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domingo, 19 de octubre de 2025

SIEMPRE

 
Llevo ya más de veinticinco mil días en este mundo, lo que equivale a unas cuantas décadas de vueltas alrededor del Sol. Esta semana me he estrujado el magín para explorar ver que productos han estado presentes siempre conmigo. Habrá más, pero he seleccionado los tres que recuerdo.

Pinzas (de la ropa)

Hoy en día las hay de mil formas, colores y materiales, pero las clásicas de madera perduran y, confieso, son las únicas que me gusta utilizar cuando cuelgo la ropa en el tendedero. Son las que pueden verse en la imagen. Según la Wikipedia, en 1853 David M. Smith de Springfield, Vermont inventó una pinza con dos puntas conectado por un fulcro, más un resorte. Por una acción de palanca, cuando las dos puntas pellizcan en la parte superior de la pinza, la punta abre, y cuando es liberada, el resorte cierra las dos puntas, creando la acción necesaria para sujetar.

De muy pequeño recuerdo, en el pueblo toledano de mi madre, acompañar a mi tía al lavadero para después ayudarla a tender la ropa al sol, sin pinzas, encima de arbustos o plantas de la zona. Más tarde había que volver a por ellas y poner cuidado en no llevarse alguna que fueran propiedad de otros. En mi casa siempre ha habido tendedero, de una ventana a otra, aunque con el tiempo las autoridades llegaron a prohibir esta práctica si las ventanas daban a la vía pública. Ya por entonces estaban las secadoras, pero el secado no era el mismo que al aire y al sol, además del gran deterioro que producían, y siguen produciendo, a la ropa.

Pero, en mi caso, no solo he utilizado las pinzas para tender ropa. En las muchas horas pasadas en mi laboratorio de fotografía en blanco y negro, carretes y fotos se secaban sujetos por pinzas en cuerdas a modo de tendedero. En juegos de chicos las hemos utilizado para jugar a la toña —se hace saltar del suelo un palito (pinza) de doble punta sacudiéndolo con un palo—. En tareas de bricolaje han servido de forma auxiliar a calzos, protectores de madera ante los gatos y mil cosas. Por no ser exhaustivo, la última utilización, increíble, ha sido en un curso práctico de paleografía utilizándolas a modo de plumilla para generar trazos anchos y estrechos con la tinta china.
 

Cola Cao

Según la Wikipedia, los orígenes de Cola Cao se remontan al año 1945 en Barcelona, en un pequeño local en pleno barrio de Gracia. Allí, dos emprendedores (José María Ventura y José Ignacio Ferrero) se pusieron a trabajar en un producto elaborado artesanalmente que se registró bajo el nombre de Cola Cao en 1945, aunque no fue hasta 1946, un año después, que salió al mercado.

En casa se utilizaba el Cola Cao, pero en el colegio nos daban a la hora del recreo una botella de cristal de leche Clesa que era un programa del gobierno para alimentar correctamente a la chavalería. La leche sola, a temperatura ambiente, no me gustaba mucho por lo que me llevaba de casa un sobrecito de cacao que no era precisamente de la marca Cola Cao, porque se vendía en grandes bolsas. Utilizaba una marca llamada Toddy, hoy desaparecida, porque se podía adquirir en sobrecitos, que volcaba en la botella de leche para hacerme un batido.

El Cola Cao sigue en casa aunque por aquello de las dietas y las gorduras procuro utilizarlo lo menos posible, pero siempre hay alguna ocasión: me sigue gustando con locura, especialmente bien cargado de Special K, pero, ya digo, de forma muy esporádica. A mi hijo, sin embargo, no le gusta el Cola Cao y prefiere la alternativa Nesquik: se disuelve bien en leche fría, cosa que no ocurre con el Cola Cao.

En alguna ocasión, confieso, ataco el Cola Cao de forma directa con cuchara como alternativa a tomar algo dulce cuando no hay chocolate en casa. Pecadillos veniales.
 



Bolígrafo BIC

Siguiendo con información de la Wikipedia, el bolígrafo BIC en su forma original que luego se bautizó como «cristal» cuando aparecieron otras variantes es un bolígrafo económico y desechable producido a gran escala y vendido por la compañía francesa Société Bic con sede en Clichy. Es el bolígrafo más vendido del mundo y su diseño es considerado uno de los mejores de la historia. Empezó a comercializarse en 1950. 

Utilizado durante toda mi época estudiantil, hasta acabar bachillerato y COU, el bolígrafo parecía eterno. De hecho, recuerdo que pocos llegaban a agotarse pereciendo con anterioridad debido a los muchos usos alternativos que le dábamos como mordisquear en las clases el tapón de la parte superior o el capuchón. Con bolitas de papel o granitos de arroz era una cerbatana perfecta para incordiar a los compañeros. También para muchos, yo nunca lo conseguí, esa práctica de voltearlo continuamente en los dedos con una precisión envidiable, vueltas y vueltas sin parar y sin que se les cayera de las manos. En muchos sitios oficiales, esta semana en una notaría, siguen dándote los BIC para firmar; muchas veces atados con un cordel porque la gente se los lleva, queriendo o sin querer.

Confieso que en algún momento de mi infancia, traicioné temporalmente al BIC. Yo tocaba la bandurria en una rondalla municipal. En una ocasión acudimos a animar el cumpleaños de una joven a un chalet de postín. Aparte de un buen convite, a cada uno de los músicos nos regalaron un, solo uno, bolígrafo que, por aquellas fechas de principios de los 60 del siglo XX, empezaba a ser alternativa. Se llamaba Bolín y era retráctil, esto es, no llevaba capuchón y con un mecanismo pulsador y muelle salía y entraba la punta para escribir. Lo conservé tiempo hasta que se gastó y volví a los BIC.