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martes, 30 de junio de 2015

ABUSO





La bilirrubina, que tengo últimamente un poco alta, se me acaba de poner por las nubes al realizar la compra de los libros de texto de mi hija para el próximo curso escolar. Pongamos que estamos hablando de tercero de la E.S.O. y la indignación, por emplear una palabra decorosa, se me ha subido hasta cotas irresistibles, no solo por los precios, que también, sino por las últimas decisiones de nuestro «acabante» gobierno, que ha dejado a las editoriales con el paso cambiado y veremos si para principio de curso están disponibles los libros tras un verano de nervios. Cuatro de los libros que el colegio ha dispuesto para el siguiente curso no están disponibles todavía y no tienen fecha de publicación: están horneándose. Tocará volver en septiembre a la espantosa cola a perder o emplear un valioso tiempo en intentar hacerse con esos libros.

Espero y deseo que las editoriales de libros de texto recuerden estos tiempos de bonanza, de abuso, en las que nos sablean con unos libros y unos precios con los que tenemos que tragar sí o sí. Dentro de unos años, cuando invariablemente se hayan impuesto los medios digitales y la cuestión pinte en otro color diferente, las iniquidades que ahora perpetran en anuencia con gobiernos y colegios relajaran sin dudarlo los planteamientos éticos de los padres a la hora de conseguir los materiales para sus hijos. Ya tenemos experiencia con discos, películas y otros medios que en el pasado hicieron su agosto y ahora luchan por siquiera sobrevivir.

Para ir entrando en materia: habrá colegios y colegios, pero los libros de un alumno de las características de mi hija en su colegio sobrepasan los TRESCIENTOS euros de coste. Una familia normal, media, de dos hijos, debe preparar un mínimo de seiscientos euros para afrontar el curso, a los que hay que añadir otras compras no tan gravosas pero nada desdeñables en material escolar. Si la familia es de más de dos hijos y están en edad escolar, ya se pueden ir preparando…

Año tras año sufrimos este abuso y poca capacidad de maniobra tenemos. Bien es verdad que hay colegios en los que se han montado cooperativas de padres que han forzado un cambio de situación al intervenir en los designios del centro para con los libros y habilitar formas de reutilización y/o préstamo, actualizables con material electrónico, que permiten a las familias menos pudientes respirar un poco. Un buen amigo, R., con tres hijos y en el paro desde hace tiempo, a ver de dónde saca los mil euros que necesita para los libros. Se busca la vida reutilizando los de cursos anteriores que le van pasando otros alumnos, pero ya se lo montan las editoriales, y los colegios, para que esto no sea fácil. Habrá excepciones, sin duda.

Los dos libros centrales del curso de tercero de la E.S.O. que pueden verse en la imagen, lengua y matemáticas, tienen un coste de setenta y cuatro euros, a treinta y siete cada uno. Reconozco, contenidos aparte, que su edición es cuidada, agradable, con una maquetación y un diseño atractivo, colores por doquier, y con unas trescientas páginas en formato A4 si bien con tapa blanda. No podemos caer en comparaciones, que siempre son odiosas, con libros que no sean de texto, pero es obligado tener en cuenta que, en este asunto, las editoriales juegan con ventaja, pues no es muy complicado hacer estudios del número de centros y por lo tanto de alumnos que van a hacer uso de sus libros y que se verán impelidos a comprarlos.

En resumen, que un año más y me quedan unos cuantos, me siento atracado en este asunto, impotente, y me pregunto si no habría alguna alternativa de abaratar este tremendo coste con publicaciones «menos monas» por parte de las editoriales, y con alguna iniciativa por parte del colegio destinada a que los libros pudieran reutilizarse unos cuantos años. No quiero pensar mal, pero lo hago, y me asalta la duda de si no habrá connivencia entre las partes implicadas como desgraciadamente está sucediendo en los tiempos actuales en otros muchos asuntos de la política, la sanidad y afines. La educación no iba a ser menos.

domingo, 28 de junio de 2015

CUESTIONARSE



Siempre que me es posible intento elegir como primera opción para mis compras las tiendas físicas próximas o en su defecto las grandes superficies; pero cada día es más difícil resistirse a efectuar ciertas compras a través de internet, pues a medida que avanza la tecnología y las empresas van tomando nota del potencial que representa esta opción, las ofertas y opciones elegibles por el cliente le llevan a claudicar y elegir este sistema. Veamos un ejemplo, vivido en primera persona esta misma semana, que no solo se circunscribe a la compra sino que va mucho más allá.

Hace unos meses tuve conciencia de la salida al mercado de un pendrive de la casa Kingston de 64 Gb como el que se puede ver en la imagen. Había usado con anterioridad alguno de este tipo y marca de 16 Gb, que me resultan muy útiles pues por su robustez y diseño me permiten el poderlos llevar en el llavero sujetos con una presilla que facilita su extracción. El tamaño de 64 Gb me venía muy bien para unas aplicaciones en las que estaba trabajando y lo único cuestionable era su precio, cerca de los 30 euros en aquella época, principalmente debido a la novedad. Siempre es cuestión de esperar a que pase un poco de tiempo y se generalice su venta para que bajen de precio. En estos momentos, como digo cuatro meses después de los hechos que voy a narrar, su precio es de poco más de 20 euros. Lo compré y empecé a utilizarlo intensamente en mi trabajo diario.

Hace unos días comencé a tener errores, extraños, en los que se producía el mensaje de que se trataba de un dispositivo de solo lectura y no se podían grabar datos en él. A diferencia de otros dispositivos, este no dispone de ninguna pestaña que permita activar esta condición, por lo que tras varias operaciones fallidas de formateo, mediante consulta al doctor Google llegué a la conclusión de que se trataba de un error de hardware, un error interno. La primera intención fue comprar otro, de esa u otra marca, y lanzar el mío a la basura, pero luego me pensé que, como cualquier otro aparato que se adquiere, estaba en período de garantía y me propuse ejercerla. En su día lo había comprado vía internet por Amazon, pues en las tiendas físicas todavía no se encontraba, y me lo mandaron de Alemania obrando en mi poder a los tres días de efectuar el pedido.

Aunque en un principio no tenía muchas esperanzas y me horrorizaba la posible pérdida de tiempo, mediante la web de la casa Kingston localicé el correo electrónico de atención al cliente y a él me dirigí contando el caso para informarme acerca de cómo ejercer mi derecho a que me fuera sustituido por un nuevo. Contestaron en poco tiempo para informarme de que el hecho de que lo hubiera adquirido vía Amazon representaba una mejora en el procedimiento de cambio, y que podía dirigirme directamente a Amazon para que ellos, por delegación suya, me ejecutaran la garantía y el cambio de la pieza que asumían estaba defectuosa.

Referiré los hechos telegráficamente tal y como han sucedido esta misma semana. El martes a eso de las 07:15 estaba viendo la forma de contactar con Amazon a través de su web, cuando vi la opción de llamada telefónica. Una pestaña indicaba que me llamaban ellos, bien inmediatamente bien en un plazo de minutos que yo podía indicar. Repito, eran las 07:15 de la mañana. Un poco a modo de prueba pulsé la opción de llamada inmediata y al instante estaba sonando mi teléfono, en el que una atenta operadora, María, en perfecto e inteligible español me indicó el proceso: ya desde ese mismo momento me estaba mandando un pendrive nuevo para sustituir el defectuoso y al tiempo me anunciaba que me mandaría a mi correo electrónico unas etiquetas pegatinas para devolverles el defectuoso vía Correos: me hizo hincapié en que ambas operaciones eran independientes y que tenía un plazo de 30 días para devolver el defectuoso, mientras que el nuevo me llegaría en dos días al punto de recogida que les había indicado, como así fue efectivamente. No había terminado mi conversación telefónica cuando ya tenía en mi correo las etiquetas para la devolución sin ningún gasto por mi parte. Hay que añadir que Amazon en este caso estaba haciendo de intermediario de una garantía de la que era responsable otra empresa, Kingston, pero solucionando así los problemas de sus clientes hace que estos se lo piensen en futuras adquisiciones.

He relatado otras actuaciones de Amazon, brillantes y extraordinarias, para conmigo en este blog, donde he quedado sorprendido por la atención; algunas de ellas hace ya varios años en las que Amazon no estaba instalada en España y trataba directamente con Estados Unidos. Buscando en el blog se pueden encontrar varias entradas relatando hechos que me resultan sorprendentes, especialmente si los comparo con la atención que podría haber tenido en una tienda de las de toda la vida o en una gran superficie o hipermercado.

Ante estas cuestiones… ¿qué opción escoger en futuras compras? ¿Tienda del barrio? ¿Gran superficie? ¿Internet? Y en este último caso y siempre que sea posible ¿Amazon? ¿Otras?

Lo mejor es un ejemplo. En estos días y como regalo anticipado de un cumpleaños todavía lejano pero para aprovechar una oferta que expira el 31 de julio, estoy considerando la compra de un objetivo fotográfico. En la tienda física donde lo he encontrado más barato tiene un precio 97 euros superior al que me ofrece Amazon. Hoy es domingo y la tienda física de la que estoy hablando está a más de 30 km. de mi domicilio. Si lo encargo en Amazon, el próximo miércoles lo tengo en mis manos, ya que disponen de él en stock y el plazo de envío es ese, aunque bien es verdad que habría que añadir algo menos de tres euros de costes de envío, por lo que el ahorro sería de 94 euros, que no es moco de pavo, aunque tendría también que considerar como ahorro el tiempo y el coste de desplazarme esos kilómetros hasta la tienda con el riesgo de que no lo tuvieran y tuvieran que encargarlo.

¿Vd. que haría? En ciertos tipos de compras y teniendo en cuenta la fiabilidad, demostrada y contrastada, de empresas como Amazon, las tiendas tradicionales lo tienen realmente muy difícil.


domingo, 21 de junio de 2015

SanAGUSTÍN



San Agustín, nacido en el año 354 en Hipona, actual Argelia, es una de las más grandes figuras de la teología y del pensamiento cristiano. Su vida estuvo siempre presidida por una insaciable curiosidad que le hizo buscar la verdad en todas sus acciones. Su preocupación por el problema del mal lo acompañaría toda su vida. Convertido al cristianismo pasada la treintena, su pensamiento y su obra trascienden a sus connotaciones religiosas y constituyen un ingente legado que es de aplicación en todos los ámbitos de la vida. Dejó muchas frases para la posteridad, entre las que destaco la siguiente: «reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti» que pudiéramos traducir en aquella más de andar por casa que dice «a Dios rogando y con el mazo dando» en una clara alusión a que hay que trabajar y no esperar que las cosas nos vengan del cielo sin ningún esfuerzo.

He reiterado por activa y por pasiva en este blog mi debilidad por la Historia y por constatar que no aprendemos de ella, que nos creemos que lo que nos está ocurriendo es nuevo y no ha tenido lugar nunca antes, cuando por lo general no es así. Viene esto a colación de las frases de San Agustín que reproduzco a continuación, y que eran recomendación que hacía a los jóvenes de su época, recordemos, siglo IV de nuestra era. Sorprenden por su actualidad, siendo perfectamente aplicables a los jóvenes de hoy en día y por extensión también a los no tan jóvenes. Han pasado dieciséis siglos, que se dice pronto, pero su fuerza y su vigencia permanecen. Estas son las 23 frases que constituyen todo un legado y que identifican aspectos de la vida que se deberían de seguir más a pies juntillas de lo que por lo general se siguen:

Si te dedicas al estudio debes mantenerte limpio de cuerpo y de espíritu; alimentarte de comida sana, vestirte con sencillez y no consumir superfluamente.

A la sobriedad en las costumbres le debe corresponder la moderación en las actitudes, la tolerancia en el trato, la honradez en el comportamiento y la exigencia para contigo mismo.

Ten siempre presente que la obsesión por el dinero es veneno que mata toda esperanza.

No actúes con debilidad, ni tampoco con audacia.

Aleja de ti toda ira, o trata de controlarla, cuando corrijas las faltas de los demás.

Sé el centinela de ti mismo: vigila tus sentimientos y tus deseos para que no te traicionen.

Reconoce tus defectos y procura corregirlos.

No seas excesivo en el castigo, ni tacaño en el perdón.

Sé tolerante con los que tienden a mejorar, y precavido con los que tienden a empeorar.

Ten como a miembros de la familia a los que están bajo tu potestad.

Sirve a todos de tal modo que te avergüence dominar, y domina de modo que te agrade servir.

No insistas ni molestes a los que no quieran corregirse.

Evita cuidadosamente las enemistades, sopórtalas alegremente, termínalas inmediatamente.

En el trato y en la conversación con los demás, sigue siempre el viejo proverbio: «no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti».

No busques puestos de mando si no estás dispuesto a servir.

Procura progresar siempre, no importa la edad y las circunstancias en las que te encuentres.

Durante toda tu vida, en todo tiempo y lugar, ten amigos de verdad, o búscalos.

Da honor a quien se lo merece, aunque él no lo desee.

Aléjate de los soberbios; esfuérzate tú por no serlo.

Vive con dignidad y en armonía con todo y con todos.

Busca a Dios; que su conocimiento llene tu existencia, y su amor colme tu corazón.

Desea la tranquilidad y el orden para desarrollar tu estudio y el de tus compañeros.


Pide para ti y para todos, una mente sana, un espíritu sosegado y una vida llena de paz.


sábado, 13 de junio de 2015

DINERO



Cada vez es más frecuente presenciar situaciones que me resisto con todas mis fuerzas a considerar como normales. En esta misma semana he visto en el supermercado del barrio abonar el importe de una barra de pan y un litro de leche, menos de dos euros, mediante una tarjeta de crédito. Ni tanto ni tan calvo. Hay muchos comercios en los que se ha establecido un importe mínimo para que los clientes puedan tirar de tarjeta, así como conozco algunos, pocos bien es verdad, que no las admiten y funcionan con el dinero contante y sonante.

Con hechos como el descrito anteriormente no es de extrañar que algunos países avanzados, Dinamarca por ejemplo, hayan planteado recientemente el eliminar de forma radical el dinero físico, billetes y monedas, y obligar a todo quisque o quisqui a utilizar las tarjetas de crédito hasta para tomarse un café o comprar el periódico. Es indudable que la medida está pensada de forma que se favorece a unos pocos y se perjudica a la mayoría, pero eso es algo a lo que tenemos que irnos acostumbrando, porque los parámetros que utilizan los que toman las decisiones están por lo general lejos de ser entendidos por los humanos corrientes.

Ciertas peloteras frecuentes, como las que tienen los usuarios de los autobuses cuando intentan pagar un trayecto de tres euros con un billete de veinte, dejarían de producirse, así como las derivadas de posibles robos o la obligación de los conductores de hacer la liquidación y entregar el efectivo resultante al final de su jornada. Andar con dinero contante y sonante no es bueno y en la mayoría de los sitios prefieren las transacciones electrónicas, pues todo queda registrado aunque a cambio se abone la correspondiente comisión, que ya se encargan de trasladar a los clientes. Otra ventaja que se me ocurre sería la lucha contra los falsificadores pero como desventaja grande nos tendrían localizados en todo momento, cosa que ya es efectiva a través de los teléfonos móviles pero las transacciones monetarias añadirían nuevos e ilimitados datos sobre nuestros horarios y nuestros gustos y preferencias. Por cierto, los niños y adolescentes deberían disponer también de su correspondiente tarjeta para poder comprar sus golosinas...

Las usemos o no, no nos escapamos a llevar en el bolso o en la cartera el llamado dinero de plástico: una o varias tarjetas de débito o crédito. Ya hacíamos referencia a ellas en una de las primeras entradas de este blog, más de siete años ha, titulada TARJETAS. Las apreciaciones plasmadas entonces siguen vigentes y aunque han cambiado algunas cosas, la esencia de lo manifestado sigue en vigor. Algunas tarjetas han incorporado chip y mejorado la seguridad, pero no nos creamos que esto es infalible: ni todos los comercios tienen terminales lectores ni la seguridad es total. Al igual que hace años era difícil grabar y trucar las bandas magnéticas de las tarjetas, hoy en día lo es para manipular los chips, pero menos de lo que nos pensamos y tiempo al tiempo, y si no que se lo digan a algunos expendedores de «chuches» y bebidas en máquinas automáticas que no saben cómo les desaparecen los donuts y las coca colas sin traducirse en los correspondientes dineros.

Vienen todas estas reflexiones a cuento de lanzar una pregunta: ¿estamos preparados para una pérdida o robo de nuestras tarjetas? ¿Sabemos lo que hay que hacer? ¿Tenemos a mano los teléfonos de nuestros bancos y los números de las tarjetas? Hace años proliferaron algunas empresas que por una módica cantidad daban este servicio, pero pocos se confiaron en suministrarles todos sus datos para un por si acaso les necesitásemos: centralizar es bueno pero también tiene sus riesgos.

Esta semana he estado revisando mi particular acción para soslayar este asunto. Y conste que en una ocasión y por no estar a lo que estaba, me dejé olvidada la tarjeta en un cajero y me vino de perlas lo que a continuación voy a comentar para anular la tarjeta de forma rápida.

EL sistema es sencillo: llevar anotados los teléfonos a los que hay que llamar de los diferentes bancos y los números de las tarjetas. Lo de los teléfonos no tiene problema, aunque hay que revisarlos de vez en cuando, ya que aunque no suelen cambiar, pudiera darse el caso y no está de más ponerse una tarea rutinaria de probarlos mediante una llamada efectiva y real para ver que siguen en activo y son válidos. Otra cuestión son los números de las tarjetas: llevarlos apuntados y todos juntitos no parece una buena práctica. Normalmente no hace falta porque las entidades bancarias tienen la posibilidad de «buscarnos» por nuestro nombre, documento de identidad, domicilio u otros datos, amén de que a la hora de anular una tarjeta no andan remisos y a la mínima la dan el cerrojazo, que es mejor prevenir que luego curar. Aun así yo prefiero llevar los números anotados, pero no a las claras sino con un algoritmo que yo solo conozco y que me permite reconstruirlos por si tuviera que facilitarlos en una llamada.

Pero, estará Vd. pensando y con razón… ¿y donde llevamos el dichoso papelito o lo que sea con los teléfonos y los números de las tarjetas? La cartera no es buen sitio, porque si la perdemos o nos la roban nos quedamos sin las tarjetas y sin el papelito. Antiguamente yo usaba unos relojes conocidos como DATA BANK que permitían llevan anotaciones, pero que parece que han sucumbido por las infinitas posibilidades que hoy en día tienen los teléfonos móviles. He aquí una sugerencia: además de en la cartera, por si solo perdemos una, en el teléfono podemos alojar estos datos de forma segura e incluso una imagen del papelito camuflada en algún contacto, que son otro punto de poner datos algo cifrados y que solo nosotros podemos conocer. Otros puntos podrían ser el fondo del maletero del coche, entre las bombillas de repuesto, darle el papelito a un familiar para que lo lleve él y podamos recurrir en caso de problema… Las posibilidades son enormes y solo hay que desarrollar un poco el magín para encontrar alguna solución satisfactoria.

Lo mejor es estar preparados y, como con los seguros, pagarlos y que no hagan falta, pero no es de recibo que una situación de robo o pérdida, esas que pasan a los demás y nunca a nosotros, nos sorprenda y nos quedemos con cara de haba sin saber qué hacer. Y si no estamos preparados, ojo con las prisas y la improvisación. Si vamos a internet a buscar el teléfono al que llamar para anular una tarjeta nos pueden aparecer páginas web como la que vemos en la imagen que acompaña esta entrada: suplantación, un teléfono 807 de sacarnos-los-cuartos y encima corremos el peligro de entregar nuestros datos a no sé sabe quién en un momento de confusión y prisa.

Prevención, prevención y prevención. No hay otro sistema.

domingo, 7 de junio de 2015

PASSWORDS



No me gusta emplear en los títulos de las entradas a este blog palabras que no sean españolas, pero algunas veces no queda más remedio, ya que se trata de conceptos no muy bien expresados por vocablos castellanos o bien, como es el caso, mi empeño en utilizar encabezados de una sola palabra me lleva a agotar las posibilidades. El caso es que ya hace cuatro años hablábamos en este blog de «CONTRASEÑAS» y posteriormente, el año pasado dos mil catorce repetíamos tema con «CLAVES». Como dicen que no hay dos sin tres, vamos un poco más allá con el tema. Por cierto, es bastante interesante y recomiendo la lectura de la entrada CONTRASEÑA en este enlace de la Wikipedia.

Se trata de un asunto que no podía procrastinar más. Sé a ciencia cierta que me estoy metiendo en un charco de proporciones considerables cual es la tarea de cambiar mis palabras de acceso a los diferentes sitios de internet a los que accedo. En la primera aproximación y dado que utilizo un programa para controlarlas, la cantidad de ellas es enorme: concretamente cuatrocientas ochenta y cinco, casi quinientas claves de otros tantos sitios que utilizo o he utilizado el algún momento. Este trabajillo, que iré haciendo sin prisa pero sin pausa, es como aquella tarea que deberíamos de acometer periódicamente en las casas de vaciar los armarios con una triple finalidad: hacer limpieza, colocar los trastos y, sobre todo, darnos cuenta de un montón de cosas que tenemos almacenadas que ni recordábamos que las teníamos ni sirven para nada. 

Pero antes de empezar, como no tengo prisa ni nadie que me la meta, me ha dado por echar un vistazo en la red a ver que se cuece sobre el tema de las palabras clave, «passwords, pines, keywords...» o como se las quiera llamar. Una de las cosas que llaman la atención son los numerosos estudios, nacionales o mundiales, que hay sobre las combinaciones que más utiliza el personal a la hora de establecer sus contraseñas. Muchas de ellas son verdaderas joyas y están basadas en datos reales derivados de los asaltos de los hackers a empresas mundiales. Para lo que pretendía he utilizado una internacional que tiene una lista de las quinientas más usadas y una nacional que consta de cien. La comparación de las casi quinientas mías con ellas ha resultado exitosa pues ninguna ha coincidido, con lo que por lo menos me quedo algo tranquilo de que no estoy junto con el común de los mortales en este asunto. En este enlace se puede acceder a un sitio con listas de las (peores) contraseñas mundial y nacionalmente (mal) utilizadas.

Claro que esto tampoco tiene mucha dificultad, porque yo utilizo desde hace años un fenomenal y gratuito programa llamado KEEPASS. Cada vez que necesito una clave y de forma anticipada, le pido que me la genere y la forme con un mínimo de veinte posiciones con letras mayúsculas y minúsculas, signos, números, etc. etc. Bien es verdad que algunas veces me llevo sorpresas por los sistemas que utilizan las empresas para permitir y verificar las claves; si bien se van modernizando, pero algunas no precisamente pequeñas o delicadas utilizan todavía combinaciones antediluvianas por su tamaño o la composición interna, permitiendo, por ejemplo, solo seis posiciones y letras mayúsculas o como mucho letras y números.

El hecho de disponer de los sitios, usuarios, claves y notas en KEEPASS es ya una documentación en la que encontrar los datos que necesito para iniciar esta ingente tarea, que entre otras cosas me va a servir para limpiar las que ya no me sirven o aquellas de sitios que ya no existen, pues el tiempo pasa, la red es muy dinámica, y las empresas y las páginas «fallecen».

Suelo apuntar las cosas pero no siempre con toda la profundidad necesaria y para aseverar esto voy a poner el ejemplo del primer desastre: he cambiado la clave de acceso a mi red wifi en el router de casa. Los veinte «numerajos y letrajos» antiguos han pasado a mejor vida y han sido sustituidos por otros veinte diferentes. La debacle está servida: hay que cambiar la antigua clave por la nueva en montones de cachivaches, más de los que uno pudiera pensar de forma anticipada, como todos los teléfonos móviles, los ordenadores portátiles, tabletas… Pero lo malo no es eso sino que el acceso a nuestra wifi casera no está habilitada únicamente para los moradores habituales. Menos mal que en este caso y dado que controlo el acceso al router a través de las identificaciones MAC’s de los aparatos, tengo la lista de aquellos que tendrán que poner la nueva clave cuando vengan por casa, en sus respectivos archiperres, y que son varios amigos y amigas de mis hijos, míos o de mi mujer, algún cuñado o hermano, el navegador del coche y seguro que alguno más que se me escapa y que no tengo controlado.

Los borrones y cuenta nueva siempre son traumáticos, pero necesarios. En función de la trascendencia de la tarea, deberíamos plantearnos un cambio periódico de todas nuestras claves; me atrevería a decir que no deberíamos de tener ninguna más de un año y algunas deberían cambiar cada mes. Pero, si somos usuarios de un teléfono con sistema Android… ¿nos atrevemos a cambiar la clave de nuestro correo electrónico de Gmail que sirve de base al cacharro? Manda huevos, manda narices, pero hay que hacerlo, para evitar problemas y además para ejercitarse en el asunto y aprender en el recorrido, no vaya a ser que alguna vez lo necesitemos hacer deprisa y por obligación. Ahí queda la idea e iré apuntando las experiencias y sufrimientos de este maratón de cambios pues a buen seguro obtengo material suficiente para escribir un libro o por lo menos otra entrada en este blog.

Y puestos a pensar… ¿quién nos asegura que el programa KEEPASS no tiene una puerta de atrás, se conecta a internet y transmite todas nuestras claves?