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domingo, 24 de agosto de 2025

HIBAKUSHA

En este mes de agosto de 2025, concretamente el día seis, se cumplieron ochenta años del lanzamiento de la primera bomba atómica por parte del ejército norteamericano sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días más tarde, una segunda bomba atómica ─ la última por el momento ─ fue lanzada sobre la también japonesa ciudad de Nagasaki. No han sido utilizadas más bombas atómicas desde entonces, salvo numerosos ensayos controlados.

«Han pasado 80 años, pero nada ha cambiado»
                                                                            Masako Wada

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial se había dado por finalizada en Europa, la lucha seguía activa en el Pacífico entre Japón y Estados Unidos, que se planteaba una invasión terrestre de Japón, que hubiera costado muchas vidas (americanas) y mucho tiempo. El presidente norteamericano Henry Truman tomó la decisión de utilizar la bomba atómica, desconocida hasta entonces. La enorme devastación causada ─que ahora se comentará─ no fue suficiente para conseguir la rendición japonesa que pensó de forma equivocada que no dispondrían de una segunda bomba. Craso error que sufrieron en sus carnes los habitantes de Nagasaki. Japón, entonces sí, claudicó.

Hoy en día oímos con demasiada frecuencia en las noticias hablar del armamento nuclear, como pretendido elemento disuasorio del enfrentamiento entre potencias. En aquella época solo disponía de la terrible arma Estados Unidos, pero hoy en día, que se sepa con certeza, nueve países disponen de arsenales nucleares. Además de EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, Israel, China, India, Pakistán y Corea del Norte. Se estima que las bombas actuales son mucho más potentes que aquellas.

Yo no había nacido cuando ocurrieron estos hechos, pero he oído hablar de ellos en muchas ocasiones como recuerdo de aquel horror. Pero… ¿Qué pasó realmente? ¿Cuáles fueron los efectos? Intentemos llegar un poco más al detalle.

Los problemas derivados de la energía atómica han llegado a nuestros días por problemas en instalaciones nucleares de generación de electricidad, una forma considerada «verde» hoy en día por las autoridades. Apunto aquí mi opinión de que yo no la considero verde pero si necesaria en estos tiempos, siempre que se asuman completamente sus riesgos, desechos y (posibles) consecuencias. El problema en Chernóbil en 1986 y el posterior en Fujushima en 2011 derivaron en un escape de radiaciones que afectaron enormemente a las zonas circundantes. De esta última, diez años después, Kum Nemoto y Manuel Rodríguez Redondo nos brindaron una interesante conferencia que puede seguirse en Youtube en este enlace. Se estimaron 19.747 personas fallecidas, 2.556 desaparecidos y se contabilizaron 6.242 heridos. Han vuelto los fantasmas de este tipo de incidentes con la actual guerra en Ucrania y la inestabilidad derivada de actividades bélicas en las cercanías de la central de Zaporiyia, estimada como una de las diez más grandes del mundo.

Volvamos a Hiroshima. A las 8:15 de la mañana de aquel 6 de agosto de 1945, en un radio de 4,5 kms. del impacto de la primera bomba sobre Hiroshima, bautizada como «Little boy, (niño pequeño)» se generó una temperatura de 4.000 grados centígrados que carbonizó literalmente todo y todos, de forma indiscriminada. La onda expansiva provocó el colapso y consiguiente derrumbe de prácticamente todos los edificios. La onda expansiva con la radiación generada se propagó varios kilómetros a la redonda afectando a miles de personas, muchas de las cuales murieron o quedaron afectadas durante muchos años por la radiación. No es necesario mencionar que la segunda bomba ─ Fat Man (Hombre gordo) ─ provocó los mismos efectos relatados en la ciudad de Nagasaki.

Yo, confieso, no tenía ni idea del asunto del incremento brutal de la temperatura y del colapso de los edificios. He querido acercarme un poco al tema mediante la lectura de dos libros entre los muchos que hablan de la tragedia, y que he elegido por información en la red. El primero, muy sencillo, pertenece a la colección de Historia de «En 50 minutos», se titula «Hiroshima» y su autor es Maxime Tondeur. En poco menos de una hora se pueden conocer más detalles de los prolegómenos, los actores intervinientes y los hechos. Para entrar más a fondo he acometido la lectura de «Hiroshima» de John Hersey, periodista con un relato ameno que se centra en la vida de varios supervivientes. Por ahondar un poco más en el asunto, estoy leyendo estos días un tercer libro, del periodista Agustín Rivera, con años ejerciendo de corresponsal en Japón y titulado «Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes».

Después de leer estos libros y leer algunos artículos se me pone la piel de gallina al ver la ligereza con la que se habla de las armas atómicas. En aquella ya lejana ocasión, Japón no pudo «contestar» a su agresor americano, pero hoy en día alguno de esos nueve países que hemos comentado tiene el tiempo suficiente para «responder». Según figura en la Wikipedia, con todas las salvedades, el número de ojivas nucleares de las que disponen las dos máximas potencias, EE.UU. y Rusia, supera las 5.000 cada uno. Suficientes para generar una devastación nunca imaginada.

Una información de las muchas que proliferan en la red y que me ha resultado interesante es el reportaje de Carlos Serrano en la BBC cuya fotografía inicial ─de las muchas que contiene─ encabeza esta entrada. Está accesible en este enlace. Según este reportaje, «los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000». 

Masako Wada, autor de la (muy preocupante hoy en día) frase consignada tras el primer párrafo de esta entrada, es un hibakusha de Nagasaki. Hibakusha es un término japonés que hace referencia a los supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Su significado literal es «persona afectada por la bomba» o «persona expuesta a la explosión». Los hibakusha son testigos de la devastación causada por las armas nucleares y, por lo general, han soportado traumas físicos y psicológicos de mayor o menor intensidad a lo largo de sus vidas.

Los «hibakusha» eran susceptibles a secuelas mucho más peligrosas por las enormes dosis de radiación recibidas de la bomba. Sobre todo fue evidente, hacia 1950, que la incidencia de leucemia en los «hibakusha» era mucho más alta de lo normal. (En el libro «Hiroshima», de John Hersey).


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