He estado esperando a que entrásemos oficialmente en campaña
electoral para escribir estas líneas. Es bien sabido que no se puede hablar de
política o de religión, pero últimamente tampoco de otras muchas cosas, pues
los ánimos y la bilirrubina suben a pasos agigantados impidiendo una
conversación tranquila y sosegada que sea un mero intercambio de opiniones y no
tenga consecuencias en el futuro.
Llevamos en campaña electoral meses, cuando no años, pues
los diferentes partidos y sus dirigentes y portavoces paree que se han olvidado
de los problemas reales y se dedican a solventar los suyos, externos e
internos, amén de tocar los sentimentalismos y las emociones personales que
consiguen convencer a las personas y hacerlas olvidar sus problemas con la vida
material. Es preciso tener solucionados los menesteres materiales para poder
ocuparse de los espirituales, pero parece que en estas cuestiones de política y
elecciones funcionamos al revés. Así nos luce el pelo.
Como de algunos asuntos más candentes no se habla para nada,
es sobre ellos que me gustaría hacer algunas reflexiones personales. Uno es el
asunto de las tan traídas y llevadas circunscripciones, que tan importante
papel juegan en las elecciones actuales. En pasadas elecciones han perjudicado
claramente a algunos partidos en clave nacional, como IU y UPD que veían como
la cosecha absoluta de votos no se traducía en diputados en la misma proporción
que otros partidos regionalistas como algunos ejemplos vascos o catalanes. No
es de recibo, a mi entender, que una cámara como el Congreso, de carácter general
y global para todo el país, se vea influenciada por las circunscripciones que
luego sirven para solventar intereses espurios que se compensan con actividades
o concesiones que no siempre parecen de interés general. En mi opinión y para
el Congreso… un ciudadano, un voto. ¿Para cuándo?
Otro asunto es la profesionalización de los políticos. Hay
algunos que se subieron al coche oficial hace una veintena o más de años y ahí
siguen, en el machito. Será que son muy buenos en su trabajo o más bien que
siempre están colocados arriba en las listas, cerradas, por cierto, y salen
elegidos. Un buen ejemplo lo dio hace años José María Aznar cuando se negó a
seguir presentándose a las elecciones tras ocho años como presidente del
Gobierno. Una cuestión que es por ley en otros países, como por ejemplo en
Estados Unidos, debería ser considerada aquí y limitar la vida política de una
persona a ocho años, en cualquiera de las instancias: local, autonómica,
nacional o europea. Un par de legislaturas estarían bien para aportar al bien
común y luego cada uno a su trabajo.
Otro tema es el número de diputados en el congreso,
trescientos cincuenta. ¿Muchos? ¿Pocos? Simplificando mucho, con que fuera uno
de cada partido con representación y exhibiera su número de diputados obtenidos,
para que hace falta que vayan más. Esto, insisto, simplificando mucho, porque
luego están las comisiones, las intervenciones y todas esas cosas que dan
contenido y riqueza a la cámara, pero muchas veces lo que se ve es un
hazmerreir con las actitudes de ciertos representantes tanto en sus presencias
como en sus ausencias. Y quién se tome la molestia de asistir a alguna comisión
de investigación, que por cierto se pueden ver en la página web del congreso,
si resiste se dará cuenta y podrá confeccionarse sus propias opiniones sobre el
particular.
Ya lo he mencionado antes. El asunto de las listas cerradas.
Mucho que hablar sobre el tema, especialmente en elecciones locales o incluso
autonómicas. ¿Por qué los partidos políticos las tienen pánico? Es como mencionar
a la bicha, pero si en una lista figura un nombre y a un lado, derecha o
izquierda, el partido al que pertenece, es bien sencillo para el elector que
quiera votar a un partido concreto el seleccionar todos los candidatos de ese
partido. Pero claro, no es lo mismo, no vaya a ser que se nos equivoquen en el marcado…
Como estas que se nos vienen encima son generales, no
entremos en asuntos autonómicos, esos del café para todos, que tanto nos cuestan
a los españoles y no solo hablando de asuntos económicos. Y tampoco en los
locales o europeos, que ocasión habrá.
Los españoles que presten atención estarán estos días
observando la barahúnda —confusión
grande, con estrépito y notable desorden— con que regalan nuestros oídos
los candidatos en todos los medios. Y para hablar de cuestiones que antes
negaron, ahora bendicen y que en el futuro olvidarán. Refranes que surgieron para
otros asuntos bien pudieran aplicarse aquí: «Hasta meter prometer y, después de metido, se acabó lo prometido» o
este otro un poco adaptado «Juramentos de
políticos y humo de chimenea, el
viento se los lleva». Se puede hablar de lo divino y de lo humano, que
estamos en campaña electoral y luego si te he visto no me acuerdo, no hay
responsabilidad ninguna. Muchos años, ya más de cuarenta, de democracia nos contemplan.
Por todo lo anterior y algunas cosas más que se quedan en el
tintero por no alargar esta entrada, el titular de un diario de tirada nacional
—se dice el pecado, pero no el pecador— que vemos en la imagen bien pudiera ser
un asunto a tener en cuenta. No tanto el «entendimeinto»
entre esos partidos que figuran en la imagen, sino entre todos y… antes de las
elecciones, de forma que al sufrido votador se le presentaran únicamente dos
opciones, A o B, y se tuviera que decantar por alguna. Después, cuatro años a
disfrutar de lo votado porque no habría ninguna duda de que habría una mayoría
por narices. Y es que ya hemos visto que ponerse de acuerdo los partidos
políticos después de las elecciones es tarea imposible. Muchos clamábamos por
acabar con el bipartidismo en España. Y ahora qué ¿llegaremos a suspirar por él
para que vuelva?