Los objetos inanimados tienen también sus historias, aunque ellos no las puedan contar. La moto Vespa que se puede ver en la imagen aparcada en una calle cualquiera tiene una dilatada historia, extendida en el tiempo.
Residiendo en una localidad distante de Madrid cincuenta kilómetros, comencé a trabajar en la Oficina Central de la extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid en noviembre de 1973. Por aquel entonces, estaba situada en la Plaza del Celenque, a 260 metros de la Puerta del Sol. Yo todavía no había cumplido los 20 años, pero debido a la suerte y a mi buen salario disponía de coche y posibilidad de desplazarme al trabajo desde mi localidad en mi Seat 127. Comencé a hacerlo así; dejaba aparcado el coche en el madrileño Paseo de Moret y me iba andando por la calle de la Princesa y la Gran Vía hasta Santo Domingo, donde giraba a la derecha por la calle de San Bernardo y callejeaba hasta llegar a la Plaza de las Descalzas donde se encontraba la entrada principal del Edificio. No podía llevar el coche hasta esa zona porque existía también el sistema denominado de la hora, en el que sin coste se podía aparcar pero solo durante hora y media. Un paseo matutino por lo general agradable, aunque el tiempo en Madrid tiene su aquelo según la estación del año. Acabada mi jornada laboral, por lo general a las 15:00, la opción de volver andando no era muy apetecible por lo que tomaba normalmente el Metro o, algunas veces, un compañero, Pedro F.M., de más categoría laboral y que disponía por ello de aparcamiento en el edificio, me acercaba en su coche al Paseo de Moret camino de su casa.
Pero esa repetición diaria de conducir esos cien kilómetros no me acababa de convencer y la supuesta comodidad del vehículo propio no hacía mella en mí. Así que, empleando más tiempo pero menos dinero, opté por el transporte público en tren hasta la estación de RENFE del paseo de Recoletos y desde allí un agradable paseo, tanto a la ida como a la vuelta, hasta el trabajo.
Sin embargo las cosas cambiaron en 1978. El edificio central de la Caja se quedaba pequeño y sobre todo muy inadecuado para mi departamento, el Centro de Proceso de Datos, por lo que la Dirección hizo un traslado rápido y en mi opinión muy poco meditado al Barrio de San Blas, a la otra punta de Madrid. Seguí con la opción del tren hasta el Paseo de Recoletos, un paseo hasta la Puerta de Alcalá y allí tomaba el autobús 28 de la EMT que me llevaba, empleando un cierto tiempo, hasta la puerta del nuevo emplazamiento. Lo bueno de ese mayor tiempo empleado en los desplazamientos es que me permitía desarrollar mi pasión por la lectura por lo que devoraba materialmente los libros. Aclaro que por aquella época todos en papel y algunos verdaderos mamotretos.
Mas este nuevo edificio se reveló como una chapuza temporal poco meditada, por lo que enseguida se empezó a estudiar una nueva localización para construir un edificio pensado por y para un centro de cálculo «moderno». Con ello, en 1984 sufrimos un nuevo traslado a una zona del Parque de San Juan Bautista en la confluencia de la M-30 con la Carretera de Barcelona. El acceso en transporte público se complicó sobremanera teniendo en cuenta las fechas, por lo que por un tiempo opté de nuevo por el coche dado que todos los empleados disponíamos de aparcamiento en el edificio. Pero el hastío volvió a anidar de nuevo en mí. Y entonces fue cuando apareció la Vespa, esa Vespa, en mi vida.
Alquilé una plaza de moto en el aparcamiento público situado en el Centro Norte frente a la estación de Renfe de Chamartín. Me bajaba del tren, cruzaba la calle y en la Vespa y por la M-30 en apenas diez minutos estaba en mi nuevo centro de trabajo. Una delicia. Me hice motero de los de verdad, en todo tiempo y condición, lloviera o hiciera sol. Gané un montón de tiempo, que se redujo de tiempo de lectura porque leer conduciendo una moto es un poco complicado.
Pero la dicha no es eterna. En 1992 se produjo un nuevo cambio del centro de proceso de datos de la Caja, esta vez a la localidad de Las Rozas de Madrid. Lo de la moto ya no tenía sentido y fue a parar al garaje de mi casa sin una utilidad más que meramente de disfrute. Además, opté por un cambio de empresa, empezando a laborar en el Banco Hipotecario de España cuyo centro de trabajo estaba ubicado en el hermoso palacio del Marqués de Salamanca, en pleno Paseo del Prado; vuelta de nuevo a la estación de Recoletos de Renfe, a la mismísima puerta del edificio.
Con ello, la Vespa quedó aparcada y sin utilidad efectiva. Además, ese mismo 1992 tuvo lugar un cambio radical en mi vida personal que tenía como consecuencia el no disponer de la moto en tanto se solucionara el problema del reparto de los bienes gananciales por separación matrimonial. De momento, la Vespa quedó en la DGT – Dirección General de Tráfico en estado de Baja Temporal para evitar gastos de seguro de accidentes, impuesto del ayuntamiento y paso de la I.T.V.
Cuando en 2004 se consiguió por fin hacer el reparto, la moto volvió a mi poder. No tenía yo un propósito claro para ella y lo que parecía que procedía era su venta. La moto tenía ya 20 años, pero estaba como nueva tras doce años parada. La revisé y puse al día, pero permanecía en el garaje. Eso sí, cada mes la ponía en marcha y daba unas vueltas por el garaje para mantenerla en una cierta actividad.
Una primavera tras otra y de cara al verano me planteaba rescatar la Vespa en Tráfico y ponerla en circulación para darme una vuelta de placer. Pero para cuatro paseos y dos meses al año… No me decidía. Y así fueron pasando los años hasta la actualidad. Entre unas cosas y otras, la Vespa llevaba 33 años como canario en jaula, en perfecto estado, pero sin poder circular por la calle. Intenté regalársela a mi hijo o a mi hermano, verdaderos motoristas, pero no les hacía tilín. Mi mujer la miraba con ojos golosinos pero la verdad es que para ella era muy pesada y poco manejable.
Hace unas semanas, un vecino de mi garaje me vio haciendo las vueltas de rigor que ya he comentado. Se interesó por ella, lo pensé, hablamos y la Vespa ha revivido a sus cuarenta y un años de edad en otras manos. Atrás quedan emocionantes excursiones en ella, entre otras, a las Hoces del Duratón o a visitar a mi amigo Luis en su pueblo de Aldea del Rey en Ciudad Real, verdaderas aventuras para una moto de esas características.
La Vespa sigue vivita y coleando. Su historia seguirá adelante mientras aguante, pero ya será otro u otros los que tengan que contarla.