Tema recurrente. Solo han pasado dos semanas desde que escribía en este blog la entrada «SANIDAD» y no me puedo aguantar las ganas de volver a la carga. Las rayas rojas, esos límites teóricos, parece que no existen en la actual Sanidad (al menos en la Comunidad Autónoma de Madrid). En lo privado, siempre podemos elegir entre unas u otras compañías, o incluso optar por ninguna, si las prestaciones que nos ofrecen no nos satisfacen. Pero... ¿y en lo público? Son lentejas.
En esta España actual, desde hace más de cuarenta años, las competencias sanitarias están cedidas de forma completa a las Comunidades Autónomas. Mal que nos pese y a pesar de las controversias que hemos contemplado en estos últimos tiempos con la llegada de la pandemia de COVID, cada españolito tendrá una «sanidad» diferente en función de la Comunidad Autónoma en la que resida. Con ello, un segoviano no tendrá la misma que un madrileño, por poner un ejemplo de dos provincias que están territorialmente pegadas la una a la otra.
En la Comunidad de Madrid, los temas sanitarios han alcanzado un grado de deterioro descomunal en estos últimos años. Y nadie parece querer tomar las riendas. La técnica de ignorar los asuntos y dejar que pase el tiempo y se olviden las cosas es muy socorrida para ciertos políticos responsables de este desaguisado. Y ante algunas consideraciones de recuerdo, esgrimen que «eso ya se dirimió en las urnas». Elecciones mediante, las votaciones masivas a un partido «implican» que aquello está olvidado y perdonado. Por ejemplo, las muertes masivas de ancianos en las residencias entre otras cosas por la normativa de no llevarlos a los hospitales.
Pero no solo es eso. En esta semana se han intentado abrir las urgencias madrileñas con un caos importante. Sigo refiriéndome a la Comunidad de Madrid. Cuento a continuación un hecho, con detalles, que me ha sucedido personalmente; dispongo de los pantallazos correspondientes obtenidos en la App del teléfono inteligente, pero los omitiré para dar fluidez a esta entrada.
El lunes pasado acudo a mi médico de familia tras diez días de espera en conseguir una cita presencial. Se trata de un tema dermatológico que arrastro desde el verano y que no permite acudir a urgencias, que parece la alternativa en muchos casos. Ya suponía yo que esta visita era un puro trámite para conseguir la derivación a un especialista, cosa que finalmente ocurrió.
Con el número de referencia obtenido, intento conseguir la cita a través de la App del telefono. La primera información, de sopetón, es «no hay citas disponibles en su hospital de referencia». A continuación me ofrecen posibles citas en tres hospitales que distan setenta kilómetros de mi domicilio. Miro en esos tres, más por curiosidad que por otra cosa, y las citas ofrecidas son para mayo y junio del año que viene, 2023. Opto por no seleccionar ninguna.
El jueves me contactan telefónicamente para darme la cita. Se trataba de una persona que, de forma mecánica me asignó la cita que puede verse en la imagen para octubre de 2023… ¡un año de espera! No tuve oportunidad ni de dar las gracias, porque el cuelgue del aparato fue inmediato. Así vamos. Dentro de poco darán citas para dos años y seguirán y seguirán… No parece que haya nadie que considere que este deterioro manifiesto es vergonzoso, inadmisible a todas luces y que no podemos seguir así. ¿O sí que podemos?
Me consta, por información en medios y redes sociales, que esto no es un caso aislado. Si lo fuera todavía tendría un pase. Pero no lo es. Las agendas de los servicios médicos estarán llenas de citas que no llegarán a ser efectivas con toda seguridad. Un galimatías que todos alimentan y que nadie parece querer solucionar.
Para el lector que haya llegado hasta aquí, una curiosidad. He utilizado el título (IN)SANIDAD en esta entrada para tratar de conseguir un vocablo con significado contrario a Sanidad. Podría haber utilizado antiSanidad, aSanidad, desSanidad… pero no podría usarse inSanidad porque ese vocablo existe y tiene significado según el diccionario: «locura, privación del juicio».