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domingo, 26 de octubre de 2025

OTOÑO

Pensará el lector que la imagen que encabeza esta entrada no es muy representativa del otoño. Pero fijándose en la fecha en la que está tomada —anteayer 24 de octubre de 2025— notaremos que el otoño está bien entrado, aunque… no se nota. Las hojas de los árboles deberían estar ya amarillas y muchas de ellas en el suelo. ¿Qué ocurre?

Siempre recordaré cuando hace unos años hablaba con mis sobrinos de las estaciones. Ellos viven en Canarias y allí prácticamente las estaciones no existen más allá de lo nominal. La temperatura es muy uniforme durante todo el año y ellos mantienen la misma ropa siempre. En otras zonas de España, concretamente en la zona central, Madrid, en la que está tomada la foto, las cuatro estaciones están bien diferenciadas y los cambios de temperatura, de ambiente o de vestidos tienen lugar a lo largo del año.

Llevo unos cuantos otoños a las espaldas y es la temporada que más me gusta del año. Pasados los calores veraniegos, camino del invierno, las temperaturas son más agradables y al menos controlables con la chaquetita o incluso el abrigo. Podría haber puesto una foto de verdadero otoño, pues he visitado varios sitios de España en esta maravillosa época.

¿Cambio climático? Pues no sé, pero las estaciones ya no son como antaño. Este año 2025 llevamos más de un mes de otoño y prácticamente no ha llovido y los árboles siguen con sus tonos verdes y las hojas en las ramas (ejemplo en la fotografía tomada anteayer). En mi época infantil y juvenil los árboles estaban amarillos, las hojas empezaban a caer y prácticamente comenzaban unas heladas que hacían temblar. Recuerdo perfectamente el 1 de noviembre, día de Todos los Santos, el subir a primera hora con mi padre al cementerio a poner unas flores a mis familiares fallecidos con unas heladas espectaculares. Ahora casi estamos en manga corta todavía (en Madrid).

Por brindar un ejemplo, en el siguiente enlace se puede descargar por un tiempo una presentación titulada Otoño Escurialense donde disfrutar de algunos paisajes en esta maravillosa época del año.

Ahora, en las redes y páginas web hay maravillosas y espectaculares fotografías del otoño en muchos lugares del mundo. Se pueden pasar horas y horas contemplando imágenes que alegran la vista y que muchas de ellas parecen increíbles, pero nada comparado a las que se han podido disfrutar en persona.

Cada especie vegetal tiene su aquel. Habrá quienes prefieran hayas, castaños, chopos, liquidámbares u otras muchas especies de árboles y arbustos pues la variedad en la naturaleza es enorme. Pero cuando has visto ya unos cuantos lugares otoñales con tus propios ojos, siempre habrá algún preferido. El hayedo en el puerto de Carrales camino de Cantabria. El castañar de El Tiemblo en Ávila. Los castaños en la zona de la Sierra de Francia salmantina en pueblos como La Alberca y aledaños. Los bosques en la Sierra de Gata en Cáceres. Las Médulas en León. La siempre incomparable Selva de Irati en Navarra. El acebal de Prádena en Segovia. El hayedo de Montejo en la Sierra Norte de Madrid. Hay más, muchos más, pero por no aburrir.

Pero me queda por mencionar mi preferido. Lo conocí hace ya muchos años, una treintena al menos, en una excursión de andarines que acabó mal, muy mal. Seríamos un grupo de 15 personas que atacamos el acceso al Hayedo de la Tejera Negra, provincia de Guadalajara, desde la vertiente segoviana del Puerto de la Quesera cerca de Riaza. Una marcha dura, casi campo a través. Contábamos con un buen guía, José, que nos llevó y nos trajo perfectamente a los que le seguimos a pies juntillas. Pero, a la vuelta, un grupo de unas cinco personas se pasaron de listos y decidieron seguir su propio trayecto sin hacer caso al guía. Nosotros llegamos bien al puerto de la Quesera, donde habíamos dejado los coches, pero el grupo disidente no llegaba. Se hacía de noche. No había teléfonos móviles ni esas cosas en aquella época. Hubo que avisar a la Guardia Civil y al final todo quedó en un susto, pero podía haber sido peor.

El Hayedo de la Tejera Negra era muy desconocido por aquel entonces. El tejo es un árbol poco conocido, aunque en la antigüedad era objeto de cuestiones mágicas. Se trata de un «Árbol de la familia de las taxáceas, siempre verde, con tronco grueso y poco elevado, ramas casi horizontales y copa ancha, hojas lineales, planas, aguzadas, de color verde oscuro, flores poco visibles, y cuyo fruto consiste en una semilla elipsoidal, envuelta en un arillo de color escarlata». Subrayo, por ser de interés, que está siempre verde y en un verde oscuro. El bosque está virtualmente salpicado de hayas que, en el otoño, en los otoños normales, presentan un mosaico de colores otoñales entremezclados con el verde oscuro. Una imagen espectacular que queda en la retina para siempre.

He vuelto varias veces a este hayedo, pero… ya no es como antes. Andando, en bicicleta de montaña, en coche por la pista de acceso. Pero hoy en día todo está «petado» y el Hayedo de la Tejera Negra no es la excepción. Hay que reservar plaza en el aparcamiento para poder pasar y desde hace tiempo todos los fines de semana de octubre y noviembre de este año 2025 están completos. ¿Habrá que reservar plaza antes del verano? ¿En Semana Santa? ¿Seguirá un otoño retrasado en diciembre? Siempre está la posibilidad de repetir aquella excursión campo a través… pero los años ya no son los mismos.

Al año que viene, con mucha más previsión lo volveré a intentar, a ver si esta vez hay más suerte.

¿Tiene Vd. un lugar de otoño preferido?


 


 

domingo, 19 de octubre de 2025

SIEMPRE

 
Llevo ya más de veinticinco mil días en este mundo, lo que equivale a unas cuantas décadas de vueltas alrededor del Sol. Esta semana me he estrujado el magín para explorar que productos han estado presentes siempre conmigo. Habrá más, pero he seleccionado estos tres entre mis recuerdos.

Pinzas (de la ropa)

Hoy en día las hay de mil formas, colores y materiales, pero las clásicas de madera perduran y, confieso, son las únicas que me gusta utilizar cuando cuelgo la ropa en el tendedero. Son las que pueden verse en la imagen. Según la Wikipedia, en 1853 David M. Smith de Springfield, Vermont inventó una pinza con dos puntas conectado por un fulcro, más un resorte. Por una acción de palanca, cuando las dos puntas pellizcan en la parte superior de la pinza, la punta abre, y cuando es liberada, el resorte cierra las dos puntas, creando la acción necesaria para sujetar.

De muy pequeño recuerdo, en el pueblo toledano de mi madre, acompañar a mi tía al lavadero para después ayudarla a tender la ropa al sol, sin pinzas, encima de arbustos o plantas de la zona. Más tarde había que volver a por ellas y poner cuidado en no llevarse alguna que fueran propiedad de otros. En mi casa siempre ha habido tendedero, de una ventana a otra, aunque con el tiempo las autoridades llegaron a prohibir esta práctica si las ventanas daban a la vía pública. Ya por entonces estaban las secadoras, pero el secado no era el mismo que al aire y al sol, además del gran deterioro que producían, y siguen produciendo, a la ropa.

Pero, en mi caso, no solo he utilizado las pinzas para tender ropa. En las muchas horas pasadas en mi laboratorio de fotografía en blanco y negro, carretes y fotos se secaban sujetos por pinzas en cuerdas a modo de tendedero. En juegos de chicos las hemos utilizado para jugar a la toña —se hace saltar del suelo un palito (pinza) de doble punta sacudiéndolo con un palo—. En tareas de bricolaje han servido de forma auxiliar a calzos, protectores de madera ante los gatos y mil cosas. Por no ser exhaustivo, la última utilización, increíble, ha sido en un curso práctico de paleografía utilizándolas a modo de plumilla para generar trazos anchos y estrechos con la tinta china.
 

Cola Cao

Según la Wikipedia, los orígenes de Cola Cao se remontan al año 1945 en Barcelona, en un pequeño local en pleno barrio de Gracia. Allí, dos emprendedores (José María Ventura y José Ignacio Ferrero) se pusieron a trabajar en un producto elaborado artesanalmente que se registró bajo el nombre de Cola Cao en 1945, aunque no fue hasta 1946, un año después, que salió al mercado.

En casa se utilizaba el Cola Cao, pero en el colegio nos daban a la hora del recreo una botella de cristal de leche Clesa que era un programa del gobierno para alimentar correctamente a la chavalería. La leche sola, a temperatura ambiente, no me gustaba mucho por lo que me llevaba de casa un sobrecito de cacao que no era precisamente de la marca Cola Cao, porque se vendía en grandes bolsas. Utilizaba una marca llamada Toddy, hoy desaparecida, porque se podía adquirir en sobrecitos, que volcaba en la botella de leche para hacerme un batido.

El Cola Cao sigue en casa aunque por aquello de las dietas y las gorduras procuro utilizarlo lo menos posible, pero siempre hay alguna ocasión: me sigue gustando con locura, especialmente bien cargado de Special K, pero, ya digo, de forma muy esporádica. A mi hijo, sin embargo, no le gusta el Cola Cao y prefiere la alternativa Nesquik: se disuelve bien en leche fría, cosa que no ocurre con el Cola Cao.

En alguna ocasión, confieso, ataco el Cola Cao de forma directa con cuchara como alternativa a tomar algo dulce cuando no hay chocolate en casa. Pecadillos veniales.
 



Bolígrafo BIC

Siguiendo con información de la Wikipedia, el bolígrafo BIC en su forma original que luego se bautizó como «cristal» cuando aparecieron otras variantes es un bolígrafo económico y desechable producido a gran escala y vendido por la compañía francesa Société Bic con sede en Clichy. Es el bolígrafo más vendido del mundo y su diseño es considerado uno de los mejores de la historia. Empezó a comercializarse en 1950. 

Utilizado durante toda mi época estudiantil, hasta acabar bachillerato y COU, el bolígrafo parecía eterno. De hecho, recuerdo que pocos llegaban a agotarse pereciendo con anterioridad debido a los muchos usos alternativos que le dábamos como mordisquear en las clases el tapón de la parte superior o el capuchón. Con bolitas de papel o granitos de arroz era una cerbatana perfecta para incordiar a los compañeros. También para muchos, yo nunca lo conseguí, esa práctica de voltearlo continuamente en los dedos con una precisión envidiable, vueltas y vueltas sin parar y sin que se les cayera de las manos. En muchos sitios oficiales, esta semana en una notaría, siguen dándote los BIC para firmar; muchas veces atados con un cordel porque la gente se los lleva, queriendo o sin querer.

Confieso que en algún momento de mi infancia, traicioné temporalmente al BIC. Yo tocaba la bandurria en una rondalla municipal. En una ocasión acudimos a animar el cumpleaños de una joven a un chalet de postín. Aparte de un buen convite, a cada uno de los músicos nos regalaron un, solo uno, bolígrafo que, por aquellas fechas de principios de los 60 del siglo XX, empezaba a ser alternativa. Se llamaba Bolín y era retráctil, esto es, no llevaba capuchón y con un mecanismo pulsador y muelle salía y entraba la punta para escribir. Lo conservé tiempo hasta que se gastó y volví a los BIC.


domingo, 12 de octubre de 2025

TILDE


No descubro nada si digo que el español —a veces se nos escapa lo del castellano— es un lenguaje muy rico, no solo por el número de vocablos sino por los muchos intríngulis que supone utilizarlo correctamente tanto por los nativos como por los extranjeros que intentan aprenderlo. Y cuando hablamos de utilización nos referimos tanto al lenguaje hablado como al escrito.

Masculino, femenino, neutro, singular y plural, verbos y sus conjugaciones, la «b» y la «v», la «ñ», la «h», signos de puntuación… Por si todo esto fuera poco… las tildes o acentos. Para volverse loco. Dice el diccionario que la tilde, además de otros usos, es «el acento, ese signo ortográfico español» que, apostilla el diccionario panhispánico de dudas, «es un signo auxiliar con el que, según determinadas reglas, representa en la escritura el acento prosódico, también gráfico y ortográfico». Siguiendo con el Panhispánico… «En español consiste en una rayita oblicua que, colocada sobre una vocal, indica que la sílaba de la que forma parte es tónica. La tilde debe descender siempre de derecha a izquierda —descendente—, esto es, como acento agudo (´), y no de izquierda a derecha (`), trazo que corresponde al acento grave, que carece de uso en español. El uso de la tilde se atiene a las reglas que se detallan a continuación y que afectan a todas las palabras españolas, incluidos los nombres propios». Y añado, que muchas veces se olvida, que las mayúsculas también se tildan.

Las normas de acentuación ocupan varias páginas. Por ejemplo, ¿quién se preocupa de la tilde diacrítica? Diacrítica es aquella que permite diferenciar en la escritura ciertas palabras de igual forma, pero distinto valor, siendo una de ellas tónica y la otra átona. En escritura, no es lo mismo número, que numero, que numeró: los acentos son vitales si queremos escribir bien. Esto es especialmente importante en los monosílabos, pues no es lo mismo «el» (artículo) que «él» (pronombre) o «más» (adverbio, adjetivo o pronombre) que «mas» (conjunción adversativa).

Todo esto nos lleva a un galimatías de proporciones descomunales, ya digo, siempre que queramos escribir bien. Es verdad que hoy en día hay multitud de ayudas en la red siempre que nos queramos preocupar. Por ejemplo, en esto de los acentos, ante alguna duda, utilizo la página https://llevatilde.es/ donde se pueden encontrar las soluciones y numerosas aclaraciones sobre este asunto de las tildes.

Ante todo, siempre nos queda el inconformismo y la rebeldía. Porque, además, las reglas no son inmutables y la Real Academia de la Lengua se encarga, de vez en cuando, de marearnos. ¿Se acuerdan cuando nos cambian el paso con la acentuación de «solo», entre otras? En 2010 quitaron la norma de su acentuación y, ante las críticas, poco tiempo después volvieron a la norma original. Por entonces, recuerdo, un conocido autor de nombre Arturo y de apellido Pérez y algo más, académico él de la Lengua por más señas, se declaró en rebeldía y dijo que él no iba a cumplir la normativa. ¿Nos devolvieron los acentos «solo» por esto?

Yo también tengo mi rebeldía particular con el acento de «tí». El otro pronombre, «mí», se debe acentuar cuando es pronombre y no acentuar cuando es posesivo. Pero «ti» solo hay uno y por lo tanto no hay que acentuar. Bueno, pues lo siento, yo pongo acento, me declaro en rebeldía contra las normas de la Academia. ¿No lo hace un diario tan prestigioso como «El País»? (véase la entrada del pasado 27 de julio de 2025 titulada «CRUZADA» en este enlace ).

Hay que decir que la tilde no es exclusiva del español, aunque otros idiomas no la utilizan con tanta profusión como nosotros. Bueno, el inglés no la utiliza para nada salvo algún extranjerismo incorporado.

¿«Qué» o «que»? ¿«Sólo» o «solo»? ¿«Rio», «río» o «rió»? ¿«Guión» o «guion»? ¿«Dónde» o «donde»? ¿«Cúal» o «cual»? ¿«Cómo» o «como»? La lista es interminable y la repuesta… pues depende, ¡de qué depende!, como decía la canción. Un verdadero rompecabezas para aquellos que se quieran ocupar y preocupar.

Pero hoy escribimos muy poco, casi nada, y además con rapidez en sitios en los que no es para nada importante una correcta escritura: ¿quién se preocupa en Whatsapp, Tiktok, Facebook u otras de escribir bien? ¿Incluso en los correos electrónicos? Es verdad que hay correctores automáticos pero muchas veces son más estorbo que ayuda, ignorando algunas y cambiando completamente otras palabras de las que nos daríamos cuenta si revisásemos el mensaje, cosa que normalmente no hacemos. Salvo en ambientes universitarios —una cruz para los estudiantes—, escritores y editores de libros, prensa —donde los gazapos son más que frecuentes— o artículos en revistas, lo de escribir bien ni está ni, casi, se le espera.

Para finalizar y como curiosidad decir que los lapsus linguae ─errores involuntarios que se cometen al hablar─ se los lleva el viento, aunque hoy en día parece que todo queda grabado. Sin embargo, los lapsus calami ─errores mecánicos que se cometen al escribir─ son más delicados y se quedan en el papel o en la pantalla. Espero no haber cometido muchos en esta entrada. En todo caso, pido disculpas anticipadas por ello y me comprometo a revisarla una y otra vez, ya que lo electrónico siempre es susceptible de ser arreglado.
 



 

domingo, 5 de octubre de 2025

«INTERRUMPIDORES»

¿Clases presenciales o telemáticas? He ahí la cuestión.

Ya sé que la palabra utilizada para el título de esta entrada no existe en el diccionario. Pero uno puede elegir retrotraerse a su más incipiente niñez y jugar a construir palabras siguiendo la lógica, como cuando decíamos rompido en lugar de roto. La lengua española es muy rica, pero tiene sus cositas. ¿Cómo se llama —en un solo vocablo— a la persona que interrumpe? Pues eso, que diría un niño, interrumpidor o interrumpiente. La base de esta construcción inventada es el verbo interrumpir, que en su segunda acepción significa, referido a personas, «Atravesarse con su palabra mientras otra está hablando».

Hace ya una decena de años, en 2015, el desaparecido profesor, maestro y amigo Antonio Rodríguez de las Heras hablaba en sus cursos de estas materias, cuando las clases telemáticas ni estaban ni se las esperaba. La pandemia por COVID aceleró y de qué manera las clases telemáticas que nos permitieron, en época de confinamiento, seguir las clases y participar en reuniones y foros desde nuestras casas. Pero… ¿Estábamos todos deseando volver a la «normalidad» de las clases presenciales?

En  un curso de la Universidad Carlos III que había nacido como telémático y así tenía que concluir, los alumnos, una vez pasado el confinamiento, manifestaban su deseo de vuelta a la presencialidad. El profesor y amigo de aquel curso, Eduardo Juárez Valero impartía las clases de 16:00 a 19:00 horas desde su casa en La Granja de San Ildefonso, cómodamente y sin desplazamientos. Tanto insistieron algunos —yo no— que el profesor se avino a dar clases mixtas, presenciales y a la vez telemáticas, desde el Campus de Colmenarejo. Para él suponía un esfuerzo en desplazamiento —60 kms. de ida y otros tantos de vuelta— además de un gasto de tiempo y gasolina. ¿Saben cuantos alumnos asistimos a esa primera clase mixta? No llegamos a 10 de más de un centenar matriculados. El profesor, impertérrito, programó una segunda clase con idéntico resultado. Desistió. Mucho abogar por las clases presenciales pero cuando llegó el momento todo fueron excusas.

Aunque las telemáticas no se han ido del todo, son testimoniales. En estos días sigo una de la Universidad Carlos III de Madrid, otra de una academia local y otra de la UNED en Segovia (que es en modalidad mixta). Además atiendo otras tres presenciales: dos en la Universidad Carlos III y otra en la Universidad Complutense de Madrid. Diré que somos todos alumnos mayorcitos, muy mayorcitos, y que debiéramos mantener una etiqueta de comportamiento en las clases. Debiéramos. Deberíamos. Pero… suena el teléfono, se descuelga, incluso se contesta o se sale a hablar fuera, se chuchichea molestosamente... y se interrumpe sin pedir permiso al profesor.

Las clases telemáticas se prestan menos a los interrumpidores, aunque siempre hay quién anda jugando con los micrófonos —sin levantar la mano para pedir permiso— o lanzando preguntas o disquisiciones en el chat. En general, los profesores hacen caso omiso y siguen a lo suyo, dejando unos minutos al final para contestar preguntas o tener un debate.

Esto último es la esencia de las clases presenciales: el debate, las preguntas, las interacciones con el profesor. Algunos profesores mantienen como pueden el orden pero otros han abogado —yo estoy completamente de acuerdo— en no admitir preguntas ni interrupciones en la clase y dejar unos minutos al final. Pero otros, en aras a mantener el debate y haciendo gala de una paciencia y educación encomiables, sufren las interrupciones desmañadas de alumnos —siempre son los mismos—. Muchas veces con comentarios, aseveraciones o incluso disertaciones que no vienen a cuento o distraen al resto de la clase que ha venido a escuchar al profesor y no al alumno interrumpiente.

Y esto me ocurre actualmente en las dos universidades, la UC3M y la UCM. Yo levanto la mano para pedir intervenir pero espero a que el profesor me conceda el uso de la palabra. Miestras espero, tengo que ver que otros —y otras— se insmiscuyen una y otra vez sin pedir permiso. Al final, el profesor se olvida de quienes educamente han levantado la mano. Y esto no ocurre una sola vez, ya digo, con cierta frecuencia. Es lamentable.

Por ello, en mi caso, benditas sean las clases telemáticas. Tengo la pantalla con la presentación para mí solo, sin luces que molestan y que no se pueden apagar porque algunos alumnos no ven a escuchar… jajaja. No suenan teléfonos, no hay cuchicheos, el profesor y la presentación para mí solito. Ya es cosa mía prestar atención. Algunos alumnos manifiestan que «en casa, se distraen mucho», con lo que prefieren desplazarse al campus, invirtiendo tiempo y dinero, para que les distraigan otros. «Ca uno es ca uno y ca seis media docena», de todo hay en la viña del señor.

El mencionado profesor Antonio Rodriguez de las Heras abogaba en sus clases por un tipo mixto. Varias piezas telemáticas y luego, cada cierto tiempo, una presencial ya con el marchamo de preguntas e intercambio de opiniones. Pero claro, hay preguntas que no son tales, sino que algunos aprovechan ese momento de gloria para lanzar una disertación, una opinión, un comentario. He visto en algunas ocasiones, con gran alegría por mi parte, que tras acabar con el rollo, el ponente o profesor pregunta: ¿me puede aclarar cual es la pregunta, por favor? Es que no hay tal.

Vivimos en un mundo con cada vez más posibilidades pero con cada vez más malos modos y mala educación. Cuando acaba la clase, varios alumnos se tiran como bab… —omito explicitar el calificativo que me viene a la mente por inadecuado— a hablar con el profesor, reteniéndole e impidiendo de paso que acceda a la clase el siguiente profesor, con la consiguiente pérdida de tiempo para todos los alumnos. Hay más situaciones comentables, criticables, de este tipo… No aprendemos y eso que somos mayores y se supone que con experiencia. Pobres profesores, lo que tienen que aguantar con sus alumnos de todas las edades.