Siempre
que titulo una entrada con el prefijo des
no puedo evitar el recordar la muy lejana «DESAPARCAR» escrita
en febrero de 2008 y accesible pulsando en
este enlace. Aconsejo su lectura
porque el prefijo des tiene su aquel
y no siempre que aparece al principio de una palabra tiene el cometido de negar
el vocablo que viene a continuación. Pero en este caso, si lo tiene: una cosa
es información y otra cosa muy distinta es desinformación, aunque no sea lo
contrario.
Hace
muchos, muchos años, cuando existía pero nadie había oído hablar de internet, un amigo y yo decidimos hacer
una excursión para conocer la laguna de Gredos, un paisaje natural que hoy en
día está sobresaturado de visitantes pero que en aquellos años ochenta se veía,
desde Madrid, como algo muy lejano y casi inalcanzable. Puesto a buscar
información, no encontré nada en la biblioteca del pueblo y pregunté a un
compañero de oficina que era montañero y
me dijo conocer la zona: «nada, llegáis
en el coche hasta una zona conocida como La Plataforma y desde allí tenéis un
paseo muy agradable hasta la laguna». Con esta información de un conocedor
de primera mano preparamos la excursión como unos verdaderos mochufas.
Me
avergüenzo de la imagen de domingueros, menos mal que no había nadie por allí
aquel día. Mantel de cuadros, vajilla y cubertería, ensalada de pimientos
rojos, tortilla de patatas y filetes empanados en las tarteras —todavía no se
habían generalizado los tapéres— y de postre, toma ya, una sandía. Al llegar a
la mencionada plataforma y aparcar el coche, miramos para arriba y aquello,
dese luego, no tenía pinta de un paseo. Nos distribuimos entre las dos parejas
la comida y utensilios e iniciamos la marcha, con nuestra ropa de ciudad y
nuestros zapatitos nada adecuados. Un suplicio, la sandía acabó rodando
pendiente abajo y el cuestarrón de subida, el cresteo posterior y la bajada
hasta la laguna… un horror. ¡Cualquiera que nos viera! Eso sí, el entorno era y
sigue siendo ideal, con el pico Almanzor al fondo. He vuelto en alguna ocasión
pero ya perfectamente equipado y conocedor de la zona. De regreso a mi oficina
tuve unas palabritas con mi compañero que no quiero reproducir aquí.
La
información o desinformación es según el color del cristal con el que se la
mira. A lo mejor para mi compañero, un experto y entrenado montañero, «aquello»
era un paseo, pero para el común de los mortales distaba mucho de ello. Es una
zona de montaña y aunque no es complicada requiere un mínimo de equipamiento, preparación,
esfuerzo y cuidado.
Ahora
ya tenemos internet, tenemos mucha
información, demasiada, con lo que hemos pasado de la desinformación a la
sobreinformación, que no siempre es acertada y acorde. Hace dos años volví a
sufrir un episodio como el de la Laguna de Gredos. Tras consultar mucho la
información sobre la zona, confié en una información tremendamente
distorsionada que estuvo incluso a punto de costarnos un disgusto a las dos
parejas que la acometimos. Los detalles de esta segunda cagada —perdón por la expresión— están en la entrada «ENCERRONA» de
este blog accesible pulsando aquí.
En
esta semana, con la misma pareja, decidimos a visitar un lugar mágico que nos
habían recomendado: El Castro de Ulaca, un asentamiento vetón que fue
abandonado por sus moradores hace dos mil cien años en la época de la llegada
del Imperio Romano a Hispania. Mosqueado por experiencias como las anteriores
busqué y rebusqué información por todos lados, internet, encontrando mucha información histórica, muchas fotos,
pero poca acerca de las condiciones de acceso. Al final, en un blog que tenía
buena pinta y que, lo siento, no voy a mencionar por la que nos lió, encontré
que «Un panel señala el inicio del
sendero que, jalonado de hitos pintados de amarillo, asciende en unos 20 minutos hasta el núcleo del
castro. Se recomienda buen calzado y, para disfrutar con la panorámica,
prismáticos y mapa de la zona. Una vez arriba el paseo puede demorar una hora
larga». Avisé a mis amigos que el desplazamiento desde el coche al
asentamiento, sin ser complicado, no parecía un paseo y que lleváramos calzado
adecuado.
El
acceso está muy mal señalizado y el GPS extravía literalmente a los que le
utilicen. Menos mal que una amable vecina del pueblo de Villaviciosa, viendo
que titubeábamos, se acercó y amablemente nos indicó el camino a seguir que
difícilmente hubiéramos encontrado nosotros solos. ¿Tan costoso es para la
Junta de Castilla y León poner un par de señales? La vecina nos dijo que lo
habitual era que todo el mundo se perdiera y se metiera en una zona que hacía
el acceso mucho más difícil y complicado.
Llegados
en coche a través de una pista de tierra a un pequeño aparcamiento oficial, la mirada hacia arriba auguraba
que aquello ni iba a ser un paseo ni iban a ser 20 minutos. Otra vez la
información desinformada. La subida, indicada por unos mojones amarillos que
hay que ir buscando y no siempre se encuentran fácilmente, era de algo más de
un kilómetro para salvar 220 metros de desnivel por monte a través en zonas de
piedras o arena suelta cuando no zonas heladas o encharcadas. No es complicado,
pero no es ni mucho menos un paseo para ir con la abuela o con los niños. De
hecho, en los primeros momentos, uno de nosotros sufrió un traspié y se dio un
buen golpetazo que por suerte no revistió gravedad y pudimos continuar la
excursión.
Hace años me contaron un chiste que viene al caso, ambientado en Galicia pero válido para cualquier parte del mundo. Un par de caminantes realizando el Camino de Santiago llegan a un pueblo y preguntan a un señor mayor cuanto tiempo se tarda caminando al pueblo siguiente. El anciano les mira y remira, pero no les contesta. Aburridos, acaban por seguir camino y, cuando llevan andados unas decenas de metros, oyen la voz del anciano que les dice: «Una hora y media más o menos». Los caminantes vuelven y le preguntan por qué no se lo ha dicho antes. El anciano les mira con cara circunspecta y dice: «Hasta que no he visto lo lento o rápido que andaban Vds. no he podido calcular el tiempo que iban a tardar».
Por
la falta de información, o mejor, por la (des)información o la
(mala)información, al final nos faltó tiempo para disfrutar del asentamiento
que es verdaderamente espectacular y muy recomendable, señalizado con paneles
informativos y en un entorno situado en el alto de un testero desde donde se ve
la ciudad de Ávila y la llanura anexa por el oeste. Pero el acceso, el dichoso
acceso… los «unos 20 minutos» dependen del caminante y fueron realmente en nuestro caso 50 minutos; será
que estamos mayores o que no sé mirar en internet y que no me fijo o no sé
interpretar lo que significan «unos 20 minutos».
Mochufas es un vocablo inventado por
el escritor Santiago Lorenzo y que aparece en su libro, muy recomendable, «Los
asquerosos», del que se puede ver una reseña en el blog amigo de «A leer que
son 2 días» pulsando en este enlace. En mi interpretación, un
mochufa es el urbanita que llega al
mundo rural como elefante en cacharrería con sus archiperres de la ciudad, sus
ruidos, sus barbacoas, sus juergas… que chocan frontalmente con la quietud y la
vida placentera de un pueblo de esos de la llamada «España olvidada».