Dudo mucho que la obsolescencia pueda considerarse una
enfermedad y que exista alguna medicación para su cura. En los comienzos de
este blog, allá por enero de 2011, una entrada titulada precisamente
«OBSOLESCENCIA» aportaba algunas reflexiones sobre este fenómeno al que nos
vemos abocados por el progreso tecnológico y por una sociedad eminentemente
mercantilista que necesita consumir más y más para no pararse y llegar al caos.
Sin ir muy lejos, nuestros padres se echarían las manos a la cabeza al vernos prescindir
de aparatos nuevos por haber salido al mercado otros más avanzados.
No puedo dejar de referenciar en este asunto —una vez más— a
mi admirado y recientemente desaparecido maestro Antonio Rodríguez de las Heras
que decía que los arqueólogos del futuro, cuando pasados algunos cientos o
miles de años vengan a escarbar en nuestros sedimentos, quedarán asombrados de
la cantidad de cachivaches completamente nuevos y en perfecto funcionamiento
que han sido desechados. Sería interesante conocer cuántos aparatos de vídeo o
reproductores de CD se quedaron anticuados y desaparecieron de las casas
sustituidos por discos duros o «Alexas», «Siris» o similares.
Como todo en la vida, hay grados: aunque sea difícil
resistirse, aunque no nos lo pongan fácil, se puede cuando menos intentar. Un ordenador con cuatro o cinco años podría considerarse una
antigualla. Mientras funcione podemos resistir, pero si tiene alguna avería,
algún mal funcionamiento, pocas personas piensan en su reparación y empiezan a
buscar uno nuevo.
En estos meses de confinamiento pasados, los ordenadores,
tabletas y teléfonos han echado humo, usándose muchas más horas de lo normal.
En casa tenemos la suerte de tener cada uno su ordenador, de forma que no ha
habido peleas por su uso como ha ocurrido en otras casas donde hasta los niños
de infantil tenían clase telemática con su profesora, lo que obligaba a la
madre o al padre a dejar de teletrabajar durante un rato para que su hija
pudiera recibir la clase de la o el «seño».
En uno de esos frecuentes usos, mientras mi hija atendía una
de sus clases de universidad en la mesa de su habitación al tiempo que se
tomaba su desayuno de tazón de leche… Sí, lo que se imagina Vd., un despiste,
un mal movimiento y el líquido aterrizó en el teclado de su casi reliquia de
ordenador portátil, un MAC con siete años de antigüedad y funcionamiento pero
que iba a las mil maravillas y hacía el servicio. Unas operaciones rápidas de
desmontaje y limpieza evitaron mayores estragos y se tuvo la tremenda suerte de
que lo único que (al parecer) quedó afectado fue la batería, que se hinchó y se
sulfató. Por lo menos el ordenador, enchufado a la corriente, seguía
funcionando a las mil maravillas.
Acabadas las clases de la universidad se imponía tomar una
resolución, siempre con la espada de Damocles encima de la antigüedad del
aparato. Personados en el servicio técnico oficial de Apple dieron un
presupuesto inicial de 300 euros por el cambio de batería y de un disyuntor que
controlaba el proceso de carga. Pero ya nos avisaron que el servicio técnico
haría una revisión a fondo y caso de necesitar una reparación de mayor cuantía
nos avisarían telefónicamente para su aceptación.
El jueves de esta semana mi hija recibe la llamada: 1.300
euros. Inviable, no merece la pena, por la antigüedad del aparato y porque con
ese dinero se compra uno nuevo casi similar y actualizado. Y yo entiendo que
Apple tenga sus estándares y repare con sus procedimientos, pero a mi hija se
le cayó el alma al suelo y empezó a pensar como esquilmar sus alcancías para
comprar uno nuevo incluso asumiento con dolor renunciar a su MAC y pasarse a
uno convencional con Windows que son más baratos, mucho más baratos, que ya
sabemos lo que cuesta exhibir el logotipo de la manzanita. En ningún momento mi
hija, con sus plantamientos actuales, pensó en hacer otra cosa.
Pero hay más opciones. El mismo jueves por la tarde, tras la
llamada, la planteé el comprar una batería compatible y cambiársela nosotros.
Estábamos hablando de «invertir a fondo perdido» 59,99 euros que podían devolver a
la vida al ordenador o quedarnos en la misma situación en la que estábamos.
Aunque no estaba muy convencida, admitió esa solución y aquí entró en juego la
modernidad esa que nos obsoleta pero que a la vez nos da alas: pedida la
batería por internet en ese sitio en el que todos estamos pensando, recibida el
viernes por la tarde, cambiada sin mucha dificultad y…¡voilá!, el ordenador vivito y coleando, funcionando de nuevo. Un
ordenador muerto y para el arrastre que a las 24 horas estaba dando servicio… ¿Por
cuánto tiempo?
En la foto incial de esta entrada vemos el ordenador
descuajaringado —descuajeringado también se admite—, con los seis elementos que
componen la batería arrancados en el proceso de su sustitución. Y justo encima
de este párrafo la foto con el proceso a punto de terminar y cerrar la tapa
antes de cruzar los dedos y rezar para que todo funcionase como así ocurrió.
Justo es reconocer que hay infinidad de vídeos en Youtube y
en páginas web que cuentan cómo realizar este cambio y que no es un proceso
complicado. Aunque Apple complica un poco la cosa por la cabeza de los
tornillos utilizados, la batería comprada viene con dos destornilladores,
imantados, además, que obvian este posible contratiempo.
Veremos lo que dura, pero por el momento el portátil de mi
hija ha escapado a esa enfermedad de la obsolescencia y parece que va a tener
cuerda para un tiempo más.