Cuando estás allí por la circunstancia que sea o llegas antes a una fiesta de celebración, corres el peligro de que los anfitriones te utilicen para echarles una mano en los preparativos, esos que nunca están finalizados y que ponen de los nervios a cualquiera. Pero incluso en estas circunstancias se pueden aprender cosas. Me endilga el anfitirión —con mi aquiescencia— un queso completo y un cuchillo y me insta a echarle una mano preparando cuñas para servir en la mesa. Una manera de entretenerse como otra cualquiera en lugar de estar haciendo el vago por allí.
Puestas manos a la obra, resulta que o bien el queso es duro como una piedra o el cuchillo facilitado deja mucho que desear. O las dos cosas. Como cuando estás en un restaurante y para cortar la carne te dejan un cuchillo inapropiado con el que no hay manera de hacerse con el filete y acabas desesperado pidiendo otro que corte de verdad.
Curiosamente he visto uno esta semana dando un paseo por Valdemorillo, un pueblo de la provincia de Madrid. Antaño aparecían de vez en cuando por las calles empujando su desvencijada bicicleta emitiendo una melodía característica con su diapasón —chiflo, pifia o pan flute—. Eran los afiladores, llamados también amoladores, que recababan por las casas los cuchillos, tijeras y utensilios susceptibles de ser afilados y se ponían en la puerta de la calle, con la bicicleta suspendida sobre su propio trasportín, a dar pedales para mover la rueda de afilar en la que apoyar delicadamente el cuchillo o la tijera y sacar un reguero de chispas que era muy relajante de mirar y observar. Creía que los afiladores callejeros se habían extinguido y ya no se afilan las cosas, se compran nuevas.
Volviendo al asunto del corte del queso de mi anfitrión, durillo sí que estaba, pero así tenía que ser como corresponde a un queso bien curado con buena capa protectora. El problema era el cuchillo. Menos mal que andaba por allí otro invitado al que todavía no le había caído ninguna tarea, que me dijo que me esperara y que se acercaba a su casa —que estaba al lado— y se traía un cuchillo «de los que cortan de verdad». Y así fue.
Como de la noche al día. El refrán popular dice que «con buena herramienta bien se trabaja» aunque hay una versión modificada más jocosa y popular que no voy a poner aquí para no herir susceptibilidades. Me quedé maravillado cuando empecé a utilizar el cuchillo ya que con solo acercarlo el queso se asustaba y se hacía cuñas el solito.
Había que preguntar por el cuchillo mágico y quedarse con la copla del fabricante: ZWILLING. No lo había oido nunca pero es que tampoco se compran cuchillos todos los días. Se trata de un fabricante alemán de prestigio en este asunto del menaje y que tiene una gran variedad de productos que pueden contemplarse en su página web. Como ocurre siempre con estas cosas de alta calidad, no son baratas y cada cual tendrá que ver si le merece la pena el precio a pagar por la satisfacción a la hora de… cortar un queso. O un jamón. A mí lo del queso me dejó patidifuso.
Desde entonces he comprado un cuchillo jamonero que solo utilizo en Navidad pero vaya diferencia con el anterior, que fue directamente a la basura. Recientemente he comprado unas tijeras de cocina y tengo que decir lo mismo, otro mundo en comparación con las anteriores. Lo siguiente que he visto en su página web son varios afiladores de cuchillos que tarde o temprano acabarán cayendo en cuanto haga falta afilar algo.