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lunes, 26 de septiembre de 2016

CASCARRABIAR




Con cierta periodicidad los señores académicos de la lengua añaden palabras al diccionario, bendiciéndolas de alguna manera y admitiéndolas como correctas para su uso. Normalmente se trata de vocablos que ya se vienen utilizando con anterioridad y que a fuerza de calar en el lenguaje de los hispanohablantes acaban por «forzar» su inclusión. Bien es verdad que algunas tienen ligeras diferencias entre la que uno conoce y la que finalmente se incluye. Pongo el ejemplo de archiperre que yo siempre he conocido como «achiperre» —sin la erre— o procrastinar que siempre había oído y pronunciado como «procastinar» —también sin la letra erre—. Ambas han aparecido en varias entradas de este blog que pueden consultarse utilizando el buscador.

La palabra que da título a esta entrada no existe… todavía, aunque sería fácil deducir su significado por el parecido con la palabra de la que procede, esto es, cascarrabias, que el diccionario define como «persona que fácilmente se enoja, riñe o muestra enfado». «Cascarrabiar» podría ser definida como las acciones que realizan los cascarrabias cuando se enojan, enfadan o riñen a otros.

Se preguntará el lector a que viene todo esto. En diversas actividades en las que ando inmerso trato de buscar algún vocablo, unitario y lo más corto posible, que las defina, de forma que siempre sea fácil referirse a ellas y por extensión a sus componentes en los diversos medios electrónicos que ahora frecuentamos, a saber, wasap, Twitter, Facebook, E-mail y otros. Por poner un ejemplo que a alguno de los lectores frecuentes de este blog les sonará, yo ejerzo de condueño en otra de las actividades en las que empleo mi exiguo tiempo libre. Condueño se define como «compañero de otra persona en el dominio o señorío de algo». Hacía mucha gracia cuando la empezamos a emplear un grupo de amigos hace un quinquenio, aunque ya ha anidado en nuestras conversaciones de grupo y todos la consideramos normal. ¡Cualquiera que nos oiga hablar…!

En los años setenta y ochenta, casi durante veinte años, laboré en una empresa que tuvo un recorrido de trescientos años y que hace unos pocos ha desaparecido, gracias a la nefasta gestión de sus últimos dirigentes y a la negligencia en su vigilancia de los poderes públicos. En aquellos años, no solo en esta empresa sino en otras, el centro de trabajo era una fuente de compañerismo que se extendía más allá de oficinas y lugares de trabajo y trascendía a la vida personal y familiar: partidos de fútbol con merendola familiar posterior, visitas al Parque de Atracciones, excursiones, senderismo, montañismo, camping, asistencia conjunta al teatro, comidas de celebración, etc. etc. Ahora todo ha cambiado y lo normal es abandonar a toda prisa los lugares de trabajo y no mantener ninguna relación con compañeros y jefes, que en muchos casos son meros coincidentes laborales y queremos perder de vista lo más pronto posible.

Hace ya casi veinticinco años que dejé de laborar en esa empresa pero mantengo relación directa con alguno de los compañeros e incluso intentamos reuniones periódicas para comer y «cascarrabiar», esto es, intercambiar opiniones muchas veces con tanta vehemencia que si no fuéramos ya talluditos acabarían en las manos o como el rosario de la Aurora. Precisamente la descripción de cascarrabias se suele asociar con mucha frecuencia a personas mayores. En las reuniones bimestrales, que no bimensuales como he tenido que corregir, a las que cada vez es más difícil que asistamos todos, los temas de conversación no faltan y, bromas aparte, defendemos con vehemencia, «cascarrabiamos», nuestras opiniones, no tanto porque sean verdaderas, sino porque quizá con los parámetros de épocas pasadas las percibamos así.

Hay abundante fraseología sobre estos asuntos. Como decía Baltasar Gracián, «en la boca del viejo, todo lo bueno fue y todo lo malo, es». También Benjamín Disraeli afirmaba que «la juventud es una locura, la madurez una lucha y la vejez un lamento». Pues eso, muchas veces «cascarrabiar» se convierte en lamentarnos del mundo que nos rodea abundando en la opinión del sabio Epícteto que manifestaba hace ya muchos siglos que «el error del anciano es que pretende enjuiciar el hoy con el criterio del ayer», frase que he encontrado atribuida también a nuestro insigne Ramón y Cajal. Y es que «la vejez no mejora el corazón sino que lo endurece», Lord Chesterfield dixit.

Esta semana hemos tenido reunión de cascarrabias, pero un día distinto del inicialmente previsto, martes finales de los meses impares excepto el séptimo, lo que ha motivado que solo hayamos aparecido dos. Menos da una piedra y el intercambio de ideas y opiniones creo que ha sido provechoso para ambos aunque al faltarnos Juan, doctor cascarrabias por aclamación, el tono de los discursos ha sido más light, voz inglesa admitida y que de forma irónica designa algo que ha perdido parte de sus características esenciales.

Mi sueño es que yo y el resto de gruñones sigamos con nuestro espíritu joven hasta una edad muy avanzada, de forma que podamos seguir juntándonos por muchos años o al menos intentándolo, ya que «todo el mundo queremos llegar a viejos pero ninguno queremos serlo» que manifestara Miguel de Unamuno. En un par de meses, mes impar número once del año, a «cascarrabiar» tocan, a ver si hay más suerte y nos congregamos todos.