Buscar este blog

domingo, 31 de agosto de 2025

CALIDAD

 

Desconozco las valoraciones que hacen los departamentos de marketing de las empresas respecto de la calidad de sus productos o campañas publicitarias. Aunque el trasfondo final siempre acaba teniendo tintes económicos, muchas veces el alcance de ciertas prácticas incide, por lo general (muy) negativamente, en los usuarios que andamos ya cansados cuando no hartos de ellas. Vencidos o aburridos por sus mañas y tejemanejes, hacemos cosas que no queremos o cuando menos no nos gustan lo más mínimo. ¿Tragar? ¿Plantarse?

Pongamos un ejemplo. Pago mi entrada de cine para ver una película y o bien llego más tarde o si acudo a la hora programada tengo que sufrir quince o veinte minutos de anuncios comerciales con algún tráiler de futuras proyecciones, que no dejan de ser anuncios también. El llegar tarde no es una opción adecuada, ya que te toca entrar a oscuras para buscar tu localidad, con una evidente molestia para los otros espectadores que «disfrutan» con la publicidad.

El concepto de calidad es completamente subjetivo, pues cada persona otorgará sus valores en función de sus expectativas. De un mismo producto o espectáculo, habrá diferentes opiniones y valoraciones a nivel personal.

Mi abuela y mi madre reutilizaban una y otra vez telas que parecían eternas para arreglar ropa que iba pasando de mayores a pequeños. Los cuellos de las camisas, cuando estaban desgastados por el roce eran dados la vuelta para seguir teniendo una segunda vida. Por no decir cuando las camisas de manga larga se convertían en camisas de verano de manga corta. Yo tengo un polo desde hace más de cuarenta años, con unas cuantas puestas y sus correspondientes lavados, que está como el primer día. Justo es decir la marca: Lacoste. Ahora las prendas, cuando no se desechan por pasarse de moda van a la basura tras unas pocas puestas.

Resulta más que evidente que la tecnología actual es capaz de mejorar la calidad y duración de los productos, pero lo cierto es que se afana más por buscar la mediocridad y conseguir unas deficiencias justas que cada vez son más admitidas. La cantidad de tecnología que se emplea en lo que se ha dado en llamar obsolescencia programada es de matrícula de honor. Muchos electrodomésticos, incluso coches, podían durar toda la vida con un mantenimiento programado y la sustitución de las piezas que por desgaste lo requieran. Pero no, es mejor desecharlo y cambiarlo por uno nuevo. Ya decía mi admirado profesor Antonio Rodríguez de las Heras ─cinco años ha que nos dejó por el maldito COVID─ que los arqueólogos del futuro se asombrarán cuando hurguen en los basureros y encuentren multitud de aparatos completamente nuevos y en perfecto estado de funcionamiento que han sido desechados por la aparición de uno nuevo.

Mi primer vuelo en avión ocurrió a principios de los años setenta del pasado siglo XX. Por motivos de trabajo tuve que utilizar en varias ocasiones durante algunos meses el puente aéreo Madrid-Barcelona. No sé lo que costarían los billetes ─pagaba la empresa─ pero lo cierto es que ibas como un señor, atendido, con un piscolabis (ligera refacción que se toma, no tanto por necesidad como por ocasión o por regalo), en asientos cómodos. Ahora se han abaratado los precios, pero también la distancia entre asientos y si quieres refrigerio en vuelos cortos y no tan cortos te lo pagas aparte. Y ya están hablando de asientos en los que iríamos semi de pie para aumentar el número de pasajeros. La gente tragamos con todo…

A finales de los años ochenta del siglo pasado, la entidad bancaria en la que trabajaba implantó en España los primeros cajeros automáticos. Los clientes no estaban acostumbrados y para ello lanzó una campaña regalando casi dos millones de tarjetas de plástico para animar el mercado. Completamente gratis. Cuando la gente se acostumbró a su uso, la gratuidad desapareció.

La disonancia entre quienes somos y quienes fuimos se retroalimenta con el contraste —quizá más importante— entre quienes somos y quienes queremos ser. Aunque es un impulso lógico culpar a las multinacionales que maximizan sus márgenes de beneficio a costa de los consumidores, y a los gobiernos cuyos recortes asfixian unos servicios públicos ya de por sí depauperados, la lógica mercantil es irrefutable: las cosas no son peores; en gran medida, son tal como las queremos o como nos las han hecho querer. Dicho de otro modo: quienes somos de peor calidad somos nosotros. 

Y el asunto tiene toda la pinta en adquirir tintes exponenciales. Las empresas están por la labor de entregar sus servicios de atención al cliente y sus campañas a algoritmos y robots, esos que disponen de Inteligencia Artificial y que son o parecen capaces de ocuparse de todo.

No quiero entrar en el deterioro de los servicios públicos, como, por ejemplo, la Sanidad, porque no hay alternativa salvo contratar ─además de tener la pública─ una sanidad privada. Pero es que, tragamos con todo y si no veamos lo que ha ocurrido con servicios opcionales, de coste. Mal de muchos… epidemia.

Hace años, el gigante de las ventas por internet que empieza por «A» anunció a un coste por encima de los 20 euros la posibilidad de contratar anualmente la posibilidad de envíos sin coste de sus pedidos. Algunos, yo entre ellos, debido al uso, lo valoré y lo contraté por resultarme rentable. Al cabo del tiempo, el precio se duplicó porque se incorporaban a ese mismo concepto de los envíos la disponibilidad de multimedias ─películas, series, documentales, música, libros…─. Pero claro, la posibilidad de tener SOLO ENVÍOS se acabó, quisieras o no, aunque solo siguieras con los envíos y no utilizaras multimedias, el coste se te había duplicado. Y, recientemente, una vuelta de tuerca más: a tragar con anuncios en medio de las películas o series.

Hace años los televidentes nos quejábamos amargamente de que nos cosían a anuncios publicitarios que eran la manera de soportar la gratuidad de las emisiones de las cadenas en abierto. Con el tiempo surgieron las plataformas a través de internet ─Movistar+, Netflix, HBO, Disney, Atresmedia…─ con un coste mensual. Bueno, era una manera de seleccionar lo que querías ver en cualquier momento y no tener que sufrir anuncios, porque se entendía que pagabas por el servicio. Ahora… anuncios en casi todas ellas, aunque algunas son magnánimas y te permiten obviar los anuncios si suscribes una cuota mensual más alta.

La calidad está en franco deterioro: cuesta abajo y sin frenos. Las empresas lo saben y cuentan con que los sufridos usuarios, acostumbrados ya, vamos a tragar más y más, aunque nos zurzan con más y más publicidad. Y, además, como todas lo hacen…

ADICIÓN POSTERIOR A LA PUBLICACIÓN ORIGINAL

Un asiduo lector de este blog desde sus inicios y buen amigo, Manolo, me hace llegar un comentario (que comparto) sobre el tema y que reproduzco a continuación con su autorización:

Tragamos con todo.
Algo que no soporto es los bares que no atienden las mesas de las terrazas. Tienes que pedir en la barra y llevarte las cosas, tú mismo, a la mesa.
Hay que manifestar tu oposición a esa norma y buscarte otro lugar donde den trabajo a camareros.

 




 

domingo, 24 de agosto de 2025

HIBAKUSHA

En este mes de agosto de 2025, concretamente el día seis, se cumplieron ochenta años del lanzamiento de la primera bomba atómica por parte del ejército norteamericano sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. Tres días más tarde, una segunda bomba atómica ─ la última por el momento ─ fue lanzada sobre la también japonesa ciudad de Nagasaki. No han sido utilizadas más bombas atómicas desde entonces, salvo numerosos ensayos controlados.

«Han pasado 80 años, pero nada ha cambiado»
                                                                            Masako Wada

A pesar de que la Segunda Guerra Mundial se había dado por finalizada en Europa, la lucha seguía activa en el Pacífico entre Japón y Estados Unidos, que se planteaba una invasión terrestre de Japón, que hubiera costado muchas vidas (americanas) y mucho tiempo. El presidente norteamericano Henry Truman tomó la decisión de utilizar la bomba atómica, desconocida hasta entonces. La enorme devastación causada ─que ahora se comentará─ no fue suficiente para conseguir la rendición japonesa que pensó de forma equivocada que no dispondrían de una segunda bomba. Craso error que sufrieron en sus carnes los habitantes de Nagasaki. Japón, entonces sí, claudicó.

Hoy en día oímos con demasiada frecuencia en las noticias hablar del armamento nuclear, como pretendido elemento disuasorio del enfrentamiento entre potencias. En aquella época solo disponía de la terrible arma Estados Unidos, pero hoy en día, que se sepa con certeza, nueve países disponen de arsenales nucleares. Además de EE.UU., Rusia, Francia, Inglaterra, Israel, China, India, Pakistán y Corea del Norte. Se estima que las bombas actuales son mucho más potentes que aquellas.

Yo no había nacido cuando ocurrieron estos hechos, pero he oído hablar de ellos en muchas ocasiones como recuerdo de aquel horror. Pero… ¿Qué pasó realmente? ¿Cuáles fueron los efectos? Intentemos llegar un poco más al detalle.

Los problemas derivados de la energía atómica han llegado a nuestros días por problemas en instalaciones nucleares de generación de electricidad, una forma considerada «verde» hoy en día por las autoridades. Apunto aquí mi opinión de que yo no la considero verde pero si necesaria en estos tiempos, siempre que se asuman completamente sus riesgos, desechos y (posibles) consecuencias. El problema en Chernóbil en 1986 y el posterior en Fujushima en 2011 derivaron en un escape de radiaciones que afectaron enormemente a las zonas circundantes. De esta última, diez años después, Kum Nemoto y Manuel Rodríguez Redondo nos brindaron una interesante conferencia que puede seguirse en Youtube en este enlace. Se estimaron 19.747 personas fallecidas, 2.556 desaparecidos y se contabilizaron 6.242 heridos. Han vuelto los fantasmas de este tipo de incidentes con la actual guerra en Ucrania y la inestabilidad derivada de actividades bélicas en las cercanías de la central de Zaporiyia, estimada como una de las diez más grandes del mundo.

Volvamos a Hiroshima. A las 8:15 de la mañana de aquel 6 de agosto de 1945, en un radio de 4,5 kms. del impacto de la primera bomba sobre Hiroshima, bautizada como «Little boy, (niño pequeño)» se generó una temperatura de 4.000 grados centígrados que carbonizó literalmente todo y todos, de forma indiscriminada. La onda expansiva provocó el colapso y consiguiente derrumbe de prácticamente todos los edificios. La onda expansiva con la radiación generada se propagó varios kilómetros a la redonda afectando a miles de personas, muchas de las cuales murieron o quedaron afectadas durante muchos años por la radiación. No es necesario mencionar que la segunda bomba ─ Fat Man (Hombre gordo) ─ provocó los mismos efectos relatados en la ciudad de Nagasaki.

Yo, confieso, no tenía ni idea del asunto del incremento brutal de la temperatura y del colapso de los edificios. He querido acercarme un poco al tema mediante la lectura de dos libros entre los muchos que hablan de la tragedia, y que he elegido por información en la red. El primero, muy sencillo, pertenece a la colección de Historia de «En 50 minutos», se titula «Hiroshima» y su autor es Maxime Tondeur. En poco menos de una hora se pueden conocer más detalles de los prolegómenos, los actores intervinientes y los hechos. Para entrar más a fondo he acometido la lectura de «Hiroshima» de John Hersey, periodista con un relato ameno que se centra en la vida de varios supervivientes. Por ahondar un poco más en el asunto, estoy leyendo estos días un tercer libro, del periodista Agustín Rivera, con años ejerciendo de corresponsal en Japón y titulado «Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes».

Después de leer estos libros y leer algunos artículos se me pone la piel de gallina al ver la ligereza con la que se habla de las armas atómicas. En aquella ya lejana ocasión, Japón no pudo «contestar» a su agresor americano, pero hoy en día alguno de esos nueve países que hemos comentado tiene el tiempo suficiente para «responder». Según figura en la Wikipedia, con todas las salvedades, el número de ojivas nucleares de las que disponen las dos máximas potencias, EE.UU. y Rusia, supera las 5.000 cada uno. Suficientes para generar una devastación nunca imaginada.

Una información de las muchas que proliferan en la red y que me ha resultado interesante es el reportaje de Carlos Serrano en la BBC cuya fotografía inicial ─de las muchas que contiene─ encabeza esta entrada. Está accesible en este enlace. Según este reportaje, «los cálculos más conservadores estiman que para diciembre de 1945 unas 110.000 personas habían muerto en ambas ciudades. Otros estudios afirman que la cifra total de víctimas, a finales de ese año, pudo ser más de 210.000». 

Masako Wada, autor de la (muy preocupante hoy en día) frase consignada tras el primer párrafo de esta entrada, es un hibakusha de Nagasaki. Hibakusha es un término japonés que hace referencia a los supervivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Su significado literal es «persona afectada por la bomba» o «persona expuesta a la explosión». Los hibakusha son testigos de la devastación causada por las armas nucleares y, por lo general, han soportado traumas físicos y psicológicos de mayor o menor intensidad a lo largo de sus vidas.

Los «hibakusha» eran susceptibles a secuelas mucho más peligrosas por las enormes dosis de radiación recibidas de la bomba. Sobre todo fue evidente, hacia 1950, que la incidencia de leucemia en los «hibakusha» era mucho más alta de lo normal. (En el libro «Hiroshima», de John Hersey).


IMAGEN B-034


domingo, 17 de agosto de 2025

ATROPELLO(S)

Dos sucesos muy similares ocurridos en el intervalo de una semana me han disparado las alarmas. Como reza el título de esta entrada, han sido dos atropellos, vocablo que significa, dicho de un vehículo y según la acepción tercera del diccionario, «alcanzar violentamente a personas o animales, chocando con ellos y ocasionándoles, por lo general, daños». En un caso los daños han sido leves, pero en el otro la cosa, sin llegar a la gravedad, se ha complicado.

En la imagen una visión desde atrás del SEAT 127, primer vehículo que tuve allá por los años setenta del siglo pasado. Mi interés en esta imagen son los asientos delanteros: espartanos, sin reposacabezas, sencillos a más no poder. Digamos también que, aunque la imagen puede verse el espejo lateral izquierdo, los espejos laterales no venían de fábrica, pero era costumbre comprar aparte el espejo del conductor para evitar el ángulo muerto, especialmente en los adelantamientos. Hay que recordar que autopistas y autovías había muy pocas en España en aquellos años setenta… 

Cuando me disponía a dar marcha atrás, lo corriente era, tras meter la reversa, echar el brazo por encima del asiento para girar completamente el cuerpo todo lo posible al objeto de tener una visión lo más completa posible de la trasera del coche y sus alrededores. Sin embargo, con esto no estabas exento de tener algún percance. El más sonado que recuerdo es tener el coche aparcado en un campo, mirar, no ver nada, poner la marcha atrás y justo en ese momento, «alguien» puso un árbol justo en el centro: menos mal que en aquella época los parachoques eran metálicos y bastante resistentes, pero aún así y todo se abolló considerablemente.

Esta operación de echar el brazo por encima del respaldo hoy en día es imposible. El tamaño de los asientos y el reposacabezas es enorme y no lo posibilitan. Como mucho hay que girar el cuerpo y la cabeza todo lo posible y aún así la visión no es muy amplia que digamos. Sin embargo, los coches más modernos están dotados de todo lo inimaginable para facilitar las maniobras, especialmente la de marcha atrás: espejo central panorámico, espejos laterales, sensores de proximidad e incluso cámaras de visión trasera y simulación de espacios 360º alrededor del vehículo.

Parece imposible dar a alguien o algo en una maniobra de marcha atrás. Sin embargo…

Zona de vacaciones, aparcamiento amplio, toda la familia despidiendo a un familiar que se reintegra a sus quehaceres laborales de la vida normal. Maniobrando con mi coche nuevo, que tiene todas esas ayudas referidas, marcha atrás, muy lentamente, mirando todo, oído atento y… ¡atropello! Golpeé a un familiar sin haberle visto ni por los espejos ni por las cámaras, y lo que es peor y más mosqueante: sin que sonaran los avisos de los sensores de proximidad. Parece increíble, pero simplemente ocurrió. Iba despacio, muy despacio, pero un golpe a una persona distraída con un objeto de casi dos toneladas en movimiento no es moco de pavo; cayó al suelo con raspaduras en brazos y rodillas. Gracias a Dios, no ocurrieron mayores «averías».

Como digo, gran mosqueo con el asunto que motiva que ahora, cuando tengo que dar marcha atrás no me fío de nada. Cuando hay otros coches, o paredes o columnas, los sensores avisan en las pantallas con colores rojos además de emitir un sonido estridente que te pone sobre aviso. ¿Personas o animales no son detectados? No es cuestión de hacer pruebas, pero el hecho ahí está.

Así quedó la cosa, cuando al cabo de una semana, en otro entorno familiar en la zona, en una situación parecida, un familiar con un coche tan alicatado hasta el techo o más que el mío, dando marcha atrás golpeó ─atropelló─ a una anciana de la familia. La cosa ha sido más grave: rotura de fémur y diversas luxaciones, urgencias del hospital, requiere una operación e inmovilización tras la misma. Situación ya de por si comprometida con una anciana cuando se encuentra en su entorno para que ocurra estando de vacaciones lejos del domicilio.

Dos hechos tan similares en tan poco tiempo tienen que llamar la atención poderosamente. He buscado en internet por si hubiera más casos de este calado, pero sin éxito, lo cual no quiere decir que no hayan ocurrido. He encontrado el siguiente párrafo en una página web americana (la negrita es mía):

Uno de los choques más desgarradores es un accidente por atropello en marcha atrás causado por un vehículo, generalmente estacionado en una entrada al garaje o en un estacionamiento que retrocede sobre una persona invisible detrás del carro. La víctima suele ser un niño o una persona mayor. En 2022, según la organización sin fines de lucro Kids and Cars, 18 niños menores de 12 años murieron en incidentes por atropello en marcha atrás. Según un informe de 2022 de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico en las Carreteras, el promedio de 5 años, de 2016 a 2020, fue de 264 muertes accidentales por vehículos dando marcha atrás.

Cualquier área alrededor del vehículo que el conductor no pueda ver, ya sea directamente o a través de un espejo lateral o retrovisor, se considera un punto ciego. Todos los vehículos tienen puntos ciegos, y el más ciego de todos está en la parte trasera del vehículo. Los niños son especialmente vulnerables cuando caminan o juegan detrás de un vehículo estacionado, ya que son pequeños y es poco probable que el conductor los note desde el interior del carro.

Es curioso que, en el caso de marcha hacia adelante, si nos acercamos peligrosamente a un objeto el propio coche es capaz de frenar bruscamente para evitar la colisión. Estamos hablando de coches actuales que tienen implementados los llamados ADAS ─Advanced Driver Assistance Systems─, conjunto de tecnologías diseñadas para mejorar la seguridad y comodidad al conducir un vehículo. Estos sistemas utilizan sensores, cámaras y radares para recopilar información del entorno del vehículo y proporcionar asistencia al conductor, ya sea a través de alertas o intervenciones automáticas.

En otra página web y en un apartado publicitario figura el siguiente texto:

Los estudios de seguridad vial han demostrado que una de cada cuatro colisiones de peatones con vehículos se produce con la parte trasera de estos. Cada año, las aseguradoras pierden también millones de euros para cubrir incidentes en maniobras marchas atrás y de aparcamiento.

Algo que podría verse reducido en consideración si se implantara de forma generalizada la tecnología de frenado de emergencia (AEB) pero para dar marcha atrás. Esta tecnología ya existe en los coches, y de forma obligatoria en Europa, al circular hacia adelante.

Las precauciones a tomar siempre serán pocas. Y por lo menos yo me fiaré lo justo o nada de espejos, cámaras y pitidos de aviso que en este caso no se produjeron. Hay casos especiales en que tienes que salir marcha atrás de un aparcamiento en batería en los que no tienes visibilidad por tener coches aparcados en los laterales y en el último momento se te cruza… ¡un joven en patinete! Apagar la radio, bajar las ventanillas para escuchar posibles ruidos o voces de aviso, ir muy despacio, mirar a todos los espejos, cámaras y directamente por la ventanilla de atrás… todos los consejos son pocos, pero no se pueden seguir a la vez con lo que una persona, animal u objeto en movimiento puede no ser detectado.

Al menos a mí, y espero que a los que lean esta entrada, me queda claro que las cámaras y los sensores no son una garantía absoluta en el proceso de dar marcha atrás.


 


domingo, 10 de agosto de 2025

ODIO

Por lo general, la gran mayoría de la gente elige ─elegimos─ mirar para otro lado, pero eso no arregla el que el ambiente de la vida pública española está deviniendo inasumible. Y lo digo y pienso en general, no solo referido a la clase política que anda en el candelero en estos días. ¿se puede ensalzar a un político por presentar su dimisión al descubrirse un título universitario falsificado? El mundo del revés.

Ya es imposible tapar tanta basura como se desvela a diario llegando al conocimiento público por todos los medios que, por mucho que lo intenten, son incontrolables dada la difusión de las redes sociales a través de internet. Antaño se podía poner ciertas puertas al campo, pero hogaño poner ventanas al cielo resulta ya casi imposible.

Unos y otros ya nos resultan infumables a la ciudadanía de a pie. Pero el problema, con ser grave, es otro, mucho más preocupante a mi entender.

La localidad en la que residía de pequeño y adolescente distaba una cincuentena de kilómetros de una gran capital española. En verano de los años sesenta del siglo pasado, siglo XX, la época veraniega conllevaba un aumento de la población de diez mil a cincuenta mil habitantes. Numerosas viviendas y chalets eran utilizados durante la época estival por familias cuyas madres por lo general no trabajaban y los padres iban y venían a su trabajo en la capital. Eran los conocidos como «los veraneantes». Siempre había sus más y sus menos entre los «veraneantes» y los «locales» pero dentro de una tolerancia general. El aumento de población suponía unos ingresos extra para muchos de los comercios locales. En mi caso, un par de veranos ayudé ─con una pequeña remuneración─ a un panadero local a repartir las barras de pan por los chalets y en otro par de veranos colaboré con un empresario para llevar las cuentas y pedidos de su restaurante. Mi caso no era único: uno de mis amigos, Mariano, estuvo varios años empleado en un supermercado repartiendo pedidos y otro, Carlos, echaba una mano a su padre en temas de jardinería. Estos aumentos de población se dan hoy en día...

Las emociones nos llevaban a «tener entre ojos» a los veraneantes, pero los bolsillos hablaban otro lenguaje, mucho más práctico.

Por aquello de las vueltas que da la vida, en esta última etapa de mi vida me he convertido en «veraneante» en un pueblo de la costa española, en el que paso los meses de julio y agosto, amén de algunos puentes o las vacaciones de Navidad y Semana Santa. Como antaño hacían los veraneantes en mi localidad, además de pagar los impuestos correspondientes por mi vivienda, compro en los supermercados, echo gasolina en las gasolineras, repongo cosillas en la ferretería, adquiero medicamentos en la farmacia, un jardinero me echa una mano con el jardín, tomo mis aperitivos en los bares, en ocasiones voy a comer a los restaurantes, asisto a algunos actos culturales… Una vida normal como un ciudadano más. Añadiré que, en invierno, la vida local queda paralizada con muchos o casi todos los comercios y restaurantes cerrados. Como diría un castizo, «hacen el agosto» y no precisamente con las emociones de los locales sino con los dineros de los turistas, de los visitantes y seguramente también de los veraneantes.

En esta zona costera de la que hablo hay un apodo o mote para designar a los veraneantes. No lo voy a desvelar aquí para no dar pistas concretas, porque creo que este asunto es general en muchos pueblos de la geografía española. Utilizaré el vocablo de significado similar «mochufas» que inventara y pusiera de moda el escritor Santiago Lorenzo en su magnífico libro «Los asquerosos» cuya lectura recomiendo.

Aunque algún comentario no precisamente positivo respecto al tema había llegado a mis oídos, no había notado yo ─personalmente─ hasta ahora ninguna animadversión hacia los mochufas. La vida es aquí tranquila y las relaciones con los comerciantes, el camarero o el que viene a revisar la caldera o instalar la fibra son cordiales. Pero dando un paseo en solitario por las tranquilas calles del pueblo, me cruzo con un grupo de niñas, de unos ocho años, que iban cantando una canción a voz en cuello:

A los mochufas
no hay que echarlos,
hay que matarlos

Reconozco que me quedé impresionado. No creo que un niño de esa edad tenga la suficiente capacidad para calibrar el alcance de ese vocabulario. Entiendo que están repitiendo lo que han oído a personas mayores, posiblemente en sus casas. Un niño no tiene la suficiente capacidad para poner en contexto una palabra como «matarlos». Entre personas mayores podemos calibrar hasta dónde llega figurativamente lo de «matarlos». Pero… ¿un niño? Utilizar expresiones imprecisas delante de niños es un verdadero problema cuyo alcance muchas veces es imposible de medir. ¿Por qué digo esto?

Un segundo acontecimiento de corte parecido me ha disparado las alarmas. Y esta vez no ha sido en la calle, sino en casa de unos conocidos. Una niña de tan solo nueve años ha dicho, claramente y sin ambages, que «Perro Sánchez es un traidor, hay que matarle». En esta ocasión no estaba solo, sino que varios oímos la frase. No estamos hablando de niños desconocidos que van por la calle sino de uno que conocemos, así como a sus padres. ¿Se lo ha oído a ellos? ¿Lo tiene tan interiorizado como para repetirlo ante otras personas sin venir a cuento? ¡Maremía!

Creo que el odio se está instalando a marchas forzadas entre nosotros. No ya el fracaso de las relaciones internacionales con la vuelta a los enfrentamientos y guerras sino en las propias familias. El lenguaje influye en las emociones y las emociones influyen en las acciones. Si seguimos por ahí, estos niños, cuando lleguen a mayores, ejecutarán literalmente aquello que vienen oyendo y asumiendo desde su infancia. ¿Hay medicina para este odio que se manifiesta tan alegremente? Estamos en una inercia peligrosa que puede convertirse en una espiral de violencia de consecuencias ingratas para todos.

Me resulta curioso el comprobar como hoy en día la gente se deja llevar por las emociones, asumiendo ideas y tomando decisiones cuyas consecuencias afectan personal, directa e incluso negativamente a su vida diaria y futura. Los agitadores de masas ─políticos, influenciadores, contertulios, medios…─ lo saben y son verdaderos especialistas en dirigir sus mensajes a las emociones de la gente en lugar de a hechos reales y constatables. Lo de vender humo es todo un ejercicio hoy en día, con verdaderos especialistas en sus técnicas más sofisticadas.




 

domingo, 3 de agosto de 2025

VORACIDAD

«Pleitos tengas y los ganes» es uno de los sesudos refranes españoles que, según aclara el Instituto Cervantes, «se refiere a las cuantiosas pérdidas que puede acarrear un pleito tanto si se gana como si no, pues, aunque resulte favorable la sentencia, lo habitual es que no se quede en uno solo, con el consiguiente gasto, que en ocasiones acarrea la ruina». Aunque el término pleito pudiera parecer que hace referencia a asuntos judiciales, su alcance es más general y puede referirse a cualquier disputa entre dos partes; en el caso que voy a tratar hoy en términos administrativos (por el momento).

Hace dos años, en 2023, tuve conocimiento de una ley que trataba del llamado «Complemento de la brecha de género». Por mis características, número de hijos y fecha de jubilación, tenía derecho a solicitar su aplicación a la Seguridad Social, lo que supondría unos atrasos y un pequeño incremento mensual en mi pensión de jubilación. Por aquello del refrán aludido no pensaba meterme en líos, pero también me hablaron de un despacho de abogados que se encargaba de todo y solo cobraría un porcentaje en caso de tener éxito en la gestión.

Hay varios despachos especializados. Yo me puse en manos de «Padres Jubilados» en agosto de 2023. Documentos, escritos, solicitudes, autorizaciones, poderes judiciales, juicios, renuncias, comunicados mediante, el 24 de diciembre de 2024 ─un año y cuatro meses después─ obtuve una resolución favorable que devino en el abono del atraso en mi cuenta con fecha 3 de enero de 2025. Lo de las fechas es importante, porque, aunque yo entendí que al recibir el importe en enero de 2025 tendría que declararlo en la Declaración de la Renta de ese año 2025, la Seguridad Social no lo entendió así, aplicó la fecha de resolución y me incluyó el importe en 2024 y además desglosado por anualidades.

Este desglose por importes ─desde 2020 por aquello de las caducidades─, suponía rectificar mis declaraciones de la Renta desde 2020 a 2023. Pasado el calvario de la reclamación a través de Padres Jubilados, empezaba el calvario con la Agencia Tributaria. Las personas normales y corrientes estamos obligadas, ahora, a nuestro trato con Hacienda a través de intricados procedimientos habilitados en internet para los que necesitamos una autentificación digital, sea @CLAVE, Certificado FNMT, DNI u otros. Empieza el lío. Recuerdo una y otra vez lo de pleitos tengas…

Accedo a mis declaraciones de años anteriores y me encuentro que las que yo he ido realizando están modificadas desde la intranet de la AEAT por un «funcionario público habilitado» (no identificado) en un mes que no menciono de 2024 y a las 22 horas. Ver imagen que encabeza esta entrada. Todas ellas están en estado de pendientes de resolución y desconozco a que son debidas estas rectificaciones, mas deduzco que no tienen nada que ver con el asunto de la brecha de género que se solventó a finales de 2024, cuatro meses después.

Procedo a rectificar mis declaraciones de 2020, 2021 y 2022 con los importes cobrados esperando los cargos en mi cuenta de los dineros devengados. A las dos semanas, recibo una notificación de la AEAT mencionando que mis declaraciones estaban hechas sobre unas que están pendientes de resolución ─las rectificaciones realizadas por ellos─ y que proceden a anularlas. Otra vez con el asunto en pendiente.

Aunque parece que los sufridos ciudadanos, contribuyentes, clientes o lo que seamos de la Agencia Tributaria tenemos que saber de todo, consigo una cita presencial en la que me cuentan la manera de hacerlo, que sería sobre mis declaraciones originales obviando las pendientes realizadas por ellos. Así lo hago y por desconocimiento en una de ellas se produce un cargo en mi cuenta bancaria ─directo y en el momento─ sin llegar a finalizar el proceso. Retomo el proceso eligiendo pago con tarjeta y consigo realizar las tres rectificaciones. 

Aunque yo doy por finalizado el asunto de los atrasos de la brecha de género, tengo que bucear en el proceloso mundo de la web de la AEAT para reclamar ese importe ─más de 200 euros─ cargado en mi cuenta y que no responde a ningún expediente. Consigo presentar un escrito y tengo suerte que a la semana siguiente me lo aprueban y me reintegran el dinero mediante abono en mi cuenta.

Respiro honda y profundamente. Todo concluido. ¿Todo concluido? Quia, naranjas de la china. Hacienda vuelve al ataque. Menos mal que soy un ciudadano corriente que cobra una pensión. ¿A quién se le ocurre solicitar atrasos por la brecha de género…?

¡Nuevas notificaciones! Tres, relativas a los años 2020, 2021 y 2022. Las rectificaciones de mis declaraciones están bien ─parece─ pero agárrate que vienen curvas… ¡Fuera de plazo! Y por ello, me abren expedientes de multa, ellos lo llaman eufemísticamente recargo, de un 15% por el retraso aplicando además intereses de demora. Pero, vamos a ver, si he cobrado los importes en enero de 2025, me los han notificado como datos en mi Declaración de la Renta de 2024, he realizado las rectificaciones dentro del plazo… ¿Qué es eso del recargo por hacerlas tarde? Me lo explique alguien. Eso sí, se sienten magnánimos y me aplican un descuento en el importe de la multa del 25%. Será por pronto pago.

El detalle de la liquidación de uno de los años

Por el momento se trata de expedientes administrativos. Me dicen que puedo reclamar contra estar resolución ─recuerdo que son tres parecidas─ aportando alegaciones, considerandos, documentación, plazos, bla, bla, bla…  En total las cantidades que me reclaman por los tres expedientes no llega a ochenta euros. Pleitos tengas… decido pagar a pesar de que creo que es injusto y dejar de litigar con los que siempre o casi siempre llevan la presunción de veracidad. Y si no, llevan la atribución de atosigamiento hasta que el sufrido ciudadano se aburre.

¿Se ha acabado todo? Pues no estoy tan seguro. Con mi identificación digital accedo a la web de la AEAT y hay un apartado titulado «Mis expedientes». Accedo a él y veo lo siguiente

Siguen pendientes de resolución las tres rectificaciones realizadas desde la intranet de la AEAT por el funcionario público habilitado un día de agosto de 2024 pasadas las diez de la noche. ¡Qué capacidad de trabajo!

En condiciones normales, aquí acabaría la entrada del blog, pero me ha dado por indagar un poco y lo que he conseguido es calentarme la cabeza y que se me pongan los pelos como escarpias. 

En estos días hemos conocido varios «casos gordos» de temas relacionados con la AEAT. Uno de ellos ha sido la incongruencia tras dieciséis años de proceso de la condena a cárcel del actor Imanol Arias tras haber pagado más de dos millones de euros en «recargos» mientras que otros actores en el mismo supuesto han sido completamente absueltos. Absueltos, sí, pero no olvidemos lo de pleitos tengas… Los 16 años de idas y venidas no se los quita nadie. Otro asunto ha sido el descubrimiento de los posibles tejemanejes del ministro Montoro para favorecer a ciertas empresas, eso sí, a cambio de nada, por amor al arte.

Pero ahí no queda la cosa. Cuando uno habla de estos sucedidos con familia y amistades te llegan informaciones variadas por todos lados. Cada uno tendrá que saber si se las cree o no porque bulos y mentiras, además de verdades hay a porrillo. Voy a comentar dos entre los muchos que me han llegado en estos días. Yo les doy credibilidad, pero puedo estar equivocado.

Un familiar tiene entre sus amistades un alto funcionario de la sección de inspectores de Hacienda. Comenta que tienen instrucciones ─dijo órdenes─ de la ministra de acrecentar todo lo posible las inspecciones sean completamente ciertas o solo posibles. Pero eso sí, con una limitación muy sibilina y es que la cantidad reclamada a pagar no sea superior a 999 euros. ¿A qué es debida esta limitación? Hacienda tiene muchos datos y entre ellos el conocer que por esas cantidades la gente prefiere pagar para olvidarse de litigar. Y al que litiga siempre le pueden admitir las alegaciones y cancelar el expediente. Parece que hemos olvidado que la obligación del Estado con el contribuyente es ayudarle, pero ahora el que tiene que hacer las cosas es el contribuyente y Hacienda se arroga el derecho de decir que está mal y levantar expediente, Pero no queremos entrar en ello y preferimos pagar y olvidar. Entrar en interpretaciones es una lucha desigual en la que se supone que todo lo que dice la administración es válido, veraz, cierto y presumiblemente legal. ¿Recurriremos los ciudadanos ante un juez para enfrentarnos con Hacienda? Pleitos tengas…

Como asunto colateral de lo anterior no entramos en esa más que posible retribución variable de los inspectores de Hacienda en función de los expedientes que levanten, sean o no llevados a término satisfactoriamente.

Y el otro asunto al que me refería tiene que ver con el famoso anuncio de hace años de la publicación de la lista de morosos con Hacienda. El primero de ellos resultó ser un tal Agapito García Sánchez, un ciudadano particular completamente anónimo que lleva ¡25 años! de litigios. ¡Pobre Agapito! ¡No sé cómo aguanta! No deje de ver el documental de hora y media en este enlace que cuenta su historia y de paso aporta unos datos muy jugosos de nuestra querida agencia tributaria. ¿Arbitrariedad? ¿Afán recaudatorio? ¿Todos somos defraudadores? ¿Persecuciones? ¿Abuso sistemático? ¿Vulneración de derechos?

Hay mucha información en medios «no oficiales»: podcasts, páginas web, blogs… Es (muy) laborioso y lleva su tiempo el indagar y formarse cada uno su propia opinión sobre los sucesos. Y muchas veces no sé si merece la pena calentarse la cabeza. Es mejor elegir ignorar las cosas.

En todo caso, recuerde, pleitos tengas…