Por segunda vez en menos de un mes estamos inmersos en
elecciones. Esta vez tocan temas más cercanos como es el caso de ayuntamientos
y autonomías y más lejanos como el Parlamento Europeo. Procuro huir de estos
asuntos en el blog, pero hay cuestiones que me reconcomen y viene bien
reflexionar un poco sobre ellas. Ya entré un poco al trapo, en clave nacional,
en la entrada «BARAHÚNDA» de abril de este mismo año 2019.
Tras muchos años de un bipartidismo generalizado, hemos
entrado en los últimos años en un desmenuzamiento que en mi opinión está
complicando la gobernabilidad de las instituciones. No es lo mismo a nivel
nacional que en ámbitos más reducidos, pero en todos los casos lleva a unas
negociaciones y unos pactos que mucho me temo se guían más por intereses
partidistas cuando no particulares que están muy lejos de los intereses
generales de los ciudadanos gobernados.
Al menos en esta ocasión no hay circunscripciones, aunque no
recuerdo bien si en alguna Autonomía llegaron a implantarse. Los políticos son
muy listos y saben que manejando bien las listas cerradas y las
circunscripciones se puede sacar más petróleo que utilizando circunscripciones
únicas. En todo caso, hoy me voy a quedar en el ámbito local donde las
circunscripciones no existen y por lo menos podemos estar seguros de que los
votos de todos los ciudadanos valen lo mismo: un ciudadano un voto, sin
tejemanejes ni «cocinas» posteriores.
A la puerta del colegio electoral en las pasadas generales
fui abordado por un amigo con una planilla de firmas que quería presentarse a
estas locales por libre. Los partidos políticos constituidos lo tienen relativamente
fácil pues tienen el camino allanado, solo confeccionar la lista con el número
de personas necesario en función del número máximo de concejales elegibles más
algún suplente por si acaso. Aclaremos que estamos funcionando con listas
cerradas, esto es, el voto se otorga al partido político con la lista completa,
sin distinciones internas ni orden alguno. Pero… ¿Qué ocurre cuando se quiere
presentar alguien por libre?
Aquí
surgen lo que se llaman coaliciones o alianzas electorales: un grupo de vecinos
se reúne para confeccionar una lista y presentarse a las elecciones. Los
municipios de menos de 250 habitantes tienen otras modalidades, pero los de
más, es decir de 250 al infinito, van con listas cerradas, de partidos o de coaliciones.
Con ello, un ciudadano individual no se puede presentar a ser elegido por sus
vecinos si no reúne una lista de tantas personas como puestos de concejales
haya y sigue una serie de requisitos para concurrir a las elecciones. Uno de
los requisitos es presentar un número de avales de residentes en el municipio,
con su firma, y fotocopia del DNI para ser verificados en la oficina electoral
del consistorio. Lo de firmar una lista y poner tu DNI ya tiene su aquel, pero
que encima te hagan una fotografía —necesaria— con el teléfono a tu DNI ya echa
un poco para atrás.
Establecer
límites siempre es un problema. Pero en ciertos ayuntamientos de pueblos
pequeños yo abogaría por las listas completamente abiertas, con la relación de
ciudadanos que optan al puesto de concejal y que sus convecinos decidan. Los
que quieran incluirse en la lista como representantes de un partido pueden
hacerlo indicando a la derecha las siglas del mismo. Este sistema tendría
ventajas e inconvenientes respecto al sistema actual de las listas cerradas.
Un inconveniente
es fijar el número de vecinos máximo que permitiera optar por este sistema. En
ciudades grandes esto sería inviable pues tendríamos listas enormes de personas
desconocidas. Puestos a poner una cifra… aventuremos una, por ejemplo, 20.000.
¿En un pueblo con 20.000 almas censadas se conocen entre sí los vecinos?
Probablemente no todos, pero una gran mayoría sí. Y para eso están las dos
semanas de precampaña, para darse a conocer. Otro
inconveniente sería el escrutinio y eso bien lo saben los presidentes,
secretarios y vocales de las mesas electorales en el caso del Senado: el conteo
es más tedioso y complicado.
Pero
las ventajas, ya digo en pueblos pequeños una vez soslayada la fijación del
límite, sería enorme. Cualquier vecino censado se podría presentar como
candidato. Los votos serían asignados por los electores a las personas, no a
las siglas y no a unas listas cerradas, donde a mí me cae bien el quinto de la lista,
pero no puedo ni ver al primero o a la segunda. Y eso sí, el concejal que más
votos saque, al menos en la constitución inicial del consistorio, alcalde o
alcaldesa de forma automática.
Entonces
empezarían los problemas de gobernabilidad. Lo mejor es tener controlada una
mayoría absoluta y saber de antemano que todo lo que se proponga al pleno va a
ser aprobado, lo que no ocurre cuando los concejales son un popurrí de personas
y opiniones y cada propuesta tiene que ser negociada y votada atendiendo a
criterios de ser interesante para los vecinos y no tanto para las personas o
los partidos.
Cualquier
cambio conlleva la oportunidad de explorar nuevas formas de hacer las cosas.
Las que tenemos en la actualidad llevan cuarenta años y quizá necesiten darse
una vuelta. Quizá también, en los pueblos de un cierto tamaño, sería
interesante volver a la desprofesionalización de los políticos, a esas
reuniones de los martes por la tarde para dar las directrices a los
profesionales de los ayuntamientos y cada cual a su tarea.
En
todo caso, vayamos a votar. Es bueno para el común y también para nosotros.
Pero si no se vota por una opción concreta, ojo a diferenciar el voto en blanco
del voto nulo. La frontera en las locales está en el 5%, es decir los que no
alcancen un 5% de los votos válidos emitidos no entran al proceso de asignación
de concejales. Los votos nulos no cuentan: dan fe de vecinos que cumplen con su
obligación de ir a votar, no se decantan por ninguna opción y no castigan a los
partidos o coaliciones pequeñas.