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domingo, 24 de junio de 2012

ENGAÑIFA



A lo largo de diferentes entradas en este blog he venido manteniendo mi particular teoría acerca de como las empresas, sobre todo las grandes empresas, parecen haber tomado la senda de una política sino de engaños si de medias verdades que nos llevan a ser desconfiados por sistema en todas nuestras relaciones con ellas.

Desde que me puse al volante por primera vez he realizado miles de kilómetros por carreteras de España y de Europa, y algunos al otro lado del charco y nunca hasta el año pasado había utilizado un navegador de coche, de esos que ahora se les conoce de forma genérica por el nombre de la marca más conocida de las que los fabrican. Y como voy a hablar de ella, no demasiado bien, no tardo ni un segundo más en mencionar su nombre: TomTom.

Y es que claro, antes no existían esos aparatitos, ni siquiera el famoso Google Maps, por lo que la única solución era proveerse de planos y mapas en papel y echarle un rato en estudiar el viaje, ver las rutas, planos de las ciudades y sitios de interés, en fin, preparar con antelación los desplazamientos, más que nada porque los mapas no hablaban y tampoco se podían ir mirando mientras se conducía, cosa que hacemos ahora y que supone una cierta distracción. Recuerdo a principios de los años ochenta haber entrado con el coche hasta el corazón de ciudades como París, Oslo, Estocolmo, Munich, Viena, Budapest, o Atenas, por citar algunas de las que me vienen a la memoria, sin más ayuda que los mapas en papel.

El año pasado y con motivo de un viaje en coche por Escocia, mi buen amigo Manolo se empeñó y consiguió que me llevara su navegador cargadito hasta los topes con las carreteras de ese país. Tengo que reconocer que la experiencia fue un éxito y el aparatito nos llevó con precisión a todos los sitios que le pedimos, alguno de ellos en medio del campo y a los que se accedía por caminos que no se podían calificar sensu stricto de carreteras.

A la vuelta, y con motivo de mi cumpleaños, mi mujer tuvo la “feliz” idea de regalarme un cacharrito de esos. A pesar de que mi buen amigo Manolo nos había dicho “que con tarjeta, siempre con tarjeta”, mi mujer se dirigió a esos grandes almacenes que tienen de todo y que te devuelven el dinero si no estás satisfecho, y me compró uno de los de gama alta, el GO LIVE 820, con un precio de 229 euros. “Me ha dicho el dependiente que trae de todo lo traíble, mapas de toda Europa, manos libres para el móvil, conexión a internet…”

Como todo lo que se mueve hoy en día en el terreno de la electrónica, hay que conectarlo al ordenador para actualizarlo y manejarlo. Ahí surgieron mis primeros problemas. Mi ordenador tiene como sistema operativo un Windows 7 de 64 bits y ni por activa ni por pasiva conseguí conectar el TomTom, que se quedaba literalmente tonto, valga la no redundancia. Tras varios correos electrónicos con el soporte técnico, de esos que parecen un verdadero diálogo de besugos y en los que notas que te están tratando como si fueras un bobo integral, me reconocieron que “por el momento” no tenían disponible la versión de 64 bits. Creo que ahora ya lo está, pero yo opté por manejar el cachivache en el ordenador de mi hijo, que sigue con su Windows XP de 32 bits tan campante. La primera en la frente, una empresa tan seria y tan grande que no disponga de la versión de su actualizador para un sistema operativo que llevaba ya dos años en el mercado era cuando menos descorazonador.

Periódicamente conecto el achiperre al ordenador hasta que me dice que lo tengo actualizado. Pero desde hace un tiempo, al encender el cacharro en el coche, me sale un mensaje diciendo que mis mapas tienen diez meses de antigüedad y que es conveniente actualizarlos. ¿Cómo es posible si el ordenador me dice que lo tengo todo al día? Los servicios de actualización, según le dijeron a mi mujer cuando se lo vendieron eran gratuitos durante el primer año, luego habría que renovarlos pagando una cuota de forma anual. Como no me cuadraba la cosa, nuevo correo al soporte técnico, que en un par de ocasiones me salen con lo mismo y que se resume en lo de siempre y que Vds. ya me entienden: apagar y encender.

Ante mi insistencia en que lo de apagar y encender no era la solución, recibo el correo esclarecedor que reproduzco a continuación. Me he permitido resaltar en negrita un par de frases. Resulta que tengo derecho durante 4 años a descargar lo que ya tengo pero ...

Disculpe la confusión. Usted tiene derecho durante 4 años a la descarga de la versión 8.75 del mapa de Europa, pero no a la actualización de este mapa.
Usted también tiene derecho a un año de servicios LIVE a partir del día en que encendió su dispositivo por primera vez. Estos servicios incluyen HD traffic, radares de tráfico móviles, búsqueda local con Google, LIVE QuickGPSfix y tiempo, para todos los paises en los que estos servicios están disponibles. Sin embargo, en los servicios LIVE no están incluidas las actualizaciones de mapa.


Los servicios “LIVE” suponen una conexión permanente a internet que te avisa hasta si una hormiga está cruzando la carretera más adelante o el tiempo que hará en el destino cuando llegues, amén de atascos y sugerencias de caminos alternativos. Precioso, funcional, práctico y moderno. Pero lo fundamental en un navegador son los mapas. Pues resulta que en el año inicial de servicios gratuitos NO ESTAN INCLUIDOS los mapas. ¿Se puede creer alguien esto? Hasta el propio empleado de TomTom no se lo podía creer, como aclara al principio del correo pidiéndome disculpas por la confusión.

Solo como un dato, y se puede ver en la imagen de más abajo, la actualización del mapa que trae el aparato, que es el de Europa completa, cuesta solo 70 euros, mientras que la actualización del mismo durante un año, cuatro supuestas actualizaciones, cuesta 64 euros porque me hacen un descuento. A esto habría que añadir otros 60 euros anuales por seguir teniendo activos los servicios LIVE, vamos que estamos hablando de 120 euros al año sumando las dos cosas para mantener el chisme plenamente operativo.

Pues como se dice ahora, VA A SER QUE NO, señores. Me parece una “pasta gansa” que no me voy a gastar. Por convicción y por sentirme engañado. Como alternativa me dedicaré en cuerpo y alma a hablar con mi amigo Google y consultarle que hay por ahí sobre el tema de los mapas, ya me entienden. Nada hay imposible en este mundillo y seguro que otros han pasado por ello. Y si no seré yo el primero. ¡Ay, si hubiéramos hecho caso al amigo Manolo y lo hubiéramos cambiado por otro de tarjeta! Otro gallo nos cantaría.

Parece que tengo imán. Será eso, que las empresas no me “engañan”, soy yo que me “confundo”. Mucho ojo a la letra pequeña y si no se lee, a veces es mejor confiar en los débiles, que lo tienen más difícil y “confunden” bastante menos.



sábado, 16 de junio de 2012

REARME


Recibo a lo largo del día en mi móvil múltiples avisos de las diferentes cosas de todo tipo a las que estoy suscrito en el maravilloso mundo de la red. Las hay de todo tipo, buenas, malas, irrelevantes, interesantes, curiosas …… Esta mañana una de ellas me ha desatado un sentimiento de pena: “La leyenda del Ladrón”, el último libro de Juan Gómez Jurado ha sido filtrado a la red y es posible obtenerlo fuera de los canales oficiales a un coste que ya se pueden ustedes suponer.

El libro se puso a disposición del público el pasado uno de junio, en las dos versiones de papel y digital. Han pasado tan solo quince días y ya está junto a otros muchos en el cementerio vivo de los libros gratuitos.

Invitado por el autor y acompañado de una veintena de personas tuve la oportunidad de asistir a un acto emotivo y entrañable que se celebró la tarde anterior en una cafetería de Madrid. Puede verse una reseña del mismo AQUÍ. En ese acto, un Juan cercano nos contó su trabajo a lo largo de los últimos cuatro años para conseguir la ilusión de ver publicado un libro de estas características, del cual puede verse una reseña AQUÍ. Muchas horas dedicadas, cerca de 200 libros leídos, viajes, contactos, etc. etc. en pos de este libro que supone un rearme de él mismo como escritor, a gran distancia de sus anteriores novelas que han triunfado en cuarenta y cinco países y no tanto en España.

El autor es una persona como los demás. A todos nos gusta que nos remuneren nuestro trabajo, porque no sé de nadie que le guste trabajar gratis, a no ser que sea por un tema altruista y este no es el caso. Las personas tienen hijos, hipoteca, gastos y necesitan del maldito dinero para seguir adelante en su vida y entre otras cosas, seguir escribiendo libros para que los lectores disfrutemos de ellos.

En el acto referido, los asistentes fuimos obsequiados con un ejemplar del libro en papel, dedicado personalmente. A pesar de ello y por pura convicción, yo ya había adquirido la versión digital, que me fue puntualmente descargada a mi lector a las 02:20 de la madrugada de ese día uno de junio. Aquí el recibo de la compra



Se habla mucho ahora de la famosa “línea roja”. En este tema cada uno de nosotros tenemos nuestra personal línea roja que podemos desplazar hacia un lado y hacia otro según nos convenga y en nuestra estricta intimidad. Pero al menos pienso que debemos de tenerla y activarla para según qué temas. Todo no vale y todo no puede ser gratis. Al hilo de este asunto se me ocurre que la sociedad en general y todos y cada uno en particular necesitamos un rearme moral y revisar nuestra ética, individual y colectiva. Ética y moralidad están descendiendo a niveles realmente bajos y no solo en estos asuntos sino en todos los que no rodean, a saber, política, banca, empresa, sindicatos, partidos, trabajadores y en general todo el mundo. Me viene a la cabeza un estupendo libro que tengo que volver a leer “Ética para Amador”, de Fernando Savater, para revisar y reajustar unos cuantos conceptos.

Está claro que no se pueden poner puertas al campo, y añadiría ahora que ni ventanas al cielo en clara alusión a las posibilidades de internet. Quién esté libre de pecado, y no haya descargado contenido multimedia, que tire la primera piedra. Pero al menos un poco de cancha a los autores para dejarles obtener el fruto de su trabajo.

domingo, 10 de junio de 2012

HIDROMITOS



Me sale hoy la vena “geek” aderezada con un poco de nostalgia, que los años van pasando y no en balde. Desde que aparecieron los ordenadores personales o PC’s allá por el año 1981 he andado teniendo relación estrecha con ellos en dos vertientes: la profesional o de la oficina y la personal o de casa. El hecho de tener información en los dos sitios planteaba en los primeros tiempos un problema interesante que no era otro que trasegar con la información entre casa y oficina y tener mucho cuidado, de forma manual, para no perder datos por cualquiera de las muchas formas posibles; borrado, copiado, machacado, etc. etc. cuando iban y venían a diario del ordenador de casa a la oficina.

Al principio el medio eran los “floppys”, aquellos discos flexibles de 5 y 1/4 pulgadas que permitían almacenar nada menos que la friolera de 180 Kilobytes de información. Los datos eran por lo general documentos de texto y cabían bastantes en un solo “floppy”. Pero a medida que fue pasando el tiempo y a principios de los noventa empezaron a trabajarse las imágenes, los 180 KB se quedaron insuficientes a todas luces, lo que motivó la aparición de los ya olvidados “diskettes” que en su versión de densidad alta llegaron a tener 1,44 Megabytes con lo que equivalían casi a 10 de los floppys. Hablando de imágenes en aquellos tiempos ¿nos acordamos del “storyboard”?, todo un descubrimiento en el procesamiento, retoque y creación de imágenes, muy simples, pero imágenes al fin y al cabo y encima animadas. Un lujo.

A medida que fue pasando el tiempo, la cantidad de información que íbamos alojando en nuestros ordenadores iba creciendo vertiginosamente, por lo que a principios de los dos mil ya andaba con varios diskettes para allá y para acá todos los días, un verdadero incordio. Y entonces aparecieron las memorias USB, viniendo a solucionar nuestros problemas, eso sí, a un precio desorbitado, pero es como todo con la tecnología, si la quieres empezar a disfrutar desde sus inicios no queda otra que rascarse el bolsillo. No recuerdo a ciencia cierta cuanto me costó mi primer “pen-drive”, ese que puede verse en la fotografía con tan solo 64 Mb y que por tanto equivalía a cuarenta y cuatro diskettes. Pero la comodidad y la fiabilidad en el transporte de datos de un sitio a otro no tenían parangón.

El paso del tiempo ha ido dando más capacidad y mejores prestaciones a un coste muy inferior, pues hoy en día se pueden encontrar memorias de 32 Gb por menos de veinte euros e incluso jugándosela un poco algunas de 256 Gb, repito la cifra que parece errónea, 256 Gb, como la que ven en la imagen y que me ha costado 30 euros en una de esas tiendas de internet que se alojan en Asia y que mandan cosas a precios increíbles y que además funcionan. Equivalente a ciento ochenta mil diskettes, por hacer una equivakencia.

Ahora todo esto está ya pasado de moda, pues podemos disponer de discos duros de capacidades por encima de 1 Terabyte por precios razonables y del tamaño de un paquete de tabaco. E incluso esto está fuera de lugar si disponemos de una conexión a internet con servicios en la “nube” como Dropbox, Sugarsync, Box, Skydrive o Goole Docs, cada uno con sus características pero que nos permiten disponer de toda o gran parte de nuestra información en cualquier ordenador e incluso en nuestro teléfono, ya digo, siempre que haya conexión a internet.

Pero se preguntarán que tiene todo esto que ver con el título de esta entrada, una palabra que no existe en el diccionario pero de la que podemos deducir que se refiere a mitos del agua. A estos artilugios de los que hemos estado hablando se les llama de muchas maneras: memoria usb, pen-drive, lápiz, pincho, rana, achiperre ...… A lo mejor hay alguien por ahí que les llama hidromitos, que de todo hay por el mundo.

sábado, 2 de junio de 2012

WEBINAR


A pesar de que uno intenta estar atento a las últimas tecnologías en los aspectos de mejoramiento personal, es difícil abarcar todo lo que se mueve y sobre todo probarlo y utilizarlo. Enredados en un mundo “GEEK”, cualquier reunión de amigos, cualquier revista que cae en tus manos, el correo electrónico, “twitter” y un sinfín de fuentes están bombardeando continuamente tus neuronas con la existencia de mejoras de lo que ya conoces o nuevas formas de ver, entender y utilizar las cosas.

Recuerdo algunas de las últimas conferencias presenciales a las que he asistido en las que estaba previsto el coloquio y las preguntas de los asistentes en que ya se utilizado la fórmula de la tarjeta en la que tienes que escribir tu pregunta o reflexión sobre lo que estás oyendo y hacerlas llegar a un moderador que se encarga de filtrar y agrupar las ocurrencias de los asistentes. El hecho de que tengas que poner por escrito aquello que quieres hacer llegar al ponente ya te fuerza a un ejercicio de condensación, que no es lo mismo escribir, y además en papel, que hablar. Esto permite también un mejor control del tiempo y los temas, a la vez que se evitan de raíz las intervenciones de aquellos “pesados”, que siempre los hay, que pretenden dar su conferencia particular y mortificar al resto de los asistentes con sus opiniones, que no preguntas.

Refiero esto porque la semana pasada tuve la oportunidad de “asistir” a la forma moderna de conferencia, que tiene entre otras esa denominación con la palabreja con la que he titulado esta entrada: “webinar”, y que no es otra cosa que un seminario o conferencia en línea a través de los recursos de internet. Sentado cómodamente en tu casa estás asistiendo en directo a una presentación en la que puedes escuchar al ponente a la vez que ves en pantalla las diapositivas y lo que en ellas se señala. Además dispones, según los casos, de una ventana donde puedes ir escribiendo las preguntas y dudas que quieras hacer llegar a la persona que imparte la charla y que son contestadas al final de la misma. La única diferencia, que no es poca, es no poder disfrutar del lenguaje no verbal y de mirar las caras y actitudes del resto de los asistentes. Pero por lo demás todo son ventajas, pudiendo asistir a un acto que se está celebrando en esos momentos en cualquier parte del mundo sin tener que desplazarte.

Recuerdo las reuniones en las empresas de hace años a través de líneas telefónicas en donde se podían solamente escuchar los participantes, teniendo que adivinar por el tono de voz quién estaba interviniendo. Ahora ya se emplean cámaras y la mayor fiabilidad de las comunicaciones hacen posible las reuniones con vídeo en las que estás viendo a quién interviene y al propio tiempo estás siendo visto tú mismo.

Las posibilidades son infinitas, tanto en el terreno de la formación como en el de la simple divulgación. Porque hay que tener en cuenta que además estas sesiones se graban y normalmente quedan “colgadas” y disponibles de la red, por lo que uno mismo pueden volver a atenderlas si en algún momento ha habido algo interesante o que no se ha entendido, con la facilidad que supone el estar conectado en un ordenador y poder sacar ejemplos a base de pantallazos con datos que de otra forma habría que estar tomando apresuradamente a mano. O utilizar cámaras fotográficas, sin quitar el flash, en medio de las conferencias, situación que ahora se ha puesto de moda al disponer casi todo el mundo de potentes teléfonos capaces de grabar imágenes.

La conferencia cuya imagen ilustra esta entrada estaba patrocinada por XRITE, una de las empresas puntero en colorimetría y calibración de dispositivos para el tratamiento digital de imágenes, principalmente, pero no solo, pantallas de ordenador. Es muy importante tener bien calibrada la pantalla en nuestro ordenador y el ambiente lumínico que la rodea si queremos mantener una consistencia en nuestros trabajos y evitar las desagradables sorpresas cuando hemos retocado una fotografía o imagen a nuestro gusto y al imprimirla o llevarla al laboratorio obtenemos una copia que no se parece en nada a lo que estábamos viendo en nuestra pantalla. El tema versaba sobre todos los conceptos que rodean al mundo del color en el entorno informático y fue de una profundidad que en muchos momentos fui incapaz de seguir. El ponente Joan Boira sabía “latín” sobre el tema y sabía contarlo, pero se requería una base previa de cierta importancia para seguir todos y cada uno de los conceptos que allí se trataban. En su web podemos encontrar información de alto nivel relacionada con aspectos de la fotografía digital. Y si además disponemos de más de una hora y media podemos asistir al asistir al seminario completo "De la cámara al monitor".