El
título de la entrada de esta semana parece que pudiera tratarse de un apellido,
de los más extendidos en España, que llevan multitud de personas reales como un
tenista famoso, una cantante o mi buen amigo Miguel Ángel, o ficticias como un
súper agente, pero en realidad se trata de un nombre propio, una evolución
curiosa de uno de otro idioma, «Lopepe»,
que significa «veloz» y que fue el
elegido por una madre sur sudanesa para su hijo nacido en 1985 en la aldea de
Kimontong en plena guerra civil y de secesión de Sudán, una guerra que duró más
de 20 años y se llevó por delante la vida de cerca de dos millones de civiles,
muchos de ellos asesinados. Por aportar más datos es el nombre, no el apellido
sino el nombre, del atleta que puede verse en la fotografía.
No
recuerdo si el ocho de agosto de 2008 estaba sentado frente al televisor viendo
la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín, aunque lo más
probable es que sí estuviera pues es un evento que no me suelo perder, así como
estar clavado frente a la pantalla el mayor tiempo posible durante la
celebración de las pruebas, especialmente las de atletismo. Por unanimidad, resultó
elegido por sus compañeros para portar la bandera en el desfile inaugural el
atleta mediofondista López Lomong que se había nacionalizado tan solo un año
antes. Con posterioridad, llegó a participar como un atleta más representando a
su país de adopción en los juegos de Londres de 2012.
La
historia de cómo llegó un niño sudanés del sur a representar en unos juegos
olímpicos a los atletas norteamericanos es todo un ejemplo de superación, de
constancia , de lucha, de agradecimientos y de situaciones encadenadas que
dicen mucho de la raza humana, capaz de estas proezas al mismo tiempo que
causante de los mayores males contra sí misma. Toda la historia está reflejada
en un libro escrito por su protagonista, López «Lopepe» Lomong, ayudado y
aconsejado por Mark Tabb. El libro se titula «Correr para vivir. De los campos de exterminio de Sudán a las
olimpiadas». Una reseña del mismo puede verse en este enlace.
Comencé
la lectura el lunes por la noche de la semana pasada en el momento de acostarme
y lo rematé casi de un tirón el martes, teniendo que reconocer que me inundaron
muchos sentimientos de emoción cercanos a las lágrimas al transitar por algunos
de los pasajes y comprobar como por encima de lo mejor y lo peor de la raza
humana, una persona constante y con fe en el futuro y en su Dios cristiano
llega a alcanzar sus metas tras duros sacrificios, numerosas zancadillas y multitud
de pruebas y sufrimientos.
No
es posible desgranar aquí la historia sin hacer lo que ahora se denomina
«spoiler» por lo que desde estas líneas recomiendo encarecidamente su lectura,
muy amena, entretenida, con momentos sobrecogedores jalonados de agradables
sorpresas y situaciones que pueden parecernos cómicas a los habitantes de la
llamada «civilización occidental». Una de ellas que recuerdo vivamente es
cuando el chaval se sube al Boeing 747 que desde Kenia vía El Cairo y Pekín le
conduciría a su nueva vida en Nueva York y varias veces pasa la azafata
ofreciendo la bandeja de comida; muerto de hambre, la rechazaba
sistemáticamente porque no tenía dinero para pagarla. Otra es cuando esperaban
todos los niños ansiosos a que llegaran los martes por ser el día en que se
depositaban en la basura los restos de la comida de los empleados del campo de
refugiados y podían tener un festín, una vez a la semana, liándose a codazos
entre unos y otros por alcanzar algún resto que suponía el más delicado de los
manjares para ellos. O estar jugando al fútbol con balones de trapo y verse
obligado nuestro protagonista a correr descalzo 30 Km. alrededor del campo de
refugiados para tras descomunal prueba recibir autorización para jugar al
fútbol. Y así un día tras otro en un campamento donde se carecía de todo lo
material y espiritual.
Llama
la atención la inquebrantable fe en su Dios cristiano en todo momento que le
permite sacar fuerzas de flaqueza y enfrentarse una tras otra a numerosas y
durísimas pruebas. Y más de resaltar es el continuo agradecimiento mostrado por
todo lo que recibe. Poco a poco va alcanzando sus metas, apoyado en todo
momento por su papá y mamá americanos a los que muestra verdadero
reconocimiento y devoción y que han demostrado su grandeza al acoger primero a
Lopepe y luego a otros niños perdidos en su casa y darles todo el cariño como
si fueran sus verdaderos hijos de una forma desinteresada. López persigue con
ahínco el conseguir algo de dinero para poder ayudar a los muchos niños y
familias que han quedado en Sudán y que no disponen de lo más elemental para
vivir y sobre todo para poder estudiar. Gracias a su esfuerzo y con una nula e
inexistente instrucción hasta los 15 años, consigue aprender un idioma nuevo y
graduarse en la universidad como director de hotel compaginando sus estudios
con los entrenamientos en atletismo para conseguir su sueño de ser olímpico,
como su ídolo Michael Johnson, aquel que cuando era un niño vio competir y
ganar en una televisión en blanco y negro a la que le dejaron asomarse a cambio
de algo de dinero; posteriormente le conocería y saludaría en persona y diría
que «La vida de López Lomong es una
verdadera fuente de inspiración: Una historia de coraje, esfuerzo, abnegación
que no se rinde ante nada, y de esperanza en medio de la desesperación. López
es un auténtico modelo».
Todas
comparaciones son odiosas y las diferencias y contrastes entre seres humanos
que han existido siempre ahora son universal y puntualmente conocidas al
instante. Oía en una conferencia esta semana que hay más teléfonos móviles en
el mundo que retretes mientras se mostraba una imagen de un pastor africano
hablando por su teléfono móvil mientras cuidaba su rebaño de vacas. Es probable
que viva en una choza sin agua, electricidad o aseo…
Tras la lectura de este libro han venido a mi mente, por asociación, otros dos que lei hace tiempoy que me propongo desde ahora mismo volver a leer. Uno de ellos es «El salón dorado», de José Luis Corral Lafuente, por la coincidencia en el comienzo de la historia con el rapto de un niño que al final se demuestra como un hecho positivo en su vida y otro es «Los Papalagi», de Erich Acheurmann, donde se muestran ante nuestros ojos los contrastes entre la vida
en una aldea africana y la gran ciudad a los ojos de un asombrado nativo que
descubre, entre otras muchas cosas, que las «chozas» de los blancos en la
«civilización» tienen varios pisos, puertas, ventanas y hasta… ascensor.