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sábado, 4 de septiembre de 2010

ENERVANTE

Desde que recuerdo he venido oyendo eso de la “cuesta de enero”. Será por ello que me he acostumbrado y ya no me
parece tanta cuesta, Sin embargo me ha aparecido otra “cuesta”, la de septiembre, a la que año tras año no logro acostumbrarme por más que lo intento. Como reza el título, me pone de los nervios y, puestos a seleccionar, por una cosa en especial.
Tenemos la sensación de que todos los españolitos somos iguales ante la ley. No especifica de qué tipo de ley se trata, pero desde que existen rangos o niveles de dirigentes con capacidad de dictar leyes y hacérnoslas cumplir sí o sí, al menos en determinados aspectos, puedo afirmar que no todos somos iguales ante la ley.
Parece que determinados aspectos de nuestra existencia deberían estar gobernados y dirigidos de forma inequívocamente igualitaria desde el gobierno de la nación. Pero esto no es así. Hace ya años se inventaron en este nuestro país los gobiernos autonómicos que también tienen mucho que decir en el devenir de nuestras vidas. Por si fuera poco, los ayuntamientos han exigido su cuota de poder y también aportan sus “ideas” a la hora de que no todos los españolitos seamos iguales, por lo menos a la hora de rascarnos los bolsillos y transferir los euros que supuestamente de forma honrada hemos ganado con nuestro trabajo a las arcas municipales, autonómicas o nacionales. Por encima ahora habría que añadir la Comunidad Económica Europea esa, pero vamos a dejarlo dentro de nuestras fronteras.
Retomando la idea de la cuesta de septiembre, muchos padres con hijos en edad escolar se enfrentan al coste de los libros de texto y material escolar. En mi experiencia, que no sé si será extrapolable, con una niña en primaria, el gasto de aproxima a los 300 euros. Ya se tiene, por activa o por pasiva, buen cuidado de que los textos no sirvan de un año para otro, bien porque se cambian, bien porque se escriben o bien porque … El hecho es que hay que comprarlos nuevos.
Pero lo que me pone de los nervios en este mes es la visita anual que precisamente no me entusiasma un ápice del llamado Impuesto Municipal sobre Bienes Inmuebles, IBI, y que de toda la vida se ha conocido como la “Contribución”. No voy a entrar en si es un impuesto lógico, como sería por comparación el anacrónico de Circulación de Vehículos o “Numerito”, y tampoco voy a dar ideas ya que por esa misma razón deberíamos pagar otro impuesto anual por tener televisión, por tener teléfono móvil, por ir a misa los domingos, por tener un pijama o un traje o por tener plantas en las ventanas. Ideas aparte, el famoso IBI no es más que una fuente de financiación de las economías locales, autonómicas y estatales, una fuente más a añadir a lo que nos sacan por el impuesto de la renta, el IVA que pagamos cada vez que respiramos, el precio de los carburantes o los desmesurados impuestos que, por nuestro bien, se aplican a bebidas o tabacos.
Hasta aquí vale. Pero lo que no es de recibo es que un españolito del pueblo de al lado o de la ciudad de al lado pague diferente por el mismo concepto, en función de que el poder que corresponda, en este caso ayuntamiento, fije unos tipos impositivos diferentes. EL año pasado la cuota resultante final a pagar por mi piso en concepto de IBI tuvo un incremento del 5,93 % con respecto al año anterior, y este año ha sido del 6,35 % con respecto al pasado, muy por encima de lo que ha subido la vida en decir del INE y estratosféricamente por encima de lo que me han subido el sueldo. En teoría las cantidades a pagar dependen exclusivamente del Valor Catastral pero como este se encontraba desfasado hace unos años, el tipo impositivo, que maneja el ayuntamiento, se aplica sobre una base imponible que sube como la espuma año tras año hasta llegar al valor catastral, lo que parece que en mi caso se producirá el año que viene. Parece que hay un mínimo del 0,4% para el tipo impositivo pero en mi caso el aplicado es del 0,62. Pero no se preocupen, al año siguiente revisarán el valor catastral, esta vez el Gobierno Central, y seguiremos en la espiral de subidas violentas a las que no nos queda más remedio que acostumbranos… y pagar, además de ajo, agua y resina.
La mejor arma en esto es la comparación, que salvando las distancias, arroja luz y sirve, en mi caso, para que el tono de cabreo suba hasta límites insospechados. Aunque de poco me va a servir, ya que cada vez somos todos, yo el primero, más inactivos a la hora de movernos un poco para evitar que ciertas cosas sigan como están. El valor catastral de mi piso, como se puede ver en la imagen, está por encima de 63.000 euros, ubicado en un pueblo de la provincia de Madrid. Sin contar el garaje y el trastero, que llevan su IBI aparte, y por amornizar los datos, el año pasado aboné en concepto de IBI la cantidad de 354,05 euros. Un amigo mío que vive en Madrid-Aluche tiene un piso con un valor catastral casi idéntico, un poco más de 63.000 euros. Pues bien, este amigo mío pagó el mismo año pasado en concepto de IBI 317,22. ¿Somos iguales todos? Al menos en el IBI no, ya que por un concepto similar, en la misma provincia, pero bajo distinto ayuntamiento, yo pago más y eso que dicen que el municipio de Madrid es uno de los más caros del estado. Cada cual que saque sus conclusiones.
Esto es no es un hecho aislado. Hace años se comentó que el municipio español con más coches censados, muchos más que habitantes, era Robledo de Chavela. El coste del impuesto de circulación de vehículos era siete veces más barato que en la capital. Dentro de la provincia de Madrid, Moralzarzal se ha enganchado a aprovecharse de las diferencias entre españolitos, manejando por parte de sus corporaciones locales las tarifas a aplicar y atrayendo a su padrón de vehículos flotas de empresas de alquiler y similares.
Así pues, españolito que estás leyendo esto, ten mucho cuidado a la hora de elegir donde compras tu casa, donde empadronas el coche o donde pones carburante a tu coche. Aún siendo dentro de España, las diferencias en costes anuales pueden ser importantes.