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domingo, 27 de diciembre de 2015

KÁLOWA




Escribía hace ahora tres años la entrada "BlueMagic" relatando un espectáculo del que me enteré por casualidad y eso que tenía lugar en mis mismas narices pero me había pasado inadvertido. Ahora ya estoy sobre aviso y todos los años, gracias a esa agenda electrónica que muchos llevamos en el teléfono, a primeros de octubre empiezo a desplegar las antenas para indagar los preparativos del año en curso. El año pasado hubo un parón en el desarrollo anual de este proyecto pero este año ha vuelto y con fuerza, con mucha fuerza, muchas ganas y mucha ilusión.

Ese gran músico, productor, animador y arreglista que es Manu Contreras ha vuelto a aglutinar una montonera de aficionados y profesionales, niños y mayores, para crear el maravilloso y fenomenal espectáculo que ha sido KÁLOWA. El propio diseño hace que solo esté en exhibición una semana escasa por lo que es la miel que se escapa entre los labios una vez al año por estas fechas y hay que estar atento para conseguir una localidad. Con aquello de la venta por internet, este año estaba yo a las 00:00 horas del día quince de octubre de 2015 en que se anunciaba su venta dispuesto a no dejar escapar mi oportunidad y tener una cierta capacidad de elección en fecha y ubicación en el coqueto teatro Jacinto Benavente de la casa de cultura de Galapagar.

Todo esto tiene un fin que no es otro que financiar proyectos solidarios en todo el mundo de la fundación «SiguiendotusPasos». Todos los artistas que participan en el espectáculo así como otros muchos que colaboran entre bambalinas para que todo fluya sin problemas lo hacen desinteresadamente para que los logros económicos sean los mayores posibles y alcancen su destino en personas necesitadas en cualquier rincón del mundo. En la propia web de Siguiendo tus Pasos hay más información de todo este asunto.

La esencia de estos eventos es la transmisión de valores humanos. Pero que mejor que reproducir a continuación la sinopsis del espectáculo que figuraba en los programas de mano

Cuenta la leyenda que, según las inscripciones del más antiguo y sabio de los magos egipcios hace miles de años, nuestro corazón tiene la capacidad de albergar una energía pura y etérea que se alimenta de actos de bondad y desinterés.
En ese mundo Azul, una luz dorada difiere el resto, la isla de «Kálowa», un pequeño paraíso donde reside eternamente la Magia Azul de los seres que abandonaron el planeta Tierra.
Sólo aquellos que elijan vivir acorde a los cinco valores de Kálowa (HONESTIDAD, GENEROSIDAD, RESPETO, ESFUERZO y ACTITUD) como principios fundamentales, serán capaces de despertar en su corazón el poder de la «La Fuerza del Uno».
Es en el quinto valor donde reside el secreto mejor guardado de los egipcios, donde podrás encontrar el mayor de los poderes jamás imaginado y la llave que abrirá las puertas de «Kálowa».

Una vez más, por encima de un centenar de actores y músicos profesionales y aficionados, chicos y grandes, nos han deleitado con más de dos horas y media de magia, sin descanso, que han hecho las delicias de grandes y pequeños hasta acabar todos rendidos en un encendido y continuado aplauso final, puestos en pie, y bailando todo el teatro al ritmo de la música. La imagen a continuación son los momentos finales en los que se puede ver un escenario en el que no cabe un alfiler. No se puede disfrutar más una entrada de doce euros cuyo importe, además, va destinada a fines sociales y solidarios. ¡S u b l i m e



sábado, 19 de diciembre de 2015

REMOLONEAR



No podemos fiarnos ni del aire que respiramos, que pudiera estar viciado, y si no que se lo digan a los sufridos ciudadanos madrileños en estos días de primeros de diciembre de dos mil quince. Me he llevado una sorpresa al elegir el título de esta entrada pues inicialmente había pensado en «remolones», pero me ha dado por ir al diccionario, con lo que he encontrado que su significado de «colmillo de la mandíbula superior del jabalí» o «cada una de las puntas con que termina la corona de las muelas de las caballerías» no responden a mi intención. Sí lo hace la finalmente utilizada que reza como «rehusar moverse, detenerse en hacer o admitir algo, por flojedad y pereza» y aún no del todo, porque no hace referencia a la intencionalidad expresa en el acto de remolonear.

En las casas de la llamada sociedad avanzada disfrutamos hoy en día de suministros directos que llegan a nuestro domicilio con solo abrir un grifo, una llave de paso, levantar un teléfono o pulsar un interruptor; agua, combustible, comunicaciones o electricidad nos acompañan las veinticuatro horas del día puertas para adentro sin que tengamos que movernos. Esto, que puede parecer lo normal hoy en día, no lo era hace años pues recuerdo en casa de mis abuelos que el agua había que ir a por ella con cubos a la fuente, el gas o el gasoil eran inexistentes y en su lugar se acarreaban piñas, astillas o leños para la cocina o la chimenea, al teléfono le quedaba mucho por llegar y de la luz sí que disponíamos, aunque la continuidad en el servicio era casi pedir milagros. Afortunadamente las épocas han cambiado y ahora todo es coser y cantar. Pero, claro, luego hay que pagar estos abastecimientos.

Y en esto de los pagos hay de todo. La cuestión es sencilla: hay unos contadores, unos precios y de ambas cosas se deriva una factura por el coste que habremos de abonar. En mi caso la lectura y factura del agua es trimestral, la del gasoil ahora hablamos, la de comunicaciones y telefonía es mensual y de la luz…mejor un «sin comentarios», pues con la anuencia de nuestros gobernantes uno ya no sabe si es mensual, bimensual, lectura real o lectura estimada, consumo por horas o el sursum corda.

Los consumos de combustibles tienen mucha variabilidad a lo largo del año, especialmente si disponemos de agua caliente y calefacción individuales, que viene siendo lo más común últimamente, pues los modelos centralizados que se pusieron de moda en los años sesenta y setenta en Madrid y otras grandes ciudades tuvieron muchos problemas, dado que a la hora de apoquinar pagaba lo mismo el que no vivía en la casa, el que vivía solo o la familia con diez hijos. Evidentemente los consumos de agua caliente por poner un ejemplo no eran los mismos ni parecidos.

En la comunidad en la que vivo actualmente, el suministro para la caldera individual es de gasoil y procede de unos tanques de la urbanización. Cada vivienda tiene su contador individual y hay una empresa que se encarga de todo lo relacionado con el tema. Pero, como digo, la variabilidad en los recibos, incluso para un mismo domicilio, era enorme, ya que no tiene lugar el mismo consumo en los meses de invierno con la calefacción, que en los de verano donde incluso alguno de ellos se puede estar de vacaciones y no gastar prácticamente nada.

La empresa, llamémosla RMC, con buen tino, nos convenció hace años de que era mejor establecer una cuota mensual fija de forma que todos los meses pagáramos igual y nos ahorráramos sobresaltos y sorpresas desagradables. Se calculó lo que habíamos gastado el año anterior, lo dividió por doce, y a pagar todos los meses lo mismo. Pero esto no era una tarifa plana, no nos vamos a engañar, se trataba de un pago a cuenta que habría que regularizar, cuestión que se decidió hacer una vez al año en el mes de septiembre. Con ello, la empresa solo debería leer los contadores en los cambios de precio del combustible, con lo que si este no variaba no hacía falta leer el contador más que una vez al año. Así pues, en septiembre, teóricamente, se producía la liquidación calculando la diferencia entre lo que se había abonado mensualmente y lo que realmente se había consumido. Dicha diferencia, no hace falta señalarlo, podía ser a favor de la empresa o a favor del usuario. Se pagaba un recibo adicional por la liquidación o la empresa te abonaba lo pagado de más y todos tan contentos. Al menos sobre el papel.

Los cambios en los consumos debidos a los cambios en las estructuras familiares añadidos a las fluctuaciones de los precios del combustible han convertido esto en un galimatías. En mi caso, yo salía comido por servido por lo general, teniendo que abonar una pequeña cuota extraordinaria en septiembre por haber gastado más de lo pagado. Todo bien y todo correcto. Pero llevamos unos años en que es al revés, he pagado más y por lo tanto me tienen que devolver. Hasta el año pasado sin problemas.

Pero este año, la liquidación ha visto la luz con fecha de 20 de noviembre de 2015, aunque referida a septiembre como siempre, arrojando un saldo a mi favor de 247,44 euros, cantidad nada despreciable en los tiempos que corren. Debería haber sido ya abonada en mi cuenta, en la misma que cargan mis recibos, pero hasta la fecha ese importe no ha aparecido, y recuerdo que estamos en diciembre. En fin, un error o un olvido de los muchos que se pueden cometer en este mundo actual de las finanzas y las prisas. Tocó llamar por teléfono a la empresa y pedir explicaciones. Ya de entrada me extrañó que de forma rápida y sin tiempo para consultar nada me dijeran que estaba todo abonado, que no había nada pendiente. Bueno, puede ser, pero a mí el dinero todavía no me ha llegado.  Van a comprobar la transferencia de abono y… me informarán.

Ojalá me equivoque, pero mucho me temo que dicha transferencia no se haya producido. Ya sé que soy mal pensado, pero las transferencias bancarias, las que realmente se hacen, suelen funcionar sin problemas porque los números de cuenta ya llevan sus controles y es muy difícil equivocarse, salvo que mi dinero se lo hayan mandado a otro porque algún empleado haya «bailado» como se dice en el argot cuentas e importes. Menos mal que no me han cargado lo de otro cuya liquidación le saliera a pagar.


Y ahora me queda la duda, de ser mal pensado, ya lo sé, pero es que últimamente veo cosas feas por todos los sitios. ¿Ha realizado esta empresa todas las transferencias? ¿No ha realizado ninguna? ¿transferirá solo a aquellos que se den cuenta, reclamen y protesten? La respuesta solo la conocerán los responsables de la empresa aunque en caso de que esto sea cierto y les pillen con el carrito del helado ya se preocuparán de señalar con nombres y apellidos a un empleado displicente o desleal que cargará con todas las culpas. Pero yo lo tengo claro, no señor, no admito nombres de empleado, la responsable es la empresa.
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domingo, 13 de diciembre de 2015

CALENDARIOS



No hay nada como tener por delante dos horas de un tranquilo viaje en coche para que aniden en nuestra azotea superior las ideas más peregrinas. Con la familia dormida o durmiendo, que no es lo mismo como ya dijera Camilo José Cela en una de sus geniales intervenciones, y sin la posibilidad de poner en la radio mis podcast a los que últimamente soy adicto para no despertarles, un plácido momento de conducción por una autopista tranquila activan los pensamientos en direcciones insospechadas.

No sabría explicar  porque me vino a la mente la siguiente idea aunque quizá sea una consecuencia de mi reciente afición por la historia; no se trata de aprender fechas pero si es interesante ubicar cada período para tener un mapa esquemático de lo acontecido desde que hace 4.500 millones de años empezó a desarrollarse el planeta Tierra hasta nuestros días. Todo lo que ocurrió hace más de cinco o seis mil años queda un poco en la nebulosa, pues en esos momentos cuando al parecer se inicia la escritura y nuestros antepasados empiezan a dejar testimonios fehacientes de lo que ocurría. Para saber lo ocurrido con anterioridad tenemos que atenernos a los restos fósiles y conjeturar e interpretar mediante teorías y dataciones que era lo que estaba sucediendo.

La idea a la que me refiero es cómo y en qué momento se determinó establecer las fechas por delante o por detrás del nacimiento de Cristo. En ese preciso momento, en el día del nacimiento… ¿se dejaron de utilizar los calendarios existentes y se empezó uno nuevo? ¿Había calendarios? Una idea tonta pero que no me supe responder.

La facilidad de acceso a internet hoy en día, algo de tiempo y un mucho de interés pueden ser los ingredientes necesarios para enterarse casi de cualquier cosa. Cierto es que hay mucha morralla en la red, pero también hay piezas interesantes que profundos conocedores de los temas ponen a nuestra disposición. Un poquito de cuidado y olfato al seleccionar los temas y uno puede si no convertirse en un experto en el tema si al menos enterarse bastante bien de cualquier idea que vaya buscando.

Los calendarios más antiguos eran egipcios. Trataban por todos los medios de congeniar la vida diaria, especialmente de la agricultura, con el devenir del tiempo. La verdadera reestructuración y toma en serio del asunto de los calendarios corrió a cargo de Julio César, emperador romano, que dos años antes de su muerte, en el 44 «antes de Cristo» reordenó el asunto de los años, los meses, las nonas y demás aspectos de este mundillo. Pero ¿cómo podemos decir que fue en el año 44 antes de Cristo si este no había nacido ni se conocía nada de él aparte de algunas profecías? De estos reajustes queda la curiosidad de que los meses de julio y agosto tengan ambos 31 días, pues dedicados como estaban a los emperadores romanos Julio César y Augusto, no podían ser menos el uno que el otro. Julio César fue asesorado por Sosígenes de Alejandría que ya determinó que un año constaba de 365,25 días y además tuvo claro que había que renunciar a todo intento de hacer coincidir los meses con las fases lunares.

El hecho del nacimiento de Cristo pasó completamente desapercibido para la humanidad y más concretamente para romanos y judíos. Los hechos posteriores de su vida y el nacimiento de una nueva religión se fueron desarrollando durante los cinco siglos siguientes sin que a nadie se le ocurriera hablar en términos de «antes de Cristo» o «después de Cristo». Fue el papa Juan I quien alrededor del año 540 «después de Cristo» puso en manos de Dionisio, apodado el exiguo por su pequeñez, la tarea de poner un nuevo orden en estos asuntos. Tratábase de un matemático y astrónomo que supo fijar con bastante precisión el concepto de año estableciendo en 365,24219879 los días que la Tierra tardaba en dar la vuelta al sol. Pero …¿no quedamos en que la Tierra era el centro del universo y no se movía?

Tras las disquisiciones y estudios de este reputado matemático y por imposición de uno de los poderes fácticos de la época, el del papado, se impuso este sistema de hablar del tiempo fijando la existencia del 1 de enero del año 1 como base para todo lo relacionado con la datación, ajustando desde momento todas las fechas a este nuevo sistema. Bien es verdad es estudios posteriores plantean errores de cálculo y Jesús no nació ese teórico veinticinco de diciembre sino cuatro años antes, muriendo en el año 30 y no en el 33.

Tuvieron que transcurrir otros mil años hasta que otro Papa, Gregorio XIII, tomara cartas en el asunto y se decidiera de una vez por todas a arreglar los desajustes en el calendario y fijar el que tenemos en la actualidad, conocido como calendario gregoriano en su honor. La estructura sería la misma pero dejaría establecidos los años bisiestos y su forma de determinarlos. Por ello el día siguiente al 4 de octubre de 1582 fue el 15 de octubre de 1582, pero no en todos los países. Algunos adoptaron la «orden» papal de forma inmediata, como nuestro rey Felipe II que en aquella época lo era también de Portugal, por lo que en estos dos países, además de los Estados Pontificios, las fechas del 5 al 14 de octubre de 1582 simplemente no existieron. Algunos países tardaron años, siglos, en aceptar este calendario y no lo hicieron hasta bien entrado el siglo XX.

Estos desplazamientos en la aceptación de la orden papal plantean situaciones curiosas. Es por todos conocido el hecho de que dos grandes de las letras universales murieron un mismo día, 23 de mayo de 1616, en referencia a Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Pero técnicamente esto no es cierto, dado que en ese año el calendario gregoriano estaba implantado en España pero no así en Inglaterra donde no fue adoptado hasta 1752. Por ello, el 23 de mayo de 1616 no era físicamente el mismo día terrestre habida cuenta de la discrepancia entre los calendarios que regían en ambos países.

Y todas estas curiosidades más algunas más que no transcribo para no aburrir al lector han sido consecuencia de una idea que me vino a la mente en un momento de soledad y aburrimiento en un viaje por una autopista tranquila mientras la familia dormitaba…


sábado, 5 de diciembre de 2015

AISLAMIENTO




Lo vemos de forma continuada a diario, personas mirando a su móvil en todos los lugares y situaciones. Incluso andando por la calle. Se trata de una actividad absolutamente personal e íntima y que nos absorbe cada vez más horas al cabo del día. Podemos aprovechar el transporte público, un momento en el cuarto de baño y situaciones similares, pero con ellas no tenemos suficiente y es frecuente ver la misma escena en grupos de amigos físicamente juntos pero mentalmente separados, en los comensales de una mesa o… cuando estamos viendo la televisión. Tenemos la costumbre familiar tras la cena de sentarnos «en familia» a ver un poco alguna serie o película, por supuesto grabada y sin anuncios, faltaría más. Al menos al principio, teóricamente mientras avanzan los títulos pero cada vez más después, nos entretenemos con el móvil mandando ese último wasap, echando un vistazo al correo o leyendo los titulares de última hora en algún periódico, cuando no asomándonos a Twitter o similares. Ver la televisión es una actividad absorbente que no permite la realización concurrente con otra, pero nos empeñamos en que eso no rece para manipular esa cada vez más extensión de la mano, sobre todo en jóvenes, que es el teléfono llamado inteligente.

Eran otras épocas donde la tecnología brillaba por su ausencia al menos a nivel personal. Recuerdo la calle como ese punto de encuentro con los demás para realizar actividades en conjunto, desde construir cabañas en el monte hasta jugar a la taba, al chito, al escondite o «a lo que hace la madre hacen los hijos» que para quién no lo haya conocido consistía en que uno iba haciendo todas las tonterías o burradas que se le ocurrían y los demás del grupo tenían que repetirlo imitándole. Eso incluía saltar barandillas, escaleras de siete en siete o cosas parecidas. Todo eso se va relegando y lo que ahora se lleva es estar en pandilla en un banco del parque, cada uno con su móvil e incluso hablando entre ellos, pero por wasap. Es la moda y resulta difícil sustraerse a ella.

Cada día hay disponemos de más aplicaciones que nos conectan con el mundo en la misma proporción que nos aíslan de él. Tenemos todo al alcance de la mano mientras funcione el aparatito dichoso y no se nos hayan terminado los «datos» o tengamos una «wifi» cercana a la que chuparla la sangre. A veces me gustaría tener una varita estilo Harry Potter y conseguir por arte de magia que todos los móviles de esa reunión de amigos dejaran de funcionar al unísono. ¿Qué pasaría? Sería interesante observar sus reacciones porque mucho me temo que no sabrían qué hacer, tendrían que recuperar actividades pasadas que ya se han olvidado o que, según las edades, nunca se han realizado. La dependencia del cacharrito es total, tanto que yo creo que no sabríamos que hacer o que decir en su ausencia. La digitalización y la globalización se imponen y el móvil nos resulta imprescindible para todo… menos curiosamente para hablar por teléfono.

Todas esas cosas que oímos de que nos tienen «geolocalizados», que saben lo que hablamos, donde estamos, con quién nos relacionamos, cuáles son nuestras preferencias de compra, el dinero del que disponemos y cuestiones similares o bien no nos importan ni reparamos en ellas o son simplemente asumidas para disfrutar de la tecnología de forma inmediata sin prever consecuencias a largo plazo. La red tiene memoria, todo está guardado y almacenado, presto a ser utilizado por quién lo desee, sin contemplaciones y sin un mínimo de «net-etiqueta» para verificar su veracidad o sus circunstancias. Para muestra bien vale un botón, y si no que se lo pregunten a ese concejal actual del Ayuntamiento de Madrid al que le están sacando los colores por su pasado como tuitero expresando ideas que ahora se revelan como contraproducentes en su nueva ocupación al frente de una concejalía madrileña.

Por lo que veo en mi hija, se queda por wasap, se hacen los deberes por Instagram, se preguntan las cuestiones por mensajes hablados y se resuelven pegas por Facebook: todo lo que se menea está basado en el «Smartphone», la tableta y/o en menor medida el ordenador. Hace unos años algún padre me ha llegado a llamar por teléfono a las nueve de la noche para que hiciera el favor de escanear algún tema de un libro y enviárselo por correo porque a su hijo se le había olvidado el libro en el colegio.

Pero no nos fijemos solo en los jóvenes, también los mayores vamos entrando, no tan a fondo bien es verdad, en la dependencia y lo que antes teníamos apuntado en una agenda o en alguna libreta, ahora va en el móvil con nosotros a todas partes. Es una ventaja, no lo vamos a negar, pero que solo podrá ser utilizada cuando el móvil funcione y no nos lo hayan sustraído, lo hayamos perdido o simplemente se nos haya quedado sin batería. Como algún día por la razón que sea el hilo se corte y veamos el vacío al otro lado nos vamos a enterar.

Cada vez llevamos más servicios en el aparatito que ya nos acompaña como hemos dicho hasta cuando visitamos al sr. Roca. La tecnología miniaturiza e incorpora cada vez más sensores que se pasan actuando sin descanso todo el tiempo que lo tengamos encendido y que están suministrando información, mucha de ella sin enterarnos, al mundo fisgón que guarda todo por si en algún momento se necesita. La información no es mala ni buena, todo depende del uso que se haga de ella. Sería muy buena si un montañero se ha perdido en el monte y los servicios de rescate le pueden localizar pero podría ser muy malo en otros casos. Me viene a la memoria un ejemplo que es del siglo pasado pero que puede ilustrar un mal uso de la información. En la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes invadieron Bélgica, se encontraron con una lista oficial de todas personas judías residentes en el país. El Estado llevaba ese control para asignar las subvenciones correspondientes en función de la creencia de cada uno. Lo que servía de una forma eficaz a un cometido loable se convirtió de la noche a la mañana en una sentencia de muerte.