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domingo, 28 de julio de 2024

ACCESORIOS

Muchas veces es importante «conocer» que existe un determinado artilugio que puede satisfacer una necesidad que tengas en un determinado momento. Los tiempos han cambiado mucho en este aspecto.

A finales de los setenta del siglo pasado ─ siglo XX─ andaba yo inmerso en numerosas tareas de bricolaje para acondicionar la que sería mi nueva casa. Era básico conocer el mundo de las herramientas y aparatos disponibles. En aquella época, la solución era ir a la ferretería y preguntar al dependiente, que podía ser un mero despachante sin conocimiento alguno. Tuve la suerte de encontrar una ferretería industrial justo al lado de mi centro de trabajo. Aunque los clientes de esta ferretería eran fundamentalmente empresas de un polígono cercano, llegué a establecer una buena amistad con José María, un dependiente profesional que me asesoró mucho y me informó de herramientas y procedimientos para realizar las tareas caseras que se me ocurrían. Muchos días me quedaba sin desayunar para emplear ese tiempo en animadas y provechosas conversaciones. Con el cambio de mi centro de trabajo a otro lugar, perdimos el contacto.

Cuando todavía no había internet, la proliferación del concepto de supermercados vino de alguna manera en ayuda de los partidarios del «hágalo Vd. mismo». Incluso aparecieron grandes superficies exclusivamente dedicadas a este tema como Leroy Merlin o Akí, por cierto, esta última muy tristemente desaparecida. Ahora hay muchas más. La ventaja de estos centros es que podías deambular a lo largo de sus pasillos y estanterías para conocer multitud de archiperres que no sabías ni que existían y que bien podrían valer para desarrollar esas ideas que tenías en mente. Si además coincidías con un vendedor experimentado que te pudiera asesorar, miel sobre hojuelas, aunque esto, desgraciadamente, no suele ser lo normal.

Ahora todo ello se ha complementado con internet. Desde tu sillón, cómodamente instalado, puedes acceder a multitud de información y productos además de disponer de vídeos o manuales que te orientan en la realización de una tarea concreta. Es verdad que hay mucha basurilla pero también los hay muy profesionales con lo que empleando un poco de tiempo y agudizando el ingenio, al final se puede conseguir abundante y buena información acerca del tema que te preocupe, amén de adquirir los productos y herramientas necesarios a golpe de ratón para que te los traigan a casa.

En el mundo de los ordenadores esto es especialmente importante. Cuando surge un problema o necesidad, es muy raro que seas el primero al que le ocurre por lo que un acceso a cualquiera de los buscadores ─no solo existe san Google─ puede darte una solución de forma rápida y eficaz.

Concretando, paso a exponer lo que me ha ocurrido. Tengo un portátil con una cierta antigüedad pero que me hace el apaño por ahora. Una limitación que tiene es que solo dispone de tres bocas USB. En condiciones normales me ha sido suficiente, pero… Tengo una ocupada permanentemente con un disco externo donde llevo mis datos de un lado para otro. Otra de ellas está ocupada con el transmisor de un ratón inalámbrico porque soy un absoluto negado a utilizar el pseudo ratón disponible en el propio teclado. Por ello, en condiciones normales, me queda una sola boca USB libre que la utilizo en algunas ocasiones para conectar unos cascos con los que atender las conferencias y clases telemáticas. He intentado usar cascos inalámbricos vía bluetooth pero se conoce que la antigüedad del ordenador hace que el funcionamiento sobre todo de los volúmenes de audio y micrófono no sean correctos.

En este caso especial y parafraseando… «todos nuestros USB están ocupados…». Pero llega Murphy a dar una vuelta de tuerca al asunto. La cámara incorporada en el portátil no funciona. La antigüedad, los controladores, vaya Vd. a saber qué, por mucho que he intentado arreglarla no ha habido manera. Se imponía comprar una cámara externa que, lógicamente, hay que conectar al ordenador vía USB. Como no tengo ninguno disponible, se impone la adquisición de un ladrón USB para dotar a mi vetusto PC portátil de más bocas.

Una visita a un centro comercial físico o mejor el acceso vía internet a páginas de componentes de accesorios para ordenadores arrojan una miríada de artefactos: con cable, sin cable y directamente enchufables, con alimentación, acodados… Casi es un problema decidirte por alguno de ellos. Por simplicidad, yo me he decantado por el que se puede ver en la imagen, por ser compacto, convertir una boca en tres y mantener en una de ellas la velocidad «azul» que me sirve para el disco duro externo. En las otras dos, velocidad normal, se pueden conectar los cascos y la cámara externa y todo solventado.

Para todas estas cosas es muy bueno relacionarse con amigos con aficiones afines y comentar estos temas. Yo lo hago con frecuencia con uno, Manolo, y siempre acabamos llevándonos deberes para casa con cosas nuevas interesantes, no solo trastos, sino formas y maneras de hacer las cosas. Es lo que se llama tener amigos provechosos, que aportan y te solucionan cosillas de la vida diaria, porque, aunque te creas que lo sabes todo, siempre hay una vuelta de tuerca que te sorprenderá.


 

domingo, 21 de julio de 2024

CALLEJERO

 

A lo largo de muchas entradas de este blog he manifestado mi relación de amor y odio con el asunto del envío de paquetes por mensajería. Trato, no siempre con éxito, que el destino final no sea mi domicilio por lo que conlleva de confinamiento casero hasta que por fin aparece el paquete. Por suerte, algunas empresas se han dado cuenta de los inconvenientes que supone esto y están habilitando sitios alternativos de entrega en oficinas de Correos, comercios, gasolineras o máquinas tipo cajeros a los que el destinatario puede acercarse… ¡cuando narices le venga bien!

Pero hay empresas, o mejor, envíos, que se resisten y no admiten otro destino que un domicilio de los clásicos, esto es, compuesto por calle y número. En esta semana me ha sucedido un hecho novedoso en relación con esta cuestión que supera mi capacidad de asombro.

Estoy pasando unos días de vacaciones en la misma casa en la que lo hago desde hace más de veinte años. De hecho, su dirección es una de las que tengo ya previamente registradas en la empresa vendedora y además es la única que me admite para ciertos envíos; sí, estamos hablando de esa enorme que empieza por A. Hay que fijarse bien, porque muchas veces no es la grandota la que vende, sino que otras lo hacen mediante ella, lo que supone que no se utilizarán sus propios servicios internos de mensajería y que la empresa real que suministre el paquete lo enviará por una de las «otras». No es objeto de esta entrada, pero podemos echar apuestas y carreras a ver cuál es la peor.

Confinado en casa el día concreto que se me anuncia la llegada, pasan todas las horas sin que el repartidor llame a mi puerta y tampoco a mi teléfono. Consulto el estado del envío por medio del número de seguimiento y un mensaje me dice que no han podido encontrar mi dirección y que lo reintentan al día siguiente. No entiendo que no se me llame por teléfono o se habilite un mecanismo por internet para que pueda cambiar mi domicilio, cuestión que no podré hacer porque estaba correcta y perfectamente especificado, incluso con una aclaración añadida de estar situado frente a un edificio público perfectamente localizable.

Entiendo que la empresa repartidora mandaría el paquete con otro repartidor, más listo, avezado o tenaz que el primero, a ver si encuentra el domicilio. Manifiesto que he recibido en años anteriores otros paquetes sin ningún problema. ¿Qué ha cambiado que yo no me haya enterado?

Receloso por el tema, se me ocurre consultar a san Google por la dirección de la casa. ¡Bingo! La casa no aparece en su sitio sino en medio de un prado verde lleno de vacas. Con razón el repartidor dice que no lo encuentra. Podría haber tratado de buscar el edificio público reseñado, pero se ve que o no era muy listo, o no tenía ganas, o llevaba prisa o vaya Vd. A saber. El mundo de los repartidores es hilarante y sus tretas son largo conocidas, aunque este, realmente, no es el caso. Si san Google dice que mi casa no existe, pues… ¡amén!

Me persono en el ayuntamiento de la localidad a preguntar si se hubiera producido un cambio en el callejero y así poder conocer el nuevo nombre de mi calle, que por supuesto san Google no facilita. Ha retirado el que había, lo ha colocado en otra zona ─de fincas y prados─ y nos ha dejado sin poder ser detectados por los repartidores y navegadores de vehículos. Porque claro, el mapa debe ser compartido y general y otros «san», de menor categoría como WAZE y TomTom, mandan al mismo sitio, al prado con las vacas.

San Google tiene la posibilidad de colaborar con ellos enviando correcciones a sus mapas que son valoradas y en caso de aprobación incorporadas a la vez que te agradecen tu colaboración. No hay que tener ningún certificado original de «callejerista» y solo con un correo electrónico basta. Sin mucha confianza opté por este camino y…

… mi petición fue aceptada y devolvieron el nombre a su calle original. Pero eso no ha servido de mucho, porque no han quitado el nombre de la calle errónea donde estaba y las búsquedas siguen apuntando al prado con las vacas. He realizado un nuevo intento de que eliminen ese nombre de la calle errónea y reconduzcan las búsquedas a la calle real, pero eso parece que está tardando más y mi petición sigue en espera de aprobación.

Por si había duda, ya lo sabemos. El dueño y responsable del callejero de una localidad es oficialmente el Ayuntamiento de la misma, que tiene reconocida capacidad para cambiar el nombre de calles y plazas como hemos podido ver en la prensa últimamente, aunque sea por motivos revanchistas para eliminar referencias en el callejero local a escritores o artistas. Pero esto, que es un hecho, no sirve de mucho si el todopoderoso Google no actualiza sus mapas porque yo diría que en un 100% es el sitio real a donde se acude a consultar por una dirección. Si san Google no lo recoge, como si no existiera o, peor como en este caso, si remite a otro lugar que no es el correcto.


 

 

domingo, 14 de julio de 2024

FICHEROS

El primer ordenador personal ─IBM PC─ vio la luz el 12 de agosto de 1981, hace ya más de cuarenta años. El hecho de laborar en aquellas fechas en un departamento de informática de una Caja de Ahorros ya desaparecida hizo que dispusiéramos de un ejemplar desde el primer momento. Era un juguete precioso, ubicado en la secretaría del director del departamento. Como digo, se planteaba en aquellos días como una mera curiosidad, pero se nos autorizó a utilizarle en momentos libres, sin abusar.

Para mí fue como una droga. Me llegaba a la oficina hasta una hora u hora y media antes para trastear con el aparato, confeccionando programas en lenguaje de programación BASIC que era el único disponible. Menos mal que a mis compañeros no les daba por madrugar porque algunos le cogieron el gustillo en los primeros momentos y por las tardes, a la salida del trabajo había algunas disputas y hasta hubieron de imponerse restricciones y horarios de uso.

No tenía disco duro, ni pendrive, ni comunicaciones, ni internet, ni nada de nada. Tan solo dos diskettes flexibles de cinco pulgadas y un cuarto que pudiéramos considerar como los pioneros del almacenamiento de datos. Tenían muy poca capacidad, pero bastaba para almacenar unos cuantos programas y datos, que en aquellos tiempos eran escasos. Compré unos cuantos disquetes, que no eran baratos, para almacenar mis programas para cualquier motivo que se me ocurría, por el hecho de practicar y trastear con el juguetito. Algunos de ellos fueron una base de datos de direcciones con posibilidad de imprimir etiquetas adhesivas.

La cosa evolucionó a toda prisa y a finales de los ochenta, no de forma generalizada, empezamos algunos a tener ordenadores personales en casa. Ya tenían discos duros internos y los disquetes flexibles habían desaparecido, dejando paso a los disquetes ya rígidos y con mayor capacidad. También en nuestros puestos de trabajo habían desaparecido las que llamábamos pantallas tontas ─solo funcionaban conectadas el ordenador central─ habiendo sido sustituidas por PCs' personales con una cierta autonomía además de poderse conectar al ordenador corporativo.

Estamos a primeros de los noventa del siglo pasado. Los empleados éramos files a las empresas y todavía no existían los virus y los hackers malintencionados que hogaño traen de cabeza a las empresas. Podía yo llevarme hasta cinco disquetes con mis datos personales de casa a la oficina y de la oficina a casa por si me hacía falta algún dato. Por fin, a principios de este siglo, acabaron apareciendo en los ordenadores las bocas USB y los pendrives, al principio carísimos y de escasa capacidad, pero se evitaba el cargar con un paquete cada vez mayor de disquetes.

Durante todos estos años de uso de los ordenadores personales, la cantidad de documentos y correos electrónicos que he ido guardando ha sido exponencial. Tengo archivos míos desde mediados de los años noventa. He tenido suerte porque, aunque he tenido alguna desgracia ─los discos duros y las memorias USB cascan─ los sistemas de copia y respaldo que he empleado me han sido de utilidad para no perder nada. Eso por el momento. De todos mis datos guardados en ficheros informáticos establezco tres niveles.

Un primer nivel son los documentos de poca capacidad y que conviene tener a mano en cualquier momento. Me refiero a las cosas personales, aquellas que tienes tú y que si las pierdes nadie te las va a proporcionar, al menos de manera fácil. Un ejemplo: la escritura escaneada de tu casa no es normal que la tenga nadie aparte de ti. Evidentemente la puedes volver a escanear…

Un segundo nivel son aquellos datos, también personales, que suponen una alta ocupación por sus características. Me refiero a fotografías, vídeos, etc. etc. que ocupan mucho espacio en los discos duros. De estos dos niveles hay que preocuparse en hacer con la regularidad conveniente copias de seguridad para poder tirar de ellas en caso de desastre, total o parcial. Hoy sí que hay virus y ransomware que te pueden dejar el ordenador hecho unos zorros y quedarte sin nada en un pispás.

Un tercer nivel serían aquellos ficheros que serían recuperables porque no son personales y hay o puede haber copias de ellos para obtenerlos de nuevo. En todo caso está el trabajo de obtenerlos de nuevo. Por ejemplo, si soy un forofo de Isaac Asimov y tengo una bonita colección de sus libros en formato electrónico y se me escabulle, siempre puede haber algún amigo que tenga algo parecido o con paciencia puedo volver a pillarlos en la red.

Todo este rollo viene a explicar un poco el estado actual de la cuestión y cómo podemos organizarnos. Es frecuente que usemos varios ordenadores, tanto en casa como en el trabajo como en la oficina de la Cruz Roja a la que vamos por la tarde a ayudar un poco. Una solución moderna y actual, empresarial casi, es disponer de un NAS en nuestra casa al que podamos conectarnos localmente o por internet y disponer de nuestros datos. Pero no es un asunto fácil ni muy al alcance de no iniciados, sobre todo la conexión desde el exterior.

La idea es disponer de nuestros datos en cualquier momento y lugar. Una solución, dependiendo del tamaño y la capacidad de Megabytes, Gigabytes o Terabytes que necesitemos con los modernos discos duros portátiles SSD como el que puede ver en la imagen de esta entrada. El que se muestra es un SanDisk 1TB Extreme PRO SSD portátil, USB-C USB 3.2 Gen 2x2 Memoria de estado sólido NV, memoria externa hasta 2000 MB/s. Clasificación IP65 de resistencia al agua y al polvo. Su coste anda por unos 150 euros. Los hay de mayor capacidad, y coste, claro (4 Tb, 379 €). Pero lo importante es su velocidad de transmisión de datos a través de USB de generación 3 ─bocas azules─ y su liviandad: 78 gramos y un tamaño casi de tarjeta de crédito con muy poco grosor.

En mi caso, que uso indistintamente un PC fijo en casa y un portátil ─el de la imagen, ya viejito─ fuera de casa, lo que tengo que hacer es conectar el disco antes de empezar a usar mis datos. Y lo mismo puedo hacer en cualquier lugar, con un pequeño inconveniente. Como el avezado lector habrá podido suponer, el disco va completamente cifrado pues no es cuestión de dejárselo olvidado en la mesa de una biblioteca y dejar expuestas a cualquiera todas las vergüenzas. Por ello, un buen sistema es llevar el disco particionado en dos partes. Una libre, con los programas de encriptación y desencriptación por si no estamos en casa y nos hacen falta y la otra parte completamente encriptada para evitar sustos.

Y cuando el uso del disco y del portátil va a ser continuado, como por ejemplo en unas vacaciones, el socorrido velcro puede ser de gran utilidad para llevar el disco a cuestas y no tener que andar conectando y desconectando del ordenador.