Escribía
en marzo de 2017 en este blog la entrada «MEDICAMENTOS» en la que recogía algunas
apreciaciones personales sobre el mundillo de las medicinas, los médicos y las
empresas farmacéuticas y fabricantes. Vuelvo otra vez sobre el asunto después
de contemplar, horrorizado, el documental estrenado esta primavera de 2021 en
la plataforma HBO y titulado «El crimen
del siglo», que me ha recomendado mi buen amigo José María. Casi cuatro
horas de duración bajo la dirección de Alex Gibney y que se identifica con este
texto: «Una operación macabra y masiva
llevada a cabo por la industria farmacéutica y funcionarios sin escrúpulos que
se enriquecieron a costa de cientos de miles de vidas».
No
se puede generalizar, pero mucho me temo que las prácticas comentadas en el
documental están bastante difundidas y poco vigiladas a lo largo y ancho del
mundo y afectan a bastantes aspectos de la vida de las personas, marcando unos
límites difusos entre salud y enfermedad que conllevan un consumo exagerado de
medicamentos o de otros preparados que, sin llegar a considerarse medicamentos,
tienen toda la pinta de ser muy parecidos.
No
me resisto a comentar dos hechos a los que he asistido personalmente en relación
con el tema que nos ocupa. Uno ya estaba detallado en la entrada antes aludida,
pero no puedo por menos que volver a reproducirlo aquí.
Hace una decena de años
estuve un tiempo trabajando en un centro de ayuda a drogadictos dependiente del
ayuntamiento de Madrid. El equipo interdisciplinar estaba compuesto por
médicos, psicólogos, sanitarios, auxiliares… Hice bastante amistad con todos
ellos y una de las cosas que me llamó mucho la atención fue la especial
relación de los médicos con los visitadores de los laboratorios: cuando no les
regalaban detalles de nivel, de mucho nivel, les invitaban con su mujer a un
congreso médico en Nueva York, así como lo cuento. Han pasado los años y no sé
cómo estará este asunto de las «prebendas» a cambio de recetar o utilizar
determinados medicamentos, pero como lector de este blog ya habrá deducido que
últimamente soy muy malpensado en todo lo que me rodea. ¿Se trata de una
leyenda o seguimos en una edición corregida y aumentada? Copio y pego una
información localizada en internet …«He
sido testigo directo de cómo algunos compañeros han recorrido el mundo a todo
trapo con la “coartada” perfecta de la asistencia a congresos, asistencia que
muchas veces era solo teórica ya que en la práctica eran meros viajes de placer
envueltos en la coartada perfecta de un congreso. He visto invitaciones
fastuosas para ir Oriente Medio, viajes de fin de semana a Nueva York,
realización de eventos en balnearios y spa, reuniones que duraban tres días y
solo había unas pocas horas de docencia real. En fin, algunos colegas han
recorrido el mundo entero y con un nivel impropio a sus ingresos reales gracias
a la invitación de la industria del medicamento».
El otro tuvo lugar en 1997
encontrándome yo en Nueva York para correr la maratón de ese año. En el barco
que trasladaba los turistas a visitar la Estatua de la Libertad me encontré
casualmente con un compañero de trabajo, de profesión informático para más
señas. Estaba allí con su mujer, médica, invitados ambos por un conocido
laboratorio a un congreso de médicos: la visita a la estatua de la Libertad era
una de las actividades paralelas programadas para los asistentes.
En la imagen que encabeza
esta entrada, un «set» de pastillas y mejunjes
que manejamos familiarmente a diario en estos días: aparte de los catalogados propiamente
como medicinas, algunos sucedáneos tales como aceite de Rosa Mosqueta para
regenerar heridas, Colágeno para prevenir defectos en las articulaciones,
Melatonina para conciliar mejor el sueño, Lipiben+ para reducir el colesterol…
Por cierto, este último lo fabrica y vende a buen precio la empresa CINFA, que
también vende las famosas estatinas para reducir el colesterol.
El cometido de las empresas,
de cualquier empresa, es engrosar lo más posible su cuenta de resultados,
económicos se entiende. Y todas, lógicamente, tratan de hacerlo, por lo que las
farmacéuticas no van a ser una excepción. Lo malo es que para conseguirlo
traten de hacernos creer a todos que estamos «enfermos» o cuando menos
«pre-enfermos» de forma que tengamos una legión de pastillas, aceites y pomadas
que utilizar diariamente y, si es posible, varias veces al día.
Soy de la teoría de que un
medicamente debe cumplir una función puntual: se utiliza durante un período de
tiempo para sanar una enfermedad y luego se deja de tomar. Es verdad que hay
enfermedades crónicas, de por vida y sin solución, pero cada vez más están
saliendo a la palestra otras que empiezan a parecerlo, como por ejemplo el TDAH
(Trastorno por déficit de atención, incluso en adultos), colesterol, tensión
arterial y, ya puestos, pre-enfermedades de tipo degenerativo como Párkinson y Alzhéimer.
Lo que haga falta con tal que tengamos la necesidad de tomar pastillas todos
los días y cuantas más mejor.
En este mismo sentido, hace
años leí el libro «La mentira del
colesterol», de Walter Hartenbach, que sirvió de base a mi comentario en la
entrada «COLESTEROL» al que remito. Pero,
básicamente, si la industria farmacéutica consigue reducir el nivel (admitido) de
colesterol de 250 a 190… mucha más gente tendrá que tomar las famosas (y para
algunos como yo peligrosas) estatinas, lo que redundará en beneficios para las
empresas que las fabriquen. Si los índices de tensión se reducen… más gente
tendrá que tomar medicamentos para controlar la tensión. Si el nivel de azúcar
en sangre se reduce… más personas serán consideradas como diabéticas, aunque si
no se consigue reducir se puede establecer que las personas que estén cerca del límite son pre-diabéticas y deberían tomar algún preparado, medicamento o
«producto natural» como ayuda.
En estos días estoy leyendo
otro libro de corte parecido, que ya tiene una veintena de años desde que se
publicó: «Medicamentos que nos enferman e
industrias farmacéuticas que nos convierten en pacientes», de Ray Moynihan
y Alan Cassels. El título es bastante expresivo y perfectamente ilustrativo de
su contenido, en el sentido de lo que vamos tratando en esta entrada. Me he
acercado a este libro buscando información sobre las Rosuvastatinas, una «no-tan-nueva»
versión de estatinas que mi médico me ha convencido tomar para reducir mis
niveles de colesterol. Tras un mes de toma… más de lo mismo: noches sin dormir,
cansancio generalizado, incremento del nivel de glucosa en sangre… y quizá
alguna cosa más si no las hubiera dejado de tomar.
Pero los fabricantes no cejan
en su empeño. Si no puedes tomar un determinado medicamente y no estás
dispuesto a dar un giro radical a tu vida en forma de control alimenticio para
la pérdida de peso y ejercicio físico que redunde en una bajada natural de tus
niveles de colesterol, te ofrecen una solución alternativa en algo «nuevo» como
es el «complemento alimenticio a base de
levadura roja de arroz y coenzima Q10», que se ha demostrado que contribuye
a mantener niveles normales de colesterol sanguíneo. Deje Vd. de tomar Estatinas,
por cierto, medicamentos muy baratos, y pase a tomar «levadura roja de arroz»,
por cierto, un no-medicamento sino complemento alimenticio muy caro». El caso es
que Vd. tome algo para solucionar su enfermedad, su pre-enfermedad o
simplemente para corregir pequeños problemas de la vida diaria de forma pasiva,
tomando pildoritas.
No me resisto a terminar sin sacar a la palestra otra pre-enfermedad muy extendida hoy en día y que puede ser la causa de otras muchas: la obesidad. Aunque supongo que lo andan buscando, no hay todavía que yo sepa medicamento para tratarla de forma directa y efectiva. Pero nos podemos dar un paseo por supermercados y tiendas de parafarmacia para encontrar cápsulas de alcachofa, de cola de caballo, quemagrasas, para el vientre plano y así un sinfín de preparados hasta llegar a lo último que está en boga y que ya venden bajo la acepción de complemento saciante: las espirulinas.