A pesar de que estar curtido en cien mil batallas, no pierdo
mi capacidad de asombro. Cuestiones que se van sucediendo día tras día y que le
dejan a uno perplejo y que tiene que asumir porque no dependen de uno y además
poco se puede hacer al respecto: esta sociedad consumista funciona así y aunque
con el tiempo cambiará, más por las malas que por las buenas, harán falta
muchos años, quizá siglos y yo ya no lo veré.
Hace ya muchos años, cuando en las ciudades y pueblos
supuestamente más avanzados del país las casas ya tenían máquinas lavadoras,
quedaban zonas donde existían los llamados lavaderos, edificios públicos que
han ido desapareciendo, pero de los que quedan algunos vestigios en algunos
pueblos. Las mujeres, mujeres casi siempre, se dirigían a ellos con sus cestos
de ropa y allí friega que te restriega hasta dejar las prendas limpias que
luego en algunos casos eran tendidas en el exterior encima de arbustos o
simplemente sobre la hierba. Y en algunos pueblos… ni eso. La visión desde un
puente de señoras del pueblo de Pinofranqueado lavando la ropa directamente en
el río de Los Ángeles a mediados de los años setenta del siglo pasado no se
borrará nunca de mi retina. No era exactamente pleno invierno, pero casi. Hacía
fresquito, eso por ser condescendiente.
En mis primeros años infantiles, no había lavadora en casa.
Sí había agua corriente y una tabla de madera especial para lavar la ropa en un
barreño grande que mi abuela o mi madre ponían en el centro de la cocina. En
aquellos tiempos se tendía la ropa en cuerdas en las ventanas y esas imágenes
eran corrientes en los pueblos. Con el tiempo se prohibió por el efecto
estético y o bien se recurría a patios interiores o a otras triquiñuelas. Más
tarde aparecieron las máquinas secadoras como remedio: más aparatos, más
trastos, más consumo.
Esta semana la lavasecadora
que se ve en la imagen ha dado el primer aviso. Y el último. La máquina tiene
─tenía─ 16 años, pero por el contrario muy poco uso, un par de meses escasos de
verano al año donde ya se sabe que se utiliza menos ropa y sin usar la
secadora, pues la ropa secada al sol y al viento queda mejor. Algún uso muy
esporádico en invierno y primavera y en estas ocasiones ya sí con la
utilización complementaria de la función de secadora por aquello de la
temperatura fría y húmeda en el exterior que no favorecía el secado natural de
la ropa.
Esta semana, a los tres minutos de haber iniciado cualquier
programa de lavado o de secado, la lavadora se apagaba, como si se la hubiera
desenchufado. Uno que ha vivido experiencias de estas con anterioridad en los
electrodomésticos piensa: la tarjeta, la famosa tarjeta electrónica, el
«corazón» de todos estos aparatos. Se impone la llamada al técnico, que en este
caso vino pronto, al día siguiente, a certificar lo que yo pensaba: la tarjeta,
que además no suelen ser precisamente baratas. Pero en este caso no era ni
barata ni cara, simplemente… no era. Al ser una máquina tan «antigua» ya no hay
repuestos. Por decirte esto te cobran la visita claro, es decir, que después de
haber quedado inservible, te cuesta un último dinero.
Aunque la respuesta ya me la suponía, se me ocurrió decirle
al técnico si no era posible reutilizar alguna de las piezas para reparaciones
de otras máquinas, que sé yo, correas, la puerta, el motor… hay algunos manitas
que fabrican sierras con motores viejos de lavadora o se los adosan a una
bicicleta. Respuesta esperada: «No, al menos nosotros en el servicio técnico
oficial no usamos piezas viejas; algún otro servicio técnico más generalista
quizá podría hacerlo».
Se imponía comprar una nueva y además lo más rápido posible,
que hoy en día no se puede estar sin lavadora, aunque, bueno, hay vecinos que
se prestan a hacerte una colada y además cada vez más proliferan esos comercios
con equipos de lavado industrial. Hubo suerte y trajeron la nueva rápido.
Cuando pregunté a los operarios que se llevaban la vieja si tenía algún uso, me
dijeron que directamente iba al punto limpio. Ni recuperación de piezas ni
nada, destinada a aumentar esos montones cada vez más ingentes de basura que los
ayuntamientos no saben dónde poner.