Buscar este blog

sábado, 22 de diciembre de 2007

NAVIDAD

Escribo esto mientras mis oídos captan en la lejanía la cantinela del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad. En otras épocas, lejanas pero no tanto, este soniquete marcaba el verdadero comienzo de la Navidad. Solía ser el último día de colegio antes de las vacaciones y al llegar a casa todos sabíamos que empezaba esa época que tenia, entonces, algo de maravillosa y mágica, dependiendo siempre de la edad que tuviera cada uno.

Esa misma tarde, recuerdo, con mi padre y mis hermanos, dar un largo paseo hasta las inmediaciones de la Ermita a recoger el musgo necesario para hacer el belén. Siempre ha habido Belén en casa y lo sigue habiendo, más pequeño o más grande, con más o menos luces, con molinos que se mueven o están estáticos, río de agua, cristal o papel de plata … y el “caganet”. Recuerdo que esa figurilla, típica catalana le hacía mucha gracia a mi padre y lo ponía siempre con el trasero al río, con el frío que debería hacer. Recuerdo especialmente el belén del año 1978. En ese año falleció mi abuela y su habitación quedó libre. Mi padre consiguió figuritas prestadas y montamos un belén enorme, que ocupaba casi toda la habitación. Nos tenemos que contentar con los recuerdos: no había máquina de fotos en casa ni video para “guardarlo”.

Inmediatamente había que hacer la carta a los Reyes Magos, debidamente aconsejados por los padres. Las peticiones solían ser cortas, una o dos cosillas, a elegir y ya veríamos que es lo que ponían en el lejano día 6 de Enero. Rápidamente se metía en un sobre dirigida a los Reyes Magos de Oriente y se iba a depositar al buzón especial, en forma de Paje Real, que una juguetería de la localidad ponía en su puerta. Muchos años más tarde me enteré que aquellas cartas eran quemadas cuando acababan las fiestas.

En esas fechas había cosas extraordinarias, entendiendo por tales que no se podían hacer el resto del año. Alguna cena o comida con viandas o verduras que no veíamos ni en televisión, que no había, año, asistencia a algún espectáculo de circo o similar y el largo viaje a Madrid, todos en autobús a pasar el día a casa de la tía Julita. La Navidad traía cosas novedosas, no vistas ni disfrutadas en todo el año. Eran pocas y contadas, pero se valoraban mucho.
También el cine del pueblo había sesiones de cine para los pequeños. En aquella época el cine costaba 90 céntimos, pero de los de la ya desaparecida peseta, ahora bien, las funciones de Navidad eran gratis. Ponían varias veces la misma película y el truco era ir a todas las sesiones haciendo creer al portero que era la primera vez que ibas. De las vistas aquella época una se me quedó como de mis favoritas: “101 Dálmatas”.

Actualmente, el día 22 no marca nada. Con tantas grandes superficies y tanta publicidad, la Navidad empieza casi el día de los Santos, las luces de ciudades y pueblos llevan encendidas desde primeros de Diciembre, no se puede dar el paseo a por musgo porque ya está prohibido coger musgo, en las cenas y comidas lo que apetece es comer huevo frito con patatas, no se acude a uno sino a varios espectáculos, no recibimos un solo regalo sino varios y los niños no digamos, nos apuntamos a Papa Noel, Santa Claus, Los Reyes Magos y dentro de poco con la globalización a cinco o seis más que haya por ahí.

¿Dónde está ahora la magia y la ilusión de la Navidad? Yo, al menos, no la encuentro y aunque me resisto a no “estar” en Navidad hasta oir a los niños de San Ildefonso, cuando llega por fin, estoy tan harto que lo único que deseo, de verdad, es que se acabe.