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domingo, 10 de febrero de 2019

CONÓCETE




Puede parecer una tontería, pero mantener una entrada con periodicidad semanal en este blog desde diciembre de 2006 lleva su tiempo. Se trata de buscar una imagen y juntar apenas mil palabras, semanas más, semanas menos, pero cuando la semana se complica, llega de sopetón el domingo por la mañana y no tienes nada preparado es motivo de desazón. Nadie te fuerza, pero muchas veces las obligaciones auto impuestas son las peores, pues las tienes que negociar contigo mismo y no es muy agradable. Todas las cosas tienen un comienzo y un final, que tarde o temprano acaba llegando, por las buenas o por las malas, voluntaria o forzosamente. No es el caso, al menos por el momento.

Mi buen amigo Manolo, uno de ellos ya que tengo varios, hace ya algún tiempo hizo un viaje a Grecia. Yo anduve por allí en el año 1982 en un viaje en coche desde España y no he vuelto, pero muchos de los recuerdos permanecen vívidos en mi memoria como si hubiera sido ayer, y eso que han pasado casi cuarenta años. Un país que en un tiempo fue una de las cunas de la civilización europea y mundial y que tiene muy variados encantos para el viajero, tanto en temas históricos como paisajísticos —no solo Atenas y su Partenón sino otros como el monte Athos, Meteora, el templo de Poseidón en Cabo Sounion, las islas de Mikonos, Santorini, Rodas…— y también culinarios —el yogurt griego y la «moussaka» no se me olvidarán nunca—. En uno de los comentarios que tuvimos apareció la imagen que encabeza esta entrada.

Según cuentan, este texto estaba situado en el pronaos del tempo dedicado al dios Apolo, en la ciudad de Delfos y era considerado el saludo del Dios a los que acudían a visitarle. En su día, cuando lo visité, no recuerdo haberme fijado, aunque algún día trataré de encontrar un rato y rebuscar en las más de mil diapositivas que tengo guardadas de ese viaje. Entender otro idioma que no es el nuestro no es fácil, y la dificultad se acrecienta sobremanera cuando los caracteres no coinciden con los de nuestro alfabeto, como por ejemplo «Σ», «Γ» o «Ω». Al final detrás de todo símbolo hay una traducción posible, que en este caso no es otra que «CONÓCETE A TI MISMO».

Desde aquel hay fijada una copia impresa en el atril que tengo en mi escritorio, en el que paso varias horas al día. Lo que ocurre es que muchas veces van cayendo papeles encima y queda oculta, pero no desaparece. Los días de limpieza como hoy vuelve a aflorar y recordarme que debo dedicar un tiempo a satisfacer ese imperativo de conocerme a mí mismo. El ejercicio debería ser diario, pues a diario nos acontecen un sinfín de situaciones que van conformando nuestro bagaje personal y que modifican nuestro auto conocimiento. Quizá sería bueno fijar una copia en algún otro sitio, como, por ejemplo, el espejo del baño, de forma que en el aseo diario de primera hora de la mañana venga a mi mente la tarea de dedicar un tiempo, por ejemplo, el del afeitado o la ducha, a darle una vuelta de tuerca al asunto. Siempre redundará en beneficio propio y por ende en el de los que nos rodean. 

El tiempo es el que es, pero en determinadas etapas de la vida parece que vuela. Y no precisamente en un avión convencional sino en un cohete espacial pues tal es la velocidad con que pasan días, semanas, meses y años sin que nos demos cuenta: hace nada estábamos celebrando las fiestas de Navidad y ya tenemos el verano encima… Por ello, es fundamental dedicarnos más tiempo a nosotros mismos y (quizá) menos a los demás.

Esta inquietante frasecita de marras tiene su enjundia. Se ha atribuido a varios filósofos griegos, pero parece que fue el muy conocido Sócrates, ese que «solo sabía que no sabía nada», el que la enseñaba hace miles de años a sus discípulos en sus clases de filosofía para que se conocieran mejor a sí mismos, con lo que serían capaces de gobernar su vida, de aprender a utilizar su pensamiento para dirigir sus acciones y relaciones a cuestiones verdaderamente interesantes desde el punto de vista personal y evitar las perjudiciales.

El mundo gira muy deprisa y nosotros nos vemos arrastrados —nos dejamos arrastrar— en esa velocidad endiablada. A poca curiosidad que tengamos, la información ingente, escrita y en imágenes, a la que tenemos acceso hoy en día se nos va acumulando «para después» y nos hace pasar muy por encima de temas que requerirían una lectura pausada, mejor reflexión y mayor disfrute; el carpe diem toma cada vez más sentido invitándonos a disfrutar del momento presente y no tener nuestra mente ocupada en otras cosas como, por ejemplo, lo que vamos a hacer a continuación.

Conocernos a nosotros mismos es fundamental para orientar nuestros pasos y gobernar nuestra vida. Dediquémosle tiempo y redundará en nuestro beneficio sin ninguna duda.