Hace
ya casi ocho años, en enero de 2011, escribía en este blog la entrada
«OBSOLESCENCIA». Era un concepto algo novedoso en aquella época pero que se ha
puesto muy de actualidad poco a poco, tanto que ya hasta organismos oficiales
europeos se preocupan incluso de intentar regular por ley esas prácticas que
algunas empresas tienen muy en cuenta para propiciar que la rueda de la
economía no se detenga. Como bien dice mi estimado profesor Antonio Rodríguez
de las Heras, los arqueólogos del futuro, cuando hurguen en nuestros basureros,
se sorprenderán de la cantidad de aparatos casi nuevos y en perfecto estado de
funcionamiento que encontrarán y se harán cruces de cómo han podido ser
desechados por sus propietarios. Por cierto, el documental al que se hacía
referencia en aquella entrada sigue disponible y sigue siendo recomendable su
visionado que puede acceder desde este enlace.
La
grapadora que puede verse en la imagen es, al menos, de los años sesenta del
siglo pasado. Era propiedad de mi padre y la usaba en la oficina de una empresa
de construcción donde trabajaba por las tardes para complementar el exiguo sueldo
de cartero de la época. Cuando se jubiló me la regaló, con lo que ahora la
tengo yo. Es de la marca «El Casco», una empresa vasca fundada en 1920 que sigue ofreciendo sus productos casi un
siglo después. La grapadora en cuestión sigue a la venta hoy en día y he podido
encontrarla en un precio algo superior a los 70 euros en unos grandes almacenes
de esos de venta por internet, por lo que supongo estará disponible en
comercios y papelerías. La propia casa fabricante la ofrece en su página web en
modelos incluso chapados en oro de 23 quilates para escritorios más
prestigiosos en un precio en estos días de noviembre de 2018 de 270 euros.
En
aquella oficina, en la que laboré yo mismo durante cuatro años a caballo entre los
años sesenta y setenta del siglo pasado, había más utensilios de El Casco. Aparte
de la taladradora o perforadora de papel, recuerdo una especial sensación de
placer al utilizar el afilalápices, un aparto voluminoso fijado mediante una
palomilla en una esquina de la mesa del jefe y que había que accionar mediante
una manivela. Los lápices se usaban en aquella época, si, los clásicos, los de
madera, y había que afilarlos, sacarlos punta, con regularidad. Luego ya vinieron los portaminas
y los sacapuntas. Supongo que al igual que la grapadora, la perforadora y el
afilalápices seguirán funcionando allá donde estén, si es que los herederos de
los dueños de aquella oficina los conservan.
Con
el paso del tiempo hay algunas cosas que siguen igual. Hay multitud de grapadoras
con nuevos diseños, manuales o motorizadas, pero las grapas que utilizan son
las mismas de toda la vida. La grapa, «pieza
metálica pequeña que se usa para coser y sujetar papeles» tampoco ha
cambiado en su diseño y poco margen tiene para hacerlo. El tamaño 23 es el
recomendado para la grapadora antediluviana de la imagen. Algo parecido ocurre con el clip, «utensilio
hecho con un trozo de alambre, u otro material, doblado sobre sí mismo, que
sirve para sujetar papeles».
Los hay de colores, de metal o de plástico, grandes, pequeños… pero en esencia
su diseño sigue siendo el mismo de todos los tiempos y se siguen utilizando
como antaño.
Una
grapadora no deja de ser un frío objeto de metal. Pero cuando uno sabe su
historia siente una especial sensación al usarla de vez en cuando. Y el hecho
de siga en perfecto estado casi hace presuponer que sea eterna, pues no sufre
un gran desgaste, aunque el hecho de haya piezas de repuesto sugiere un posible
deterioro, que supongo llegará con un uso diario e intensivo, que no es mi
caso. Espero que no conozca la obsolescencia y que mis hijos puedan seguir
disfrutando de ella en el futuro.
Y ya
que me he puesto nostálgico con «ACHIPERRES» viejos, me he dado una sesión de cálculo en mi vieja «FACIT», también con su manivela igual que el afilalápices, solo que adelante
para sumar y atrás para restar. Sensaciones, ciertas, del pasado, recobradas en
la actualidad. Por cierto, ahora «achiperres» es incorrecto, hay que decirlo
con una «r» añadida, archiperres, para cumplir con el diccionario actual.