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domingo, 1 de septiembre de 2019

CARRETERAS



Hay muchos indicadores del nivel de progreso de un país. Quizá uno bastante directo sea el número de kilómetros ─o millas─ y el nivel de calidad de las carreteras que permitan la interconexión de los puntos neurálgicos de forma rápida y segura. En España y en mi opinión, hemos ido bastante retrasados respecto de otros países homólogos de Europa, aunque en la actualidad, de momento, estamos en un índice aceptable de autopistas y autovías que comunican entre sí las capitales de provincia y las fronteras con los países adyacentes.


Una de las formas adoptadas por los sucesivos gobiernos españoles para mejorar las carreteras ha sido el controvertido asunto de las autopistas de peaje, un invento envenenado de «pan para hoy y hambre para mañana» como estamos pudiendo comprobar en los últimos tiempos, bien porque algunas de ellas han sido deficitarias bien porque se cumplen los plazos de explotación y las carreteras deben revertir al control del estado que se encuentra con un problema serio: asumir los costes de mantenimiento de las mismas. Aunque no quiero entrar en el tema por su complicación, otro asunto es como se ha dejado de lado la potenciación del ferrocarril para el transporte de mercancías y se optado por inundar las carreteras con camiones y más camiones.


Cuando era estudiante, a principios de los años setenta y en mi entorno, la única autopista que recuerdo eran los 40 kilómetros iniciales de la carretera de La Coruña que enlazaba Madrid con Collado Villalba. En esas fechas se hizo la concesión del tramo Villalba-Adanero a manos privadas que mantendría la vía y la explotaría, económicamente se entiende, con peajes hasta 1997. Cuando llegó 1997 no estaba el Gobierno para recepcionar esta autopista con sus dos túneles y sus costes de mantenimiento, por lo que se optó por una prórroga de otros 25 años, eso sí, se hicieron nuevas mejoras como una tercera vía complementaria y un tercer túnel. Si las cuentas no me fallan, en 2022 vencerá este segundo plazo… ¿recepcionará el Estado la carretera y los que circulamos con relativa frecuencia por ella nos ahorraremos unos euros? Mucho me temo que no.


En esta España actual no sirve con que cada ciudadano pague religiosamente sus impuestos en función de su renta y sus características. Después se verá acosado por un montón de inventos en forma de impuestos adicionales, copagos y otras zarandajas inventadas por los políticos que lo único que saben hacer para solucionar los problemas es lo más fácil: subir los impuestos hasta el infinito. Llama la atención una ciudad como Bilbao que al menos hasta hace poco tenía una deuda de cero euros. La fórmula empleada por su alcalde, que ya falleció, era muy sencilla: el cuento de la abuela, si lo tengo lo gasto, si no lo tengo… me aguanto y me pongo a ahorrar. Cuando en una familia la cosa no llega a fin de mes, lo fácil sería aumentar los salarios, pero esto no es factible, así que lo que toca es apretarse el cinturón. Los políticos no se aprietan el cinturón, se endeudan, suben impuestos… y el que venga detrás que arree como dicen los castizos.


Volviendo al tema de las carreteras, que me voy por las ramas, no hace tanto que las últimas ciudades españolas quedaron conectadas por autopistas o autovías. Concretamente una de ellas a la que me desplazo con frecuencia, Cantabria, quedó conectada hace tan solo diez años cuando finalizaron las obras de la A-67, una vía de difícil construcción por la orografía montañosa del terreno entre Palencia y Cantabria y que curiosamente nació gratuita y así sigue hoy en día. Para llegar a Santander desde Madrid podemos utilizar varias variantes, todas por autovía, como vía Burgos-Osorno-Santander, gratuito todo el tramo o Madrid-Tordesillas-Valladolid-Palencia-Santander, unos 13 euros de peaje o Madrid-Segovia-Valladolid-Palencia-Santander, unos 9 euros de peaje y por el momento la insufrible circunvalación de Segovia, la SG-20 que lleva años en obras de desdoblamiento porque no sé a quién se le ocurriría hace relativamente pocos años diseñarla con una vía de doble dirección.


Las autopistas y autovías nos permiten alcanzar nuestros destinos en muy poco tiempo comparado con lo que se necesitaba hace años. Viajes que ahora se realizan en algo más de cuatro horas como el comentado Madrid-Santander requerían prácticamente el día completo por carreteras de doble dirección que atravesaban puertos peligrosos como El Escudo o Pozazal además de otros más livianos como Masa o Carrales. Recuerdo mis viajes como aficionado de esquí a las estaciones del Pirineo cuando Madrid y Zaragoza no estaban todavía enlazadas por autovía. O a Galicia donde los puertos o portillas del Padornelo y de La Canda, no se me olvidarán nunca los nombres, eran una prueba de resistencia para cualquier conductor.


Por el contrario, hemos perdido ese pasar por las ciudades y pueblos y esas paradas obligadas en sitios de culto en nuestros viajes. Recuerdo en el centro de Calatayud un bar con unos bocadillos maravillosos donde parábamos sistemáticamente para reponer fuerzas a media mañana. Años después, me seguía desviando de la autopista para hacerlo, pero ese bar pronto desapareció, como ha ocurrido con otros muchos comercios que vivían en muchos pueblos de las carreteras que pasaban por ellos, castigándolos con su tráfico, pero dejando algunas pesetas de entonces en sus establecimientos.


Hemos perdido ese saborcillo de conducir tranquilos por carreteras secundarias, terciarias… o cuaternarias. Yo me resisto y de vez en cuando, sin prisas, tomo la vieja (pero en un estado de conservación aceptable) N-623 de Burgos a Santander, aprovechando para comer de bocadillo en alguna pradera y hacer algunos desvíos a bellos e interesantes parajes burgaleses como, por citar algunos, Ojo Guareña o Puentedey por la derecha y Orbaneja del Castillo y la coqueta colegiata románica de San Martín de Elines por la izquierda. Pero a Cantabria se puede acceder también desde la meseta, o la Meseta desde Cantabria, por otras carreteras secundarias: las que transitan por los puertos de Lunada, Palombera o Piedras Luengas, por experiencia propia, son una delicia paisajística para los sentidos siempre que se elija la época adecuada y se circule tranquilo y atento pues las carreteras son «moco son» dada la orografía del terreno.


Y una vez ya en el lugar de vacaciones, gusto de hacer algunas excursiones en coche ─para comer, tomar el aperitivo o simplemente dar un paseo─ por esas carreteras entre pueblos que en otro tiempo fueron caminos, sombreadas al estar jalonadas (no es la palabra correcta, pero me gusta) entre árboles centenarios. Son para ir tranquilo, disfrutando de la conducción y del paisaje, parando mil veces en cualquier mirador, altozano o pueblo que se ponga a tiro. Algunas veces se descubren cosas desconocidas, como la casa donde nació Juan de Herrera, el segundo arquitecto del Monasterio de El Escorial, al atravesar por casualidad el pueblo de Movellán. En otoño son especialmente bellas por sus colores, con el aliciente adicional de un asfalto lleno de hojas caídas de los árboles que se levantan al paso de los vehículos para volver a caer lentamente hasta que el viento y el tiempo las limpia definitivamente a la espera de un nuevo otoño.


Algunas veces, de vuelta a Madrid, no puedo resistir la tentación de abandonar la comentada SG-20 y vía La Granja de San Ildefonso acometer el puerto de Navacerrada con sus siete revueltas. No es por ahorrarme los ocho y pico euros del peaje ahora en 2019, sino por disfrutar de la conducción y de la tranquilidad de las carreteras «de antes» lejos del atasco y vehículos «prisosos» que quieren llegar a su destino cinco minutos antes.