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sábado, 24 de abril de 2010

PROPAGANDA


El primer título que me ha venido a la cabeza para este escrito ha sido “Marketing”, que al parecer es bastante más que propaganda, aunque la propaganda sea una parte fundamental de aquel. Siempre es bueno echar una mirada al diccionario para comprobar que la palabra “marketing”, muy inglesa ella a priori, existe y remite a otra un poco más castellana cual es “mercadotecnia”, cuyo significado es descrito de la forma siguiente: “Conjunto de principios y prácticas que buscan el aumento del comercio, especialmente de la demanda”. Ahí si encontramos una definición más exacta de “marketing” aunque lo que no dice es de que tipo son los “principios y las prácticas”, es decir si honestos o por el contrario se permiten algunas triquiñuelas que rayan en la línea de lo moralmente permisible. Ya dice el refrán que “se coge antes a un mentiroso que a un cojo”, con lo que a la larga y a base de mucho experimentar en carnes propias las diferentes falacias a que desde hace unos años nos tienen sometidos, los consumidores ya nos vamos aprendiendo sus añagazas y dejamos de prestar atención a semejantes señuelos.
Los consumidores hemos cambiado mucho. Una de las cuestiones fundamentales en este cambio es el acceso a internet y a la gran cantidad de información que se nos ofrece a poco que husmeemos por allí. Un ejemplo: cuando vamos a comprar un coche o una televisión, cosa que normalmente ocurre cada cierto número de años, casi podría decirse que al llegar al concesionario o tienda conocemos bastante mejor las características del modelo que vamos a comprar, sus opciones, posibilidades y ofertas que el propio vendedor.
Las propias empresas tienen muchos problemas al decidir cómo hacernos llegar su propaganda. El tema se ha diversificado bastante de unos años a esta parte. El correo ordinario y su enorme gasto de papel ha caído en picado. Hay más cadenas de televisión, hay más periódicos, hay más revistas….. y hay muchos consumidores que no acceden o acceden poco a estos medios. Los “imperios” de los medios de comunicación se han diluido, han perdido fuerza. Las empresas empiezan a posicionarse en internet, pero un mundo tan abierto es difícil de controlar y sobre todo acertar en las formas y los contenidos. El acceso es gratuito, a cualquier hora del día o de la noche, a miles y miles, por no decir millones, de “portales y “páginas web”, pudiendo escoger con un golpe de ratón lo que nos interese. Los consumidores se organizan en foros y espacios de opinión, el número de “blogs” crece sin parar y todo esto hace muy difícil a las empresas su toma de decisiones respecto de su mercadotecnia.
Muchas empresas, sobre todo las grandes, se han permitido en estos últimos años el lujo de DESPRECIAR a sus clientes, así con mayúsculas, para que suene fuerte y profundo. En sus prácticas por hacer nuevos clientes se han olvidado de los antiguos, dando una serie de ventajas a los nuevos que ya quisieran para sí los antiguos. Las marcas clásicas de toda la vida, en lugar de generar buenos pensamientos hacia ellas, en muchos casos generan todo lo contrario. Un ejemplo de carácter personal: “TELEFONICA”, sin comentarios, que luego se me nota mucho mi aversión hacia esta compañía, una de las grandes de España, que debiera ser ejemplo de transparencia y bien hacer hacia sus clientes. Un ejemplo contrario: JAZZTEL a la que me fui por precio y me quedé por servicio, como bien dice ahora su muy acertada propaganda. Y otra entrañable desde mi infancia: COLA-CAO: lo consumo desde niño y la verdad es que hace años que no veo un anuncio suyo. ¿Qué mejor anuncio que su calidad día a día? Ya lo he dicho en alguna otra ocasión: los anuncios los hacen agencias de publicidad, muy profesionales, que los hacen muy bien, pero detrás está la cruda realidad, es decir el uso o compra de lo anunciado. Recuerdo hace años los anuncios de Renfe, con trenes maravillosos, limpios, veloces y puntuales. Esa imagen se borraba de un plumazo cuando te montabas en los cercanías de una gran ciudad para ir al trabajo.
Muchos anuncios siguen “erre” que “erre” con sus triquiñuelas. Principalmente los de coches y viajes, llenos de “asteriscos” por todos lados, con las palabras “desde” al lado de unos precios irrisorios, generalmente imposibles, con ofertas tipo 2x1 que luego no son tales dependiendo de fechas, horas o destinos, con precios muy bajos en billetes de avión que luego suben astronómicamente por mil y un conceptos, con letra pequeña o con fotos de lo ofertado que no se parece a la realidad ni por asomo, aunque esté indicado en letra pequeña en el canto del anuncio.
Ya no saben qué hacer. Y además lo tienen crudo porque los clientes tenemos memoria. Pero tampoco se preocupan por volver al cliente, por ser limpios y claros, por innovar, por ofrecer servicios adecuados, correctos, a precio adecuado y competitivo. En resumen, por no engañarnos. ¿Qué pensará un consumidor de leche de una gran marca española que ha estado este tiempo de atrás pagando por encima de un euro lo que ahora se le vende por 0,85? Beneficios sí, claro, pero con mesura y con vistas al futuro, por si vienen mal dadas.
En la imagen tienen la prueba de lo que están haciendo. Una entrada comprada a través de un servicio de compra de entradas por el que te cobran 0,90 de comisión por cada entrada, ciento cincuenta de las antiguas pesetas. Ahora resulta que la película que voy a ir a ver es “Alicia en el País de las GAS NATURAL FENOSA".
Subliminal. Y encima, una vez en el cine, tendré que soportar una serie de anuncios antes de la película, sí o sí, quiera o no. Como diría aquel, manteniendo la educación todo lo posible…. “se vayan al guano”.

martes, 20 de abril de 2010

REPUESTOS



Por establecer una división sencilla entre las muchas cosas que compramos e incorporamos a nuestros hogares, algunas de ellas necesitan respuestos y otras no. Por ejemplo, una televisión, un frigorífico, un horno microondas o un reloj despertador eléctrico solo requieren la inversión inicial y a partir de este momento, salvo averías, están funcionando in que haga falta ningún gasto adicional. Hablo de forma general, sin entrar en la polémica, en el caso de la televisión, de canales gratuitos o de pago. Otros aparatos necesitan repuestos, ahora llamados consumibles, ya que algunos de sus componentes se gastan por el uso. Pongamos como ejemplos claros una aspiradora o una impresora de ordenador.
Otros no son tan claros, pues dependerán del estado de la tecnología en el que nos encontremos. Así, una cámara de fotos puede ser de los dos tipos; si es de las antiguas, llamada ahora analógicas, necesitará que la alimentemos con carretes de fotografías que luego tendremos que revelar y positivar, mientras que si se trata de una cámara moderna o digital, las fotografías son gratis y no necesitan revelado, solo almacenarlas en el ordenador, pero sin coste o con un coste mínimo adicional de espacio en disco, bueno y de electricidad que también cuesta aunque no lo valoremos, como en el caso de la televisión o el frigorífico.

Vivimos en la cultura del usar y tirar. Yo no sé como se las apañan los fabricantes de trastos que lo hacen de tal manera que estos funcionan perfectamente y a entera satisfacción hasta poco tiempo después de que cumpla la garantía. Y encima muchos de ellos no tienen arreglo. He tenido la experiencia con una pantalla plana de ordenador, que en su día costó 250 euros. A los dos años y dos meses se fué al garete, cuando ya estaba sin garantía. Intenté ver la posibilidad de arreglarla y me dijo el fabricante que no tenía reparación, que la solución era tirarla y comprar una nueva, cosa que no tuve más remedio que hacer, aunque no fué de la misma marca.

Algunas cosas de las antiguas funcionan bien durante años. Me cuesta mucho trabajo tirar o cambiar una cosa mientras va tirando. Los aparatos nuevos suelen tener más prestaciones y menores consumos, lo que muchas veces hace que la publicidad nos cautive y nos haga cambiar por aquello de acceder a mejores prestaciones. Yo tengo guardado en una armario un vídeo, un reproductor de CD’s y un amplificador que funcionan perfectamente y que están ahí por si algún día hacen falta pero que han sido sustuídos por aparatos más modernos.

El dilema que yo quería plantear aquí, volviendo al tema de los repuestos, es la paradoja que se produce cuando tenemos algún aparato que va cumpliendo años y que necesita repuestos, algunos consumibles y otros por rotura. A medida que pasa el tiempo, estos repuestos son cada vez más díficiles de localizar, estrategia que también usan los fabricantes para abocarnos al cambio.

Al frigorífico, con cerca de veinte años de funcionamiento, se le ha acabado rompiendo el tirador de abrir la puerta. He buscado el tirador por todos lados sin éxito. En la tienda oficial me salieron con aquello de ¿pero ese modelo tan antiguo aún sigue funcionando? asombrados ellos mismos y pensando seguramente que habían hecho un mal negocio conmigo al venderme un aparato que lleva tantos años funcionando a la perfección. No ha habido problema, un poco de pegamento y, estética aparte en el tirador, sigue funcionando.

Pero en el caso de los consumibles el asunto es más peliagudo. Por ejemplo, la aspiradora, también de la misma època y con casi veinte años de funcionamiento, necesita bolsas de repuesto, que son díficiles de encontrar, por lo que cuando las encontré, acaparé. Tenía dos cajas enteras y otra por la mitad cuando la aspiradora ha dicho basta: se ha quemado el motor. Evidentemente un modelo tan antiguo o no tiene arreglo o no merece la pena, con lo que las dos cajas y pico de bolsas han ido a la basura pues la nueva tiene otro modelo. Mejor no hablemos sobre los miles de modelos de bolsas de aspiradora que están disponibles en el mercado, como las gomas de los parabrisas de los coches y los propios parabrisas: un perfecto galimatías.

Hablando con un amigo el otro día, me dijo que ha comprado un paquete de diez pilas de botón de un modelo determinado. Ante mi extrañeza me dijo que el mando a distancia de un disco duro multimedia, que es igual al mío, lleva dos de esas pilas y las ha encontrado a un precio barato. Tendré que pensar si hago yo lo mismo. Por todo esto me ha dado por revisar que aparatos tengo en casa, de estos que ya son antiguos y que tengo repuestos comprados en cantidad por aquello de que son díficiles de encontrar.

Y me he dado cuenta de que tengo una impresora EPSON que va ya para diez años y que sigue funcionando. He revisado el tema de los cartuchos de tinta y tengo tres juegos completos de blanco y negro y color en el “almacén” por que me costó trabajo encontrarlos la última vez que me hicieron falta. Vamos, que tengo una inversión pues cada juego pasa de los 60 euros. Como se me rompa la impresora, cosa que puede ocurrir en cualquier momento, me veré obligado a tirar cerca de 200 euros a la basura, así que me voy a poner a imprimir como un loco, lo que hará que se rompa la impresora antes, un círculo sin fín o la pescadilla que se muerde la cola.

Con esta reflexión y el coste que tiene una impresora nueva y moderna, he decidido que cuando se me acaben los respuestos, la impresora pasará a mejor vida y me haré con una nueva que no me obligue a almacenar cartuchos de tinta. Por si acaso.

martes, 13 de abril de 2010

GARAJES


Mal día para ponerse a escribir y además sobre un tema a priori espinoso. Lo digo porque da la coincidencia de que hoy es martes y trece, cuestión que se repite de vez en cuando y que tiene significado para algunos españoles más o menos supersticiosos. A los anglosajones les dá igual pero porque ya tienen su correspopndiente viernes y trece.

Vaya por delante que esto no es una queja contra nadie. De hecho me consta que mi vecina hace todo lo posible por minimizar los hechos que voy a comentar, pero no siempre lo consigue, unas veces mejor y otras peor. Yo sé que lo siente, porque me lo dice y yo siempre procuro quitarle importancia al hecho, aunque tengo que reconocer que en algunas ocasiones yo también llego con prisa, o cansado, o harto del jefe o en otras muchas situaciones a las que hay que añadir el estrés de tener que meter el coche con calzador en la plaza de garaje.

Puestos a buscar culpables me gustaría saber quién ha diseñado y establecido las medidas mínimas que debe tener una plaza de garaje. Y no solo la plaza, que es importante, sino los pasillos de circulación que también lo son al ser el espacio del que disponemos para hacer las maniobras Los dos coches que se ven en la fotografía son de tamaño medio e incluso hoy en día en que proliferan los monovolúmenes y los cuatroxcuatro son, si se quiere, de los pequeños. No me imagino a mi vecina de plaza y a mí con dos de esos grandotes, nos tendríamos que turnar para utilizar las dos plazas como una sola, yo los días pares y ella los impares o viceversa.

Pero a lo que vamos, partiendo de la base de que las plazas son rídiculas, como puede apreciarse en la fotografía, dado que los dos coches están apoyados literalmente en la pared del fondo, en la plaza de la derecha, a la sazón la mía, se produce un hecho que agrava la situación sobremanera: está la pared, una pared maciza y completa que si bien no quita metros cuadrados a la plaza complica las maniobras y la accesibilidad al vehículo. Vamos, hablando en claro, que me obliga a aparcar de frente salvo que me dedique cada vez que tenga que entrar o salir del coche a saltar desde el asiento del copiloto, gimnasia que en este coche, por su diseño, les puedo asegurar que no es nada fácil.
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Al tener que aparcar de frente y dada la anchura del pasillo de circulación, es vital disponer del máximo espacio para reducir el número de maniobras hacia adelante y hacia atrás, que ya en las mejores condiciones son unas cuantas y que se incrementan en función de que el coche vecino de plaza deje más o menos espacio, por supuesto de su plaza, para facilitarme las maniobras. Vamos que si en vez de una raya hubiera un muro, me sería imposible aparcar de frente.
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Cuando llego al garaje y el coche de mi vecina se encuentra aparcado hay días y días. Esta vez ocurre que por algún motivo que desconozco el coche lleva tres o cuatro días sin moverse, y además a mí me ha tocado tenerlo que sacar y meter varias veces al día, con lo que las operaciones de aparcar y desaparcar son un suplicio. Dentro de un rato tengo que salir a hacer un recado y le voy a pedir el coche a mi mujer solo por no tenerlo que mover, que sacarlo también cuesta lo suyo. Menos mal que estos coches modernos disponen de dirección asistida, que si no la fuerza a emplear tendría que ser considerable.
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Yo procuro arrimar el coche a la pared de la derecha todo lo posible. De hecho he comprado e instalado unas almohadillas autoadhesivas para evitar raspones de tanto como lo acerco. Ello es con la intención de dejar el mayor espacio posible al centro para que podamos abrir las puertas sin dar “golpecitos”, cuestión que suele ser muy frecuente en los aparcamientos en batería y que hace que la chapa esté llena de picaduras. Gracias a Dios, tanto mi vecina como yo somos cuidadosos a la hora de abrir la puerta y nuestros coches, al menos por acciones en este garaje, están impecables, cosa que no pueden manifestar otros vecinos.
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Conozco una comunidad en que las plazas de garaje son comunitarias y no propiedad individual de nadie. La solución a la que han llegado es a la rotación. Cada mes el usuario pasa a la plaza siguiente. Me parece un buen sistema para que cada propietario vaya pasando por los diferentes tipos de plazas que los arquitectos diseñan en los planos y que luego a la hora de utilización real pone de los nervios a los sufridos conductores y conductoras.
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Dicen que se aprende practicando. Yo creo que mi vecina, por mucho que lo intente, no llega a imaginarse el suplicio que supone aparcar de frente en espacio reducido. Le voy a proponer la alternancia de plazas en función de meses pares e impares pero no creo que cuele.

sábado, 3 de abril de 2010

PENSIONES

Este texto me lo ha pasado un amigo comentando una experiencia personal recientemente acaecida. Interesante en lo que nos afecta a todos, por lo que con su permiso, ocultando algunos datos sensibles, aquí queda su testimonio

TU PENSION ESTA EN PELIGRO HOY

La discusión pública sobre el sistema de pensiones abierta por diversas instancias gubernamentales, españolas e internacionales, agentes sociales y opinantes de toda índole y condición parten de una premisa que no se cumple en más ocasiones de las que fuera razonable esperar: que la contabilidad de las aportaciones al la Seguridad Social es de fiar.

Tal vez sea usted de los que confía en que, tras una vida laboral más o menos larga, el cumplimiento de los requisitos legales le permitirá cobrar íntegra su pensión. ¡Cuidado! porque puede llevarse una desagradable sorpresa.

Con motivo de la polémica suscitada en torno a la sostenibilidad del actual sistema de pensiones, acompañada por diversas e imaginativas propuestas (sospechosamente orientadas a la reducción de las prestaciones para los trabajadores), me tomé la molestia de consultar los datos que la Seguridad Social tiene sobre mi. Concretamente y gracias a que dispongo del preceptivo certificado digital, no hace mucho consulté los datos sobre la historia de mi vida laboral y las cotizaciones que las distintas empresas en las que he prestando mis servicios han hecho a la Tesorería General de la S.S.

Pues bien, cual no es mi sorpresa al encontrar, en primer lugar, que los datos facilitados sólo se remontan al mes de agosto del año 1980, cuando mi afiliación al sistema data de 1977, cuando el sistema aún se denominaba Instituto Nacional de Previsión. No obstante esta limitación, el principal problema encontrado fue que, para mi sorpresa, existían curiosas lagunas en las cotizaciones de algunos meses. Concretamente, dos en 1990, uno en 1991, dos en 1993 y uno en 1997. En total, seis meses sin cotización registrada para un período de ocho años.

Ignoro cuántos trabajadores por cuenta ajena pueden encontrarse con lagunas en sus cotizaciones, pero si extrapoláramos (ya sé que no puede considerarse un método científico aceptado) estas lagunas al período exigido actualmente para cobrar la pensión máxima correspondiente, nos encontraríamos con más de 24 meses de cotización perdidos. ¡Más de dos años! No quisiera verme en la piel del trabajador que, llegado a los 65 años (o a los 67 como algunos pretenden), ve cómo le dicen que no puede cobrar la pensión que preveía porque alguien no hizo bien su trabajo y le faltan dos años de cotización.

Como ejercicio preparatorio, cursé la correspondiente solicitud de rectificación de mis cotizaciones por lo períodos indicados. ¿Cuál fue la respuesta recibida? Transcribo literalmente el texto del correo electrónico recibido:

"En relación con su comunicación del día XX/XX/2010 le informamos que la Tesorería General de la Seguridad Social no dispone de información suficiente para su resolución, por lo que deberá presentar en cualquiera de las oficinas de la T.G.S.S. la documentación justificativa que se indica a continuación:

- Certificado de la empresa con sus bases de cotización a la Seguridad Social por contingencias comunes y las nóminas correspondientes a los periodos referidos."

Creo que la respuesta se comenta por sí sola. Sencillamente se exige al trabajador que demuestre, con documentación que en no pocos casos puede ser imposible de obtener, que efectivamente estuvo de alta y cotizando en los períodos que pretenda le sean reconocidos.

Me gustaría precisar que las lagunas citadas más arriba no corresponden a períodos turbulentos de mi vida laboral. En absoluto, pertenecen al período de nueve años durante el que presté, de manera ininterrumpida, servicio en el Ministerio de XXXXXXXXX como personal contratado. Abandoné la Administración en 1998 para buscar mi futuro en la empresa privada en la que, de momento, sigo en activo. Desde ese año, 1998, todos los meses aparecen debidamente cotizados. ¡Como para fiarse de los que hacen las normas!

Para finalizar, me gustaría hacer las siguientes reflexiones en voz alta: ¿qué pasaría si todos los trabajadores decidiéramos consultar el registro de cotizaciones? ¿veríamos sorpresas como la que yo encontré? De ser así, creo que no deberíamos desaprovechar este argumento para atemperar los efectos que cualquier modificación en la regulación actual de las pensiones. Y aún más, deberíamos exigir a la Administración que la carga de la prueba no recaiga exclusivamente en la parte más débil, el trabajador.

PROCRASTINACION

Llevaba la palabreja unos cuantos meses olvidada en el fondo de la carpeta de asuntos pendientes, esperando su turno de salir a la luz, pero un día por otro, un blog por otro, iba quedando relegada, aplazada, es decir, procrastinada. Reconozco que la primera vez que la oí, en su forma no correcta y que se emplea normalmente, “procastinar”, no sabía lo que significaba. Pero para eso están los diccionarios, para averiguar como se escribe correctamente y conocer su significado.
Procrastinación es la tendencia que padecen algunas personas en forma sistemática a dilatar, a postergar, a posponer, a dejar para más tarde, a dejar para mañana… aquellas tareas, compromisos o actividades que deberían hacer y que tendrían necesaria y convenientemente que ser realizadas en ese momento o en un tiempo determinado y que no admiten ni hay necesidad real y objetiva para posponerlas. Tareas estas que son reemplazadas por otras actividades más irrelevantes pero transitoriamente más placenteras de realizar.
Un ejemplo claro y mundialmente conocido y sufrido son los pronunciamientos que nos hacemos a nosotros mismos con los cambios de año. Pensamos en hacer más ejercicio, adelgazar, dormir más, dejar de fumar y otro montón de cuestiones que a los pocos días quedan debidamente procrastinadas. Otro ejemplo claro es el de un estudiante y el examen de dentro de unos días. “Voy a divertirme a tope” esta tarde, pero esta noche me pongo sin falta y ya no lo dejo hasta tener toda la materia dominada. Una llamada telefónica o cualquier otro suceso hacen a nuestro querido estudiante procrastinar de nuevo y posponer la decisión hasta otro momento, eso sí, sin falta y sin ninguna excusa.
La procrastinación es una situación compleja, que puede afectar tanto a la esfera intrapersonal, para con nosotros mismos, como la esfera interpersonal en las relaciones con los demás, tanto en situaciones laborales como sociales. Pongamos una situación, en la que estamos entre amigos y uno de ellos manifiesta que se quiere comprar un coche de una determinada marca. Resulta que otro amigo se ofrece a mediar porque conoce íntimamente a un concesionario que lo va a facilitar más barato y más rápido…. Confiamos en este amigo que se ha ofrecido voluntariamente a ayudarnos y resulta que damos con un procrastinador que va dejando y dejando para más adelante la realización de la gestión porque o no tiene de verdad tanta amistad con el concesionario o por cualesquiera otras razones.
Hay diversas causas que favorecen la procrastinación. Algunas de ellas se derivan de la personalidad. Una persona muy perfeccionista y que no esté muy convencida de tener capacidad para realizar una determinada tarea al nivel que ella misma se auto exige, procrastinará. También puede darse el caso contrario, donde un exceso de autoconfianza en el desempeño hará que la persona considere la tarea fácilmente realizable y no se ponga manos a la obra de manera efectiva.
Los compromisos que hemos adquirido, con nosotros mismos y con los demás hay que acometerlos sin dilación. Muchas veces serán más fáciles de lo que habíamos pensado y otras más difíciles, pero eso solo lo sabremos cuando demos el primer paso. Si no somos capaces y no es cuestión de dedicarle más tiempo y esfuerzo, concluiremos que no podemos y por lo menos no estaremos con ese reconcome que nos genera, lo queramos o no, la procrastinación.
La procrastinación respecto de una determinada tarea tiene sus fases. Al principio no genera demasiada preocupación en el asunto que estamos postergando, porque creemos que seremos capaces de realizarlo. Pero a medida que pasa el tiempo y no acometemos de verdad, la ansiedad puede ir “en crescendo” aunque nos engañemos a nosotros mismos. Una ansiedad no controlada puede llegar a la desesperación en según de que asuntos estemos hablando; pensemos en un proyecto laboral que tenemos que entregar en una fecha determinada.
Lo que todos tenemos claro es que dejando las cosas en el cajón, salvo casos excepcionales, no se suelen hacer por arte de magia. Estamos hablando de cosas en las que tengamos que intervenir de forma activa haciendo, escribiendo o produciendo algo, para nosotros o para otros.
La persona propensa a la procrastinación puede sufrirla en tareas cotidianas y propias, esas que parecen no tener importancia y sobre las que no tiene que dar cuenta a nadie, pero la propia sensación personal puede dañar su autoestima, su motivación y su capacidad para realizar otras que si lo son.

viernes, 2 de abril de 2010

INGREDIENTES

Recuerdo que siendo pequeño no veía a mi padre, que trabajaba de sol a sol, excepto a la hora de la comida. La comida se hacía en casa al mediodía con asistencia de toda la familia. La cena ya era harina de otro costal, porque mi padre regresaba tarde de su segundo trabajo y nos encontraba a los niños cenados y acostados. La compra y la elaboración de las comidas eran un punto clave en el devenir diario del hogar. Por un lado no existían todavía los frigoríficos y en muchas casas nos teníamos que contentar con la fresquera, una caja con paredes de tela de malla metálica finita para que no pasaran los bichos y que estaba ubicada en la ventana más sombría de la casa, al objeto de preservar lo más posible los alimentos. Con esto, se deduce que la compra era diaria pues no se podían conservar con garantía la gran mayoría de las cosas de un día para otro.

Igualito que ahora. Mi madre o mi abuela, que vivían con nosotros dedicaban gran parte de la mañana a la elaboración de la comida. Por poner ejemplos sencillos, si se necesitaba mahonesa o tomate frito en la comida, no era tan sencillo como abrir un tarro y meter la cuchara: había que hacerlos. El golpeo de una paleta sobre una sartén vieja, tac. tac. tac. mientras el tomate se freía a fuego lento me retrotrae a sabores que ya han desaparecido para siempre… ¿quién hace a mano el tomate frito hoy en día? ¿y la mahonesa?

Muchos no comemos en casa y casi ni desayunamos. Cada uno por su lado, los padres en el trabajo y los hijos en el colegio, comemos lo que nos dan y nada intervenimos en hacerlo nosotros mismos. La industria de la alimentación apresa cada vez nuevos espacios en la fabricación de alimentos premanufacturados que llenan los estantes de los supermercados y grandes superficies. Las marcas, unas más conocidas y otras menos, entran en nuestros domicilios, en nuestros frigoríficos y a la postre en nuestros estómagos. Nos fiamos. Suponemos que quién tenga competencias cumplirá con su trabajo y velará por nuestra salud y nuestra seguridad. Al menos a corto plazo. A largo plazo ya se verá, pero será díficil sacar conclusiones y relaciones directas entre lo que comemos hoy y lo que nuestro cuerpo nos dirá mañana. No nos acordamos de los episodios de la colza, las vacas locas o la gripe aviar.

Y aquí viene el tema de los ingredientes. Pasaremos por alto la gran cantidad de conservantes y acidulantes autorizados, los famosos E-XXX que ya en algunos casos son E-XXXX porque con tres números no hay suficientes para describir la enorme cantidad de ellos que hay. El que la leche dure meses en su “brik” o las conservas años en sus latas o tarros de cristal no es un asunto trivial. Nos viene muy bien abarrotar de latas y productos con larga fecha de caducidad nuestra despensa, por aquello de tirar de ellos en un momento de apretón. Lo que ocurre es que cada vez más abrimos una lata o ponemos un poco de fiambre en nuestras cenas, con un yoghurt de postre para salir del paso. Y los fines de semana si podemos y tenemos posibles, una escapadita turística con restaurante en familia no está nada mal. No digo que esto sea lo normal, pero es cada vez más frecuente.

El hecho de ser padres con una hija celíaca, que no puede comer nada que contenga gluten, harinas de trigo y otros, nos ha llevado a la familia a una vuelta a costumbres antiguas, elaborando mucho más la comida en casa a partir de productos naturales y teniendo que tener mucho cuidado en los restaurantes a los que podemos ir. Hasta no hace mucho, no era obligatorio declarar el contenido de harina entre los ingredientes de los productos manufacturados, aunque la contuviera. Por eso debemos de tener mucho cuidado con los productos que se compran, como por ejemplo el tomate frito y la mahonesa, que deben ser de marcas especiales, garantizadas por la Federación de Asociación de Celíacos, como que no contienen gluten entre sus ingredientes.

Por esto me entretengo en leer con bastante frecuencia los ingredientes que figuran en los productos. En muchos de ellos parece que quieren ocultar algo. Algunos no se pueden leer claramente por estar escritos en letra muy pequeña, en caracteres claros sobre fondo oscuro con límites no muy definidos y otros muchos trucos para hacer desistir al más pintado que no tenga mucha necesidad de conocer las materias primas. Y además está el asunto no muy claro todavía de que puedan contener harina sin declararlo en sus ingredientes. Con esto de la Comunidad Económica Europea y la Globalización, es frecuente que los ingredientes figuren en varios idiomas, y esto también llama la atención. Normalmente cada cual leerá los ingredientes en su idioma y no se molestará en leerlos en los otros idiomas. Pero si lo hace a lo mejor se lleva una sorpresa, como me ocurrió a mí hace unos días, encontrándome que no figura la misma descripción de un ingrediente en castellano o en portugués.

Un ejemplo es la mejor descripción. Los yogures ACTIVIA de una determinada marca acaban la relación sus ingredientes en castellano indicando “Puede contener trazas de cereales y avellanas”, mientras que en la traducción portuguesa figura “Poder conter cereais com glúten e avela”. Los cereales castellanos son simplemente cereales pero los cereales portugueses pueden contener gluten. Cuando menos, curioso. A lo mejor es que las leyes del pais vecino son algo más estrictas que las nuestras o aún siendo iguales se hacen cumplir de forma más eficiente.