A
medida que van pasando los años es conveniente hacer una revisión de las
limitaciones de cada uno. Lo ideal sería hacerlo con informaciones de
experiencias en carnes ajenas, pero muchas veces se experimentan, por desgracia,
en las propias. Durante mi vida me han gustado algunos deportes que el paso del
tiempo ha acabado por arrinconar. De los que todavía van quedando, el
senderismo es uno de los que está todavía a mi alcance físico. Aunque las
rodillas, con cuatro operaciones de menisco, van dando señales de degaste,
todavía se pueden acometer algunas caminatas para disfrutar de entornos
idílicos.
En
este blog he contado algunas experiencias, como por ejemplo en la entrada
«URDÓN» en la que comentaba la exigente subida que supone salvar la altura entre el
desfiladero de La Hermida y el pueblo de Tresviso. Fue mucho peor la bajada por
las piedras sueltas en numerosos tramos. También en la entrada «SENDERISMO» hablaba de algunas claves para acometer y disfrutar rutas novedosas
utilizando la tecnología actual que nos permite llevar un ordenador con GPS en
la palma de la mano.
Hace
unos años, en una visita al pueblo de San Vicente del Monte, Cantabria, cercano
a donde pasamos las vacaciones, vimos un panel informativo cerca de las
escuelas que cantaba las excelencias de una ruta que llegaba hasta una calzada
medieval denominada Cambera de los Moros. Quedó en la mente que podría ser una
de las rutas a acometer. El año pasado localicé los trazados de la ruta en la
aplicación WIKILOC, la cargué en el móvil y mi mujer y yo nos lanzamos tras
ella. Tuvimos mala suerte, pues en un camino estrecho sin posibilidad de salida
por los laterales nos encontramos con dos vacas, a las que fuimos «empujando»
durante un buen trecho, hasta que llegaron a una valla que cortaba el paso, con
lo que se dieron la vuelta. Lo mismo tuvimos que hacer nosotros y quedó
abortada la expedición.
El
runrún seguía y este año nos han visitado en nuestras vacaciones Manolo y
Maribel, expertos andarines y buenos amigos, con los que comentamos la
posibilidad de hacer la marcha. Nos animamos a ello y el pasado miércoles,
donde se anunciaba lluvia a partir de las seis de la tarde, a eso de las once y
media nos pusimos en marcha. Según la información de la ruta descargada, se podía
hacer en algo más de cuatro horas, donde también se comentaba que no se hiciera en
día de lluvia por la posibilidad de resbalones. Se veía algo de niebla en las
alturas, pero pensábamos que no íbamos a llegar hasta ellas.
La
caminata fue un suplicio. El desnivel a salvar, más de ochocientos metros, era prácticamente de frente, la
calzada existía en un tramo de algo más de un kilómetro, pero en muchas zonas
estaba oculta. A pesar de que no llovía, la humedad ambiental convertía las
piedras en un cristal de hielo donde había que poner los pies con mucho
cuidado. Nos metimos en la zona de niebla, donde gran parte de los tramos eran
trochas abiertas por el ganado que estaban impracticables por el barro, lo que
dificultaba enormemente el avance. Como resultado de todas estas dificultades,
en las primeras cuatro horas habíamos cubierto seis kilómetros y aún llegados a
lo más alto, la niebla impedía ver el paisaje que según informaciones y fotos
de otros senderistas alcanzaba hasta el mar.
Reanudada
la marcha tras una pequeña parada para tomar un tentempié y recobrar fuerzas,
íbamos por una cuerda donde teníamos a nuestra derecha un precipicio cuando nos
encontramos un rebaño de vacas que nos impedía el paso. ¡Otra vez las dichosas
vacas! Nos miraban altaneras, desafiantes, y ni se inmutaban con nuestros
chillidos y aspavientos. La posibilidad de volver para atrás estaba descartada
a estas alturas y el tiempo iba corriendo: eran ya las seis de la tarde y
quedaba camino por recorrer, así que había que pasar como fuera. No
encontrábamos una piedra ni nada arrojadizo en aquella pradera verde. Por fin,
saltando una valla pudimos hacer acopio de piedras y lograr que las vacas se
apartaran de nuestro camino para poder pasar.
Todo
lo que se sube… se tiene que bajar, especialmente cuando se trata de una marcha
circular en la que tienes que volver al punto de partida. La bajada discurrió
en gran parte por una torrentera seca, llena de surcos, piedras sueltas y
enormemente resbaladiza. La lluvia anunciada en los pronósticos del tiempo hizo
acto de presencia con lo que era un suplicio encontrar donde poner el pie en
cada paso para poder avanzar, cuestión que hacíamos con gran dificultad y mucha lentitud. En un traspié, Maribel dio un resbalón y cayó a uno de los surcos
golpeándose la cabeza con una piedra. Un batacazo tremendo que no tuvo
consecuencias graves y que nos permitió seguir la marcha, pero extremando
todavía más las precauciones. Tras algo más de nueve horas de marcha logramos
llegar a nuestro destino. Eran casi las nueve de la noche y estábamos agotados,
empapados, doloridos, Maribel magullada y todos pensando cómo nos habíamos
metido en este fregado.
Lo
positivo de todo ello es el aprendizaje de varias cuestiones por medio de esa
experiencia. Un refrán popular, machista y perdón por utilizarle, dice que «al papel y a la mujer, hasta el culo le has
de ver». En el futuro revisaré con mucho cuidado las condiciones de las
marchas y las opiniones de los que las suben a WIKILOC y valorando por sus características
la veracidad de los calificativos de fácil, moderado o difícil, que como ya es
sabido van en función de las personas. Otra cuestión es que las baterías de los
móviles se gastan si la ruta se alarga o hay dificultades, con lo que hay que
llevar un buen repuesto. En suma, pueden surgir complicaciones que cuando se es
joven se pueden solucionar de forma muy diferente que cuando ya se va teniendo
una edad. Hay que hacer ejercicio físico, pero para disfrutar, no para sufrir o
meterse en líos, especialmente en rutas de montaña donde las condiciones climatológicas
pueden cambiar en minutos.