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domingo, 9 de abril de 2023

PENITENTES

Aunque según la Constitución España es un país laico, las manifestaciones religiosas inundan en estas fechas de la Semana Santa pueblos y ciudades de todo el país con la participación masiva de la gente en actos y procesiones, bien como penitentes bien como espectadores. Cuestión religiosa aparte, el asunto va mucho más allá en temas puramente mundanos y sobre todo económicos.

Ya escribía una entrada en este blog en abril de 2017 titulada «SemanaSANTA» que versaba sobre temas de calendarios y cómo se ven condicionadas ciertas fechas por motivo de la movilidad de la fiesta religiosa del Viernes Santo.

La religión es un invento humano. De hecho, se calcula que hay más de siete mil religiones en el mundo y continuamente aparecen unas y desaparecen otras. Conocemos algunas como la cristiana, judía, mahometana, budista, hindú… pero hay muchas más. En todo caso, la religión es un asunto estrictamente individual, como ser seguidor de un equipo de fútbol. Con ello, todos deberíamos tener claro que no puede imponerse, aunque a lo largo de la historia esto de la imposición de una determinada religión ha sido una constante y muchas veces con métodos violentos.

En mi adolescencia recuerdo los días finales de Semana Santa como algo especial. El Jueves Santo por la tarde recorríamos con mi padre —obligados— las siete estaciones en siete iglesias o capillas diferentes y desde ahí al Domingo de Resurrección era como si el mundo se detuviera: las imágenes en las iglesias estaban cubiertas (con lienzos morados), no había cines ni espectáculos salvo los religiosos, no había discotecas y la televisión mantenía un modo especial, con películas religiosas, música clásica, procesiones y retransmisión prioritaria de acontecimientos religiosos, que no faltaban a lo largo de la geografía patria.

En mi pueblo casi todo el mundo pertenecía a una cofradía. Por tradición familiar de mi abuelo, padre y tío, nada más nacer me encuadraron en la del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, más conocida en el pueblo como «la de los blancos» por ser este el color de la túnica que se vestía en las procesiones de Semana Santa para acompañar la imagen. Yo trataba año tras año de que mi padre me confeccionara la túnica y me comprara el farol para poder procesionar. Justo el año en que iba a debutar… se suspendieron las procesiones. Corrían los años sesenta del siglo pasado y el cura párroco de la localidad consideró que había muy mucho de folclore y muy poco de religiosidad en las manifestaciones. Mi gozo en un pozo.

Casi veinte años después, en 1983, volvieron a tener lugar las procesiones. Era mi momento esperado durante años. Desde el principio me encuadraron en el grupo de porteadores —costaleros los llamarían en Andalucía— encargados de llevar en andas la imagen. La cofradía participaba en dos procesiones a lo largo de la Semana Santa y aunque acababa con una buena paliza encima y los hombros doloridos, era un honor personal llevar la imagen por las calles de la localidad. Durante más de veinte años no falté a ningún desfile procesional. Hay que decir que tal y como se ve en la imagen, los porteadores en esta hermandad van cubiertos con sus capirotes por lo que no pueden ser reconocidos. Después, los años y la lógica renovación me relegaron de ser porteador y empecé a pasar la Semana Santa fuera de casa, con lo que me alejé del mundo procesional.

Por razones familiares, la Semana Santa de este año de 2023 estaba en mi localidad y he podido recuperar la sensación de participar en la procesión, eso sí, como un mero penitente en la fila. Unos momentos muy adecuados para reflexionar sobre muchas cosas y acontecimientos de la vida. Religión aparte… o no.

No me resisto a consignar aquí la estrofa final de la poesía dedicada por José María Pemán a la imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte. Independientemente de religiones y creencias, me parece una reflexión profunda sobre la muerte, que a todos nos llegará algún día.


Señor, aunque no merezco

que tu escuches mi quejido;

por la muerte que has sufrido,

escucha lo que te ofrezco

y escucha lo que te pido:

A ofrecerte, Señor, vengo

mi ser, mi vida, mi amor,

mi alegría, mi dolor;

cuanto puedo y cuanto tengo;

cuanto me has dado, Señor.

Y a cambio de esta alma llena

de amor que vengo a ofrecerte,

dame una vida serena

y una muerte santa y buena.

¡Cristo de la Buena Muerte!