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viernes, 30 de septiembre de 2011

VERDES

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Cuando alguien se preocupa por algo es que hay algún tipo de situación extraña con ese algo. La agresión al medio ambiente es extrema en nuestros días, pues los avances tecnológicos y los nuevos modos de vida fuerzan el consumo hasta niveles insospechados. Los envoltorios han adoptado las formas y maneras más insospechadas en formas de latas, briks o pvc’s pero una vez utilizado o consumido su interior van invariablemente a la basura. Ya en una entrada anterior titulada CASCOS se trataba este tema desde el punto de vista de cómo el uso de envases reutilizables había quedado en desuso.

Aunque es un dato que no puedo asegurar, hace años un amigo que trabaja en una planta que fabrica las latas de bebidas, me dijo que el coste de cada envase estaba alrededor de unas 13 pesetas. Eran otros tiempos y ahora tendríamos que decir diez céntimos de euro, más o menos. Si tenemos en cuenta que el coste de una lata de refresco cuesta en el supermercado alrededor de 50 cts., si las cuentas no fallan, cada vez que nos bebemos un refresco envasado en lata, tiramos a la basura 10 cts., lo que supone un veinte por ciento de su valor. Y no es eso lo único malo, sino que se genera o bien un gasto en el reciclaje si es que se produce o bien el medio ambiente sufre una brutal agresión. Aunque a mí me parece mucho, hay quién ha calculado en quinientos años el tiempo necesario para que la naturaleza desintegre el pedazo de metal.

Cuando era muy pequeño, mi madre me mandaba a hacer los recados. Ir a la compra era una actividad diaria pues la nevera o frigorífico era un aparato que todavía no existía en las casas y la comida había que comprarla y consumirla en el día. Me daba una bolsa de tela y me mandaba a por la fruta, que se expendía envuelta en papel de periódico, y no toda, o la carne o pescado que el dependiente envolvía en un papel basto de estraza con garantía alimentaria. No había costumbre, ni dinero, de tener en las casas cervezas o bebidas en general, pero las que se consumían, como vino, casera e incluso sifón era necesario ir a comprarlas llevando el casco vacío. Hasta los yogures usaban el sistema de casco de vidrio retornable. El lechero pasaba por casa y vertía la leche directamente en el cueceleches y cuando se iba al colmado a adquirir aceite, había que llevar la lata para que te la rellenaran directamente desde el émbolo que presidía la tienda.

El plástico existía pero no había llegado su uso generalizado en forma de bolsas. Durante años las tiendas y supermercados nos han “regalado” las bolsas, lo que ha supuesto una despreocupación por parte de los usuarios al ir a comprar. Luego esas bolsas acababan amontonadas en casa o iban directamente a la basura. Una agresión brutal al medio ambiente además de otros céntimos de euro que iban a la basura.

Ayer recibí por correo electrónico un escrito titulado “Onda Verde”. Explica esto de forma contundente y me voy a permitir reproducirlo a continuación para que quede constancia.

En la fila del supermercado, el cajero le dijo a una señora mayor que debería traer su propia bolsa de compras ya que las bolsas plásticas no eran buenas para el medio ambiente.

La señora pidió disculpas y explicó: "Es que no había esta onda verde en mis tiempos."

El empleado le contestó: "Ese es nuestro problema ahora. Su generación no tuvo suficiente cuidado para preservar nuestro medio ambiente."

Tenía razón, nuestra generación no tenía esa onda verde en esos tiempos.

En aquel entonces, las botellas de leche, las botellas de gaseosas y las de cerveza se devolvían a la tienda. La tienda las enviaba de nuevo a la planta para ser lavadas y esterilizadas antes de llenarlas de nuevo, de manera que podían usas las mismas botellas una y otra vez. Así, realmente las reciclaban.

Pero no teníamos onda verde en nuestros tiempos.

Subíamos las gradas, porque no había escaleras mecánicas en cada comercio y oficina. Caminábamos al almacén en lugar de montar en nuestro vehículo de 300 caballos de fuerza cada vez que necesitábamos recorrer dos cuadras.

Pero tenía razón. No teníamos la onda verde en nuestros días.

Por entonces, lavábamos los pañales de los bebés porque no había desechables. Secábamos la ropa en tendederos, no en esas máquinas consumidoras de energía sacudiéndose a 220 voltios, la energía solar y eólica secaban verdaderamente nuestra ropa. Los chicos usaban la ropa de sus hermanos mayores, no siempre modelitos nuevos.

Pero esa señora está en lo cierto: no teníamos una onda verde en nuestros días.

En ese entonces teníamos una televisión, o radio, en la casa, no un televisor en cada habitación. Y la TV tenía una pantallita del tamaño de un pañuelo (¿se acuerdan?), no una pantallota del tamaño de un estadio.

En la cocina, molíamos y batíamos a mano, porque no había máquinas eléctricas que lo hagan todo por nosotros.

Cuando empacábamos algo frágil para enviarlo por correo, usábamos periódicos arrugados para protegerlo, no plastoformos o bolitas plásticas.

En esos tiempos no encendíamos un motor y quemábamos gasolina sólo para cortar el pasto. Usábamos una podadora que funcionaba a músculo. Hacíamos ejercicio trabajando, así que no necesitábamos ir a un gimnasio para correr sobre pistas mecánicas que funcionan con electricidad.

Pero ella está en lo cierto: no había en esos tiempos una onda verde.

Bebíamos de una fuente cuando teníamos sed, en lugar de usar vasitos o botellas plásticos cada vez que teníamos que tomar agua.

Recargábamos las plumas con tinta, en lugar de comprar una nueva y cambiábamos las hojillas de afeitar en vez de echar a la basura toda la afeitadora sólo porque la hoja perdió su filo.

Pero no teníamos una onda verde por entonces.

En aquellos tiempos, la gente tomaba el tranvía o un ómnibus y los chicos iban en sus bicicletas a la escuela o caminaban, en lugar de usar a la mamá como un servicio de taxi de 24 horas.

Teníamos un enchufe en cada habitación, no un banco de enchufes para alimentar una docena de artefactos. Y no necesitábamos un aparato electrónico para recibir señales de satélites a kilómetros de distancia en el espacio para encontrar la pizzería más próxima.
Así que ¿no les parece lamentable que la actual generación esté lamentándose cuán botarates éramos los viejos por no tener esta onda verde en nuestros tiempos?

Envíele esto a otra persona mayor a la que piense que le hace falta una lección sobre conservación del medio ambiente de parte de un imberbe.
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viernes, 23 de septiembre de 2011

ANUNCIOS



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En otras entradas de este blog tituladas PROPAGANDA y PUBLICIDAD me he referido a los nuevos usos que se han impuesto en los últimos tiempos en materia de anuncios comerciales, derivados de la diversificación de medios a los que tenemos acceso los potenciales destinatarios de tanta información, que no tiene otro objetivo que condicionar nuestras decisiones en materia de consumo. Las sociedades “avanzadas” están inmersas en una espiral que pone en peligro su futuro cuando el consumo se estanca. Y las no avanzadas están como locas, quizá con toda razón, en “avanzarse” y no en vano miles de ciudadanos escapan de sus naciones de origen para incorporarse a un mundo “mejor”, mejor a corto pero incierto a medio o largo plazo. A lo largo de las últimas décadas hemos tenido experiencias que ya hemos olvidado pero que fueron tan fuertes o más que la actual “crisis”. Las personas tendemos a olvidar con facilidad y pensar que lo que estamos viviendo es lo más de lo más y que nunca ha habido una cosa igual.

De las varias situaciones difíciles que recuerdo haber vivido, la más fuerte en mi opinión se produjo en 1983. Antaño y hogaño, muchos de los ciudadanos, entre los que me encuentro, no han sufrido ningún problema, ya que conservan su trabajo y su fuente de ingresos, quizá algo reducidas, quizá con incrementos cero de un año a otro, pero básicamente con la misma capacidad de consumo que tenían en un tiempo anterior. Pero el miedo al futuro retrae el consumo y la gente nos retraemos, con la que está cayendo, en comprar o cambiar alguno de los aparatos de la casa, o comprar nuevas viviendas o simplemente arreglar la nuestra. Lo que es realmente prescindible pasa a un segundo plano hasta que las cosas vengan mejor dadas. Si el coche va bien, aunque podamos cambiar a uno mejor, nos lo pensamos dos veces y decidimos tirar un tiempo más hasta que las cosas vayan mejor. Y nuestra decisión no tiene realmente ni pies ni cabeza. Seguimos cobrando nuestro sueldo, como siempre, por lo que mantenemos la capacidad de embarcarnos en el gasto, pero no lo hacemos. Y eso que las ofertas de las casas de automóviles son tan importantes que casi y sin casi podemos comprarnos el mismo coche que tenemos pagando por él menos de lo que nos costó hace seis años. ¿Porque no lo hacemos? Pues porque hay crisis.

Probablemente los índices de venta de vehículos a lo largo de los años pueda ser un indicador fiable de las crisis de los últimos tiempos. Recuerdo que en los años ochenta, en los que las matrículas se asignaban por provincia, cada año más o menos se consumía una letra inicial. Esto suponía en la provincia de Madrid la matriculación de alrededor de 250.000 vehículos por año. Pues bien, en aquel 1983, si mis recuerdos que no voy a verificar son ciertos, se tardaron más de dos años en consumir esa letra. Eso sí, alguien en 1985 llegó y dijo que ya no había crisis, nos lo creímos y todos los ahorros que la gente tenía en sus cuentas, fruto de la retención en el gasto, salieron de golpe y la economía se puso a velocidad estratosférica.

Con el paso del tiempo las diferencias entre unas crisis y otras se van incrementando. El nivel de vida va subiendo sin parar y ahora estamos acostumbrados a muchas más comodidades que antes, en que en general y salvo casos excepcionales no teníamos nada o muy poco. A modo de ejemplo, en aquella época no había ordenador en casa y hoy es frecuente que tengamos uno cada uno de los componentes de la familia, no había teléfonos móviles y ahora es probable que tengamos uno o más de uno por cabeza, y así con otras cosas, como por ejemplo cámaras de fotos, televisión, coche e incluso otros aparatos. No se puede generalizar pero convendremos que a mayor nivel de vida, el mantenimiento del “status” es más costoso y por lo tanto la crisis nos afecta más.

Las empresas anunciantes tienen que afinar. Y de lo lindo. Y lo hacen. Yo soy bastante alérgico a la publicidad, de la que no me creo nada, así que conmigo tienen difícil el convencerme para que consuma algo solo con un anuncio, que como ya hemos comentado, muchos de ellos tienen truco, letra pequeña, asterisco, “desde” y en general multitud de cosas ocultas que nos pueden sorprender cuando hemos tomado una decisión en base a lo que percibimos y sin pensarlo mucho.

Pero la publicidad me gusta, y la veo, y la sigo por lo que es, un medio de expresión vivo y que obliga a sus diseñadores a pensar y concentrar las ideas en un espacio y o un tiempo reducido. Por eso me ha sorprendido descubrir una nueva forma muy ingeniosa. Al publicar la entrada de este blog ARTILUGIO en la que se hablaba de cosas como Edimburgo o Escocia, en la pantalla de respuesta en la que se me informa que la entrada ha sido correctamente publicada, los anuncios de la derecha se han “adaptado” a los contenidos de la entrada y me ofrecen hoteles, viajes, alquiler de coches y vuelos a la zona. Eso es rapidez y adaptación en asociar el texto y ofrecer servicios relacionados. Me fijaré cuando publique esta entrada a ver qué me dice y lo pongo a continuación a base de reeditar la entrada.

Esto es lo que me ha dicho, o estaba dormido o no tenía nada que ofrecer ...

sábado, 17 de septiembre de 2011

CONTRASEÑAS

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Entre uno de los muchos temas que surgieron en una comida de amigos celebrada esta semana, el asunto de las contraseñas adquirió tintes interesantes, dado que muchos o casi todos de los asistentes tienen o habían tenido relación con la informática.No sé si contraseña es una palabra castellana que define todo lo que, en la actualidad, se quiere decir con ella. La gente, según qué gente, está más acostumbrada a decir “password”, “pin”, “keyword” o simplemente clave que es más genérica.

Echando atrás en el tiempo pero sin esforzarme mucho, la primera vez que recuerdo haber tenido que utilizar una contraseña fue hace muchos años, durante el servicio militar. Estaba a aquello de “santo y seña” que tenías que solicitar a cualquiera que se acercara a tu puesto de guardia para dejarle franco el paso o por el contrario empezar a armar la marimorena. A su vez tu tenías que facilitar la contraseña lo que aseguraba un muto reconocimiento de personas entre rondas y centinelas. Cambiaban cada día y te las comunicaba, con mucha pompa y secreto, el oficial de guardia y tu deber era conservarlas en tu memoria, no escribirlas en ningún papel y no facilitárselas a nadie. Supongo que este tema habrá evolucionado después de tantos años y se utilizaran métodos más sofisticados apoyados en aparatos de alta tecnología. Sería bueno conocer cómo funciona ahora.

Al poco tiempo de regresar de cumplir mis deberes con la Patria perdiendo, digo empleando, algo más de un año de mi vida, me encontré con que empezaba a hablarse y utilizarse el concepto de “pin” que son las iniciales en inglés de “personal identification number” cuyo significado no hace falta traducir. Eran cuatro cifras que servían para acceder a los cajeros automáticos de los bancos con una tarjeta bancaria y realizar operaciones. Lo de cuatro cifras y no más o menos era debido, según me enteré hace poco a la muerte de su inventor, a la cantidad de cifras que la mujer de este inventor era capaz de recordar de memoria sin dudar. Con el tiempo, las tarjetas bancarias proliferaron y empezó a sembrarse la duda de si todas deberían tener el mismo o diferente PIN. Estaba claro que utilizar el mismo era peligroso y lo sigue siendo más de treinta años después, donde nos sorprenderíamos si conociéramos la cantidad de gente que utiliza el mismo PIN para todas sus tarjetas. Comodidad, sí, pero comodidad peligrosa.

Con el tiempo, la red se coló en nuestras vidas y lo del PIN quedó en anécdota. Las diferentes empresas bancarias y no bancarias han dotado de accesos vía internet a los usuarios para que con su energía, su ordenador, su línea y su tiempo se hagan ellos solitos las operaciones y transacciones desde su casa, con total comodidad y de paso ahorrando unos gastos a la entidad, empresa o compañía. Ahora muchos de nosotros, y nuestras esposas, hijos, familiares y amigos disponen de correo electrónico y acceso a diferentes portales para los que se necesita un usuario y contraseña. Nos sorprenderíamos de nuevo al conocer cuántas personas utilizan el mismo usuario y la misma contraseña para todo lo que hacen en internet, lo cual es muchísimo más peligroso que el PIN de acceso a los cajeros. Ese mismo PIN puede y de hecho en algunos casos sirve para acceder a las cuentas bancarias y realizar operaciones con ellas. Y algunas de esas cuentas son compartidas, por lo que a mí me sirve de poco ser cuidadoso en el tema si mi mujer, a modo de ejemplo, que figura como titular y con todos los derechos en la misma cuenta bancaria, no tiene cuidado con sus “pines”, claves o contraseñas.

Hace poco hemos oído noticias acerca de la vulnerabilidad de los sistemas informáticos de grandes bancos o grandes empresas, donde “hackers” han podido hacerse con los usuarios y las claves de los clientes, amén de otros datos como tarjetas bancarias. Si yo tengo el usuario y la clave de una persona en su acceso a la empresa “NTJV”, que son las iniciales de “no te joroba Valeriano”, puedo probar con esos mismos datos en otra seria de empresas y lo más probable, por lo que hemos comentado anteriormente, es que alcance el éxito.

Así que si nos convencen, o nos convencemos, y decidimos tener por lo menos claves diferentes aunque sea el mismo usuario, el asunto es encontrar la forma de anotar todo este lío de palabrejas,“numerajos” y signos de forma segura, no lo vayamos a perder y entonces la cosa sería peor. En la comida de amigos surgieron varias formas, desde el clásico papel guardado con toda la seguridad posible en un lugar seguro hasta otras muy curiosas, entre las que destaco la de llevar las claves camufladas en nombres y números en la agenda de nuestro teléfono o la de apuntar en un papel pero con ciertos algoritmos personales, como por ejemplo escribir los números al revés o sustituir cada letra por la anterior o posterior en el abecedario. Métodos de codificar hay muchos y serán suficientes para frenar al raterillo o ladronzuelo que consiga hacerse con nuestras anotaciones, aunque no a personas más expertas.

Preocupado como estoy con el asunto, desde hace ocho años utilizo una solución informática para lidiar con este tema. Hay muchas y variadas aplicaciones, mejores o peores, pero en su día y con mi amigo Jose María seleccionamos la gratuita KEEPASS, que llevo utilizando hasta la fecha con total y entera satisfacción. Mi caso seguro que no es normal por su volumen pero en este momento en mi base de datos de contraseñas tengo 335 entradas estructuradas en 31 grupos. La gran mayoría de ellas ni las conozco, por lo que para utilizarlas debo arrancar el programa y utilizar los mecanismos potentes y avanzados de que dispone para colocar el usuario y la “password” donde se me pide. En la imagen se pueden ver algunas de las claves generadas que no hay quién las entienda. Hay que mencionar que esto puede hacerse a la vista de otra persona ya que en ningún momento se ve en claro el valor de la clave. Las posibilidades de esta maravilla permiten ser utilizada como base de datos relacionados con la empresa, al que permite guardar todo tipo de datos e imágenes de forma segura y privada. Un ejemplo de imágenes clásicas que llevo guardadas son las tarjetas de coordenadas bancarias que se necesitan para hacer operaciones de movimiento de fondos. Un marido que engañe a su mujer podía guardar ahí la foto de su amante sin que fuera posible descubrirla por mucho que hurgara en el ordenador si no se conoce la clave de acceso a KEEPASS y otros datos adicionales que se pueden configurar para liar la cosa un poco más.

En suma, es muy recomendable plantearse algo serio con este asunto. Algo serio vale tanto para llevar una clave como para llevar mil. Cuando la cosa nos empiece a crecer y se nos desmadre nos será más costoso tomar una decisión y empezar a mover o copiar todo lo que tengamos. Por cierto, esta aplicación está disponible en todo tipo de plataformas y sistemas, entre los que se encuentran, por supuesto, los teléfonos inteligentes.
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domingo, 11 de septiembre de 2011

TORRES

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Hoy se cumplen diez años de unos sucesos que en su día conmovieron al mundo, que pudo asistir a ellos en directo por mor de la televisión. Me refiero al ataque terrorista a las conocidas como Torres Gemelas, en Nueva York que acabó con su completa destrucción por desmoronamiento causando numerosas escenas que no se olvidarán nunca, amén de unos cuantos miles de personas muertas. Es muy normal que casi todo el mundo recuerde lo que estaba haciendo ese día y en mi caso lo recuerdo con absoluta nitidez. Eran poco más de las cuatro de la tarde y yo regresaba en tren de mi trabajo, cuando recibí una llamada procedente de mi casa en el teléfono móvil. Mi hijo, en un estado de excitación tremendo, solo acertaba a decir “se están cayendo” y “las torres”. Ya con más calma, mi mujer me refirió lo que estaban viendo, atónitos, en las pantallas de la televisión, retransmitido en directo: un avión había chocado contra una de las torres gemelas de Nueva York en lo que parecía un accidente de aviación, pero la duda se despejó a los poco minutos cuando un segundo avión impactó contra la otra torre en lo que no dejaba lugar a dudas que se trataba de unos actos perfectamente planificados y ejecutados.

Yo creo que el tren tardó más de lo habitual ese día en llegar a su destino o al menos así nos lo parecía a todos los que íbamos en él y con los que comenté la noticia, Corriendo a casa para, sin comer, ponernos ante el televisor y absorber todo lo que se podía a través de la pantalla de la televisión. Todo lo que había que hacer en esa tarde, que era mucho, quedó en un segundo plano subsumido por la que sería la noticia del día, año o siglo. Lo que es cierto que el mundo se convirtió en un lugar mucho más inseguro desde ese momento y todos lo hemos podido sentir como por ejemplo cuando hacemos un viaje en avión y tenemos que pasar unos controles que llegan hasta la exageración de quitarte los cinturones o los zapatos, entre otras cosas.

Cuatro años antes yo había visitado la gran manzana con motivo de mi participación en la maratón de Nueva York que se celebra el primer domingo de Noviembre. Es costumbre al día siguiente, especialmente por parte de los extranjeros, recorrer la ciudad con la medalla acreditativa al cuello y notar como la gente te felicita, sin conocerte de nada, por tu “hazaña”. La maratón de Nueva York es un acontecimiento en la ciudad y sus habitantes la viven con intensidad e ilusión, participan en ella y la ven como una fiesta en lugar de tomársela como un incordio que es lo que sucede en otras ciudades como por ejemplo Madrid, donde las autoridades municipales la acorralan hasta límites insospechados en lugar de dejar la ciudad por un día libre de coches y facilitar que la gente pasee.

El lunes siguiente visité las Torres Gemelas, uno de los atractivos de la ciudad. Las recuerdo, a pesar de estos casi catorce años transcurridos, con toda nitidez. Altas, esbeltas, finas, perfectas casi imposibles de abarcar, de lo que da una ligera idea la fotografía que acompaña a esta entrada, tomada por mí mismo desde su base. Una vez dentro, un vestíbulo enorme y una cola de impresión hasta alcanzar los ascensores, que en un santiamén te ponían en su azotea, desde donde se podían contemplar unas excelentes vistas de la ciudad de los rascacielos. Comimos incluso allí y asistimos a una proyección muy conseguida que simulaba el viaje en helicóptero, carísimo, que se podía realizar de forma real. Una vez concluida la visita nos desplazamos en barco a la isla a visitar la estatua de la Libertad, desde donde las torres destacaban de forma nítida entre los innumerables rascacielos que jalonan y perfilan el cielo de Nueva York.

Desde hace diez años no están. Están a punto de finalizar otra en su lugar pero ya no será lo mismo. Quedarán en mi memoria como realmente fueron.



lunes, 5 de septiembre de 2011

ARTILUGIO

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Hace unos días acabo de regresar de un viaje por Escocia que ha sido una rememoración de otro realizado hace ahora veintiún años. Si bien en aquella época la fórmula elegida fue el desplazamiento completo en mi coche, vía transbordador en Santander, ahora y en contra de mi voluntad se ha impuesto la fórmula de avión y coche de alquiler. El conducir con tu coche, con volante a la izquierda en comparación con hacerlo con uno alquilado, con volante a la derecha, tiene sus connotaciones, que ya expliqué en la entrada DRIVING en este mismo blog. Aparte de este detalle, el viaje ha transcurrido visitando más o menos los mismos lugares, con algún añadido como ha sido la excursión a las islas Orcadas para quedar absorto ante los impresionantes restos arqueológicos de Skara Brae, cubiertos y ocultos por la arena durante cinco mil años y que una tempestad con oleaje sacó a la luz hace unos ciento cincuenta.

Los paisajes, en una perfecta combinación natural de verdor y agua por doquier, siguen en su sitio tal y cual los recordaba. Algunas carreteras han mejorado y cuesta más encontrar las estrechas con sus “passing place” y algunos sitios turísticos han sufrido el acoso de sus visitantes y han sido remodelados para adecuarse a tanto turista y de paso poner precio a enclaves que antaño eran gratuitos. Como digo, el objeto y la ruta seguida en el viaje en sí no ha cambiado mucho, pero hay otra cosa que si ha cambiado, y de forma radical: internet, su uso multitudinario, no existía hace veintiún años.

En cuanto al diseño, preparación y reserva del viaje antaño, todo fue a base de folletos turísticos, guías, cartas postales y talones bancarios. Hogaño, internet pone al alcance de nuestra mano todo esto sin salir de casa, con la posibilidad de reservar al instante vuelos, alquiler de coche, alojamiento, transbordadores, excursiones, entradas a espectáculos como el Tatoo o visitas a una destilería y tarjetas turísticas de acceso a los castillos, museos o de transporte en ciudades como Edimburgo o Glasgow. Todo fácil o si no fácil por lo menos muy accesible a cualquiera que se ponga a los mandos de un ordenador con acceso a internet y tenga la tarjeta de crédito o débito preparada para realizar los pagos.

Y ya en cuanto a la realización del viaje, los cambios han sido estratosféricos por mor de llevar al cinturón un aparatito que en aquellos años ni se atisbaba: un teléfono móvil inteligente de esos conocidos ahora como “smartphones”. Otros cambios han venido derivados de avances en tecnologías, como la fotografía digital. En aquel viaje impresioné varios carretes de diapositivas que tuve que llevar a revelar a la vuelta del viaje para poder rememorar el mismo. Ahora, una cámara digital me ha permitido tomar más de mil fotografías prácticamente sin coste, comprobarlas en el instante y realizar alguna manipulación como las de las fotos que acompañan esta entrada.

Pero los cambios drásticos han venido de la mano de ese artilugio en forma de ordenador móvil con corazón “android” que llevaba al cinto. Hace poco que le tengo y desconozco como utilizar muchas de sus posibilidades, pero voy a relatar algunas de las que si he usado, y disfrutado, durante el viaje.

Hay un hecho que limita mucho su uso y que no es otro que el elevado coste que las operadoras de telefonía ponen al uso de datos itinerantes en el extranjero y que hoy por hoy es prohibitivo, por lo que hay que limitar las conexiones al uso de redes, que por fortuna era una constante en todos los “bred and breakfast” en los que nos alojamos. Antes de salir cargué en la memoria los documentos con la información de códigos, reservas, direcciones y teléfonos y justificantes de los pagos realizados y que he podido consultar y mostrar durante el viaje. Llegará el día en que para acceder a los sitios baste con enseñar el teléfono con el documento o los códigos de barras obtenidos al efectuar las reservas. Además hay aplicaciones como “dropbox”, “sugarsync” o similares que permiten consultar tus datos mediante acceso a lo que se ha dado en llamar la “nube”. Todo en la palma de la mano.

Mediante el uso de las “wifi” en los alojamientos, a diario podía comprobar el correo electrónico, revisar los movimientos de mis cuentas bancarias, poner mensajes gratuitos a la familia vía “whatsapp”, hablar por teléfono de forma gratuita utilizando “skype”, ver y componer “twits” con información y fotografías tomadas en el instante, leer noticias en los periódicos, consultar el tiempo que iba a hacer en la zona los días siguientes, ver distancias y rutas a los puntos elegidos para visitar y sus días de apertura, horarios y costes, y en general un sinfín de información que internet pone a nuestro alcance a través de este aparatito que podemos manejar en la cama al acostarnos y levantarnos. Para una lectura esporádica también podemos llevar cargado el libro o libros que estemos leyendo y continuar en cualquier momento que surja, como un desplazamiento en autobús para una excursión o la cola para ubicar el coche en un transbordador. Siempre está la posibilidad de llevarse un ordenador portátil y hacer esto con mayor comodidad pero el engorro de acarrearlo y la posibilidad de quedarte sin él por algún descuidero ajeno hacen que te lo pienses. El teléfono, sin embargo, siempre va contigo y aunque es un poco más incómodo su uso, se acaba uno acostumbrando.

Fuera de conexión y usando las posibilidades que permite, es un excelente navegador para el coche con tal de tener los mapas cargados como yo hice, sirviéndome de guía de forma directa sin tener que parar o llevar a alguien de copiloto consultando mapas arrugados en papel y tomando decisiones en el momento: el navegador te informa con anticipación de la ruta elegida y las acciones a realizar. Ya en la ciudad, andando, te permite llevar un mapa electrónico en el bolsillo, que no ocupa, no se rompe ni se arruga y que mediante la utilización del “GPS” te dice en que punto de la ciudad estás y el camino que debes seguir para ir a donde deseas. Mediante aplicaciones de “tracking” como “andando” o “mytracks” te guarda el trazado de tus desplazamientos para su consulta posterior en el ordenador e incluso preparar rutas por la ciudad en previsión. Ya en el restaurante, cuando una palabra inglesa relativa a comida se te atraviesa, como por ejemplo “haddock”, basta con poner en marcha el diccionario y averiguar lo que significa o incluso ver la traducción de una palabra española al inglés. Fotografías de carteles o vídeos de esa explicación interesante que está dando un guía turístico pueden ser tomadas con cierta calidad como para servir de recuerdo en lugar de sacar el clásico bolígrafo y tomar notas en papel. Por si no fuera suficiente, en momentos de relax tú o tu hija puede poner en marcha juegos como "angry birds" o los "papixxxx".

En suma, estos son usos que yo he explorado en este reciente viaje en un teléfono que ha sido usado para todo menos para hablar. Seguro que hay otros muchos que iré descubriendo y la tecnología irá implementando con el tiempo. Dejémonos sorprender.
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domingo, 4 de septiembre de 2011

RITOS

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Es un verdad incontestable que las personas somos unos animales de costumbres. La vida actual, en su vorágine, ha diluido un poco esta afirmación ya que los cambios se suceden sin cesar y hay poco lugar a la repetición. Tareas que en un tiempo fueron fundamentales se dejan de hacer y se sustituyen por otras en lapsos de tiempo relativamente cortos.

En las visitas al pueblo de mi madre en
mi infancia, un pequeño pueblo de la provincia de Toledo que ya no es tan pequeño, todos los días pasaba lo mismo, en una repetición incesante: las vecinas salían a la puerta de la calle al atardecer con sus sillas a tener su tertulia diaria, los chicos jugábamos por allí, los campesinos volvían de los campos con sus mulas o sus carros camino de casa…. siempre igual, casi a la misma hora, todos los días de la semana, y así un día tras otro durante años.

Hay personajes peculiares que tienen sus costumbres muy establecidas y que hacen de ellas un rito obligado, autoimpuesto por ellos mismos y que si no realizan en los tiempos establecidos les hace sentirse mal. He conocido muchos y de lo más variado en sus peculiares actuaciones. Este tema me ha venido a la cabeza tras conocer a una persona que vivía en la casa de al lado de la que estábamos alojados durante las pasadas vacaciones en la isla de Skye, en las tierras altas de Escocia. Un paraje idílico y encantador sino fuera porque en el mes de agosto se dan cita millones de compañeros particularmente molestos. Me refiero a los mosquitos. El tomar la foto que ilustra esta entrada en el blog me costó que los brazos y la cabeza, incluida la zona con pelo que me queda en ella, fueran acribillados por innumerables picaduras de estos bichitos sin que pudiera hacer nada. Ni un centímetro cuadrado de piel disponible quedó sin la marca de su visita y acción sobre ella en forma de picadura. Debo tener la sangre atractiva para ellos porque al gaitero y a la chica que estaba tomando la fotografía apenas los molestaban. Aviso para navegantes: si viajas a la isla de Skye o a Escocia en general en el mes de Agosto, no olvides un repelente para los mosquitos que funcione o sal a la calle con camisa de manga larga, guantes, gorro y si me apuras una mascarilla para la cara, eso sí, siempre que seas propenso a las picaduras de estos antipáticos animalitos.

A lo que vamos, que me desvío del tema. Pude entablar una fugaz conversación con el gaitero, medio en italiano medio en inglés, donde me contó lo que hacía a diario. Yo salí sorprendido a la escena cuando oí el sonido de la gaita interpretando una melódica canción que me recordaba las de Enya, prototipo de música étnica y relajante.

Resulta que el gaitero no es escocés, sino un italiano enamorado de Escocia que se ha ido a vivir allí. Y no solo a vivir sino que se ha integrado con todas las consecuencias. Me contó que tiene dieciséis trajes completos de escocés, si, como el de la foto, con su faldita entre otros muchos aditamentos que a los hombres no acostumbrados nos llama la atención. Y dicen que debajo no hay que llevar nada. No me imagino a mi mismo saliendo de esa guisa a la orilla del mar sin nada debajo en época de mosquitos, sería un verdadero calvario. Además de sus trajes, ha aprendido a tocar la gaita y a mi juicio de poco entendido lo hace bien ya que tuve la oportunidad de oírle varias veces pues ese es el rito tan particular que tiene este hombre. Todos los días que está en casa, al amanecer y al atardecer, “sunrise” y “sunset” que se diría en inglés, se viste completamente con uno de sus trajes, tarea no baladí, baja a la orilla del mar e interpreta una o varias canciones con su gaita. Lo de bajar dos veces al día e interpretar canciones a la orilla del mar vaya que vaya, pero lo de vestirse con el traje …

Nuestra conversación fue corta y rápida, acuciado en mi caso por los insectos que me asediaban, por lo que no pude averiguar si había excepciones como por ejemplo en los días de lluvia. El también tenía prisa pues aunque eran poco más de las siete de la mañana se tenía que marchar con cierta premura a animar con su gaita la boda de un amigo. Quizá los escoceses, que empiezan muy pronto a hacer cosas, también se casen a las nueve de la mañana, no sería de extrañar.
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sábado, 3 de septiembre de 2011

BUSBY

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Los animales de compañía son un invento relativamente reciente. Siempre han existido animales domésticos, aquellos que el hombre ha incorporado a lo largo de los siglos a su vivienda, pero fundamentalmente por motivos prácticos, esto es, de trabajo, vigilancia, alimentación, etc. En mi infancia no recuerdo que en las casas, especialmente en los pisos, hubiera animales sin una función concreta que desarrollar y que, de alguna manera, se ganaban con
su trabajo la comida y las pocas atenciones que recibían. Pequeños eran los pisos, por lo general con muchos habitantes y con pocos recursos como para dedicar sitio y dinero a tener un animalito de adorno.

Haciendo memoria, el primero que recuerdo en mi infancia fue un loro. Mi tío Luis, que había emigrado a Venezuela unos años antes, vino a pasar dos meses a España y se trajo este simpático y exótico animal, en su jaula, que nos entretenía con sus ocho o diez palabras perfectamente pronunciadas. Más adelante, con el invento y la profusión de viviendas unifamiliares con terreno, empezó la costumbre de tener perro, aunque en cierto modo se cumplía una función de defensa y compañía. Hoy en día la variedad de animales que la gente tiene en sus casas, principalmente de forma decorativa, es tremenda y no es infrecuente oír que alguien tiene una pitón o un cerdito asiático alojados en su vivienda. Por comentar como curiosidad y que yo he llegado a ver con mis propios ojos, un conocido tenía en su finca un tremendo león africano con el que jugaba como si fuera un perrillo. Daba miedo solo verlo.

Una de las cosas que queda fuera de toda duda es que se les acaba cogiendo cariño, mucho cariño, por lo que cuando se marchan, de forma natural o accidental, se produce una pequeña conmoción familiar.

En mi caso particular empecé allá por la veintena con los peces tropicales. Con dos acuarios en casa, llegué a criar peces. Aunque es difícil de creer, ciertos peces eran algo avispados y me conocían, especialmente dos pirañas a las que cuando iba a dar de comer parecía que lo sabían y se ponían contentas. Había que dedicar un tiempo al asunto en limpieza, comprobación del pH del agua, renovación del oxígeno, iluminación, temperatura, alimentación y otras tareas aparte del dinerillo que costaban los peces, que si eran raros no era poco. No llegué a entrar en los de agua salada porque aquello eran palabras mayores, además de los problemas que llegaban en las vacaciones, ya que un acuario de 1,20 metros lleno de agua no se puede meter en el coche así como así.

Con el tiempo pasó aquello de los peces y estuve un tiempo sin animales en casa, hasta que a mi mujer le regalaron una gatita. Preciosa, cariñosa, la verdad es que hacía la vida por su cuenta, entraba y salía, y no daba guerra. Hubo que esterilizarla por aquello de la no deseada descendencia y fue doloroso separarnos de ella siguiendo los consejos del médico cuando la tuvimos que regalar al quedar mi mujer embarazada y no haber pasado la toxoplasmosis, por lo que el tener un gato cerca era un riesgo.

En ese momento me conjuré para no tener animales a mi cargo nunca más. Pero siempre hay algún amigo gracioso que regala un animal al niño. Catorce años después, en el cumpleaños de mi hijo, una pareja de amigos se presentó en casa con una jaula con un conejito blanco en su interior. Aunque dije que no un montón de veces al final acabé cediendo y “Busby”, nombre que puso mi hijo al animalito, se quedó a vivir con nosotros.

Los conejos viven por término medio unos siete u ocho años. Parte de la familia estábamos de vacaciones y al regresar a casa esta semana encontramos a “Busby” tumbado y quietecito en su jaula. Tenía la puerta abierta y salía y entraba cuando quería e incluso se venía de vacaciones a la playa. Al final han sido más de doce años los que “Busby” ha estado en casa como uno más de la familia. El disgusto de mi hija pequeña fue mayúsculo pues en su caso lo ha visto en casa desde que nació y le cogía y acariciaba con frecuencia.

Ahora vendrán nuevos ataques sugiriendo nuevos animales en casa. Esta vez tengo la firma intención de no ceder. Veremos.
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