La polémica está servida. Y no es de ahora, lleva mucho tiempo siendo cocinada en el ambiente y en algún momento tendría que estallar. Las denominadas «redes sociales» son un peligro para ciertos sectores que no pueden consentir que la gente se exprese libremente y que acceda a información directa no controlada. Como ocurre con todo, la libertad puede llevar como accesorio indeseado el libertinaje, una deshonestidad que puede hacernos dudar de todos y de todo. Ese es el peligro, que no es nuevo, y siempre ha estado ahí.
No soy de redes sociales, pero tengo que reconocer que en muchas ocasiones la información está en ellas. La mala, sí, pero también la buena. Soy consciente de que no me entero de muchas cosas por, por ejemplo, no tener Facebook, como no tengo otras como Instagram, TikTok o similares.
Los últimos dos años han sido sin duda turbulentos para los usuarios de la red social anteriormente conocida como Twitter. La llegada de Musk y sus erráticos movimientos al frente han cambiado por completo la experiencia de usar la red social, que cuenta aproximadamente con unos 300 millones de usuarios activos.
Ángel Jiménez de Luis, El Mundo, 23-nov-2024
Pero hay ocasiones en que te ves obligado. Un ejemplo. Hace unos años mi hija cursó un año de estudios en EE.UU. Toda la información con la school a la que asistía estaba debidamente reglamentada a través de la página web y de los correos electrónicos. Pero había un detalle que se escapaba. El deporte es una faceta muy importante allí y mi hija se encuadró en el equipo de vóley del colegio. No pensemos que allí las cosas son como aquí; la competición en la que participaban era importante, con desplazamientos en bus algunas veces de dos horas y partidos interesantes en una liga estudiantil. No había otra forma de conocer las vicisitudes de estos eventos, clasificaciones, resultados, vídeos de los partidos… que hacerse de Facebook. O eso o nada. Así que tuve que hacerme una cuenta de Facebook para estar al loro de todo lo que se cocía en esta faceta deportiva de mi hija. Cuando volvió, me borré de Facebook, no sin un cierto esfuerzo, todo sea dicho de paso.
Por añadir un dato, hace unos años me tuve que volver a meter en Facebook. Un grupo de compañeros de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid utilizó esta red en una zona privada con acceso controlado para generar información de cara a un evento que nunca llegó a cuajar. No me he molestado en darme de baja, pero no hago ningún caso: cómo si no estuviera.
Hay empresas de solvencia que incluso teniendo una página web propia optan por dejarla descafeinada y volcar todos sus avisos y actos en redes como Facebook sobre las que no tienen ningún control ni derecho. Si por algún motivo la red escogida, Facebook o la que sea, opta por echarles de ella se quedan a dos velas. Por no hablar de otras que basan las interacciones con sus clientes en mensajes de WhatsApp o correos electrónicos de Gmail o Hotmail sin asumir, yo creo que no lo asumen, que esas vías pueden desaparecer en cualquier momento sin tener ningún derecho a reclamación. Mientras funcionan, son fáciles de usar y mantener y miel sobre hojuelas.
La única red en la que participo de una forma principalmente pasiva pero con algunas entradas es Twitter. Sí, ahora se llama «X» desde que el magnate Elon Musk metió sus zarpas en ella, pero me niego a dejar de utilizar el antiguo nombre. Me encuadré en ella en un lejano marzo de 2011 y desde entonces he escrito 7.739 entradas de las que espero no arrepentirme en algún momento, que en la red todo se queda, incluso aunque lo borres.
Dedico poco tiempo al día al ver los mensajes de unas pocas personas o entidades seleccionadas entre las que sigo, en una lista muy restrictiva para no asistir a todo lo que se cuece por ahí. Desde hace un tiempo, Twitter se ha enfangado, por utilizar la palabra que se ha puesto de moda. Sus mensajes son en muchos casos detritus de personajes sin la menor etiqueta ni educación que lo que buscan es la confrontación y la desinformación tendenciosa. Y a eso hay que añadir los tejemanejes que el propio Elon ha ido implementando para gobernar en la sombra ciertas tendencias que hacen de esa red, a mi entender, un lugar poco recomendable. Una lástima el tener que estar en permanente guardia cuando se accede a ella, teniendo que tener mucho cuidado en creerse lo que se lee o ve allí.
Ahora se está poniendo de moda una alternativa: BlueSky. Red muy similar en su funcionamiento con unos planteamientos de base que pretenden corregir los desaguisados que se han venido observando en Twitter y otras. Soy un optimista con experiencia y por ello dudo mucho que lo consigan. Veamos.
Decidí esta semana darme de alta en BlueSky, pero con un planteamiento cerrado y drástico: seguir solamente los mensajes de diez cuentas, las principales de las que tenía en Twitter y que también han aparecido en BlueSky. Pero…
Una de ellas es la cuenta de mi admirado Rafael Nadal, retirado del tenis profesional esta semana. Selecciono el seguimiento de la cuenta de Rafa y recibo los siguientes mensajes
Huelen a chamusquina que apestan. El propio Rafa Nadal… ¿Se ha molestado en contestarme? Ojalá, pero es un asunto casi imposible. Solo con leer el texto del primer mensaje, que acaba con un ¿qué tal estás?, ya tengo claro que es una cuenta falsa. Opto por contestar al mensaje con uno aséptico y recibo una nueva contestación que no voy a comentar y cuyo texto tienen en la imagen superior. Inmediatamente dejo de seguir esta cuenta, falsa a todas luces y que vaya Vd. a saber con qué fines se ha creado, pero desde luego buenos y honestos no serán, lo tengo por seguro.
¿Es WhatsApp (o Telegram) una red social? Considerada como un sistema principalmente de mensajería en sus inicios, las continuas mejoras y adiciones pudieran hacer que sea considerada una red social. Uno de sus aspectos que temo más que a un nublado son los grupos, de los que procuro huir como alma que lleva el diablo. Pero esta semana, por no estar en un grupo del que me salí, no me he enterado de un asunto interesante que me hubiera gustado atender. ¿Qué hacer?
Estamos en la era de la sobre-des-información. Una era que parece la nueva «normalidad» como se dice ahora. El lodazal en que se están convirtiendo las redes a pasos agigantados obliga a estar siempre alerta y, aun así, no estás exento de que no te la cuelen.