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domingo, 2 de enero de 2022

APRENSIÓN


Hay muchos asuntos de los que no estamos seguros en este comienzo de año. Me atrevo apostar que uno de ellos es todo lo relacionado con la pandemia de COVID y eso que llevamos ya nada menos que veintidós meses oyendo hablar del tema en todos los medios y a todas horas del día. Estamos inmersos en lo que se ha dado por llamar olas, nada menos que la sexta en España… ¿será la última? Mucho me temo que no.

Por mucho que procuremos estar informados, oficialmente en medios generalistas y extraoficialmente en blogs o redes sociales, no podemos llegar a ninguna conclusión porque lo que nos parece un día que es definitivo, al día siguiente ha cambiado. Los días de cuarentena, los días para desarrollar la infección, los test, los tipos de test, los contactos, los rastreadores… Un mundillo que nos está haciendo caer en la paranoia por mucho que tratemos de informarnos o incluso de todo lo contrario, no querer saber nada del asunto.

La llegada de los test caseros ha sido la guinda que ha rematado la cuestión. Podemos comprarlos —si los encontramos— en las farmacias y hacérnoslos en casa. Mi impresión es que en lugar de facilitarnos las cosas es contraproducente, y no porque sea un negacionista. Solo si nos da positivo sabremos que estamos infectados, pero si nos da negativo no tendremos la suficiente certeza de si lo hemos hecho bien, o si estamos contagiados y desarrollando la enfermedad, con lo cual… ¿podemos contagiar a otros, aunque el test haya dado negativo?

En mi familia estos días han sido de verdadera locura, con los malditos test. De farmacia en farmacia para conseguirlos, colas y esperas, para luego estar permanentemente en la duda. Hemos consumido en los últimos días ocho test, que no son precisamente baratos, pues rondan los 6 u 8 euros por unidad: total más de cincuenta euros en test para garantizarnos —y un jamón con chorreras— los contactos familiares en estas fechas.

Un ejemplo. Ayer día primero del año, queríamos visitar a familiares en una casa y luego comer con otros en otra. Antes de salir de nuestra casa nos hicimos tres test como el que se ve en la imagen y dimos todos negativo. Tranquilidad, pues, podíamos ir tranquilamente a hacer las visitas y a comer. Según nos vamos desplazando en el coche, recibimos la llamada de una cuñada en cuya casa estuvimos dos días antes jugando familiarmente al parchís. Tanto ella como uno de sus hijos se acaban de hacer un test y han dado positivo. Han pasado dos días… ¿estamos contagiados alguno de nosotros? ¿En fase de contagio? Nuestros test han dado negativo hace unas horas, pero… Como digo, la paranoia y el no saber cómo actuar.

En la primera visita optamos por subir una única persona, con todas las advertencias y todas las precauciones sobre mascarilla permanentemente, ventilación, distancias mantenidas escrupulosamente… pero en todo momento en vilo y con ganas de finalizar la visita por si acaso. El siguiente destino era en otra casa familiar pero esta vez a comer, que es casi como mentar a la bicha en estos días. ¿Nos quedamos a comer? ¿No nos quedamos? ¿Visitamos? ¿No visitamos? Para mí estaba claro que hiciéramos lo que hiciéramos ya la habíamos fastidiado. Es como cuando al gordito le ponen una paella riquísima delante: si come, engorda y si no come, su mente le dice que es tonto y que la paella estaría de vicio.

Al final nos quedamos a comer, con todas las posibles precauciones que en el caso de una comida no pueden ser tan extremas ya que hay que abrir la boca para beber y comer y tampoco se puede estar uno callado todo el tiempo. Pero el run-run se había instalado en nuestras mentes, toda la tarde dando vueltas al asunto y no sé si seguirá hoy. Pregunta: ¿de qué nos habían servido los test?

Me temo que por mucho que queramos informarnos no lo vamos a conseguir. Llevamos casi dos años dando vueltas a esto. Recuerdo al principio, cuando estábamos confinados en las casas, el salir a tirar la basura con mascarilla, guantes, subir la escalera a pie para no utilizar el ascensor, abrir las puertas con un garfio para no tocar las manecillas, al volver a casa dejar los zapatos en la entrada, embadurnarse manos y nariz con gel hidroalcohólico… Una verdadera y costosa parafernalia que a día de hoy parece, insisto, parece, que no era necesaria y no servía para nada.

Las informaciones son contradictorias, de los políticos y dirigentes, de los científicos, de los médicos, de los amigos, de las redes sociales… ¡uno no sabe realmente a qué atenerse! Lo mejor es tomar tus propias decisiones y tirar para adelante, haciendo las cosas con sentido común —el sentido común de cada cual— o dejándolas de hacer si van a ser motivo de aprensión.

Y como estamos en ello, aprensión es, según la RAE, «escrúpulo, recelo de ponerse alguien en contacto con otra persona o con algo de que le pueda venir contagio, o bien de hacer o decir algo que teme que sea perjudicial o inoportuno». Cada cuál tendrá que manejar sus aprensiones como pueda en sus relaciones, hablando u ocultando las cosas o, en caso extremo, dejando de relacionarse por un tiempo —especialmente con familiares, amigos o compañeros de trabajo— salvo cuando sea estrictamente necesario. Seguimos instalados en la aprensión, cada uno con la suya.