Tuve la enorme fortuna de disponer de coche propio a finales de 1973. Un modesto Seat 127 con el que hice muchos kilómetros por las carreteras de la geografía española, visitando ciudades y monumentos pero también gentes, pueblos y aldeas. Mi afición a la fotografía —en blanco y negro en aquellos años— me animaba a descubrir nuevos sitios.
Por aquel entonces se acuñó el concepto de «La España profunda». Nunca bien definido, parecía referirse a pequeños pueblos, aldeas y caseríos, donde vivían comunidades rurales con un cierto grado de aldeanismo y aislamiento, cierta cerrazón y ajenas a la modernidad —recordemos que hablamos de los años setenta del siglo pasado cuando no había casi ni teléfonos fijos—. Ello conllevaba una cierta marginalidad y olvido no suficientemente atendidos por los Gobiernos de la época. Algunas películas actuales reflejan muy bien este asunto: «As bestas», «Alcarràs» o «Suro» por citar tres de ellas.
Recuerdo visitas en aquellos años setenta del siglo XX a zonas como Las Hurdes, la Peña de Francia o Soria (entre otras muchas) donde la diferencia de formas de vida con las ciudades era descomunal. Mujeres lavando la ropa en el río de Los Ángeles en Las Hurdes en pleno invierno o casas sin el más mínimo aislamiento en Soria por no citar incluso hasta falta de iluminación nocturna en los preciosos pueblos de La Alberca o Miranda del Castañar. Todo aquello resultaba muy exótico a los pocos visitantes que nos acercábamos y que éramos mirados, en principio, con bastante recelo por los lugareños.
Ahora lo de «profunda» ya ha quedado relegado. Cualquiera de estas zonas disfruta –me alegro por ello— de los últimos avances gracias a la tecnología y los pueblos están remozados con sus calles asfaltadas y perfectamente urbanizados. Pero ha surgido otro concepto que es el de la «España vacía» o la «España vaciada» que implica pueblos de estas zonas con una muy escasa población y además envejecida, cuando no abandonados. Una buena recomendación para asomarse y entender este asunto, esta vez en forma de libro, es el ensayo titulado «La España vacía. Viaje por un país que nunca fué», del escritor Sergio del Molino. Puede leerse una reseña del mismo en el blog amigo de «A leer que son 2 días» en este enlace. Hay otros libros de este mismo autor sobre el tema titulados «Atlas sentimental de la España vacía» y «Contra la España vacía», ambos en mi (enorme) lista de lecturas pendientes.
Conservo fotografías de aquellos años, pero no otro tipo de documentos, como pudieran ser las notas de los lugares donde me hospedaba o comía (si es que había nota en papel o por el contrario la cuenta era de viva voz). Es a partir de 2003, con la informática y los escáneres que empecé a recopilar estas notas. Ahora es mucho más fácil tomar un foto con el teléfono y llevarla al archivo. A continuación dos notas de las más antiguas que conservo, relativamente recientes. Me ha llamado la atención que ya entonces se cobraba el servicio y el pan que ahora está tan en el candelero a raíz de que un restaurante de la segoviana villa de Pedraza cobrara cinco euros por un vaso de agua del grifo.
Por apelar a los recuerdos, un restaurante de mi localidad con cuatro mesas y que atendía al nombre de «Cipriano» por llamarse así su dueño, tenía una particular forma de darte la cuenta. Cuando la pedías, el dueño, Cipriano, se sentaba en una esquina de la mesa, te invitaba al café y con el sempiterno lápiz en la oreja hacía la cuenta en una esquina del mantel de papel… ¡Cómo sumaba el hombre aquel! No le hacía ninguna falta ni calculadora ni teléfono móvil ni nada, pura cabeza y entrenamiento.
Y recuperando la imagen que encabeza esta entrada, no sé si España profunda, pero choca en estos días encontrarse en una ciudad moderna y nada vaciada notas o facturas como la mostrada. Ninguna información de la empresa, el CIF o datos; claro, aquí no podemos hacer nada con este tique para descontarnos en nuestra declaración de la renta de ese 10% de IVA que nos cobran (0,42€) y que espero sin mucho convencimiento que sí ingresen en la Agencia Tributaria…
Y puestos a dejar por aquí un rastro de los muchos tiques que conservo a lo largo de los años, uno más actual de una España ni mucho menos vaciada y que me sirve para recomendar un restaurante magnífico situado en el «Paraíso» de mi buen amigo, profesor y maestro Eduardo Juárez Valero, precisamente el cronista de la localidad segoviana de La Granja de San Ildefonso.