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domingo, 22 de octubre de 2023

NYCmarathon 1de3


El primer domingo de noviembre de cada año tiene lugar en Nueva York su mundialmente famosa maratón. Más de 50.000 participantes de muchos países del mundo se dan cita allí para disfrutar de una fiesta y ver cumplido su sueño. Yo tuve la dicha de estar allí en 1997: de cómo se gestó todo aquello escribí unas líneas que voy a reproducir en esta y las dos siguientes entradas del blog.

a Arturo,

que me metió este bendito veneno en el cuerpo

a Miguel Ángel,

que me arrancó el sí un día en Sevilla

a Mercedes,

que soportó muchas horas de entrenamiento

a los otros maratonistas,

Félix, Juan Carlos, Ricardo, Montse, Luis, Carmen, Andrés, Víctor

 que compartieron entrenamientos y momentos pletóricos

a muchas compañeras y compañeros,

que alentaron con mensajes entrañables la consecución de este maratón

 

Alone for miles, for hours

in his own world

exhausted yet exhilarated

his spirit is strong

as he burst into the stadium

 

Allá por octubre de 1.992, un compañero de trabajo, Arturo, empezó a manifestar sus intenciones de «demostrar» como él decía, que un gordo y fumador podía correr una maratón. Este tema de una prueba tan tremenda era un asunto que yo tenía pendiente y muy relegado, aunque no olvidado, pero el paso del tiempo lo iba poniendo en un lugar más y más alejado de la realidad.

      Arturo cambió su hora de comida en el trabajo por el deporte, comenzando a entrenar en un polideportivo cercano. Aquel año no llevó a efecto su «amenaza» debido a que las zapatillas que tenía no eran las adecuadas. Pero no cejó en su empeño, y al año siguiente, con unas zapatillas nuevas y con un entrenamiento durísimo, culminó su primera maratón por debajo de las cuatro horas. Fue un día lluvioso de abril de 1.994 y yo lo único que hice fue asistir a la prueba en algunos puntos del recorrido, aplaudir y hacer algunas fotos. En el fondo, me emocioné: Arturo nos había demostrado que un gordo y fumador ... Aquel mismo día hice la intención de correr la maratón de Madrid al año siguiente.

      No debió de ser muy en firme la intención. Al año siguiente Arturo corrió su segunda maratón de Madrid. Yo junto con el sr. Martínez asistí a los comienzos de la misma, pero mientras los corredores acababan la prueba nosotros nos apretábamos un espléndido cocido gurriato en un restaurante de la sierra madrileña. Vaya contraste.

      En octubre, tras las vacaciones de verano, Arturo siguió intentando convencernos para la causa. Miguel Ángel y yo empezamos a cambiar la comida por el deporte, no solo carrera: tenis, gimnasio, pádel, etc. Yo andaba rondando los 100 kilos de peso en esa época, que para mis 1,66 de altura eran demasiados. El primer día que corrí, unos trescientos metros que debe tener la vuelta al campo de fútbol del Barrio del Pilar, creí que me moría. Lo veía imposible, pero allí estaba Arturo animando y dando consejos: un rato andando, un rato corriendo y despacio, poco a poco…

      Casi sin darme cuenta culminé un día la vuelta completa al inolvidable circuito del Polideportivo del Barrio del Pilar: 1.400 metros con su cuesta arriba y su cuesta abajo. Poco a poco fueron subiendo las vueltas hasta cinco: ¡siete kilómetros! Arturo había acumulado una gran experiencia en todo esto del correr y sus innumerables consejos sobre respiración, saliva, estiramientos, cadencia, etc. etc. fueron primordiales.

      Por aquellos finales de diciembre se celebraba en Madrid la San Silvestre Vallecana, en su versión popular. Eran casi 10 kilómetros por las calles de Madrid. Nos apuntamos los tres. Era mi primera carrera «oficial». El domingo anterior hice un test de correr esa distancia por el Camino Horizontal, que estaba completamente nevado. Dos idas y vueltas me animaron a que podría completar la San Silvestre.

      El día de la prueba estaba absolutamente nervioso. Los tres juntos fuimos muy bien, pero la última cuesta ya dentro de Vallecas se me atragantó, manifestando que me paraba. Arturo no lo consintió y me dio un último aliento que me permitió llegar a la meta. El tiempo, casi una hora, era lo de menos, nos preocupaba otra cosa.

      Arturo y Miguel Angel decidieron correr la maratón de Sevilla, a finales de febrero de 1.996. Me daba mucha envidia, pero no estaba preparado, aunque me brindé a acompañarles en el viaje. Junto con ellos fuimos Dori, Alberto, Ilia y yo. Les seguimos en algunos puntos del recorrido, pero desde el kilómetro 20 nos fuimos directamente a esperarles a meta, en el Parque de María Luisa. Arturo apareció, hecho una verdadera pena, sobre las 4:20. Sangraba por la espalda, por los pechos, cojeando, peor aún, arrastrando una pierna, ni siquiera nos vio a pesar de los gritos que le dimos. Miguel Ángel no aparecía. No sabíamos que había pasado. Pero a los 4:42 se le vio a lo lejos, despacio, pero con determinación, estaba a punto de culminar su primer maratón, otro gordito para la causa. Arturo tenía razón. Miguel Angel tampoco nos vio y entró triunfante en la meta.

      Junto con Dori y los niños fuimos a esperarles a la salida, por la parte posterior de la Plaza de España. Por allí salieron los dos, hechos polvo, pero con sus espléndidas medallas de maratonistas colgando de sus cuellos. Nos abrazamos emocionadamente, pero Miguel Angel manifestó que era la primera y la última maratón. Era demasiado. De pronto, se me quedó mirando fijamente y me dijo: «Si corres la de Madrid voy contigo».

      Estaba pillado. Ahora o nunca. Quedaban dos meses. Yo sería el tercer gordito en apuntalar la particular teoría de Arturo si conseguía prepararme en los dos meses que quedaban. Seguía con un elevado peso y continuaban las molestias en la espalda. Arturo sugirió un cambio de zapatillas y empecé a preguntar a especialistas. Al final, por mi peso y mis características de pisada me recomendaron unas Saucony Grid 9000 (que por cierto costaban pesetas quince mil). Las compré y el primer día que corrí con ellas comprendí lo importante que son unas zapatillas adecuadas en esto de la carrera. Las molestias de espalda desaparecieron y, comparadas con las anteriores, era como llevar unos amortiguadores en los pies.

      Estábamos metidos de lleno en el entrenamiento para la de Madrid. Nosotros tres y otro compañero, Félix, adoptamos un plan que había publicado MAPOMA, la organización de la maratón de Madrid. El ambiente era formidable y un mes antes nos apuntábamos a la que sería mi segunda carrera «oficial»: los 20 Km de Madrid, un mes justo antes de la maratón.

      La carrera de los 20 Kms fue preciosa. Los nervios no me dejaron dormir la noche anterior. Nunca en mi vida había corrido esa distancia. Solo fuimos Arturo y yo. Tuve problemas en el kilómetro 15 y tuve que andar unos 500 metros por un tirón en la pierna, pero me recuperé y acabé en 2:02. La entrada en el Estadio Vallehermoso era imponente. Arturo estaba en la puerta: «Despacio, disfruta de la vuelta, te lo mereces». La vuelta al estadio, por la pista de tartán por la que habían corrido en años anteriores tantos y tantos atletas de élite mundial era imponente. Hacía el centro estaba esperando Mercedes que me dio el aliento definitivo para llegar.

      Al domingo siguiente quedamos los cuatro, Arturo, Miguel Angel, Félix y yo, en la casa de campo, para hacer un test definitivo de cara a la maratón. Félix, gran conocedor de la Casa de Campo de Madrid, nos llevó por sitios preciosos y desconocidos hasta completar 2 horas y 30 minutos de carrera continua. Quizá pudiera acabar la maratón.

      Por fin llegó el día. No pude dormir en toda la noche. Eran muchas cosas en las que pensar. Hidratación, ropa, zapatillas, ampollas, vaselina y toda esa jerga que rodea al corredor y a la carrera y de la que poco a poco me iba enterando. Arturo nos dejó a los otros tres en los primeros kilómetros. Habíamos decidido acabarla, si podíamos, los tres juntos. Fuimos bien hasta el Km. 27, en los comienzos de la casa de campo. Ahí me llegó mi muro y paré de correr, comenzando a andar. Miguel Angel se quedó conmigo y convencimos a Félix para que se fuera, que él podía. Entre andando y corriendo lo que pudimos, animados por el Aleluya de Príncipe de Vergara, alcanzamos el retiro en 5:04. Entramos abrazados en la meta y llorando de emoción. Félix había entrado junto con su hermano y su cuñada en 4:30 en la también su primera maratón, pero Félix no estaba precisamente gordito, sino todo lo contrario Nos estaban esperando las mujeres y novias respectivas y el sr. Duato que plasmó fotográficamente el evento. Miguel Angel, Dori, Mercedes y yo cubrimos andando como pudimos la distancia al Hotel Ritz y celebramos allí nuestra consecución, aunque con pequeño problema: la comida era de buffet y había que levantarse a por ella.

Durante la carrera y al final de la misma yo también me aseguré con aquello de «la primera y la última». El esfuerzo de los entrenamientos y luego la propia carrera era demasiado. La verdad es que las «secuelas» positivamente hablando, de la carrera eran imponentes. El ejercicio de autoestima, de afirmación personal, las experiencias, los momentos compartidos y vividos, los kilómetros hechos en solitario o en compañía, la sensación esa de «ganar» en la maratón (todos ganan nos habían dicho… y era verdad) y otras tantas emociones y sentimientos eran muy buenos, pero... aun así «una y no más». En los días siguientes seguimos con las carreras al mediodía, pero mucho más espaciadas. No había objetivo a la vista.

(Continua en la siguiente entrada [enlace])…