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domingo, 20 de noviembre de 2022

TECLAS


Sigo con mi deseo de titular las entradas con una sola palabra. Con ello, hay veces que el título que se me ocurre resulta que ya ha sido utilizado con anterioridad, con lo que hay buscar una alternativa tirando de sinónimos en primer lugar. Pero hay veces que es díficil, si no imposible, encontrar una palabra adecuada. Solo queda añadir un número —algo que no me gusta— o poner algo que se acerque, como es este caso: el título «TECLADOS» ya ha sido utilizado anteriormente.

Parafraseando a nuestro genial Quevedo, hogaño podríamos decir que … Érase un hombre a un teclado pegado. Como una cosa natural y diaria, el uso de los teclados físicos o virtuales está presente a diario porque nos comunicamos mucho con textos escritos, principalmente en teléfonos móviles, tabletas u ordenadores.

A lo que vamos. Antaño, salvando los que por su profesión de administrativo o sus aficiones caseras usaran máquinas de escribir, los teclados eran una cuestión bastante restringida para el público en general. Yo fui uno de los que desde muy pequeñito me acerqué a la máquina de escribir, una vetusta de la marca ROYAL que utilizaba mi padre. Pesada como un demonio y cuyas teclas protegidas con cristal había que apretar con cierta determinación, hice mis primeros pinitos en ella, cuestión que me vino muy bien para aprobar mi oposición como auxiliar administrativo de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, hoy ya tristemente desaparecida. Allí, en mi primer destino en una oficina, seguí aporreando teclas de máquina de escribir y algunas de una máquina contable de marca Olivetti en la que se registraban los movimientos diarios.

 


Al poco tiempo, 1973, pasé a mis labores como informático y ahí ya el uso de teclados de todo tipo de máquinas era una constante: consola maestra del ordenador, máquinas perforadoradoras de tarjetas, pantallas de ordenador…. Luego, en 1980, llegó el primero de los ordenadores caseros con lo que además de los teclados en el trabajo empecé a utilizarlos en casa.

El teclado que figura en la parte superior de la imagen, que conservo y funciona perfectamente, es de los años 80: un teclado mecánico IBM, cuyas teclas suenan de forma penetrante —clon, clon, clon…— al utilizarlas y que es una delicia. Pero, obsérvese el cable de conexión al ordenador; se quedó anticuado y aunque existen conversores a USB, su uso fue quedando en el olvido, siendo sustituido por el teclado que actualmente utilizo, inalámbrico, el que está en el centro de la imagen.

No recuerdo exactamente desde cuando, pero debió a ser en los primeros años de este siglo cuando empezaron a imponerse los teclados/ratones inalámbricos. Este teclado presenta una curiosidad a poco que se fije en él: una gran parte de las letras están desgastadas por la tralla que lleva debido al intenso uso que hago a diario de él. He tenido que reescribir algunas de las letras por que habían desaparecido por desgaste. Esto puede indicar de una manera secundaria cuales son las letras que más uso tienen, aunque debe de haber alguna otra razón porque la letra «e» junto con la «a» son unas de las letras que con mayor frecuencia aparecen en nuestro vocabulario y la «a» sí que está machacada mientras que la «e» no. ¿Será que la pulso con delicadeza, con un dedo más cuidadoso?

En vista del desgaste, compré un teclado nuevo, el que está en la imagen inferior, moderno y de la misma marca que el antiguo. Pero, tras unos días de uso, quedó relegado al cajón de trastos donde se encuentra en este momento. No es lo mismo, el tacto, el sonido, la predisposición de las teclas… que no, así que rescaté el vetusto y con el sigo mientras aguante, porque ya hay algunas teclas como la «v» que se quedan medio engatilladas…

Este periférico de ordenador, el teclado, es objeto de culto por algunos usuarios, que reivindican con pasión los teclados mecánicos, los tamaños, la fluidez… Hay teclados para todos los gustos y puesto que son un compañero de mucho tiempo al día, justo es que tengamos nuestras prefrencias. Por ejemplo, yo no me acostumbro al teclado de los portátiles, con lo que cuando estoy en casa y dada la facilidad, conecto este mismo teclado al portátil. Otra cosa es cuando estás «por ahí» con el portátil a cuestas y no te queda más remedio. Cuestión de acostumbrarse, dicen mis amigos, pero yo me resisto.

Si me dieran un céntimo por cada vez que he apretado una tecla, de máquina de escribir, teléfono, ordenador, etc. etc., a buen seguro que la cifra sería mareante y yo sería inmensamente rico.