien utilizado el lenguaje como no podía ser de otra manera en una biblioteca y denota una deferencia que es muy de agradecer en un hecho concreto y puntual que solo afecta a los visitantes de la biblioteca.

Ahora, cuando esté con un grupo de amigas, no podré piropearlas con «Sois todas unos bombones» y tendré que decir que son unas bombonas. Lo siento, es lo que toca. Por todo lo anterior, desde aquí lanzo mi humilde petición de que todos aquellos (y aquellas) que nos castigan a diario en los medios (y las medias) nos ahorren estas engorrosas y lamentables repeticiones. Los diputados y diputadas, los alcaldes y las alcaldas, los cargos y las cargas y los mandos y las mandas —por no seguir bien harían en tener un poco de cuidado y utilizar correctamente el lenguaje, aplicando sus esfuerzos a cosas tangibles que no se las lleve el viento. 

Según dice el diccionario, «La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos».

En estos días ha circulado por la red un escrito de, o atribuido a, una profesora (mujer, aclaro, aunque no es necesario) cuyo nombre no he sabido encontrar. Está titulado con fina ironía «Para los ignorantos e ignorantas». Es ya algo antiguo, al menos de 2009 o anterior, pero no me resisto a añadirlo a este blog porque aclara muchas tonterías de las que últimamente venimos padeciendo, porque en lugar de mejorar nuestro lenguaje vamos acabar como los monos (y monas), a gritos (y gritas) y por señas (y seños).

Para los ignorantos e ignorantas

Carta de una Profesora con acertadísima y lapidaria frase final. Está escrito por una profesora de un instituto público.
Yo no soy víctima de la Ley Nacional de Educación. Tengo 69 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política.
En jardín (así se llamaba entonces lo que hoy es «educación infantil», mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: La A de «araña», la E de «elefante», la I de «iglesia» la O de «ojo» y la U de «uña».
Luego, cuando eras un poco mayor, llegaba «Semillitas», un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en el «Semillitas», no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.
En Primaria estudiábamos Lengua, Matemáticas, Ciencias, no teníamos Educación Física.
En 6º de Primaria, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de «b en vez de v» o cinco faltas de acentos, te bajaban y bien bajada la nota.
En Bachillerato, estudié Historia de España, Latín, Literatura y Filosofía.
Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las «Coplas a la Muerte de su Padre» de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda...
Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura. Y... vamos con la Gramática.
En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es «atacante»; el de salir es «saliente»; el de cantar es «cantante» y el de existir, «existente».
 ¿Cuál es el del verbo ser? Es «ente», que significa «el que tiene identidad», en definitiva «el que es». Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación «ente».
Así, al que preside, se le llama «presidente» y nunca «presidenta», independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.
De manera análoga, se dice «capilla ardiente», no «ardienta»; se dice «estudiante», no «estudianta»; se dice «independiente» y no «independienta»; «paciente», no «pacienta»; «dirigente», no «dirigenta»; «residente», no «residenta».
Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son «periodistos»), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hacen más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).
Les propongo que pasen el mensaje a sus amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no «ignorantas semovientas», aunque ocupen carteras ministeriales).
Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!
Si este asunto no te da igual, pásalo por ahí; con suerte, termina haciendo bien hasta en los ministerios.
Porque no es lo mismo tener «UN CARGO PÚBLICO» que ser «UNA CARGA PÚBLICA».


domingo, 18 de febrero de 2018

VOCABLOS




Quienes me conocen pueden dar fe de mi avidez lectora. Siempre que he podido he procurado tener un libro en las manos bien para simple disfrute bien por obligación en asuntos laborales o en las diferentes épocas de estudio a lo largo de mi vida. Si la memoria no me traiciona, el primer libro que recuerdo haber leído, hacia los diez años, es Ben-Hur, de Lewis Wallace, en aquella colección de Joyas Literarias Juveniles de Bruguera en la que el texto se entremezclaba con páginas gráficas. Blanco y negro todo, como correspondía a la época.

Tras la fotografía y el cine, lo digital acabó llegando al mundo de los libros, lo que permitió separar continentes de contenidos. Hace ya casi una decena de años que por indicaciones de mi buen amigo Miguel Ángel compré mi primer lector digital con lo que los continentes empezaron a quedar en el olvido a medida que disponía de contenidos con los que cargar mi e-reader. Los sufrimientos en muchas horas de lectura en el transporte público —trenes, autobuses o metros— camino del trabajo o regreso del mismo se vieron muy aliviados al no tener que cargar con verdaderos tochos —libro de muchas páginas en la acepción cuarta del diccionario de la lengua española—que muchas veces no sabía cómo sujetarlos o incluso se hacía difícil pasar la página, por ejemplo viajando de pie en un vagón de metro atestado de gente. También, gracias a la liviandad de los lectores digitales he vuelto a recuperar la lectura en la cama antes de dormir por la comodidad que supone el ni siquiera tenerlos que sujetar como ya contaba en la entrada «DEDO» de este blog.

Tras esta pequeña divagación, vayamos al grano. Un libro como el Quijote, en términos de papel y por tanto de su «continente», podremos encontrarlo en muy variados formatos, desde ediciones de lujo a ediciones bolsillo. En buena lógica y salvo aditamentos, el texto del Quijote debería ser el mismo tal y como le dejara Cervantes hace ya algo más de 400 años. Es decir, el número de vocablos o palabras contenidas en todas las ediciones debería ser la misma. Hasta la aparición de lo digital, la única posibilidad de saber si un libro era tocho o liviano era la vista y aún ni eso, porque era conveniente abrirlo y revisarlo por dentro para inspeccionar la composición de las páginas en cuanto a sus márgenes, tipo de letra y separación de líneas y párrafos. Es decir, solo por el formato o el número de páginas no podemos hacernos una idea del tamaño real de su contenido.

Lo digital ha venido en nuestro auxilio en este asunto y de una manera fulminante. Si conocemos el número de vocablos de un libro, de una determinada edición o revisión, su tamaño es el que es: tantos vocablos. Ya sé que tan vocablo es la preposición «a» como la palabra más larga registrada en el diccionario que al parecer es «electroencefalografista» con sus veintitrés letras. Como curiosidad yo hasta ahora creía que era «esternocleidomastoideo». No sería lo mismo, desde el punto de vista de la totalidad de los vocablos, leer un libro lleno de «aes» que de «electroencefalografistas», pero si nos atenemos a la estadística nos convenceremos de que el número de vocablos de un libro es un índice que tiene relación directa con su tamaño.

Con ello, la teoría que propongo es que el conocer el número de vocablos de un libro nos dará idea del grado de tochicidad al que nos enfrentaremos cuando acometamos su lectura. Voy a tratar de demostrarlo y para ello he seleccionado catorce libros que pueden verse en el siguiente cuadro con algunos datos adicionales que ahora comentaremos. El estudio completo de estos catorce libros estará disponible por un tiempo en este enlace. (NOTA: No hace falta crear una cuenta para su descarga, en la parte de abajo está disponible la posibilidad de hacerlo sin ella).

LIBRO
VOCABLOS
GENERALES
%
ARTÍCULOS
%
Asimov, Isaac-Fundación
67.363
33.104
49
7.825
24
Cervantes Saavedra, Miguel de-El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
381.307
173.344
45
34.514
20
Follett, Ken-Los pilares de la Tierra
423.157
208.105
49
51.287
25
Gómez-Jurado, Juan-La leyenda del ladrón
178.912
84.970
48
24.120
28
Montero, Rosa-La carne
52.314
24.813
47
6.039
24
Navarro Soriano, Esteban-La gárgola de Otín
73.178
34.047
47
8.759
26
Rodríguez de las Heras, Antonio-Metáforas de la sociedad digital
34.824
16.330
47
5.106
31
Romero, Ana-El rey ante el espejo
86.220
42.104
49
11.921
28
Ruescas, Javier-Play
123.772
56.548
46
12.200
22
Silva, Lorenzo-Donde los escorpiones
102.791
44.900
44
10.691
24
Steinbeck, John-Las uvas de la ira
182.908
90.382
49
23.105
26
Stendhal-Rojo y Negro
172.719
84.416
49
20.373
24
Tolstoi, Leon-Guerra Y Paz
575.788
282.264
49
68.860
24
Verne, Julio-Veinte mil leguas de viaje submarino
141.129
69.968
50
19.098
27

En la primera columna podemos ver el número de vocablos que tienen los libros seleccionados, en la versión digital de la que dispongo. En la segunda columna se muestra el contador de aquellos vocablos que he considerado «generales», es decir todos con la exclusión de artículos, preposiciones, verbos auxiliares, pronombres, adverbios, conjunciones, número y algunas palabras especiales. En la tercera columna aparece el porcentaje que suponen estos vocablos generales con respecto al total. Si nos fijamos con detenimiento, 11 de los 14 libros oscilan entre el 46 y el 49%, es decir, todo muy similar, aproximadamente la mitad de los vocablos tienen «sustancia».

Lo mismo ocurre con el resto de conceptos. He añadido los mismos contadores para los artículos, y nuevamente 11 de los 14 libros oscilan entre el 24 y 28% del total, de nuevo bastante similar.

Hay que tener en cuenta que los libros escogidos son antiguos o actuales, con muchos o pocos vocablos, traducidos o no, y todos presentan el mismo patrón. Es posible que haya otro tipo de libros técnicos, poesía, etc. que no cumplan estos patrones pero en lo que se refiera a narrativa son muy parecidos.

Sería interesante que las editoriales, además de consignar en su propaganda el número de páginas, hicieran mención al número de vocablos tanto si se trata de una edición en papel como si es digital. Entiendo que todas, hoy en día, disponen de una versión digital del texto del libro pues no me imagino a los autores enviando textos manuscritos o escritos a máquina de escribir para su publicación.




domingo, 11 de febrero de 2018

EJERCICIO-2




Como ya quedé emplazado por mí mismo en la entrada de la semana anterior, continúo con mis divagaciones sobre el tema del ejercicio, ahora enfocadas a la segunda de las patas que mencionada y que nos es otra que la referida al entrenamiento del cerebro, de la mente. Es tan o yo diría que más importante que el ejercicio físico, pues en las etapas finales de la vida es fundamental conservar una lucidez  en nuestro pensamiento que nos permita seguir disfrutando de muchas cosas que se nos ofrecen hoy en día aún en el hipotético caso de que estemos postrados en un sillón por incapacidad física.

Como ya ocurre con las físicas, los ritmos de vida diarios en las sociedades denominadas avanzadas han eliminado un sinfín de actividades mentales que realizábamos a diario y que nos servían, sin darnos cuenta, para mantener nuestro magín en estupendas condiciones. Cada uno en su trabajo ejercitaba de muchas maneras la mente a lo largo del día. El ejemplo que ya tengo por clásico cuando hablo de este asunto es el de los dependientes de un comercio que ahora son casi todos cajeros —cajeros según el diccionario incluye a ellos y a ellas por lo que me niego en redondo a mencionar expresamente a ambos—.

Cuando mi madre antaño me mandaba a hacer la compra al mercado, al finalizar la misma el tendero me decía que la cuenta subía a, por ejemplo, treinta y seis pesetas con cuarenta céntimos. Yo le daba una moneda de cincuenta pesetas —había también billetes pero circulaban muy poco— y el tendero empezaba con su retahíla que servía para ejercitar la mente mientras me iba dando el cambio: con estos diez céntimos hacen cincuenta, y cincuenta hacen treinta y siete, y tres más hacen cuarenta y con estos dos duros las cincuenta que me has dado. Ejercicio puro y duro para la mente del tendero y de paso para la mía verificando que todo era correcto.

Ahora, los cajeros teclean en la caja registradora la cantidad que les has entregado, cuando no se paga con tarjeta, y la «maquinita» le dice el importe exacto que te tienen que devolver. Nada de cálculos mentales ni de ejercitar la mente en actividades diarias y simples como esta. Por ello, ahora, al igual que hacemos con ir al gimnasio, tenemos que entrenar voluntariamente la mente, cosa que muchos no hacen, con juegos en la Nintendo, «Apps» en el teléfono inteligente o programas de ordenador. Y lo malo es, como digo, que la gran mayoría no lo hacen.

He referido en este blog en anteriores ocasiones mi acercamiento a los cursos MOOC. En uno recientemente realizado titulado «Promoción del envejecimiento activo», auspiciado por la universidad Autónoma de Madrid en la plataforma EDX, se hace hincapié en estos asuntos dando mil y una razones para no descuidar este aspecto a lo largo de la vida, pero especialmente en sus últimas etapas que es cuando las personas se abandonan paulatinamente y sin querer se hacen amigas de personas poco gratas como el alemán Alois Alzheimer o el inglés James Parkinson, entre otros menos conocidos, lo que supone un deterioro en sus condiciones de vida y, no lo olvidemos, de los seres queridos que les rodean.

Entre otros muchos asuntos tratados en el curso, había una recomendación a las plataformas en internet especializadas en tareas que desarrollan la mente y evitan su atrofia. Una de ellas es COGNIFIT, accesible desde este enlace, uno de cuyos pantallazos de ejercicios podemos ver en la imagen. Hay diferentes apartados para particulares, familias o profesionales, teniendo que registrarse con un correo electrónico, pero merece la pena, siempre y cuando nos conjuremos para dedicarle un tiempo diario o al menos un par de veces o tres por semana. De todos los que ofrecen, que son muchos y progresivos si nos apuntamos a un plan evolutivo, recomiendo probar con el que está resaltado y que se titula «Golpea al topo». Entretenido, requiere una cierta concentración a medida que va avanzando para pasar las pruebas sin ser complicado. Como digo, hay muchos más de diferentes niveles que nos irán ejercitando la mente de una forma entretenida aunque en algunas ocasiones sea un poco estresante, pero los beneficios finales son muy recomendables.

Hay muchos sitios con entrenamientos mentales de este tipo. Será cuestión de buscar alguno que nos guste o se acomode más a nuestras capacidades. Otro que yo personalmente he probado en alguna ocasión es UNOBRAIN. Además de estar enfocado a público en general, dispone de entrenamiento específico para deportistas, opositores, conductores, ejecutivos, niños… y mayores de 60, un apartado especial para el tema que estamos comentando. Dentro de estos programas ofertados podremos entrenar más específicamente aspectos relacionados con la atención, la memoria, la percepción, la rapidez , las funciones ejecutivas, la concentración o la relajación. 

Creo que está claro que la vida actual ha reducido la actividad cerebral de manera drástica. Recibimos mucha información pero la admitimos sin procesarla, de una manera bastante pasiva. Cualquier que se ve en la necesidad de realizar una operación matemática sencilla, tira del móvil sin plantearse realizar el pequeño esfuerzo que supone el intentar hacerla mentalmente. Por ello, es muy importante tomar conciencia de esto y al igual que se pone remedio en la parte física acudiendo al gimnasio, ponerlo en la parte mental estimulando nuestra curiosidad y participando en tareas como las propuestas. Sería mucho mejor hacerlo en grupo, pero esto es cada vez más difícil en nuestra sociedad «avanzada» y especialmente cuando se va entrando en una cierta edad. Al menos hagámoslo en solitario, sus beneficios serán a largo plazo, pero merece la pena.