Tenemos que reconocer que hay ciertas cosas que empiezan a írsenos
de las manos. Todo dependerá de nuestra edad y nuestras experiencias, pero
empiezo a pensar que ciertas actuaciones con las que convivimos últimamente
tienen poca razón de ser. Tratas de minimizarlas y al final no salen las cosas
como tú has pensado y consigues el efecto contrario. Viene bien, y me gusta
hacerlo con frecuencia, acercarse al diccionario para matizar el significado de
algunas palabras. Logística aparece
definido en su cuarta acepción como «Conjunto
de medios y métodos necesarios para llevar a cabo la organización de una
empresa o de un servicio, especialmente de distribución». Este asunto de la
distribución es el objeto de mi comentario de hoy.
Todas las personas tenemos algunos fetiches, algunas cosas u
objetos que no tienen ningún sentido para otros pero que al tocarlos o
recordarlos evocan momentos de tu vida que te hacen sentir una pizca de
felicidad que siempre viene bien en este mundo donde la alegría es muy efímera
y la tristeza anida en nuestro corazón y se resiste a abandonarlo.
Hace ya muchos años, treinta y nueve para ser exactos, durante
un viaje por Turquía compré como recuerdo en el Gran Bazar de Estambul un
pequeño ajedrez; el tablero estaba realizado en dos tipos de madera —una de
ellas era ébano— y no mediría más allá de 25 centímetros, un tamaño que me
permitió traerlo en la maleta. Las piezas estaban talladas de forma manual y
tosca: las blancas en mármol y las negras en… obsidiana. Un nuevo acercamiento
al diccionario nos revela que la obsidiana es una «roca volcánica vítrea, de color negro o verde muy oscuro. Es un
feldespato fundido naturalmente, con el que los indios americanos hacían armas
cortantes, flechas y espejos».
Por razones que no vienen al caso y aunque lo recuerdo en
muchas ocasiones, este ajedrez ya no se encuentra en mi poder, pero me ha
quedado un cierto gusto por los objetos de obsidiana. No es que los busque con
ahínco, pero cuando me los encuentro me producen un pequeño placer. Hace un par
de años, en un paseo por Salamanca entramos en una tienda de minerales en la
que tenían un pedrusco de obsidiana, bruto, sin tallar, a un precio algo alto,
pero lo adquirí para usarlo como pisapapeles en mi escritorio. Le vemos a
continuación.
A pesar de su espectacular subida de precio en la última
cuota, sigo manteniéndome por ahora como cliente prime de Amazon. Pagas tu recibo y durante todo el año siguiente
tienes una falsa sensación de que el coste de los envíos de los objetos que
pidas son gratis. Al final, entre lo que pides tú, los miembros de tu familia y
los de algún vecino o amigo que saben que lo tienes y les haces el favor, la
cosa cuadra y compensa, además de la comodidad. Ya he comentado en entradas anteriores lo
bien que funciona Amazon y, lo que es más importante, funciona mejor cuando hay
incidencias, cosa que no se puede decir de otros servicios. Ahora mismo estoy
inmerso en un envío con un objeto de otra empresa —no lo tenían en Amazon— y
llevo tres semanas de problemas, llamadas, correos y envíos de acá para allá por mensajería con
el correspondiente secuestro en casa. En alguna entrada dentro de unas semanas
comentaré el caso que es para echarse las manos a la cabeza y aguantarse muy
mucho las ganas de hacer pedidos por internet a otras empresas cuyo funcionamiento no tengas contrastado, especialmente
en el caso de que se produzcan incidencias.
Había visto hace tiempo en la web de Amazon la pieza de
obsidiana que puede observarse en la imagen superior enmarcada con una elipse roja.
Es un prisma hexagonal coronado en pirámide, de un tamaño muy exiguo que
alcanza apenas los 5 cms. de alto y no llega a 1 cm. el lado del hexágono. Una
pieza muy pequeña, con un coste ajustado y que tenía por ahí apuntada a la
espera de incluirla cuando hubiera que hacer otro pedido para que viniera todo
junto. Así lo hice con un par de cosas que me pidió mi hija, pero la sorpresa,
los designios del Señor son inescrutables, es que Amazon me anunció que esa
pieza vendría por separado en paquete aparte y tardaría un poco más. En fin,
tampoco era mucho problema, solo tener que ir dos veces a un estanco donde
recojo mis envíos para no tener que estar secuestrado en casa a la espera del
mensajero.
Cuando llegó el paquete, en la imagen superior, me quedé
asombrado. ¡Estamos locos de remate! El envío venía de Italia y para una pieza
de cinco centímetros como he dicho, las dimensiones de la caja eran de 30x20x7 centímetros; un paquete enorme lleno de plástico de burbujas y aire.
Supongo que todo estará estudiado y se compensarán unas
cosas con otras, pero enviar desde Italia por mensajería un paquete enorme para
una pieza tan pequeña cuyo coste es de unos siete euros me parece que no tiene
mucho sentido. La de cosas que nos quedarán por ver en este mundo alocado.