Las hay de muchos tipos, formas y colores. En alguna ocasión cayó en mis manos un código que se aplicaba a las tarjetas de visita y que consistía en doblar una o varias esquinas, de variadas formas, para indicar a la persona visitada nuestra intención. Las hay también de felicitación, de Navidad, profesionales … y las de plástico.
Estas últimas se han colado en nuestras vidas. Es casi imposible resistirse a llevar alguna en la cartera. Personalmente me admiro cuando, en la cola del supermercado, la señora precedente abre su monedero y en él se pueden ver, perfectamente alineadas, multitud de tarjetas de plástico de una infinidad de colores.
Si, lo ha adivinado, me refiero a las tarjetas bancarias, esas que nos permiten ir por el mundo sin dinero clásico, contante y sonante, monedas y papeles, y acceder a todo tipo de servicios y compras que son sufragados con la simple presentación de la tarjeta y una firma. La primera que tuve en mi poder fue a finales de los años setenta. Una conocida Caja de Ahorros estampó, en un sitio muy secreto y muy protegido al que pude acceder, cerca de dos millones de tarjetas que hizo llegar a sus clientes, de forma gratuita por supuesto. Una buena manera de ir creando necesidad que ha tenido sus frutos porque, ahora, treinta años después, son imprescindibles en nuestras vidas. No podemos llevar mucho dinero encima, no merece la pena, nos han convencido de lo práctico que resulta el uso de las tarjetas. Ya existen incluso algunos servicios que solo pueden obtenerse contra presentación de una tarjeta, tales como pagos por internet o reservas en determinadas cadenas de hoteles o alquiler de coches.
Independientemente de colores, son todas igualitas. La forma está establecida y fijada desde hace años y todos se atienen a ella. Incluso han proliferado las no estrictamente bancarias y que nos acreditan como socios de un determinado club, nos facilitan descuentos en tiendas y restaurantes o nos permiten ir acumulando puntos para viajes o estaciones de servicio.
Ahora bien, dentro de las bancarias las hay de crédito y de débito. Las primeras permiten gastar sin tener que disponer del dinero en ese momento. Al final de mes ya veremos, cuando venga la liquidación, podremos demorar el pago y, si no tenemos cuidado, meternos en una espiral peligrosa de deudas y más deudas.
Yo utilizo la de débito. En el mismo momento en que se produce la transacción, el dinero es retirado de tu cuenta, siempre que haya. En caso contrario no se autoriza el pago y habrá de buscarse otra tarjeta u otra forma de satisfacer la deuda. Y en estos últimos meses me he dedicado a observar un hecho muy curioso… y preocupante.
Con el estado actual y la evolución de los ordenadores, casi cualquiera en su domicilio particular puede grabar la banda magnética de una tarjeta. Los amigos de lo ajeno utilizan curiosos y variados sistemas para obtener los códigos y duplicar las tarjetas. Ya no hace falta aquel sitio de alta seguridad y secreto que confeccionaba las tarjetas en los primeros tiempos. Duplicar una tarjeta es cosa de niños. En el restaurante o la tienda donde dejamos la tarjeta para satisfacer la cuenta, en un segundo y fuera de nuestra vista, puede un empleado deshonesto obtener una copia de la banda magnética. Es cuestión de minutos transferir dicha banda por correo electrónico a un colega, grabarla en otra u otras tarjetas y empezar a utilizarla a muchos cientos o miles de kilómetros de distancia. Cuando tras la estupenda comida y un hermoso paseo por el parque lleguemos a casa y encendamos el ordenador para comprobar nuestro estado financiero, se nos quedará la cara a cuadros al comprobar cómo nuestra cuenta ha sido vaciada con pequeñas compras simultáneas en poblaciones muy distantes, pongamos como ejemplo Valencia y Cantabria. ¿Cómo es posible esto? Pues ya lo ven, no es demasiado complicado, más bien relativamente fácil.
Vamos demasiado tranquilos usando la tarjeta por doquier. No se trata de estar absolutamente preocupado o incluso dejar de usarla, pero si es conveniente observar unas mínimas precauciones cuando tengamos que dejar la tarjeta en manos ajenas. Una de ellas es no perderla nunca de vista, aunque esto es difícil. Cada vez están más de moda los terminales telefónicos inalámbricos que permiten a un restaurante cobrarte en la mesa, pero en otras ocasiones, el empleado se la lleva y por instantes o minutos desaparece de tu vista. Esto no es ciencia ficción, ocurre, aunque no sea una cuestión que, por razones obvias, se divulgue, lógico para no crear sensación de alarma. Pongo un ejemplo que sirva de ejercicio personal. ¿Mira Vd. “su” tarjeta cuando se la devuelven? ¿Verifica que es la suya? Si le dieran la tarjeta de otra persona del mismo banco, ¿se daría cuenta? Yo creo que no.
Y esto ocurre porque se han relajado las costumbres. De qué sirve pedir un documento identificativo si solo se mira por encima o si te devuelven la tarjeta nada más pasarla por el terminal, no pudiendo entonces comprobar la firma que figura en el reverso. Y lo digo por mis propias actuaciones. Desde el verano pasado nunca firmo con mi firma, ni siquiera mi nombre y apellidos, las notas que me dan en comercios, restaurantes y gasolineras, vamos, la firma no se parece en nada a la que figura en la tarjeta por detrás. En algunos sitios te piden el carnet de identidad, no siempre, pero incluso en esos casos y salvo honrosas excepciones, casi siempre personales, la revisión que hacen es “por encima”. Haga una prueba, pida prestado el carnet de identidad a un hermano para que por lo menos figuren sus mismos apellidos cuando vaya a comprar al supermercado y enséñele al empleado de caja, luego haga una firma que ni se le parezca. Yo he llegado a utilizar la tarjeta de crédito de mi mujer, con mi dni y una firma inventada. Sin problemas.
Evidentemente hay nuevos sistemas desarrollados mucho más seguros y difíciles de copiar y duplicar. Pero todo en esta vida está en función de los costes. Los nuevos sistemas implican un cambio de terminales lectores en todos los comercios y puntos donde actualmente se puede utilizar la tarjeta. Y esto a nivel mundial. Y estos nuevos terminales tienen un coste. ¿Quién paga? ¿Cuándo se hace esto? ¿Cómo se hace? Preguntas con muchas respuestas, pendientes hoy día pero que requieren una solución más o menos inmediata para que podamos volver a tener la confianza necesaria en las tarjetas y usarlas con confianza y sin prevención.
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Deconstrucción
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Por Ángel E. LejarriagaEste poema está incluido en el poemario El circo de
los necios (2018)DECONSTRUCCIÓN Ya no quiero mirar su circo de mentiras
groseras...
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