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domingo, 30 de noviembre de 2014

SOBERBIA



«Las críticas no serán agradables, pero son necesarias»
 Winston Churchill

La soberbia es cosa mala. Así, de entrada y sin paliativos. Pero como en todo hay grados y pudiera ser que en pequeñas dosis, según las circunstancias y los contextos, fuera de utilidad tener algo de ella. Aunque suene a religión, es uno de los siete pecados capitales, esos vicios que nos asaltan y que nos pueden llevar a otros y que son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y el que nos ocupa en la entrada de hoy, soberbia, que de forma sucinta podríamos considerar como que estamos en un estatus superior y podemos mirar al resto desde arriba, con una mayor o menor prepotencia según los casos. En el diccionario de la RAE podemos encontrar hasta cinco acepciones que son las siguientes: 1) Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, 2) Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, 3) Especialmente hablando de los edificios, exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa, 4) Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas. 5) Palabra o acción injuriosa.

Los comportamientos soberbios se dan generalmente en relación con los demás. Aunque al final cambiaré el ritmo, voy a referir a continuación un hecho que ocurrió en las postrimerías del ya lejano siglo XX y principios del actual. Internet empezaba a desarrollarse, especialmente en el mundo empresarial y las posibilidades de su aplicación efectiva y práctica a la vida diaria crecía de forma exponencial. Cada vez más personas en los ambientes laborales, y de manera progresiva en sus hogares, disponían de esta maravillosa posibilidad, utilizando con más o menos profusión los correos electrónicos y los accesos a páginas web, muchas de ellas todavía a nivel informativo y de consulta. 

Uno de los negocios que se abría era el bancario, la posibilidad de que los propios clientes a través de internet realizaran sus operaciones sin tener que desplazarse a una oficina de forma presencial. La cosa estaba todavía muy verde, y muchas cuestiones, sobre todo de seguridad y confidencialidad, planeaban en el ambiente y hacían ver la cuestión de una forma cuando menos delicada. Los grandes bancos de entonces que omitiré mencionar, algunos de los cuales siguen ahora y otros han sido absorbidos o comprados por los anteriores, despreciaron olímpicamente su entrada en este mundo, alegando de forma prepotente, soberbia, que los clientes no iban a confiar en estos sistemas y que siempre preferirían el contacto directo en las oficinas y/o cajeros, de los que existía una amplia red en todo el país. 

Pero hubo un banco de nueva creación, ese naranja al que todos estamos muy acostumbrados a ver en los medios, que apostó por llevar el negocio bancario hasta sus extremos, es decir, hacerlo todo por internet sin ninguna o casi ninguna oficina abierta al público. La idea fue vista como descabellada por los grandes, que previeron un batacazo enorme a la idea o cuando menos que la parte del pastel que iban a llevarse era ínfimo. La cosa fue a mayores y cuando quisieron reaccionar, el trozo de tarta que ya estaba en manos del advenedizo banco naranja era cuantioso. Y como además lo hacía bien y el progreso de internet con el paso de los años ha mejorado sustancialmente y lo sigue haciendo bien, los otros van a la cola. Si en su día hubieran sido menos soberbios, o más humildes, podrían haber aprovechado toda su fuerza en entrar en esta parcela.

Lo anterior era solo un ejemplo para entrar en materia. En la política hay mucha soberbia. A raudales y en cantidades ingentes. Cuando uno se sube a la tarima se olvida de un plumazo de ejercer la humildad, de servir a los que le han elegido y… Hace unos años, cuando todas aquellas «perroflautadas» del 15-M, los movimientos en las calles empezaron a devenir en altercados públicos, aunque muchas veces provocados por personas entrenadas y ajenas al propio movimiento. En todo caso, nuestros políticos se llenaron la boca de decirnos por activa y por pasiva que en una democracia los ciudadanos disponemos de una herramienta válida, la única, para cambiar las cosas: los votos. Hay otras, como las I.L.P. que en la práctica se ha visto que son puro humo. No entraron más a fondo en el asunto y omitieron cuestiones paralelas como pudieran ser los períodos, cada cuatro años, o la posibilidad de ciertos controles a lo largo de esos periodos que pueden antojarse largos en según qué circunstancias.

Los ciudadanos, obedientes en mayoría a estos planteamientos, se plantean hacer caso a eso que les han dicho y pronto. El año que viene, 2015, podrán manifestar su opinión en las urnas para optar por aquella formación, —política y en listas cerradas, de eso no se habla— que más concuerde con sus planteamientos. O también, ese puede ser el caso, optar por alguna que NO SEA la que actualmente ostenta o ha ostentado en pasado reciente el poder. Es recuperar aquello de #NOLESVOTES que tanto sonaba hace unos años. Pues bien, las recientes encuestas dicen que una tercera fuerza política, inexistente hasta hace poco, puede convertirse en una opción más que posible que desbanque del poder o al menos de la mayoría a los actuales o anteriores, que llevan treinta y cinco años haciendo de las suyas, buenas o malas, en eso no entro, según se comentaba en la entrada MEDROSÍA de este blog. 

La cosa ya no es como para no tenerla en cuenta y los políticos se han puesto manos a la obra para intentar contrarrestar el tsunami que se les viene encima, no olvidemos que precisamente porque la ciudadanía ha hecho caso de sus indicaciones y parece que al ir a votar pueden escoger una opción diferente. Pero, claro, aunque estamos en democracia, esto no se puede consentir, con lo que en vez de comprar aunque sea en el Rastro un poco de humildad que les permita revisar sus actuaciones y adecuarlas a la «normalidad», se están empleando a fondo en una campaña de tipo puerta giratoria, que antes se llamaba ventilador, a fabricar toneladas de infundios y maledicencias en contra de todo lo que rodea a esa nueva formación: líderes, parejas, padres de las parejas, vecinos, simpatizantes y hasta el perro del portero. Nadie quiere hablar de ella pero está en boca de todos, unos esperanzados y otros asustados. ¿Qué mayor gesto de desprecio que llamar a una persona “el coletas” de forma reiterada y pública?

Todos sabemos lo que es la democracia, pero si la podemos ajustar, aunque sea bordeando la ley, a nuestros intereses, pues mejor, será una democracia más bonita, será «mi» democracia.


sábado, 22 de noviembre de 2014

ICE-ECE


Por conversaciones con amigos y conocidos presumo que esto que voy a contar en las siguientes líneas no es muy del dominio público. Gran parte de nosotros llevamos en el bolsillo una potente maquinita que llamamos teléfono pero que tiene muchas más funcionalidades que la de hacer llamadas. Y a medida que pasa el tiempo se van incorporando nuevas posibilidades sin que muchas veces nos preocupemos o sepamos de su existencia y de cómo aprovecharlas en nuestro beneficio. Vamos llegando poco a poco a las más conocidas por sugerencias de amigos o conocidos o por informaciones en los medios, aunque siempre podemos emplear esos ratos libres, el que los tenga, en hacer las consultas más peregrinas que se nos ocurran al amigo «google» y aprender cosas que hasta instantes antes desconocíamos.

Lo habitual es que todos llevemos nuestros teléfonos protegidos, pues llevamos en ellos muchos datos, fotografías y cualquier otro tipo de información que puede ser comprometida si cae en manos ajenas. Pero esta protección del teléfono, que puede lograrse de diversas maneras, impedirá una función que puede ser muy importante en caso de emergencia o pérdida del teléfono, siempre, claro está, que la persona que tome nuestro aparato quiera ponerse en contacto con alguien allegado bien para dar una noticia o bien para notificar que se ha encontrado el cacharro y tiene la intención de devolverlo.

Voy a hablar del sistema operativo «Android» que es el que yo utilizo, aunque me imagino que en otros sistemas la operativa será similar. Cuando encendemos un teléfono y nos presenta la pantalla de protección para que facilitemos la clave de acceso, en la parte inferior podemos ver un texto que reza «SOLO LLAMADAS DE EMERGENCIA» «LLAMADA DE EMERGENCIA». Si no conocemos esto que voy a relatar aquí o aunque lo conozcamos, el propietario del teléfono no ha preparado su agenda para permitirlo, nos quedaremos con cara de haba sin saber qué hacer. En caso de accidente sería muy interesante que cualquier persona, los servicios sanitarios o policiales por ejemplo, pudieran contactar con nuestros familiares, así como si hemos perdido u olvidado el teléfono y amablemente nos lo quieren devolver.

Pues bien, pulsando encima de este texto de llamadas de emergencia accederemos al teclado del teléfono, pero debidamente protegido, aunque si lo hemos preparado, en la parte inferior izquierda podemos ver el símbolo de dos personas que nos dará acceso a la guía de número o números de emergencia personales con los que sí podremos contactar. Conviene que no sea uno único y que figuren en ella los familiares o amigos más cercanos. Pulsando en este icono, accedemos a la lista de teléfonos a los que si nos está permitido efectuar llamadas. Como se puede ver en la imagen y en mi caso, los de mi mujer, hijos o casa. ¿Y qué es eso de la «AAA» que los precede a todos?

Vivimos en la era de los acrónimos, que nos rodean por doquier, muchos de ellos relativos a palabras inglesas que utilizamos sin saber su significado. El título de esta entrada es ICE-ECE, siendo ICE las primeras iniciales de «In Case of Emergency" o en su traducción al español, muy similar, «ECE», iniciales a su vez de «En Caso de Emergencia». Pero… ¿y lo de las AAA? Hace años, cuando los teléfonos eran solo teléfonos, se popularizó el que a nuestros contactos más especiales se les prefijara por «AAA» para que se aparecieran al principio de la agenda y así fueran los primeros a los que se llamara en caso de emergencia. En el extranjero y de forma internacional, el prefijo que se sugirió fue «ICE», que tenía el inconveniente que quedaba en medio de la lista y no se veía a primera vista. Lamentablemente, no es muy conveniente llevar un teléfono repetido en la agenda pues en ese caso el sistema de identificador de llamadas no identifica al llamante y no nos muestra esa información, por lo que debemos de elegir entre «AAA» o «ICE». 

Pero lo que todos se estarán preguntando es, tras tanto rollo, como demonios se habilitan estos números. Pues muy sencillo, solo hay que ir a la lista de nuestros contactos, editar los que queramos incluir, buscar el apartado de «GRUPOS» pulsar encima, y en la lista que de posibles grupos que se nos despliega, el primero de todos, al menos en mi caso, es el de ICE, marcamos la casilla y arriba a la derecha pulsamos en «guardar», con lo que ese contacto quedará automáticamente añadido a lista desplegable de teléfonos de emergencia a los que permitimos llamar cuando nuestro teléfono esté bloqueado.


Estas cuestiones, que son de interés general y solucionarían muchos problemas, no están a mi juicio lo suficientemente difundidas entre los usuarios de estos maravillosos juguetes. No me extrañaría que muchos policías o sanitarios desconocieran esta posibilidad y no supieran que hacer con el teléfono de un accidentado cuando lo tienen en las manos.

Apostilla de mi buen amigo José María, que agradezco y enriquece el texto

Acabo de leer tu último post con el título que aparece en el asunto. Debo confesar que yo también soy uno de esos que ignoran la existencia de esta función. Como podrás imaginar, no bien acabé de leer el texto, me dispuse a poner en práctica lo que explicas. Para mi sorpresa, creo que el botón que muestra tu teclado no se encuentra en la aplicación nativa de Android.  Lo he comprobado en mi Nexus y en el HTC de mi hija V.

¡Mi gozó en un pozo!

Fisgando en Google encontré un vídeo que ilustra esta misma función en otro teléfono SAMSUNG. Tal vez sea una adaptación desarrollada por este fabricante para su interfaz móvil.


En fin, otra vez será. 


domingo, 16 de noviembre de 2014

PUNTOS



Hace ya seis años por estas fechas tuve mis primeros encontronazos con la DGT a resultas de una multa cuya comunicación no había llegado a mi domicilio y de la que recibí cumplida cuenta vía sanción directa y rotunda a través de Hacienda. Como consecuencia de aquello, llegué a averiguar que la DGT mantenía las direcciones de los conductores en un exiguo espacio de veintiséis posiciones, en el que los funcionarios tenían que hacer encaje de bolillos para consignar las direcciones, amén de otras consideraciones colaterales que hacían esperpéntico el tratamiento informático que la DGT daba a las direcciones postales de conductores y vehículos. Para el lector interesado, las vicisitudes de todo ello se encuentran en estas entradas del blog: «INDIGNACIÓN», «DOMICILIO», «TAMAÑO» y «POBLACIÓN».

Ha pasado el tiempo y entiendo que la DGT habrá modernizado sus sistemas informáticos y solventado estos problemillas, que eran por entonces problemazos para sus usuarios, que no clientes. En aspectos informativos y para ciertas gestiones, la web ha cobrado su preponderancia obligada y, disponiendo de un certificado digital, ya se pueden hacer algunas cosas y consultas.

No recuerdo si por aquella época ya existía lo del «carnet por puntos» plenamente vigente ahora. Comenzamos todos de salida con doce puntos y, con el paso el tiempo y por ser buenos, nos añadieron otros tres, con lo cual aquellos que no hayan sido sorprendidos en alguna falta o desliz, tendrán sus quince puntos en el casillero. No es mi caso, ya que hace ahora dos años y diecinueve días infringí una norma de tráfico cuando estaban ojo avizor los sufridos de la benemérita: un radar colocado estratégicamente detectó que circulaba a 71 km. por hora en una «travesía» en la que estaba permitido transitar a 50 km. Pongo entre comillas lo de travesía porque me hace gracia, maldita gracia, al recordar perfectamente la situación, que paso a describir.

Nos habíamos salido de la autopista y, circulando por preciosas carreteras provinciales, nos dirigíamos a la bella localidad de Madrigal de las Altas Torres, hermosa localidad donde naciera en 1451 la archiconocida reina Isabel La Católica. Mientras nos acercábamos, iba yo contando la historia a mi mujer y mi hija y por ello quizá poco atento a las señales de velocidad. Hay que decir que lo permitido en esas carreteras es 90 km. por hora salvo en ciertos puntos, generalmente en poblaciones, en los que se reducen a 70 o 50 km. por hora. En este caso se trataba de una carretera paralela a un pueblo, esto es, que no pasaba directamente por una calle principal, de esas que tienen aceras y donde sí hay evidente peligro de atropello, especialmente a niños, por atolondrados, y ancianos, que cruzan sin mirar. Como digo, la carretera o travesía iba paralela al pueblo, por lo que supongo que reduje instintivamente la velocidad, pero se ve que no lo suficiente, lo que provocó el disparo del aparatito ese tan amigo de los conductores que en vez de poner sus cinco sentidos en la circulación los ponen, especialmente en puntos como este, en detectar la presencia de vigilantes, además de ir mirando continuamente al cuentakilómetros para no sobrepasar lo establecido.

Como consecuencia de aquello, aparte de la correspondiente sanción en euros cuyo importe no recuerdo ahora, la consecuencia fue la retirada de DOS PUNTOS en el permiso de conducir. Esto ocurría hace dos años y diecinueve días como ya he mencionado anteriormente. Según la propia DGT en este enlace que copio textualmente 
Transcurridos dos años sin haber sido sancionado en firme en vía administrativa por la comisión de infracciones que lleven aparejada la pérdida de puntos, los titulares de permisos afectados por una pérdida parcial de puntos recuperarán la totalidad del crédito inicial de puntos. No obstante, en el caso de que la pérdida de alguno de los puntos se debiera a la comisión de infracciones muy graves, el plazo para recuperar la totalidad del crédito será de tres años.
Ya han pasado esos dos años necesarios para recuperar mis puntos perdidos en los que no he tenido ninguna sanción de ningún tipo. Como puede verse en la imagen que acompaña esta entrada, la consulta sigue arrojando 13 en lugar de los 15 que debería tener. Ya me queda la duda de si aquella infracción se consideró MUY GRAVE y tengo que esperar otro año más para recuperarlos. Sin embargo, más bien pienso que la DGT no es muy escrupulosa en el tratamiento de la información contenida en sus ficheros informáticos y será cuestión de tiempo que un buen día mis puntos se recuperen dependiendo de no sé qué circunstancia que escapa a mi control.

Realmente no me hace falta para nada el recuperar esos puntos, puedo seguir viviendo sin ellos un tiempo más. Pero imaginemos el caso de que estuviera pendiente de un contrato de conductor con una empresa que requiere tener todos los puntos o quisiera cambiar de seguro de coche a esa empresa que anuncia continuamente que busca los conductores con todos los puntos en el casillero para ofrecerle un seguro de coche más barato. Ambas situaciones me estarían vedadas cuando en realidad podría acceder a ellas si la DGT fuera escrupulosa cumpliendo sus plazos.


sábado, 8 de noviembre de 2014

WASAPS



Ha sido la comidilla de la semana en la red y en las tertulias, no se habla de otra cosa, por lo general con comentarios más que encendidos en contra de la última modificación introducida por WhatsApp, la archiconocida y utilizada aplicación de mensajería instantánea entre usuarios de los teléfonos llamados inteligentes, una aplicación no gratuita que usamos a diario millones de personas en el mundo. La modificación ha consistido, básicamente, en lo que se ha dado en llamar el «doble "check" azul». Ya existían los «check» con anterioridad, ese signo que toda la vida he conocido como de puntear una cosa, representado por √. El primero se añadía a nuestro mensaje cuando los sistemas de la empresa habían recibido el mensaje procedente de nuestro teléfono. Un segundo signo de punteo adicional indicaba que el mensaje había sido recibido en el teléfono del destinatario. A partir de ahí todo tipo de especulaciones sobre si lo habría leído o no. Ahora, con la incorporación del cambio de los dos signos de punteo pasando de grises a azules tenemos una constatación efectiva de que nuestro contacto ha leído el mensaje.

Pero como todo en este mundo, hay opciones de leer los mensajes sin que se produzcan los dos punteos azules…

Este asunto del doble punteo ha traído cola y ha servido y sirve desde hace años como motivo de discusiones acerca de la lectura o no de los mensajes y la contestación a los mismos. Hay que indicar que, si no lo inhibimos en la configuración, WhatsApp muestra si estamos en línea o en su defecto la fecha y la hora de la última conexión. Si el mensaje lo habíamos recibido con anterioridad a nuestra última conexión podían pensar que lo habíamos leído, pero esto no era fiable ni cierto. Ahora sí con el doble punteo. ¿Seguro? Ya anticipamos que hay varias maneras de evitarlo. 

Algunas personas dan una importancia tremenda a estos temas. Algunos jóvenes lo utilizan de forma machista para controlar a sus parejas de maneras que rayan lo patológico, utilizando estos y otros medios a su alcance como los GPS de los teléfonos para tener controlado en todo momento al «contrario» o «contraria» como gusta de tildar mi buen amigo Juanlu. Es muy recomendable la visualización de un vídeo de tres minutos y medio que circula por la red en la conocida plataforma de Youtube donde una pareja primero comenta cosas enamoradísima para luego acabar discutiendo seriamente por este asunto. Podemos verlo en este enlace.

En otro orden de cosas y por fijar ideas, recuerdo que hace años, cuando estaba a punto de empezar mis andanzas en Twitter, un buen amigo me dio una serie de recomendaciones básicas. Entre ellas me decía que pusiera mi nombre real, mi foto real y que antes de escribir trinos lo pensara bien y asumiera sus consecuencias, y además de por vida y para siempre. Todo otro tipo de operaciones de dobles usuarios, mensajes cruzados y demás zarandajas acaban siendo descubiertos con el tiempo y no traen más que malas consecuencias. Hay que poner la cara y asumir que te la partan si te equivocas o dices cosas inconvenientes. La red es la libertad pero hay que saberla usar.

Se me ocurre una comparación ahora con la religión. Hablando de la católica a modo de ejemplo, es como aquellos que dicen ser católicos pero que no quieren ir a misa los domingos ni confesarse. Una religión a su medida, cojo lo que me gusta y lo que no me gusta lo desecho. Pues no, eso no vale. Si queremos ser de una cosa, debemos asumirla en su integridad y si no escoger otra o ninguna. Yendo a nuestro terreno, si queremos WhatsApp, con su doble «check» azul, lo tomamos como es, en su integridad, o lo dejamos y usamos otros, que los hay. Pero no, queremos WhatsApp sin esta funcionalidad, ver a los otros y que no nos vean, en suma, a nuestra medida. Es mejor no comerse la cabeza y ser íntegros y honestos. Nos ahorraremos problemas.

Buscando en la red, se pueden ver muchas formas de saltarse este control. Muchas de ellas no funcionan, como quitar los datos o poner el teléfono en modo avión, ya que en cuanto restauramos a situación normal, se disparan los avisos y la otra persona verá que hemos leído sus mensajes. Entre las que he podido ver por ahí, la mejor y la más sencilla es la que figura en la imagen adjunta. Se trata de incorporar a nuestra pantalla uno de los «widgets» que aparecen por el hecho de tener la aplicación instalada en nuestro teléfono, concretamente el que puede verse resaltado en la imagen de la izquierda. En esa ventana iremos viendo los mensajes de todos los usuarios de modo progresivo sin que se produzca la confirmación. Además podemos entrar y contestar en los wasaps particulares de los demás usuarios e interaccionar con ellos siempre que tengamos cuidado de no entrar en el que no queremos que tenga confirmación aunque sí habremos leído sus mensajes. Eso sí, hay que tener en cuenta que estamos como antes: si no lo hemos quitado en la configuración, WhatsApp se chivará de que estamos en línea o de nuestra última conexión.

Se me olvidaba, wasap, wasaps y wasapear, con «w»  y no con «gu», son acepciones castellanizadas o españolizadas admitidas en nuestra lengua, según puede verse en esta entrada de la FUNDEU, Fundación del Español Urgente.

domingo, 2 de noviembre de 2014

AUSTERIDAD




Los que ya vamos acumulando algunos añitos en nuestra buchaca recordaremos aquellas revistas que existían en los años setenta con títulos tales como «La Codorniz», «El jueves», «El roto» o «El papus» donde a base de viñetas en blanco y negro y derrochando mucha imaginación se hacía crítica social en unos momentos en que estaba todo muy controlado, especialmente antes de 1975 por causas que no es necesario recordar. Muchas de ellas se pasaban más tiempo cerradas por la autoridad competente que asistiendo al encuentro de sus lectores.

La imagen que acompaña a esta entrada responde a una viñeta publicada en «El Papus» en el año 1977. Es suficientemente auto explicativa. Lo más grave es que se podía haber publicado en la actualidad con la misma vigencia y las mismas lecturas secundarias sin que perdiera un ápice de su enjundia. Bueno, había que haber cambiado alguno de sus textos, ya que a muchos de los que cuentan menos canas les sonaría raro eso del «Banco de Vizcaya», uno de los bancos desaparecidos en las fusiones, compras y adquisiciones bancarias que parecen de ahora y que ya se daban en los años ochenta del siglo pasado: el Banco de Vizcaya se integró en el Banco de Bilbao por esas fechas dando lugar al Banco Bilbao Vizcaya, BBV, que en la actualidad ya no existe como tal, habiendo derivado en el BBVA al añadirse la A de Argentaria, que fue comprada, absorbida, vendida, regalada o lo que sea en los albores de este siglo.

Somos muy desmemoriados y preferimos centrarnos en lo más cercano que nos parece lo más de lo más. Todo se convierte en un acontecimiento del siglo cuando en el siglo han ocurrido esos mismos hechos varias veces y sin duda volverán a ocurrir. La historia se repite machaconamente y ello es principalmente debido a nuestro desinterés por aprender de las cosas para evitar su repetición una y otra vez.

Haciendo un poco de memoria y desde una perspectiva personal, recuerdo varias crisis a lo largo de mi vida. La primera en 1973, aquella que se derivó de la subida brutal de los precios del petróleo y cuyos coletazos son los reflejados en la magistral viñeta que ilustra esta entrada. La siguiente tuvo lugar alrededor de 1983: fue corta pero intensa y recuerdo que se acabó con unas comparecencias del gobierno en la que se nos decía que los malos tiempos habían quedado atrás. Convencidos todos, nos dimos al gasto de lo poco que habíamos atesorado por lo que pudiera pasar, con lo que la economía se disparó y la cosa quedó olvidada de un plumazo. Una nueva versión de crisis nos visitó a mediados de los años 90 del siglo pasado y desde ahí hasta la actual, de la que estamos más que hartos y que está dejando tremendas cicatrices en un elevado número de personas, cicatrices que aunque sanen dejarán una huella que muchos no podrán olvidar en el resto de sus vidas. Y es que ahora, aunque nuestros «des-sesudos» y desmemoriados dirigentes nos digan que todo ha pasado, no les damos un ápice de credibilidad y queremos comprobarlo por nosotros mismos. Queremos tener un trabajo, aunque sea indigno, y posibilidades de desenvolvernos en la vida aunque sea malamente y con penurias. Pero hay muchos que no llegan a eso, especialmente los jóvenes, y lo peor es que, aunque oyen que la economía mejora, eso no se traduce en positivo para sus personales vidas.

Voy a resaltar en negrita la frase central de la viñeta: «… y los obreros que sobrevivan… estarán tan jodidos y acojonaos…que trabajarán sin chistar doce horas seguidas por un mendrugo de pan…». Más claro que el agua. No se podía permitir en el pensamiento del «rico» que el «pobre» viva más o menos bien no vaya a ser que un día coincidan en el mismo restaurante o el mismo hotel.

Y a todo esto hemos llegado por la poca vergüenza de unos pocos, muchos de ellos en puestos de poder y responsabilidad pero también por la dejadez de todos que hemos ido a lo nuestro sin preocuparnos de lo común, del bien general. Ahora, ellos se han fortificado en sus castillos, han cambiado las leyes a su antojo y si ha quedado algún resquicio en ellas basta con usar su poder para amedrentar al juez y como hemos visto en un par de casos en los últimos tiempos apartarle de la carrera judicial, como serio aviso a sus compañeros. Se llenan la boca con la palabra democracia a todas horas. Pero son ellos los primeros que la ignoran de forma continuada y sistemática. Un ejemplo: nos dicen por activa y por pasiva que nos dejemos de manifestaciones para protestar por aquello que no nos parece bien, que los mecanismos democráticos están establecidos en forma de elecciones donde cada cuatro años debemos expresar nuestro parecer. Se acercan elecciones generales y algunas encuestas dan un auge espectacular en la intención de voto a una nueva formación que podría hacer algo de mella a los clásicos e incluso desbancarles del poder después de más de treinta años. Lo democrático sería respetar las decisiones de las urnas, pero ya desde ahora se augura la hecatombe si se produjera este hecho. ¿En qué quedamos pues? Lo democrático es que vayamos a votar y les sigamos votando a ellos. Estamos apañados.

Enrico Berlinguer decía en 1977: «Pero sólo se puede poner en marcha una transformación revolucionaria en las condiciones actuales si se saben afrontar los problemas nuevos planteados en Occidente por el movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo, y esto, en nuestra opinión, tiene para Occidente y sobre todo para nuestro país dos implicaciones fundamentales: abrirse a una plena comprensión de las razones de desarrollo y de justicia de estos países y establecer con ellos una política de cooperación sobre bases de igualdad; abandonar la ilusión de que es posible perpetuar un tipo desarrollo, basado en la artificial expansión del consumo individual, que es fuente de derroche, de parasitismo, de privilegios, de dilapidación de los recursos y de desequilibrio financiero».

Para tener muy claras muchas cosas, recomiendo la lectura de un libro en el que estoy enfrascado en estos momentos: «Todo lo que era sólido» de Antonio Muñoz Molina. Muchas enseñanzas y constataciones estoy recibiendo de los vocablos contenidos en sus páginas. Solo mencionar una: el hecho de que un concejal que llegó elegido a un ayuntamiento en 1979 y que entre otras cosas escribía con numerosas faltas de ortografía llegara pocos años después a presidente de una entidad bancaria, a la que por cierto hundió en la miseria. ¿Pues no tenemos a dirigentes que se empeñan en prodigarse en el extranjero haciendo el ridículo sin saber hablar inglés? Patético y lamentable.