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domingo, 26 de abril de 2020

APECHUSQUES




El apechusque que puede verse en la parte superior de la imagen llegó a nuestras vidas, a las de unos más y a las de otros menos, en 1980, hace ya cuarenta años. La informática que hasta entonces solo podían usar grandes empresas se acercaba a los hogares, si bien su alto coste en aquellos momentos, un millón de pesetas, lo hacía prácticamente inviable salvo para afortunados que pudieran gastarse esa cantidad exorbitada para la época. Las bases estaban sentadas y al poco tiempo aparecieron los primeros ordenadores caseros, algunos de ellos en la parte inferior de la imagen, que permitieron a muchas personas iniciarse por afición o profesionalmente en el mundillo de la informática y la programación, muy básica en aquellos tiempos, pero de un valor incalculable para iniciar el camino.

Todo aquello ha evolucionado y muchas personas llevan en su mano teléfonos inteligentes que superan en potencia y capacidad a aquellos archiperres-armatostes. Podríamos decir que, desde hace pocos años, casi todos los hogares del mundo denominado occidental cuentan con uno o más ordenadores para realizar las más variadas tareas, desde el ocio a lo profesional.

En estos días de confinamiento en los hogares por mor del coronavirus SARs-COV-2, los ordenadores en cualquiera de sus formas —fijos, portátiles, tabletas o teléfonos inteligentes— se están convirtiendo en instrumentos vitales para llevar este enclaustramiento con mejores posibilidades de seguir realizando actividades bien laborales bien placenteras.

Pero no a todas las personas les ha pillado esta sorpresa con las suficientes habilidades desarrolladas para enfrentarse a estas «máquinas del demonio» para algunos, especialmente las personas mayores. Y aprender deprisa y corriendo a manejarlos no es una buena idea. Por otro lado, una frase del psicólogo norteamericano Roger Schank: «El aprendizaje ocurre cuando alguien quiere aprender, no cuando alguien quiere enseñar». Aprender, ahora, por necesidad, está muy bien, pero será mucho más costoso y frustrante.

Un ejemplo extremo lo presentan mi madre y mi suegra, ambas confinadas, una en su habitación de una residencia y otra en su casa. Utilizo el calificativo de extremo por las edades de ambas, 92 y 93 años respectivamente. Mi madre nunca ha tenido interés por acercarse a un ordenador o algo que se le parezca; maneja un teléfono móvil simple, —llamar y responder— con algunas dificultades. Por el contrario, mi suegra siempre ha querido estar al día y maneja la tableta o el teléfono inteligente con bastante soltura en cuanto a estar en contacto con sus familiares a través del wasap o videoconferencias además de las clásicas llamadas. Resulta evidente que el mal trago del confinamiento está siendo bastante diferente a una y a otra en cuanto a las posibilidades de comunicación se refiere.

Otro ejemplo no tan extremo está en experiencia propia. Llevo leyendo libros en formato digital desde hace más de diez años. La reclusión en casa no ha afectado a esta afición ni un ápice. Las personas que no han querido ni siquiera acercarse a esta modalidad de lectura porque ellos «son del papel», sí se han visto afectadas, porque las bibliotecas están cerradas, los amigos no nos pueden prestar libros tan fácilmente —aunque podemos coincidir en la cola del supermercado— y las compras por internet a las librerías pueden suponer también una novedad para muchas personas acostumbradas a acercarse personalmente.

 En los últimos años he escuchado con demasiada frecuencia en las personas de una cierta edad eso de que no quieren saber nada de la informática y los ordenadores. Algunos en mayor o menor medida los utilizan, pero con los conocimientos justitos porque consideran una pérdida de tiempo el meterse a conocer un poco más y sacar más rendimiento a estas máquinas que están siendo de una importancia vital en estos días. Estudiantes que reciben sus clases a través de videoconferencias, no solo las clásicas escolares o universitarias, sino de música o Pilates, cuando no pueden seguir manteniendo sus visitas a profesionales como psicólogos con una cierta normalidad. Mi contestación a aquellos que voluntariamente renuncian a asomarse a la ventana al mundo que supone una pantalla es muy sencilla y escueta: «Tú te lo pierdes».

En condiciones normales podemos ir a la oficina bancaria y tragarnos la cola para hacer una transferencia o podemos hacerla desde casa con las aplicaciones bancarias informáticas. En condiciones normales podemos ir a la oficina de Hacienda a que nos confeccionen nuestra declaración, o podemos hacerla desde casa con nuestro Certificado Digital. Ahora…

Este confinamiento está suponiendo un acelerón descomunal —cualitativo y cuantitativo— en el uso de la informática y las comunicaciones. La actitud de muchas personas en cuanto a la tecnología está cambiando a marchas forzadas tratando de adquirir o mejorar sus competencias digitales. Todo cambio conlleva una oportunidad de explorar nuevas vías y en mayor medida si es brusco como el actual y nos obliga sí o sí sin las alternativas a las que estamos acostumbrados y que van procrastinando nuestro deseo de mejorar nuestras habilidades.

Cuando todo esto pase deberíamos —maldito uso del condicional— aprender algo y modificar nuestros planteamientos, no solo a nivel personal sino también social. ¿Pudiera ser posible que los estudiantes accedieran a los campus dos días por semana  y recibieran los otros tres por medios telemáticos? ¿Podría más gente tele trabajar algún día y ahorrar desplazamientos, consumos energéticos y atascos? Quizá sí, pero esto supondría un reajuste en otros ámbitos que habría que manejar con cuidado.

Lo que sí que me queda claro es que todos, en mayor o menor medida, estamos más digitalizados que hace un mes cuando todo esto empezó y, lo que es más importante, la actitud de muchos hacia la tecnología no será la misma.


domingo, 19 de abril de 2020

PERGEÑAR




Hemos culminado la quinta semana de confinamiento por mor del coronavirus ese de nombre innombrable que nos infecta con COVID-19. Esto nos permite disponer de mucho tiempo en casa lo que para algunas personas es un hecho inusitado al que no están acostumbradas. Las consecuencias psicológicas pueden ser variadas, pero lo que está claro es que la mente no para de idear actividades para evitar eso que se ha puesto de moda y que algunos airean en las redes: aburrirse.

La semana pasada escribía en este blog la entrada «ZAFARRANCHO» en la que comentaba algunas de las actividades que yo andaba realizando en estos días. He de confesar que la palabra «aburrir» no está en mi diccionario y me falta tiempo para hacer cosas. Pero esto no es lo común. Una de las actividades comentadas era poner orden en nuestras carpetas y ficheros del ordenador.

Ayer sábado me pasé más de media mañana con llamadas telefónicas de tres personas —¿amigos? — que habían acometido eso de poner orden en su ordenador, valga la casi redundancia. Cuando no se ha tenido la precaución de desarrollar una actividad de forma paulatina a lo largo del tiempo, ponerse de golpe con ella puede ser peligroso si no se extreman las precauciones, Y, aun así.

Borrar ficheros o carpetas o simplemente cambiarlas de sitio puede traer consecuencias indeseables si no se sabe lo que se está haciendo. Y esas consecuencias pueden ser un desastre en estos tiempos en los que estamos todos encerrados en casa y no podemos recurrir al amiguete a que venga a darse una vuelta por casa, se tome una cerveza y de paso… nos arregle el desaguisado que hemos montado en nuestro ordenador.

La tecnología ha venido en ayuda de estos «descolocadores» de información. Herramientas informáticas como TeamViewer permiten tomar control de un ordenador desde otro lugar y (tratar de) ver qué ocurre. Porque muchas veces la información telefónica que te brindan es inadecuada o confusa. Siempre en estos casos me viene a la mente un hecho real ocurrido a finales de los años 70 cuando empezaba la informatización de las oficinas bancarias. Un administrativo de una oficina había llamado al centro de atención al usuario por un problema y cuando el operador le preguntó que tenía en la pantalla, el administrativo le contestó: «El tabaco y las cerillas».

Muchas veces es mejor que no te cuenten nada y verlo por ti mismo. Voy a comentar brevemente dos de las intervenciones de ayer que me ocuparon un buen tiempo y me privaron de hacer otras cosas... mías.

Uno de mis interlocutores se puso a borrar aplicaciones de su ordenador porque al arrancar una aplicación nueva que había instalado —en estos días cuantas menos cosas nuevas se instalen, mejor— recibía mensajes de que no tenía memoria. Muchos usuarios de ordenadores caseros no saben lo que significa «memoria» en un computador y lo asocian a espacio en el disco. Así que este amigo se lio a desinstalar aplicaciones y borrar cosas con un criterio que no voy a valorar. El hecho es que consiguió que le funcionara esa aplicación nueva, pero… al día siguiente descubrió con sorpresa que le habían dejado de funcionar otras. ¿Qué había pasado? Tras un buen rato al teléfono conseguí averiguar lo que estaba pasando y ofrecerle una solución. Pero mucho me temo que volverá a la carga con nuevas sorpresas.

El otro caso fue mucho más sibilino. No había manera de determinar el alcance de lo que me estaba diciendo por teléfono y lo que no le funcionaba en su ordenador era un programa vital para su teletrabajo en confinamiento. «Quién me manda tocar nada» era la menor de sus lamentaciones. Lo del teletrabajo en estos días es una cosa seria y no tuve más remedio que conectarme a su ordenador para (intentar) ver lo que estaba ocurriendo.

Los ordenadores caseros de muchas personas son una fuente de problemas. Pocos hay que pertenezcan exclusivamente a una sola persona y que además esa persona sea celosa de lo que ocurre en su interior y no permita que nadie toque ni haga modificaciones en ellos. El vecino, el amigo, el marido o la mujer o el compañero de la oficina nos ha preparado nuestro portátil para poder hacer teletrabajo en casa o para otros menesteres. Pero ahora, en confinamiento, no podemos recurrir a ellos si alguna de las cosas que otro nos ha preparado deja de funcionar.

No voy a entrar en detalles técnicos de lo que estaba pasando en el ordenador de este segundo «amigo» —lo pongo entre comillas porque voy a tener que empezar a perder amigos de estos—. En sus operaciones de poner orden en su ordenador había movido una carpeta de sitio. Pero resulta que la posición de esa carpeta estaba consignada de forma directa en la configuración del programa de trabajo que quería utilizar, con el consiguiente fallo que, como suele ocurrir debido al gran Murphy, da un mensaje de error absolutamente desconcertante en lugar de decir «Burro, más que burro, ha movido Vd. la carpeta XXX y no lo ha actualizado en la configuración de este programa».

Me imagino que situaciones como esta estarán a la orden del día en esta época de confinamiento en la que los magines del personal están en ebullición. Yo he hecho una recolocación de mi estantería de libros físicos, con la purga de una decena de bolsas llenas de libros y documentos viejos que he retirado. No sé lo que haré con ellos porque no los quieren en ningún lado, pero por el momento descansan en el maletero del coche por quitarlos de en medio. Tengo unos días para rescatar alguno y volverlo a colocar en la estantería. De momento ningún otro libro se ha quejado de los que faltan, pero los ordenadores son muy listos…

Por cierto, el título de esta entrada, pergeñar, tiene un significado diferente del que yo me pensaba antes de atacar el diccionario. Su significado es «disponer o ejecutar algo con más o menos habilidad». Así que una recomendación para los que quieran poner orden en sus ordenadores: pergeñen con cuidado que la pueden liar. Y si no están seguros de lo que están haciendo… no lo hagan. Como se dijo hace algunos años… «la arruga es bella», ergo, el desorden tampoco es tan malo si nos está funcionando y no tenemos muy claro lo que estamos haciendo.


domingo, 12 de abril de 2020

ZAFARRANCHO



Define zafarrancho el diccionario de la lengua, en su segunda acepción, como «limpieza general». Toda limpieza lleva aparejada una ordenación o colocación. A mí la palabra me recuerda tiempos muy pasados en la que la oía y la sufría con mucha frecuencia: el servicio militar. Éramos muchos, con mucho tiempo libre, y la mejor manera de llenarlo era organizando zafarranchos día sí, día también.


En estos días de pandemia general, recluídos en nuestras casas, raro es que no hayamos oído la palabra de nuevo. Confinados como estamos en nuestros domicilios, con muchas horas en él que antaño no teníamos, es un buen momento de poner manos a la obra y hacer una limpieza general que nos servirá para revolver cajones y armarios, descubrir muchos trastos que ni siquiera recordábamos, colocar, limpiar y desechar. En mi casa se está haciendo con alguna o más bien poca colaboración por mi parte, porque yo me estoy dedicando a aspectos más tecnológicos, que también necesitan su mantenimiento, ordenación y limpieza. Voy a dedicar esta entrada del blog a comentar, muy por encima, algunas de las tareas a las que me estoy dedicando en estos días.


En la imagen se puede ver la vorágine de cables y aparatos que por lo general existe tras los televisores de las casas. Con el paso del tiempo han ido desapareciendo algunos aparatos como vídeos o reproductores de CD y DVD y han ido apareciendo otros. La colocación y orden de los cables es siempre una tarea pendiente que no pide pan y a la que aplicamos siempre el dicho aquel de «si funciona, no lo toques». Es un buen momento para poner orden en este caos.


Cajones, altillos de armarios, muebles de la cocina, librería y similares son aspectos de los que me he ido escapando hasta ahora, pero ya no tengo más excusa. A partir de mañana toca y ya no me puedo escapar más.


Desde el 14 de enero de este 4
año de 2020 andaba procrastinando la migración del sistema operativo Windows 7 que como ya estaba anunciado terminó sus días y se quedó sin mantenimiento. El mantener y tener al día nuestras aplicaciones informáticas es vital: no vale eso de si funciona no lo toques, porque a lo mejor tenemos que tocarlo deprisa y corriendo y la avería puede ser peor. Así que, estos días, los he utilizado para pasar a Windows 10. No ha sido tarea fácil y he tenido que echarle ganas y horas. Ganas tenía pocas y horas muchas, así que lo he conseguido razonablemente, aunque quedan flecos pendientes y cosas que todavía no me funcionan como antes, pero me voy apañando.


En mi PC fijo disponía de altavoces, pero no de micrófono y cámara que son vitales para mantener la multitud de reuniones virtuales a las que me enfrento en estos días. Con un muchito de tiempo y consultas al doctor Google ese que todo lo sabe, he conseguido utilizar mi teléfono móvil como cámara y conectar al ordenador un micrófono de la WII de mi hija. En condiciones normales y sin confinamiento quizá hubiera optado por comprarlos… No hay mal que por bien no venga.


Muchos actos públicos a los que no es posible asistir presencialmente se retransmiten por canales de internet como Youtube y similares. Pongo por ejemplo la misa de la parroquia de mi pueblo. Ver esto en un ordenador es un poco latazo así que lo mejor es conectar el ordenador a la televisión. Cuando lo hago me encuentro que por el cable HDMI que conecta el portátil a la TV viaja la imagen, pero no el sonido. Otra vez a pedir ayuda al doctor Google hasta que lo conseguí.


En estos días y al igual que muchas personas, me he tenido que poner al día en herramientas de vídeo conferencia. Aparte de las clásicas para reuniones familiares, se trataba de elegir una un poco más profesional (dentro de un orden, hay muchas críticas). Yo y otros colegas optamos por ZOOM con lo que me puse manos a la obra de estudiar y conocer esta herramienta. Ver vídeos informativos, leer manuales y hacer pruebas me han llevado unas cuantas horas, así como enseñar a manejar esta aplicación a varios amigos que la necesitaban. No voy a entrar aquí en la controversia que hay con ZOOM en las redes respecto de su falta de privacidad y su «peligrosidad», una controversia a mi juicio bastante infundada y que ha motivado falsedades y artículos tendenciosos en la prensa. Cada cual que haga su valoración y actue en consecuencia.


Un sitio en el que es muy importante no solo poner orden sino fijar unas pautas de actuación de cara al futuro es en las carpetas de ficheros del ordenador. Cual cajones de armario, las carpetas proliferan en un ordenador y en sus discos externos y es bastante frecuente tener un revoltijo de ficheros de forma que muchas veces no nos aclaramos donde tenemos cada cosa y donde meter lo nuevo que nos llega y queremos guardar. Es un buen momento, con esta enorme cantidad de tiempo que tenemos, dedicarnos a pensar una estructura para nuestros datos y colocarnos en ella.


Nunca se insistirá suficiente en lo importante que es tener un sistema seguro de guardar las claves de acceso del correo, bancos o sitios a los que nos conectamos. Hay quién tiene pocas y las tiene en la cabeza, aunque algunos tienden a tener muy pocas y las repiten en varios sitios, lo cual es bastante poco recomendable. Otros las apuntan en papeles o las guardan en documentos en el propio ordenador. Lo mejor es tener una herramienta fiable que nos permita generar y utilizar claves cifradas que ni nosotros mismos conozcamos. Yo utilizo una y en estos días he visto que tengo más de cuatrocientas claves. Muchas se han quedado en desuso y en estos días estoy colocando, verificando y cambiando sino todas, una gran cantidad de ellas. Voy por la mitad.


Hay muchas más cosillas, pero ya para finalizar voy a comentar la estrella de las actividades, una cuestión que tenía procrastinada desde hace años y que una indicación de mi buen amigo José María me ha rescatado del olvido: preocuparme de la situación de mi contrato de suministro eléctrico. He podido dedicar tiempo a acceder a mi contador inteligente, estudiar mis consumos, mi potencia contratada, mis picos y mis valles y un montón de estadísticas. Tras todo ello, he solicitado reducir mi potencia contratada y en lugar de la tarifa única para todo el día pasar a la doble con diferente precio para las horas punta o valle. Si mis estudios han sido correctos y familiarmente conseguimos reordenar nuestras costumbres, podemos ahorrar un 20% al mes en nuestra factura. No es moco de pavo, que no están las cosas para regalar el dinero.


Evidentemente hay más cosillas que hacer en estos tiempos de confinamiento. Cada uno tendrá las suyas y querrá o no acometerlas. No hemos hablado aquí de leer, ver televisión, hablar con la familia o amigos y similares, que también han crecido y mucho en estos días. Lo mejor es tener un método y unas actividades programadas para no caer en el aburrimiento, que el tiempo es oro.