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sábado, 18 de diciembre de 2010

COSECHA


Se recoge lo que se siembra, aunque es imposible saber a ciencia cierta lo que obtendremos en el futuro pues, por mucho que nos esforcemos, tendrán lugar situaciones ajenas a nuestra voluntad que nos pueden arruinar la recolección. Esto va de niños y niñas, futuros hombres y mujeres, y son tres pequeñas historias de situaciones observadas que me dan que pensar.

La primera historia tuvo lugar esta misma semana. Ocurrió en un colegio profesional en el que se celebraba una fiesta de entrega de premios y regalos para niños de 0 a 12 que habían participado en un concurso de felicitaciones de navidad. Aclaro lo de colegio profesional para que se deduzca que los padres de los niños, o al menos uno de ellos, tenían formación universitaria. Pero el conocimiento no lleva consigo educación. En una pared de la sala estaban preparadas unas mesas con un aperitivo para el final de la fiesta. Comenzó la fiesta con la actuación de un payaso. Los niños estaban sentados en el suelo y los padres en sillas alrededor de la sala. Instantes después de empezar la actuación, una niña de las más mayores se levantó, se dirigió hacia una mesa, abrió una servilleta y la “cargó” de patatas fritas y cortezas. Volvió a sentarse y se dedicó a comer su “botín” mientras seguía atendiendo la actuación. Nadie dijo nada. Pero como era de esperar, cuando acabó se levantó de nuevo y fue a por más. Nadie dijo nada, pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. El resto de los niños aunque no todos, primero en forma de goteo y luego en masa se levantaron también. No solo los niños sino algún padre debía tener hambre y se hizo su viaje a por sándwiches. El revuelo era continuo y el pobre payaso se desesperaba por continuar con su actuación. Aunque se puede suponer, no dejé que mi hija se levantara a hacer su recolección. Finalizada la actuación tuvo lugar la entrega de los premios y a continuación…. ya no había nada que comer, solo la bebida. Los reproches de mi hija no se hicieron esperar y me costó no poco trabajo convencerla de que había hecho lo correcto, por respeto al payaso que estaba actuando y a los demás, aunque se quedara sin su parte.  

La segunda historia es en cierto modo parecida. Mi hija ha participado en un concurso de relatos titulado “Sucedió en el metro” patrocinado por Metro de Madrid que consistía en una historia real o inventada que hubiera tenido lugar en el metro. Aunque había utilizado el metro en algunas ocasiones, la llevamos de nuevo para ambientarla y luego, también en metro, para entregar la historia. La niña se quedó, y lo apuntó, con la copla de que el día 15 de diciembre publicarían los resultados en la web del metro. Estamos a 18 y todos los días desde el 15 me ha preguntado y hemos buscado sin éxito esos resultados. La niña está un poco decepcionada porque no entiende que si han dicho una cosa, y más a un niño, no la cumplan. Mandé una petición al servicio de atención al cliente y me han contestado por correo electrónico dándome un teléfono de información para que llame y pregunte. Por supuesto ni me he molestado.

La tercera historia es más de lo mismo. Un concurso de cuentos infantiles patrocinado por la biblioteca de un pueblo. Las bases estaban claras y decían que los cuentos deberían ocupar como máximo ocho caras de cuatro folios doblados por la mitad, un tamaño que más o menos conocemos por cuartilla, que debían estar escritos a mano por los niños, que el tema era libre, etc. etc. Preparé a mi hija el cuadernillo y se esforzó en escribir una historia de piratas y princesas titulada “Historia de un rapto” que presentó personalmente a concurso. Cuando llegó el acto de la entrega de premios no pudimos quedar más decepcionados al ver que el premio de su categoría de edad se había concedido a un cuento rimbombante que desde la distancia se podía ver que no cumplía ni por asomo las bases, al tratarse de un tamaño folio o más grande, enmarcado en una cartulina cosida con lacitos y, aunque no lo puedo asegurar ya que lo vi en la distancia, al menos la portada impresa con ordenador. Inmediatamente mi hija me hizo la pregunta correspondiente: ¿no había que presentarlo a tamaño cuartilla?. Los mayores tenemos otro sentido y lo único que se ocurrió en ese momento es marcharme de allí inmediatamente para no ceder a la tentación de montar un numerito, que por otra parte se habían merecido. A los pocos días pasé por la biblioteca, hablé con la directora, y me contó cincuenta mil excusas, que si la culpa había sido de una profesora que no había leído bien las bases, que si esto que si lo otro. La hice ver el impacto negativo que había causado en mi hija al observar que no se habían cumplido las normas. Al año siguiente vamos a llevar un cuento no a tamaño folio sino a tamaño camión, a ver qué pasa y con qué cuajo rechazan su admisión. Evidentemente se va a notar el tufillo de protesta y no le darán el premio pero al menos mi hija y yo nos daremos el gustazo de ver la cara que ponen y escuchar sus argumentos. Quién siembra vientos solo puede esperar recoger tempestades.

La educación de los niños es un tema delicado y no baladí. Pero situaciones como estas, y otras muchas que se pueden observar a poco que nos fijemos, no auguran un futuro en el que la educación y las buenas formas sean lo normal y no la excepción.