Léase ca-ca y piénsese en “caca”, por ejemplo, caca de perro. Un producto natural que, desgraciadamente, se encuentra con cierta asiduidad en las aceras y calles de nuestros pueblos y ciudades.
En las últimas vacaciones, un cuñado mío, poseedor de un can, con el que por cierto intimó mi hija más de lo estrictamente necesario, nos sugirió la posibilidad de sacarlo a dar un paseo, que el perro necesitaba, y que su dueño, por estar ocupado no podía satisfacer esa necesidad. Como novedad y por complacer a la niña me pareció una idea interesante, con lo que mi cuñado nos facilitó la correa correspondiente, dado que en todo momento yo aduje la idea de llevarlo atado. Anudada en la correa se encontraba una bolsa de plástico negra, que yo había visto con anterioridad y que sabía a que estaba destinada. Mi cuñado me dijo que no era probable que “Mus”, así se llama el can, hiciera sus necesidades fisiológicas durante el paseo, pero que nunca se sabe. Se me debió subir la bilirrubina hasta límites insospechados ante la posibilidad de tener que recoger, caso de producirse, el detritus por el procedimiento que había visto en otras ocasiones de meter la mano en la bolsa invertida, recoger el elemento orgánico y depositarlo en una papelera o contenedor. A todo se tiene que acostumbrar el ser humano y un hecho como este, desagradable de por sí, necesita unas dosis superiores de estudio e interiorización.
¿Dirá Vd. que “Mus” hizo sus cositas en plena calle?. Pues sí, las hizo, lo cual fue una experiencia por mi parte, no muy agradable pero que tuve que hacer al fin y al cabo. Solo tenía una bolsa, por lo que esperé que no hubiera una segunda deposición a lo largo del paseo.
Cuando paseo o voy a hacer un recado por mi pueblo, me molesta enormemente tener que ir preocupado de mirar al suelo de forma constante para evitar pisar una de las múltiples “bombas” que se encuentran a los largo de calles y aceras. No digamos de las que se ubican en parques, setos y jardines que no son peligrosas para el viandante pero si para la vista y supongo que para el jardinero que las tenga que limpiar cuando proceda. Si el paseo se produce acompañado de mi hija pequeña la vigilancia debe ser redoblada, tanto por donde paso yo como por donde pasa ella.
Supongo y deseo que habrá unas cuantas normas municipales que prohíban y castiguen esta deplorable acción. Acción que no es culpa del can sino del dueño que lo sustenta y acompaña. Se va generalizando el uso de la bolsita y la recogida, pero a juicio de la cantidad de ellas que se pueden encontrar en las calles, no parece que los ciudadanos poseedores de perro, al menos una parte de ellos que se me antoja muy numerosa, comprendan y asuman la obligación de no enguarrinarnos nuestros zapatos y no contribuir al deterioro del medio en el que tenemos que vivir y desenvolvernos.
Es evidente que no puede haber un guardia que se ponga a la sombra de cada ciudadano que inicia su paseo diario para recodarle su obligación y multarle en caso de que no la cumpla. Pero muchos de nosotros hemos visto acciones caninas en plena calle que no iban seguidas de la correspondiente acción humana destinada a remediar el hecho y dejar la vía pública en perfecto estado de revista para posteriores viandantes.
Poco a poco las personas se irán concienciando, pero no estaría de más que los ciudadanos llamáramos la atención a estos desalmados, a los conductores del animal, aún a riesgo de sufrir enfrentamientos, para concienciarles de sus obligaciones y deberes para con la sociedad. Otro sistema, más callado, sería utilizar nosotros la bolsita, recoger la deposición, seguir al dueño a modo de detective y depositarle el desecho en el portal de su casa o delante de su puerta, a ver qué opinaba cuando saliera al rato o al día siguiente y en sus propios dominios se viera con sus zapatos pringados de su propia medicina, en este caso, de la de su querido animal de compañía.
Y hay casos más flagrantes. Cerca de mi casa hay un parque infantil, llenito de tierra para que jueguen los niños. Aparte ser de pura lógica, hay un cartel bien grande a la entrada prohibiendo la entrada de animales, perros sobre todo, porque es el sitio ideal para hacer lo que estamos comentando en estas letras. Pues bien, en dos ocasiones que yo haya visto he tenido que enfrentarme con propietarios de canes para afearles su conducta, preguntarles si no sabían leer, y amenazarles, móvil en mano, con llamar a la Policía Municipal si no sacaban inmediatamente al animal del lugar. Tengo que reconocer que en ambos casos el animal fue retirado sin más, porque me cabe la duda si la policía hubiera acudido a mi llamada ante “semejante tontería” e incluso si hubiera habido alguna consecuencia para el infractor. Supongo que seguirán metiendo al perro en el parque infantil y cuando lo hagan tendrán un recuerdo no muy grato hacia mí, ese “atontado” que un día les recriminó por una acción tan normal y ciudadana como es que su perro defeque en un sitio donde al poco rato van a estar jugando los niños.
Como le gusta decir a una persona muy querida, la “des-educación” nos persigue.