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domingo, 15 de abril de 2018

CLIENTELISMO




Esta vez acudo a la Fundeu para extraer una definición del título de esta entrada. El clientelismo se define como «un sistema de protección y amparo con el que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios». Existe en muchos ámbitos, tantos como la condición humana pueda llegar a imaginar, siendo unos más flagrantes que otros. El político, el clientelismo político, es de los peores, aunque el laboral no queda a la zaga.

En los albores de este siglo y por sufrir en propias carnes un episodio brutal de acoso psicológico en el trabajo, me recomendaron la lectura de un libro: «Ajuntament, bon dia», de Arnau Ramis i Pericàs. Como puede derivarse del título, está escrito en catalán, bueno, más concretamente en mallorquín. Ardua tarea a la que enfrentarse para un español sin idea de ese idioma, pero todo es ponerse y hoy en día es más sencillo pues contamos con traductores online en la red que son de gran ayuda. Un libro, muy recomendable incluso en los tiempos actuales, que comenzaba con el siguiente texto: 


 Aquest llibre és una novel-la. Tot el que s'hi conta és invenció de l'autor. Encara que en aquest relat pogués haver-hi similituds amb personas i fets reals, això s'hauria de contemplar com remota inspiració i com simple estímul de la imaginació per crear lliurement unes situacions, una història i uns personatges completament ficticis.

 La traducción podría concretarse como

Este libro es una novela. Todo lo que se cuenta es invención del autor. Aunque en este relato pudiera haber similitudes con personas y hechos reales, esto debería contemplarse como remota inspiración y como simple estímulo de la imaginación para crear libremente unas situaciones, una historia y unos personajes completamente ficticios.

La historia se desarrolla en un ayuntamiento ficticio en el que ocurren hechos tremendos que llegan incluso a terminar con una muerte. Pues bien, a pesar de la advertencia inicial, ocho funcionarios, ocho, demandaron al autor pidiendo la intervención de la obra y medio millón de euros de indemnización; la noticia puede leerse todavía en este enlace . El juez les dijo que era una obra de ficción… ¿Se sentían identificados los demandantes con personajes del libro? ¿Hacían ellos esas cosas que ahí se relataban?

A finales de los años setenta del siglo pasado había un departamento de una gran empresa con sesenta empleados. La alta dirección de la empresa decidió potenciar el departamento y lo primero que hizo, en contra de la opinión de todos los empleados, fue descabezar al jefe y poner uno nuevo, que llegó como elefante en cacharrería con nuevas formas y métodos «revolucionarios» que no eran inicialmente compartidos por los empleados. Pero no olvidemos que el que mandaba, con todo el apoyo de la alta dirección, era el nuevo jefe. Había que bajar los humos al personal, así que lo primero que hizo fue afanarse en aplicar la famosa máxima de Julio César: «Divide et impera, divide y vencerás».

Como había que ampliar el departamento y toda la formación era de carácter interno ya que no había expertos en la materia en el mercado, el jefe mandó una carta personalizada a cada uno de los sesenta empleados sugiriendo que presentaran a una persona cercana para incorporarse al departamento. La única condición es que fuera despierta y con ganas de formarse, aprender e integrarse en un departamento en crecimiento de una gran empresa, no era necesaria ninguna titulitis. También sugería en la misiva que se fuera discreto y no se comentara esto entre los propios empleados. Los que entraron en el juego no comentaron nada, pero sí lo hicieron los que no iban a entrar en la propuesta.

La cosa fue prosperando y en esta fase inicial, treinta de los sesenta empleados enfrentados se convirtieron en «tocados». La división estaba en marcha. Como en breve tiempo se incorporaron al departamento los treinta nuevos empleados, se alcanzó la cifra total de noventa trabajadores, pero con cambio muy cualitativo: de estos noventa, solo treinta eran «enfrentados» mientras que sesenta eran… fieles al jefe. Cuando se hablaba de muchos de los nuevos, no se les citaba por su nombre, sino como «el hermano de…», «la cuñada de…» o «el hijo del portero de…».

Como anticipaba, cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura coincidencia. Pero según dice el muy sabio refrán, «Quién tiene padrinos se bautiza» y esto ha sido así, me imagino, por lo menos desde que existe el bautizo y quizá desde que el mundo es mundo. Unas épocas más, otras menos, en unos ambientes más, en otros menos, quién tiene un catedrático afín… tiene un master universitario. O más, vaya Vd. a saber.